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La Guerra de Nápoles

 


La Guerra de Nápoles, conocida también como la Segunda Guerra Italiana, fue un conflicto por el control del Reino de Nápoles entre Francia y España, tras la ruptura por parte de la primera del Tratado de Granada por el cual ambas potencias se repartían ese territorio italiano.  

En el verano de 1499 Francia se había recuperado de la derrota sufrida en la Primera Guerra Italiana. Un nuevo rey había subido al trono, Luis XII, pero no por ello renunciaría a las pretensiones de su fallecido primo Carlos VIII de Francia. Tras finalizar la Santa Liga, Luis XII se vio con las manos libres para concertarse con Venecia, quien ansiaba las posesiones del ducado de Milán, y con el papado, quien pretendía de igual forma controlar parte del Reino de Nápoles. 

De esta manera en agosto de ese año Francia enviaba un poderoso ejército con 13.000 infantes franceses y suizos, unos 3.000 lanceros y 60 cañones, bajo el mando de Bérault Stuart, señor de Aubigny. Tras cruzar los Alpes se adentró en territorio del ducado. Ludovico Sforza ordenó a Galeazzo Sanseverino salirle al encuentro con una fuerza de 9.000 infantes y 1.500 caballos, pero el italiano fue incapaz de contener a los franceses, de modo que tuvo que retirarse a Alessandria della Paglia. Esto dejó expedito el camino a Aubigny, quien tomó uno a uno los fuertes del ducado. 

Batalla de Tuttlingen

 

El 24 de noviembre de 1643 las fuerzas imperiales de Melchior von Hatzfeldt, junto a las bávaras de Franz von Mercy, y las fuerzas españolas del duque de Lorena, derrotaban al ejército Franco-Weimariano del mariscal Josias Rantzau en la batalla de Tuttlingen.  

En el marco de la Guerra de los Treinta Años, Francia se erigía como la nueva potencia europea tras su intervención en la contienda en 1635 ante el desmoronamiento sueco acaecido en Nördlingen. Si bien es cierto que sus primeras acciones contra España habían resultado infructuosas, poco a poco los mandos franceses iban ganando experiencia en el combate y se estaban convirtiendo en un poderoso enemigo, no obstante, su capacidad para reclutar y movilizar ejércitos resultaba asombrosa. El cardenal Richelieu había fallecido y Luis XIII lo haría tan solo cinco meses después, tomando el cardenal Mazarino las riendas del gobierno en nombre de Luis XIV. 

Gracias a su numerosa población y a una política fiscal centralizada y asfixiante, los franceses podían levantar ejércitos sin demasiados problemas, por lo que pudieron reponerse de derrotas tan notables y sonadas como la de Honnecourt, en mayo de 1642, y derrotar un año después al ejército hispánico de Francisco de Melo en Rocroi, aunque quedando sus fuerzas virtualmente inservibles por el alto número de bajas sufridas en esa jornada. Desde ese momento, los franceses se afanaron en movilizar dos poderosas fuerzas; una trataría de consolidar su posición en el río Rin con el ejército del mariscal Jean Baptiste Budes, conde de Guébriant, compuesto por unos 18.000 franceses y weimarianos y diversas piezas de artillería. Mientras que la otra, comandada por el duque de Enghien, seguiría presionando en la frontera con los Países Bajos y se haría con las fortalezas sobre el Mosela de Thionville y Sierck-les-Baines. 

España en la Guerra de los 30 Años (Parte X. Francia asienta su poder 1640-1641)

 


El final de 1639 no hacía presagiar buenas perspectivas para los intereses españoles. Si bien la victoria en Thionville y la incapacidad de Federico Enrique para movilizar sus tropas indicaban lo contrario, lo cierto es que la derrota en Las Dunas y las nuevas levas en Francia cambiaron el equilibrio de fuerzas. 

Durante el verano de 1639 en Francia se extendieron una serie de revueltas cuyo origen era el cobro de un nuevo impuesto. En las regiones agrícolas pronto se generó un profundo descontento que germinó en una especie de revolución llevada a cabo por los llamados pies descalzos. Para comienzos del invierno la revuelta estaba controlada y sus cabecillas ejecutados, por lo que Luis XIII y el cardenal Richelieu tenían las manos libres para actuar contra España. 

Es por ello que se decidieron enérgicamente a emprender una nueva campaña para la primavera de 1640 levantando tres poderosos ejércitos bajo el mando de los mariscales Châtillon, La Meilleraye y de Chaunes. En total las tres fuerzas sumaban casi 25.000 infantes, 8.000 caballos y 50 piezas de artillería que se concentraron en el noreste del país, en Soissons, y cuya misión era penetrar en el condado de Artois y, mediante un movimiento en pinza junto a las fuerzas holandesas de Federico Enrique, atrapar a las fuerzas españolas del Cardenal-Infante.

La Guerra de Devolución (Parte II)

 


El ejército español de Flandes había conseguido levantar el asedio de Terramunda, donde los franceses sufrieron su primera derrota en la Guerra de Devolución, contando unas 5.000 bajas, y derrotar a los caballos del marqués de Marines en las cercanías de Charleroi, pero Luis XIV aún contaba con un potente y numeroso ejército de maniobra en los Países Bajos. 

Castel-Rodrigo también se atrevió a lanzar un pequeño ataque desde Cambrai sobre la plaza de Ribemont, muy próxima a San Quintín, donde las tropas españolas se apoderaron de bastante munición, pólvora, vituallas e incluso se apresó a varios personajes de relativa importancia. Los franceses entendieron que el ejército de Flandes no era el de comienzos de siglo, pero aún era capaz de plantar cara en plazas con buenas defensas y lanzar ofensivas localizadas para debilitar al enemigo. 

Luis XIV no se podía permitir que los sucesos de primeros de agosto se repitieran por lo que ordenó a Turenne volver hacia el sur y tomar la plaza de Lille, debiendo unírsele el cuerpo del marqués de Marines. Ahora todo el ejército francés se empeñaría en una única empresa. Luis XIV no quería sorpresas y encontrarse con otro Terramunda que pudiera mermar más los recursos disponibles y minar la moral de su ejército. 

La Batalla de las Dunas

 

El 21 de octubre de 1639 tenía lugar la batalla naval de las Dunas en la que la flota española del almirante general Antonio de Oquendo sufría un desastre mayúsculo en las costas inglesas frente a la flota holandesa del almirante Maarten Tromp.  

La guerra contra Holanda se recrudecía por momentos. Atrás habían quedado los tiempos de la Tregua de los Doce Años y los holandeses, crecidos por la intervención francesa en la Guerra de los 30 Años, cada vez ponían en mayores apuros a los españoles. La situación se volvía insostenible y el Cardenal-infante, Fernando de Austria, necesitaba con urgencia tropas y dineros, por lo que realizó una desesperada petición a la Corte de Madrid. 

Felipe IV ordenó a su mejor marino, Antonio de Oquendo, organizar una flota que fuera capaz de llevar los tan ansiados dineros y hombres a Flandes. Éste comenzó a hacer los preparativos en Cádiz, reuniendo cuatro escuadras que zarparon hacia La Coruña, donde llegaron en agosto para reunirse con otras cuatro escuadras españolas. Una vez completados todos los preparativos la flota española estaba lista para zarpar rumbo a Flandes.

La Guerra de Devolución (Parte I)


La Guerra de Devolución fue un conflicto militar iniciado por la Francia de Luis XIV con la finalidad de expandir sus fronteras a costa de la debilidad de la España, bajo el pretexto de no haber recibido la dote de su matrimonio con María Teresa de Austria, hija del rey español Felipe IV. 

Lo cierto es que el monarca francés ambicionaba las posesiones de la herencia borgoñona de la casa Habsburgo española. Luis XIV tenía en su punto de mira el Franco Condado y los Países Bajos españoles. La excusa que utilizó el rey galo, el casus belli que motivaba la intervención francesa, no era otro que la dote impagada de su matrimonio con María Teresa en 1659, una burda excusa para justificar sus verdaderas ambiciones. 

La muerte de Felipe IV el 17 de septiembre de 1665 dio alas a los franceses para lanzarse en sus ambiciones territoriales. De esta forma reclamaron a España las provincias del Henao, Brabante, Namur y Cambrai en su totalidad, además de una cuarta del ducado de Luxemburgo y una tercera parte del Franco Condado. Reclamaban el ius devolutionis, esto es, que los territorios de los Países Bajos debían pasar al legítimo heredero del primer matrimonio del monarca. Pero los juristas franceses obviaban, intencionadamente, que esto solo se aplicaba al patrimonio privado y solo a unas provincias determinadas. Esta estratagema fue fácilmente desmontada por los juristas españoles que desvelaron los auténticos intereses de sus vecinos. 

La Guerra de los 80 Años: Los Orígenes (Parte II)


A comienzos de mayo de 1567 la revuelta había sido completamente controlada por la gobernadora Margarita de Parma, la cual escribió inmediatamente al rey anunciándole las buenas nuevas e instándole a desistir en un decisión de enviar al duque de Alba junto con sus Tercios Viejos

Pero Felipe II desconfiaba de aquella aparente calma en la que se habían sumido los Países Bajos tras la reacción de su hermanastra, y juzgaba necesario seguir adelante con sus planes de pacificación y castigo de los rebeldes. El monarca creía que Orange y el resto de líderes protestantes habían sufrido un pequeño contratiempo y pronto volverían a organizarse y presentar batalla.

Además en la Corte de Madrid los miembros del partido de Éboli, contrarios a una intervención militar al principio, ahora veían con buenos ojos ésta. Por un lado el duque de Alba, su principal rival, marchaba de España dejando las manos libres a Ruy Gómez de Silva para seguir afianzando y acrecentando su poder. Por otro, estaban convencidos de que el Gran Duque fracasaría en su intento de restablecer la paz y, por tanto, caería en el descrédito ante los ojos del rey. Por lo que finalmente no se varió ni un ápice los planes trazados meses antes. 

La Guerra de los 80 Años: Los Orígenes (Parte I)

La Guerra de los 80 Años fue, en gran medida, la causa del derrumbamiento del poderío español y el final de su hegemonía en Europa. Una guerra que siempre se pensó originada por enfrentamientos de índole religioso pero que escondió un trasfondo mucho más complejo; ambiciones políticas y económicas se unieron a las cuestiones de fe para hacer estallar uno de los más largos y sangrientos conflictos que se han dado a lo largo de la historia de Europa. 

Este penoso conflicto desangró durante décadas la hacienda de la Corona Española y se llevó por delante la vida de muchos de los mejores hombres que las tierras de España parieron, lo que, unido a otras guerras en las que se involucró el reino, y al constante flujo de españoles que marchaban hacia las Indias buscando huir del hambre y la pobreza, con la ilusión del oro y la plata que aventuraban las anécdotas e historias que circulaban por cada rincón del reino, propició una debacle demográfica, económica y social de la que España tardaría en recuperarse demasiado tiempo, perdiendo así su posición dominante en Europa. 

A los largo de las ocho décadas que duró esta guerra se vivieron algunas de las batallas más épicas y algunas de las gestas más increíbles que el mundo militar ha visto. Episodios como la batalla de Jemmingen, el Socorro de Goes, el Asedio de Haarlem, el Milagro de Empel, o la Toma de Breda, ya forman parte del imaginario de los amantes de la historia militar, y constituyen solo unos pocos de los muchísimos ejemplos de lo que unos pocos hombres consiguieron luchando contra todo y contra todos, movidos por la lealtad a su reino y a su rey y la inquebrantable fe en su dios. 

Batalla del Estrecho de Gibraltar: Fadrique de Toledo contra la flota holandesa.


El 10 de agosto de 1621 una pequeña escuadra de 9 buques españoles bajo el mando de Fadrique de Toledo y Osorio derrotaba a una flota holandesa de más de una treintena de buques que regresaba de Venecia con un preciado cargamento con riquezas procedentes de oriente.  

Corría el verano del año 1621 y la Tregua de los Doce Años había llegado a su fin. Los holandeses buscaban reanudar la guerra, a pesar que el rey reconocía la soberanía de las Provincias Unidas con dicho tratado, y el conde-duque de Olivares se la puso en bandeja convenciendo de ello al nuevo rey Felipe IV. En su favor hay que destacar que los holandeses no respetaron la paz en el mar ni en las posesiones españolas en América o en el Extremo Oriente.

De tal forma que en España se buscó un golpe severo contra los intereses holandeses. El blanco elegido sería el comercio marítimo de las Provincias Unidas en el mar Mediterráneo. Había llegado información de los espías españoles en Venecia de que allí se concentraba una flota de más de una treintena de buques que estaban cargando valiosos productos y riquezas que habían llegado desde oriente. Venecia era abiertamente anti española y, aunque no se atrevía a una declaración de guerra, no dudaba en apoyar cuantos frente pudieran abrirse contras la Monarquía Hispánica, y aquel convoy era de vital importancia para sufragar los gastos a los que se enfrentaban los holandeses en la reanudación de la guerra contra España. 

Conquista de La Mamora


El 6 de agosto del año 1614 la flota española de Luis Fajardo y Chacón entraba en el puerto de La Mamora, en Marruecos, tras una brillante operación anfibia de los tercios que tenía como objetivo acabar con el que se había convertido en un peligroso nido de piratas moros, ingleses y holandeses. 

La plaza de La Mamora estaba situada entre Larache, cedida por Mohammed esh-Sheick el-Mamun a España en 1610, y la ciudad de Salé, en la costa atlántica de Marruecos. Estaba apenas a una jornada de distancia de Rabat y se emplazaba en la desembocadura del río Sebú, ofreciendo una magnífica posición defensiva que la convertía en un enclave de vital importancia dada su situación estratégica. Por todo esto se había convertido en un nido de piratas que abordaban los buques que hacían la rutas de las Indias y de América, y provocaban el pánico en las poblaciones de la costa atlántica del sur de Portugal y de España. 

Era un puerto extremadamente complicado de tomar desde el mar, ya que disponía de una barrera marina que solo permitía la entrada en el puerto con marea alta y a buques de poco calado, como era el caso de las galeras. Gonzalo de Céspedes calificaba la barrera marina de "peligrosísima y mortal". A esto había que sumarle las fuertes corrientes de agua del río que hacían aún más difícil la entrada en el puerto. 

Las Campañas de Spínola en Flandes: Primer Sitio y Defensa de Groenlo


El 3 de agosto de 1606 la vanguardia del ejército de Ambrosio de Spínola, mandada por el capitán de caballería Luis de Velasco, ponía sitio a la villa de Groenlo en los Países Bajos, la cual acabaría cayendo once días después.  

En el marco de la Guerra de los 80 Años España comenzaba 1606 con una nueva campaña al cargo del capitán general del Ejército de Flandes Ambrosio de Spínola el cual planificó una pequeña acción contra el condado de Güeldres. El 2 de abril ordenó a Guillermo Verdugo tomar la plaza de Bredevoor. Verdugo, llevando como segundo al marqués de Terrail, y con una fuerza de 500 infantes y 200 caballos, se hizo pasar por oficial holandés que llevaba un preso de alto rango español. El ardid funcionó y los españoles penetraron en la plaza y la tomaron tras batir a la guarnición dirigida por Gosswijn van der Lawick. 

Federico Enrique de Nassau envió inmediatamente una fuerza de unos 3.000 hombres bajo el mando del gobernador de Güeldres, Joost van Batenborch, para recuperar la plaza. Ante la imposibilidad de socorrer a Verdugo se le dio autorización para rendirse tras resistir una semana de asedio, saliendo los españoles con sus armas y pertenencias tras dejar en libertad a los presos holandeses que habían hecho tras tomar Bredevoor.

España en la Guerra de los 30 Años (Parte IX. El equilibrio de poderes. 1636-1639)


El nuevo año comenzó con una ofensiva de los holandeses para recuperar la importante plaza de Schenkenschans, perdida un año antes. Los holandeses eran el principal objetivo de la política de Olivares, quien no parecía sentir especial miedo de las acciones francesas, los cuales reorganizaban sus fuerzas en torno a un ejército bajo el mando del príncipe Enrique II de Borbón-Condé, con la idea de invadir el Franco Condado. Por su parte los holandeses se adelantaban a los planes que el Cardenal-Infante tenía en mente para las campañas de su ejército de Flandes.

A finales de diciembre de 1636 España había firmado un nuevo tratado con Viena por el cual se comprometía a pagar 100.000 táleros mensuales a cambio de la entrega de un ejército de 25.000 alemanes al servicio del Cardenal-Infante. Pero los intereses del emperador no eran los mismos que los del valido del rey y los generales imperiales no prestaron la ayuda que se debía, por lo que Olivares retuvo en numerosas ocasiones los pagos desde 1636 hasta 1639. La situación de Schenkenschans era inmejorable. Enclavada entre el río Rin y el Waal, constituía una valiosa plataforma de entrada a los Países Bajos desde Alemania y, por lo tanto, una seria amenaza para los protestantes holandeses. Olivares eran consciente de su importancia hasta el punto de afirmar que "sin el Schenkenschans, no hay nada, aunque se tome a París, y con él, aunque se pierda Bruselas, lo hay todo". Pero la realidad era que una plaza así era muy complicada de conservar, incluso a pesar de que Fernando había dejado una guarnición de 1.500 hombres y otros 2.000 más en Cleves. 

Federico Enrique de Orange tenía claro que su objetivo sería esa plaza y que debía adelantarse a cualquier movimiento de las tropas españolas del Cardenal-Infante, que se movilizarían presumiblemente en primavera, si quería apropiarse de ella. No estaban los holandeses muy boyantes de fondos, y los franceses no podían asumir más pagos, al menos momentáneamente. En cuanto a las cosas del imperio los pactos con los sajones se reforzaron y, tras la retirada de Baudissin, el emperador envió un ejército de más de 12.000 infantes bajo el mando del general Melchior von Hatzfeld, para reforzar sus posiciones y hacer frente a la amenaza protestante en la zona de Magdeburgo, Pomerania y Brandeburgo. 

La Recuperación de la Isla de San Martín


El 1 de julio de 1633 los defensores de la fortaleza holandesa de la isla de San Martín, en las Antillas, izaban la bandera blanca rindiéndose a las tropas españolas del almirante Lope de Hoces tras un asedio de 8 días.

Tras la pérdida de la Armada de Nueva España, rendida por el almirante Benavides en 1628, las flotas inglesas y holandesas comenzaron a apoderarse de pequeñas islas en las Antillas, sumándose poco después los franceses, que empezaban a tener una presencia naval no desdeñable. Para primeros de agosto de 1629 la Armada de Tierra Firme estaba lista para zarpar y su protección le fue encargada a la Armada del Océano, compuesta de 11 galeones y cuyo mando lo ostentaba Fadrique de Toledo. Para septiembre la flota española recalaba en la isla de las Nieves, en las Antillas, recuperándola para poco después hacer lo mismo con la isla de San Cristóbal, un poco más al norte. De esta forma los españoles arrebataban las islas a los corsarios ingleses y franceses que las ocupaban. 

Continuaron de este modo las Flotas de Indias haciendo sus viajes sin mayores contratiempos salvo en el año 1632. La falta de fondos hizo que solo zarpase una reducida flota de Tierra Firme y de Honduras, con poco más de 14 galeones y algunos buques de menor calado. Pero en España los planes pasaban por recuperar el control de las Antillas y la ruta de las Indias, cuya principal amenaza radicaba en la isla de San Martín, que albergaba una flota de corsarios holandeses que estaban causando serios daños a los intereses españoles. De esta manera en Cádiz se reunieron las armadas que iban para Tierra Firme, Nueva España y Honduras para poner solución a tal problema. 

España en la Guerra de los 30 Años (Parte VIII De Nördlingen a la intervención francesa 1634-1635)


El año 1634 comenzaba con Wallenstein sentenciado en la corte de Viena. El gran general había ido demasiado lejos y operaba por libre, sin rendir cuentas, o al menos las debidas, al emperador. Maximiliano ya había presionado a Fernando II a finales de diciembre de 1633, alarmado por la negativa del general a ayudar a Baviera. España presionó aún más ante los aires de superioridad y las exigencias del militar bohemio. Tampoco gustó en Viena que liberase al líder protestante Thurn y su cada vez más notoria inactividad. Pero lo que de verdad sentenció su futuro fue el cambio de opinión de los moderados en Viena, quienes le veían ya como una amenaza que socavaba el poder del emperador.  

Por su parte los ejércitos católicos que se concentraban en Salzburgo habían sido expulsados por el arzobispo y se amontonaban en la Baja Austria y Baviera. La muerte en diciembre de la gobernadora de los Países Bajos, Isabel Clara Eugenia, habían alimentado las conspiraciones del conde Van den Bergh y España organizaba a toda prisa el ejército que debía acompañar al Cardenal-Infante a Bruselas y, tras recoger a las tropas del duque de Feria que habían vuelto a abrir el Camino Español unos meses antes, ayudar a Fernando a hacerse con el control del sur de Alemania y restablecer la situación en los Países Bajos. 

Pero la situación del ejército español del duque de Feria se deterioraba a marchas forzadas. La peste se había extendido entre sus fuerzas a finales de año y en Baviera la situación se volvía insostenible. La enfermedad y el descontento del campesinado por alojar un numeroso y moribundo ejército hacían peligrar todos los planes de Madrid y Viena de volver a tomar el control del sur alemán. La salud del duque de Feria se deterioró rápidamente en los primeros días de enero, muriendo en Múnich el día 12. La pérdida de tan un hombre que era tan buen político como militar fue un duro mazazo para los intereses españoles. El Cardenal-Infante se debería quedar solo para llevar a cabo los planes de su hermano Felipe IV y del conde duque de Olivares. 

Guerreros: Cristóbal Lechuga


Cristóbal Lechuga es considerado por muchos como uno de los padres de la artillería española, un ingeniero militar de inmenso talento y que, como tantos otros españoles, logró a base de esfuerzo y valor pasar de simple soldado a sargento mayor y teniente general de artillería en Flandes, ganándose así la admiración de sus mandos, compañeros e incluso enemigos. 

Cristóbal nació en el seno de una familia humilde en la localidad jienense de Baeza, entre el segundo semestre de 1556 y el primero de 1557. Hijo de Rodrigo Gutiérrez Lechuga y de Francisca García, poco se conoce de sus años de infancia por tierras baezanas, pero es probable que antes de cumplir 18 años se enrolase en las filas del Tercio de Sancho Dávila, comenzando su carrera militar sobre 1574 en los combates de Mook, donde los españoles acabaron con 3.000 holandeses, incluyendo a los hermanos Luis y Enrique de Nassau. 

Los soldados de Dávila estuvieron en la defensa de la ciudadela de Amberes resistiendo hasta la llegada del socorro español. Con la llegada de Juan de Austria a los Países Bajos, Dávila regresó a España, y no se sabe qué pudo ser de Lechuga. Lo cierto es que es en 1585 cuando se tienen ya noticias ciertas del militar baezano, el cual se une al Tercio de Francisco de Bobadilla, que era el de Zamora, siendo nombrado sargento mayor del mismo. Llevaba ya más de una década de servicio a España y su rey cuando Lechuga, junto al resto de los hombres de Bobadilla, marcharon hacia Flandes siguiendo la ruta del Camino Español. A su llegada las distintas compañías del Tercio fueron diseminadas por las distintas plazas que aseguraban la frontera con los protestantes. 

Batalla de Honnecourt


El 26 de mayo de 1642, en el marco de la ofensiva española en el norte de Francia, las fuerzas hispánicas de Francisco de Melo, derrotaba al ejército francés de la Champaña, bajo el mando del conde de Guiche, en las proximidades de la abadía de Honnecourt.

La muerte en Bruselas de Fernando de Austria, el Cardenal-Infante, el 9 de noviembre de 1641, había caído como un jarro de agua fría sobre las aspiraciones españolas en mantener la hegemonía europea en la Guerra de los 30 Años. Las revueltas de 1640, promovidas por los enemigos de la Corona española, en Cataluña y Portugal, con la pérdida de esta última, habían dibujado un panorama bastante oscuro en el horizonte del reinado de Felipe IV, lo que sumado a la pérdida de su mejor general y hermano, hicieron presagiar un desplome en las acciones que España llevaba a cabo en Europa.

A comienzos de diciembre el Rey Planeta nombraba al conde de Assumar, Francisco de Melo, gobernador de los Países Bajos y capitán general del  Ejército de Flandes. Melo había permanecido leal a la causa española a pesar de la independencia de Portugal y ahora era recompensado por el rey. Francia se había erigido en la nueva potencia a batir en Europa. Su entrada de facto en la Guerra de los Treinta Años se produciría en 1635, si bien desde el inicio de la contienda apoyó con grandes sumas de dinero e incluso con ejércitos, como en la caso de la Guerra de Sucesión de Mantua, a los enemigos de la Casa Habsburgo.

España en la Guerra de los 30 Años (Parte VII. Fase Sueca 1632-1633)


Tras la derrota católica en Lech Gustavo se dirigió a Ingolstadt, plaza fuerte bávara a las orillas del Danubio. La idea era tomar esta ciudad y Ratisbona, asegurando así Baviera, pero Maximiliano, siguiendo los consejos de Tilly, había reforzado las defensas de ambas ciudades y las había guarnecido con abundantes y buenas tropas de forma que, cuando los suecos se plantaron ante ellas, no pudieron tomarlas. 

Al León del Norte solo le quedaba saquear Baviera, cosa que hizo durante el mes de mayo. Especialmente violento fue el saqueo de Múnich, ocurrido a mediados de mes. Por su parte Wallenstein, que había sido llamado nuevamente por el emperador en diciembre de 1631, logró reunir para mayo un ejército de unos 50.000 soldados. Su propósito era dividir el ejército protestante para lo cual marchó contra Bohemia con unos 30.000 hombres tomando Praga a finales de mayo. Controlada Bohemia y Silesia, Wallenstein se dirigió al norte invadiendo Sajonia, mientras que Pappenheim avanzaba por Westfalia, haciendo que Jorge Juan solicitase ayuda urgente a Gustavo ante la posibilidad de quedarse atrapado entre los dos ejércitos católicos.

Gustavo llegó a Nuremberg al frente de 10.000 infantes, 9.000 caballos y 70 cañones a finales de junio, y apenas una semana después Wallenstein se plantaba ante los muros de la ciudad con 27.000 infantes y 13.000 caballos más un tren de artillería de 80 piezas. Allí, a las puertas de la ciudad se libró una guerra de desgaste durante todo el verano, sin que ambos ejércitos chocasen frontalmente, tan solo escaramuzas de menor relevancia. Pero la inmovilización de las fuerzas de Wallenstein en Nuremberg hizo que Juan Jorge y Arnim invadiesen Silesia. Baltasar de Marradas plantó cara a la avalancha sajona pero la superioridad de los enemigos era demasiado grande, por lo que tuvo que ceder Breslau a primeros de septiembre y adoptar una guerra de guerrillas con la que ir mermando poco a poco a las fuerzas de Arnim.

Batalla de Wimpfen


El 6 de mayo de 1622 las tropas católicas bajo el mando de Gonzalo Fernández de Córdoba y del conde de Tilly derrotaban a las fuerzas protestantes de Jorge Federico de Baden-Durlach en la localidad alemana de Wimpfen. 

La Campaña del Palatinado avanzaba a buen ritmo para las tropas españolas de Fernández de Córdoba, pero los ejércitos protestantes aún representaban una seria amenaza. A finales de abril de 1622 un ejército bajo las órdenes de Federico el Palatino y de Ernesto de Mansfeld se encontró con el ejército católico de Tilly en Mongolsheim. Si bien no fue una batalla decisiva, los de Tilly tuvieron 2.000 bajas y lo que es peor aún, las tropas de Jorge Federico de Baden-Durlach lograron reunirse con las de Mansfeld y Federico, amenazando seriamente la posición de Tilly. 

Éste no perdió el tiempo y envió emisarios urgentemente a Córdoba solicitándole ayuda ante la ofensiva de Jorge Federico. Córdoba no tenía muy claro exponer a su ejército y dejar los territorios conquistados sin la protección adecuada. Reunido con sus consejeros finalmente, y tras dejar las plazas españolas guarnicionadas y con suministros y municiones suficientes, accedió a dirigirse con las tropas españolas en ayuda de Tilly en dirección a Wimpfen. Por el camino, los soldados españoles iban pasando por las villas católicas de Mossbach o Minneburg, que les aclamaban a su paso.

Batalla de Breitenfeld


El 17 de septiembre de 1631 las fuerzas suecas y sajonas de Gustavo Adolfo lograban una gran victoria en Breitenfeld, al norte de Leipzig, contra los ejércitos católicos del emperador Fernando II de Habsburgo comandados por Jean Tserclaes, conde de Tilly. 

La Guerra de los 30 años llevaba ya más de una década y, tras la retirada Danesa del conflicto y el final de la Guerra de Sucesión de Mantua, ahora el nuevo enemigo del poder de los Habsburgo en Europa era Gustavo Adolfo de Suecia. El rey sueco demostró desde muy temprana grandes edad dotes y pronto emprendió una serie de reformas en todos los ámbitos, aunque fue el militar el que se llevó la palma. Gustavo extrajo valiosas lecciones de sus guerras contra los daneses y los polacos y las plasmó en una doctrina propia con la que en un tiempo récord logró enseñorearse de los campos de batalla de Alemania.

En mayo el León del Norte, como le apodaban, dio un ultimátum al emperador pero éste no debió tomárselo en serio cuando no solo no hizo nada sino que redujo sus fuerzas y cesó a su mejor general, Wallenstein. Los suecos llegaron en junio de 1630 al continente y desde ese momento extendieron sus líneas por toda Pomerania Oriental y Mecklenburg. Los católicos, bajo el mando del barón de Tilly, que ahora comandaba las fuerzas imperiales y las de la Liga Católica, trató de oponerse sin éxito a los protestantes escandinavos. A comienzos de 1631 Gustavo atacó Fráncfort del Oder y penetró en Brandeburgo, mientras que Tilly ocupó la ciudad de Magdeburgo, que fue saqueada por sus tropas. Tilly, en un error de cálculo, quiso forzar a Juan Jorge de Sajonia para que deshiciera su recién constituido ejército de la Unión Evangélica, así que invadió Sajonia y ocupó Leipzig, lo que hizo que Juan Jorge se uniese, en contra de su intención primigenia, a Gustavo Adolfo.

España en la Guerra de los 30 Años (Parte VI. Fase Sueca 1630-1632)


Son diversos los motivos que llevaron a Gustavo Adolfo a intervenir en la Guerra de los 30 años, si bien el principal que se esgrime es su preocupación ante el aumento del poder católico en Alemania, amenazando los propios intereses suecos en la costa báltica, no es menos cierto que el rey nórdico buscaba, como asegura William P. Guthrie en su obra Batallas de la Guerra de los Treinta Años, "compensación", es decir, conseguir todo lo que pudiera y expandir al máximo su poder. 

Lo cierto es que desde comienzos de 1628 Suecia se venía preparando para la guerra, otorgando el parlamento plenos poderes al rey para que dispusiera lo necesario para un futuro conflicto. La derrota danesa era ya un hecho para 1629 y la influencia y el comercio sueco en el Báltico estaban amenazados. Además Francia había mandado emisarios a Suecia ofreciendo financiación para su intervención militar. Por ello Gustavo Adolfo se preparó a conciencia para una guerra que supondría invadir la costa norte de Alemania y asegurar así el control de esa parte del continente.

Así las cosas el emperador no debió tomarse muy en serio la amenaza que supondría un rival como Suecia cuando, tras acabar con los daneses y firmar la paz de Lubeck, y estar a punto de poner fin a la cuestión de la  Sucesión de Mantua, en 1630 disolvió la mayor parte de su ejército y cesó al general Wallenstein en la Dieta de Ratisbona en julio de ese año. Mucho se ha especulado con esta destitución, pareciendo la causa más probable la desconfianza de Fernando II ante el aumento de poder del general imperial. Ahora las fuerzas imperiales se reducían a 40.000 hombres mientras que las de la Liga sumarían un total de 20.000, quedando los dos ejércitos bajo el mando único del conde de Tilly, todo ello a pesar del ultimátum dado por los diplomáticos suecos para que los imperiales se retirasen de Mecklenburg y Pomerania el 11 de mayo.

España en la Guerra de los 30 Años (Parte V. Guerra de Sucesión de Mantua)


En plena Guerra de los 30 Años, mientras en los campos de Alemania y Holanda se dirimía la hegemonía europea de los Habsburgo, la repentina muerte de Vincenzo II Gonzaga a la edad de 33 años, abría en el ducado de Mantua, al igual que unos años antes en el Monferrato, una disputa por la elección del nuevo duque.

El ducado de Mantua formaba parte del Sacro Imperio y eso le otorgaba al emperador la última palabra en caso de una disputa por el ducado. En este orden de cosas Vincezo II había casado a su sobrina María Gonzaga con Carlos de Gonzaga-Nevers, un familiar del duque perteneciente a la línea francesa de la familia Gonzaga. Fernando II no veía con buenos ojos otorgar el ducado de Mantua a éste, consciente del peligro que suponía tener un aliado de Francia a las puertas del Milanesado. Además el emperador estaba casado con Leonor Gonzaga, hermana del fallecido duque, por lo buscó el ducado para Fernando Gonzaga de Guastalla.

Sucedía que Carlos de Gonzaga-Nevers veía reconocido por Francia, Venecia y el Papa, su derecho a la sucesión del ducado de Mantua, por lo que si el emperador no daba su brazo a torcer y cedía a las pretensiones de Carlos, la guerra estallaría. Francia y Venecia, siempre dispuestas a cualquier acción que pudiera debilitar el poder de los Habsburgo, no dudaron en apoyar diplomática, económica e incluso militarmente a Carlos. Para complicar más aún las cosas, apareció en escena el siempre complejo duque de Saboya, Carlos Manuel, que tanta guerra había dado a los españoles en el Monferrato, con la propuesta de intervenir en favor de los Habsburgo en este conflicto. Así se lo comunicó al gobernador de Milán, el héroe de Fleurus Gonzalo Fernández de Córdoba.

Asedio de Santo Domingo


El 23 de abril de 1655 las fuerzas inglesas del almirante William Penn y el general Robert Venables, desembarcaban en la isla de La Española con la misión de ocuparla y socavar el poder español en el Caribe. La expedición resultaría ser uno de los mayores fracasos en la historia de Inglaterra.

La Inglaterra de Oliver Cromwell, Lord Protector de la Commonwealth, había puesto los ojos en las posesiones españolas en el Caribe y Centroamérica, en lo que se conocía como el Western Design, o plan occidental. El primer objetivo era la isla de La Española y para tal propósito se organizó una potente flota para transportar a su ejército.

Los problemas empezaron desde los primeros preparativos. Muchas eran las voces, entre ellas la del jefe del ejército inglés, que pedían llevar para esa campaña a sus fuerzas de élite, las que habían participado en las campañas de Irlanda de 1649 a 1654. Pero Cromwell creía que España ya no representaba peligro alguno cuando le declaró la guerra, y permitió que su cuñado, el general John Disbowe, hiciese una improvisada recluta de soldados jóvenes y poco entrenados. A estos se le sumarían después agricultores reclutados en las colonias inglesas de Barbados.

Segunda Batalla de Seminara


El 21 de abril de 1503 las fuerzas españolas del conde de Andrade derrotaban en Seminara, en la región italiana de Calabria, al ejército francés del señor de Aubigny, aliviando así la presión sobre el ejército del Gran Capitán, el cual se preparaba para combatir en Ceriñola.

En el marco de la Guerra de Nápoles, dentro de las conocidas como Guerras Italianas, a comienzos de 1502 Luis XII, tras romper de manera sorpresiva el Tratado de Granada, enviaba al duque de Nemours, Luis de Armagnac al frente de un poderoso ejército para invadir las posesiones españolas en el Reino de Nápoles, en Italia. Este fulgurante ataque había cogido desprevenidos completamente a los españoles, que se encontraban sin previo aviso ante un ejército mucho mayor en número, por lo cual tuvieron que replegarse ordenadamente hasta hacerse fuertes en la plaza de la Barletta, situada en la región de Apulia a orillas del Adriático.

De esta manera las fuerzas francesas se dividieron en dos. En Calabria, al suroeste de la península itálica, se concentrarían las fuerzas de Berault de Stuart, señor de Aubigny, que ascendían a unos 6.000 hombres, mientras que en Apulia, al sureste, lo haría el ejército principal francés, bajo el mando de Armagnac, con la misión de derrotar al Gran Capitán. Mientras esto sucedía, gracias una intensa labor diplomática por parte de Felipe el Hermoso parecía poder atisbarse una paz. Felipe logró convencer al rey francés de firmar el conocido como Tratado de Lyon, por el cual se cedía a Francia el sur del reino napolitano. Ni que decir tiene que los Reyes Católicos rechazaron rotundamente tal cuestión.

España en la Guerra de los 30 Años (Parte IV. Fase Danesa)


Tras la exitosa Campaña del Palatinado emprendida por los ejércitos católicos de Gonzalo Fernández de Córdoba y el conde de Tilly, la guerra, que había comenzado en 1618 tras la revuelta en Bohemia, parecía llegar a su fin y el emperador empezaba a consolidar su poder de manera definitiva.

Para 1624 Mansfeld había disuelto su ejército ante la imposibilidad de seguir combatiendo y pagarlo, y estaba cómodamente asentado en Frisia, mientras que Brunswick había sufrido la pérdida del suyo tras la Batalla de Stadtlohn, y Bethlen Gabor se había avenido a un nuevo acuerdo de paz en Hungría. Esto supuso que Fernando II empezase a licenciar a sus tropas y que el ejército de la Liga Católica detuviese sus levas y se acuartelase a la espera de nuevos acontecimientos.

En el norte del continente Dinamarca y Suecia empezaban a erigirse como nuevos paladines del protestantismo. Cristian IV de Dinamarca era un luterano moderado que tenía en alta estima a España, con la que guardaba muy buenas relaciones, y desconfiaba de los holandeses, con los que tenía una enemistad manifiesta. No era partidario del calvinismo radical que estaba asolando el imperio por lo que había buscado la paz en los primeros años del conflicto. Era un hombre de una constitución formidable, fuerte y sagaz, pero sus miedos le llevaron a cometer gravísimos errores. Por otro lado estaba el rey sueco Gustavo Adolfo, un belicoso monarca con un carisma tremendo, que entendía aquella guerra como una especie de cruzada contra Roma y para la cual comenzó a prepararse ya en 1623.

Segunda Batalla de Playa Honda


El 15 de abril de 1617 una pequeña flota española bajo el mando de Juan Ronquillo del Castillo derrotaba en las aguas de Playa Honda, en la isla filipina de Luzón, a la escuadra holandesa del almirante Joris van Spielbergen. 

A pesar de la Tregua de los Doce Años la marina holandesa seguía con los ojos puestos en el comercio marítimo español y, bien mediante acciones de piratería, bien mediante enfrentamientos abiertos, Holanda seguía en guerra de facto con España en el mar. La Compañía Holandesa de las Indias Orientales mandó en agosto de 1614 una nueva flota al mando del almirante Joris van Spielbergen que, recorriendo la antigua ruta de Magallanes y Elcano, debía plantarse en el Pacífico y amenazar los convoyes españoles.

La escuadra de Spielbergen realizó diversas correrías a lo largo de 1615, tras doblar el estrecho y salir al Pacífico. Apresó varios buques menores y asaltó pequeñas poblaciones en la costa chilena antes de derrotar en un desigual combate a una pequeña fuerza española, bajo el mando de Rodrigo de Mendoza, que había salido a hacerle frente en el Cañete, en las costas de Perú. Más tarde, tras recuperarse de los daños causados por los españoles, Spielbergen puso rumbo al puerto del Callao, donde fue rechazado por una improvisada defensa española, siguiendo su periplo de saqueo por las aisladas poblaciones de la costa hasta llegar a Acapulco. De allí, y tras lograr un pequeño rescate de la ciudad, se dirigió a las Filipinas.

España en la Guerra de los 30 Años (Parte III. Fase Alemana. Campaña del Palatinado 1622-1623)


1622 comenzaba con las fuerzas españolas de Córdoba como señoras de la mayor parte del Palatinado, la disolución de la Unión Protestante, y Fernando consolidando su poder. Pero lo cierto es que en Alemania las tensiones crecían por la filtración de las promesas que el emperador había hecho a Maximiliano de Baviera sobre las tierras y la dignidad electoral.

Por su parte Francia se hallaba inmersa en unas guerras religiosas causadas por las revueltas de hugonotes, pero contribuía en secreto con fondos a promover cualquier causa contra España. Las hostilidades contra Holanda se habían reanudado, lo mismo que contra las ligas grisonas en la Valtelina, y Francia, Venecia o Saboya las apoyaban, por lo que pronto España se vio luchando en 3 frentes y con sus recursos cada vez más debilitados.

Para hacerse una idea de la falta de medios baste con leer el informe de las tropas de Fernández de Córdoba en el Palatinado Inferior, que el capitán Álvaro de Losada envió a Ambrosio de Spínola: "De las calidades del ejército que el señor don Gonzalo tiene a su cargo, se decir a V.E. en conciencia, que a mí se me ha hecho milagro por más partes y valor que tiene este caballero, el haber salido sin desaire este verano pasado, porque se apretó mucho la campaña, y porque lo más de él consta de levas, y los españoles y italianos con resabios de Nápoles, la caballería sin oficial principal, ni la artillería, y con el tren muy disipado".

España en la Guerra de los 30 años (Parte I. La Fase Bohemia y la Batalla de la Montaña Blanca)


Podríamos referirnos a la Guerra de los 30 años como el primer conflicto global acaecido; una guerra que comenzó con unos calvinistas exaltados arrojando por uno de los balcones del castillo de Hradçany, en pleno corazón de Praga, a los representantes del rey Fernando y que acabó involucrando a las principales potencias europeas y dejando unos 4 millones de víctimas sobre la mesa.

A pesar de que la mayor parte de los campos de batalla de esta guerra se encontraban en la Europa central, España no fue ajena a este conflicto y acudió pronto a él para ayudar a sus parientes de la Casa de Austria y de paso dar un golpe sobre el tablero y reivindicar su hegemonía mundial. Por desgracia, esta guerra se uniría a otras en las que la monarquía española ya estaba implicada, suponiendo un desgaste de hombres y recursos que acabarían llevando al país al desastre y a la pérdida de su liderazgo en el viejo continente.

Y es que España no pudo evitar el conflicto a pesar de las políticas de paz emprendidas por el rey Felipe III y su valido, el duque de Lerma, que llevaron a España a alcanzar la Tregua de los Doce Años con las provincias holandesas, y a mantener unas buenas relaciones con la Francia de la regente María de Médicis, que acabó cristalizando en los matrimonios de 1615. En octubre de ese año María casó a su hijo, futuro Luis XIII de Francia con la hija del monarca español, Ana María de Austria, y a su hija Isabel de Borbón con el infante Felipe, futuro Felipe IV de España.

España en la Guerra de los 30 años (Parte II. Fase Alemana. Campaña del Palatinado. 1620-1621)


La Fase Alemana supuso la intervención efectiva de los ejércitos españoles en la Guerra de los 30 años entrando en el Palatinado. De la mano de Ambrosio de Spínola, marqués de los Balbases, España emprendió una campaña que buscaba detraer recursos de Bohemia y privar a Federico el Palatino de sus posesiones.

Spínola levantó levas; el duque de Aerschot, Charles de Ligne acudió con un regimiento de 3.000 alemanes, los mismos que llevó el coronel Bauer. El conde Cristóbal de Emden aportó un regimiento de 3.600 alemanes viejos, mientras que el maestre de campo Monsieur de Gulzin, llevaba su tercio valón con 3.000 infantes. También acudió el barón de Balanzón, Claude de Rye, con su tercio de 3.000 infantes borgoñones, y el maestre de campo general Carlos Coloma de Saa con sus tercios de españoles. Además 5 compañías de caballos se unieron bajo el mando del conde de Isemburg.

El plan consistía en invadir el Palatinado desde los Países Bajos con las fuerzas del general Spínola, las cuales sumaban unos 22.000 hombres, mientras que el duque de Baviera, con 20.00 infantes y 5.000 caballos, atacaría a la vez a las fuerzas protestantes del duque de Wurtemberg y de los marqueses de Brandenburgo y de Baden-Darlach, que ascendían a 17.000 infantes y 1.000 caballos. Pero el 3 de julio se firmó el Tratado de Ulm, por el cual Maximiliano de Baviera podía deponer a Federico sin que la Unión Protestante opusiera resistencia.

Las Campañas del duque de Osuna en Sicilia: Las Batallas de Cabo Corvo y Messina


Al amanecer del 29 de agosto de 1613 la escuadra española de galeras de Sicilia al mando del general Octavio de Aragón, mano derecha del duque de Osuna en los asuntos del mar, avistó a la altura del cabo Corvo 12 galeras turcas, salidas del puerto de Rodas, bajo el mando de Mehemet Pashá.

Con la llegada de Pedro Téllez-Girón, III Duque de Osuna, a Sicilia tras ser nombrado virrey en marzo de 1611, el reino experimentó importantes cambios. Osuna se encontró un reino en bancarrota, un severo problema de delincuencia y con una escuadra de tan solo 9 galeras, que padecía una falta acuciante de remeros, con la que resultaba imposible hacer frente a los ataques de la piratería berberisca y otomana. Pero el duque se puso manos a la obra y con su energía y perspicacia habitual, en menos de un año tenía resulto el problema de la delincuencia y la economía mejoraba a buen ritmo.

Para paliar la falta de remeros convocó un concurso de saltos de altura, entregando un doblón a quien superase el primer salto y un escudo de oro a quien saltase el segundo. Sucedía que en el reino había toda clase de supuestos ciegos, cojos, mancos o tullidos, que cayeron en el engaño del duque y se presentaron al concurso. Aquellos que lograron superar los obstáculos obtuvieron el doblón y el escudo y también una condena a galeras por 10 años. De esta forma se consiguió poner fin al problema de la falta de remeros.

Guerreros: Lope de Figueroa y su Tercio


Lope de Figueroa fue uno de los militares más prestigiosos y con mayor fama de su época. Toda una institución entre los soldados de los tercios, su sola presencia en una batalla inspiraba confianza y fuerza a los hombres y provocaba el miedo entre sus enemigos. 

Las dudas con respecto a su nacimiento siguen aún vigentes y, aunque tradicionalmente se estableció en el año 1520, como reflejan muchos estudios, entre ellos el de Carlos Belloso Martín en su obra La Antemuralla de la Monarquía, un estudio de Juan Luis Sánchez publicado en el Diccionario biográfico español de la Real Academia de Historia, basado en las pruebas de concesión de del título de Caballero de la Orden de Santiago, afirma que nació en Guadix, Granada, en el año 1541.

Sea como fuere era el segundo hijo de Leonor de Figueroa, descendiente directa de Fernando III El Santo, según afirma Juan de Hariza en su obra Descripción genealógica de los excelentísimos señores marqueses de Peñaflor, y bisnieta de Lorenzo Suárez de Figueoroa, I conde de Feria. Su padre era el capitán Francisco Pérez de Barradas, trinchante y maestresala del rey Fernando el Católico, llegando a ser señor de Graena, alcaide de la Peza y Caballero de Santiago.

Los Tercios: El Tercio de Sicilia


El reino de Sicilia constituía un enclave estratégico, tanto comercial como militar, para la monarquía española. Su situación proporcionaba una base más que necesaria en las campañas militares que el emperador Carlos iba a emprender en el norte de África, como por ejemplo las de Túnez y La Goleta. El propio emperador señalaba muy juiciosamente que "mi reyno de Sicilia, que por estar al aposto del Turco, perpetuo enemigo de la Cristiandad, se puede decir que es como antemuralla de los otros mis Reinos y Señoríos".  

En el Archivo General de Simancas se encuentra una carta en la que Lucas Cifuentes de Heredia, presidente de la Gran Corte de Sicilia, escribía al rey Felipe II las siguientes palabras: "Este Reyno de Sicilia es antemuralla de la christiandad, passo de Levante a Poniente, y cabeça del mar Mediterráneo, arrimado al África, fin del Europa y que el mayor enemigo que tiene viene del mar de Asia que le tiene enfrente, y assí lo que con más facilidad por mar y tierra asegurare el passo del trato y comercio y quitarle los incursos de cossarios en mar y tierra y fuere miembro más principal para ofender al enemigo y defenderse del, son las galeras". 

Por tanto la importancia de este reino era fundamental y los puertos de Sicilia, tales como Palermo, Siracusa, Augusta, Trapani o Mesina, sirvieron de base logística y de reunión de tropas para acometer campañas como las de Túnez, los Gelves, Malta o Lepanto. El virrey de Sicilia, Héctor Pignatelli Carraffa, conde de Monteleón, escribió el 22 de octubre de 1522 al Comendador Mayor de León del Consejo del Rey indicándole que "conviene hazer que sea antes para offender al enemigo que para defender, porque ultra de ser mas provechoso no sperar la guerra en cassa se hará con menos gasto", haciéndonos una idea de la relevancia que tenía este territorio para los intereses de España.

Carlos V debía dar una respuesta a las necesidades militares de España en sus posesiones italianas, y de esta forma se crearon los Tercios en los enclaves más relevantes de Italia. Los denominados Tercios Viejos van a ser las primeras unidades militares de carácter permanente, que serán los de Lombardía, Nápoles, Sicilia y Cerdeña, que serán creados formalmente tras las Ordenanzas de Génova del 15 de noviembre de 1536.

Guerreros: Álvaro de Sande


Álvaro de Sande y Paredes de Ulloa nació en Cáceres, en un tiempo en que Extremadura paría a algunos de los mejores soldados del mundo. Tercer hijo de una noble familia que se había mudado de Lugo a Cáceres a comienzos del siglo XV, su padre era Juan de Sande, señor de Valhondo y primo del cardenal obispo de Ostia, Bernardino de Carvajal y Sande, su madre Isabel de Paredes Golfín, y su abuelo paterno, Sancho de Paredes, fue camarero de la mismísima Isabel la Católica. 

Como todos los que no eran primogénitos en esa época su futuro se encontraba en las armas o la sotana. Álvaro de Sande se decantó por lo segundo, tal vez impulsado por el primo de su padre, y se trasladó a Salamanca para desarrollar su carrera eclesiástica y estudiar derecho. Pero no le duraron mucho las inquietudes religiosas y legales, y pidió una dispensa papal para poderse dedicar a lo que era su auténtica pasión: las armas.

Los años siguientes a esta decisión son poco conocidos pero en la década de 1530 Álvaro de Sande se encontraba combatiendo en el Mediterráneo tras haberse puesto a las órdenes del condotiero Ferrante Gonzaga, leal servidor del emperador Carlos. Fue en la campaña de Túnez y La Goleta de junio de 1535 donde le vemos destacar sobresalientemente, distinguiéndose en los duros combates de aquella jornada que acabó con la victoria española y la recuperación de Túnez, arrancándola de las manos de Barbarroja y los otomanos.

Los Tercios: Tercios Embarcados. Orígenes


Antecedentes históricos.

Los soldados en la marina ya existían en la Edad Media en Castilla y Aragón; pero esto ni mucho menos era una novedad, ya que tanto egipcios, como griegos, persas o romanos, por poner algunos ejemplos, venían empleando este tipo de unidades militares y construyendo las embarcaciones más idóneas para transportarlas. Estos hombres eran contratados de forma temporal para alguna jornada o empresa concreta y se les licenciaba al finalizar esta.

En España el antecedente histórico más lejano se atestigua en Las Partidas del rey castellano Alfonso X: "et sobresalientes llaman otrosi a los hombres que son puestos además en los navíos, así como los ballesteros y otros hombres de armas... no han de facer otros oficios sino defender a los que fueren en su navío lidiando con sus enemigos". Es decir, los sobresalientes eran soldados embarcados cuya única función era el combate, pero no se constituían como un ejército permanente, sino que eran reclutados individualmente cuando las circunstancias lo reclamaban.

Además debían ser "esforzados, recios et ligeros lo más que ellos pudiesen, et cuanto más usados fuesen de la mar, tanto será mejor", es decir, hombres que tenían relación con las armas, experiencias en combate, sobre todo pequeñas incursiones en costas enemigas y defensa y ataque de buques. En la costa del Cantábrico se podían reclutar algunos de los mejores hombres para este tipo de misiones, gentes curtidas en el mar y sus inclemencias.

Naves cántabras, en la batalla de la Rochelle

La Batalla de Ruvo


El 23 de febrero de 1503 las tropas españolas de Gonzalo Fernández de Córdoba, El Gran Capitán , tomaban al asalto la plaza de Ruvo, defendida por una guarnición francesa bajo el mando de Jaques de Chabannes, señor de La Palisse.

En el marco de las Guerras Italianas, el Tratado de Granada entre los Reyes Católicos y el monarca francés había hecho repartirse el centro y sur de Italia; Nápoles quedó bajo el dominio francés, mientras que Sicilia quedaba en manos de España. Pero pronto surgieron las discrepancias en la interpretación de los términos del acuerdo y el monarca francés, Luis XII, no dudó en invadir las posesiones italianas españolas para colmar sus ambiciones expansionistas a mediados de 1502.

Los franceses, aprovechando la sorpresa y su gran superioridad numérica, avanzaron hacia el sur de la península itálica y cercaron a las tropas españolas del Gran Capitán en la villa de Barletta. Allí se atrincheró el brillante militar español durante el invierno de 1502-1503, permitiendo tan solo un singular combate, para guardar el honor de los españoles, entre 11 de sus jinetes y 11 franceses, en lo que se conoció como el Desafío de Barletta. 

La Guerra de la Valtelina: La batalla de Tirano


En septiembre de 1620 se produjo la batalla de Tirano, que enfrentó a los calvinistas grisones y a las fuerzas españolas del Tercio de Saboya, que prestaban apoyo a los católicos de la zona alpina de Lombardía, y supuso recuperar el control de la Valtelina y por tanto, el aseguramiento de la nueva ruta del Camino Español.

La Guerra del Monferrato había concluido en 1617 pero las tensiones entre el ducado de Saboya, apoyado por Francia, habían hecho peligrar el antiguo Camino Español, por lo que los soldados de Felipe III hubieron de buscar una alternativa, y la encontraron atravesando la región de la Valtelina, una zona montañosa del norte del Milanesado pegada al cantón de los grisones. Esta región se había mantenido bajo autoridad del ducado de Milán desde el siglo XIV, pero a partir del siglo XVI surgieron tensiones tras la llegada del calvinismo al cantón grisón.

Los grisones, llamados así según parece por sus ropajes grises, invadieron parte de la Valtelina y persiguieron sin tregua a los católicos de la región. Los grisones no dudaron en torturar y asesinar al arcipreste de Sondrio, Nicola Rusca, en septiembre de 1618. Los católicos estallaron ante tal provocación y se rebelaron contra los calvinistas. A mediados de julio de 1620 los católicos, liderados por Robustelli di Grosotto, lograron hacerse nuevamente con el control de la Valtelina y deshacerse del poder grisón en la región.

La Guerra del Monferrato. Parte II (1616-1617)


Con el comienzo de 1616 las maltrechas arcas del duque de Saboya se vieron aliviadas con lustrosas cantidades de dinero veneciano que sirvieron para reclutar un nuevo ejército y romper el tratado firmado en Asti con el marqués de Hinojosa tan solo unos meses atrás. De esta forma Carlos Manuel volvió a reanudar la guerra en el Monferrato, invadiendo el territorio a través del Langhe y a lo largo del río Tanaro.

En el Monferrato los españoles contaban con unos 10.000 infantes y 20 compañías de caballos, algo a todas luces insuficiente ya que el de Saboya había logrado reunir un ejército de casi 35.000 hombres, entre los que se encuentran 14.000 infantes saboyanos, 4.000 alemanes, 4.000 suizos, 10.000 franceses y casi 3.000 jinetes. El nuevo gobernador del Milanesado, el marqués de Villafranca del Bierzo, Pedro Álvarez de Toledo, emprende una rápida campaña de reclutamiento de hombres en Alemania, Borgoña y Suiza.

Así para mediados de agosto de 1616 los españoles contaban ya con un ejército de casi 34.000 soldados de los cuales 5.500 era españoles, 6.000 alemanes, 8.000 lombardos, 4.000 borgoñones, 3.500 italianos, 4.000 suizos y 3.000 jinetes. De estas fuerzas habrá que descontar las que se queden en labores defensivas en el Milanesado, pudiendo movilizar el marqués para la guerra con Saboya a unos 22.000 soldados y 2.500 jinetes.

La Guerra del Monferrato. Parte I (1613-1615)


El 18 de febrero de 1612 moría en Mantua Vincezo I Gonzaga y su hijo, Francesco Gonzaga se convertía en el IV duque de Mantua y II Marqués del Monferrato, poniendo fin, momentáneamente, a las aspiraciones del duque de Saboya, Carlos Manuel I, quien ambicionaba el marquesado espoleado por sus nuevos aliados franceses con quienes había firmado en 1610 el Tratado de Bruzolo.

La Pax Hispanica de Felipe III, con Francisco de Sandoval y Rojas, I duque de Lerma, a la cabeza del gobierno, se había impuesto en el continente y la idea de acabar con los conflictos en Europa parecía vislumbrarse, aunque las disputas religiosas en Francia y el Sacro Imperio amenazaban con romper el frágil equilibrio promovido por España, quien necesitaba con urgencia reducir sus teatros de operaciones bélicas si querían sanear y poner en orden sus cuentas.

Esta necesidad había llevado a España a firmar importantes acuerdos de paz; primero la Paz de Vervins, donde los españoles se comprometieron a concluir su participación en las guerras de religión francesas. Posteriormente el Tratado de Londres, en 1604, por el cual se ponía fin a la Guerra anglo-española que desde 1585 tenía lugar. Y por último la Tregua de los doce años, que suponía un parón importante en el agotador y sangrante conflicto bélico en Flandes, que tantos quebraderos de cabeza había costado ya a la monarquía española desde los tiempos de Felipe II. 

En este panorama internacional la repentina muerte de Francisco Gonzaga el 22 de diciembre de 1612 ponía en jaque el delgado equilibrio de la zona del noreste de Italia que se lograba mantener gracias a los esfuerzos de la monarquía española. El duque de Saboya, antiguo aliado español, despreciando las legítimas reclamaciones del cardenal Fernando, heredero legítimo de Mantua y del Monferrato, invadió el marquesado a comienzos de la primavera de 1613 con un ejército de 7.000 infantes y 1.000 caballos entre los que se encontraban mercenarios suizos, franceses, piamonteses y saboyanos bajo el mando del conde San Giorgio.

Guerreros: Carlos Coloma de Saa


Nacido en 1566 en el castillo de la localidad alicantina de Elda, Carlos Coloma de Saa fue un destacado militar, historiador y diplomático español que sirvió con honor y distinción en los ejércitos de la monarquía española.

Era el cuarto hijo del conde de Elda, Juan Coloma y Cardona, nieto de quien fuese secretario del rey de Aragón, Juan II y de Fernando el Católico. Juan Coloma se había casado con la portuguesa Isabel de Saa, proveniente de una familia burguesa originaria de Aragón, a quien había conocido en la corte de María de Austria, hermana de Felipe II. De esta unión nació Carlos Coloma en el castillo de Elda, donde se había trasladado su familia. Tan solo cuatro años después, en 1570, su padre fue nombrado virrey de Cerdeña, cargo que desempeñaría hasta 1577, recibiendo el título de I marqués de Elda. 

Carlos Coloma comenzó su carrera militar a la edad de 14 años, alistándose en los ejércitos del Gran Duque de Alba para la invasión de Portugal. En 1584 se alistó en las galeras de Sicilia y apenas dos años después, cuando su padre muera en octubre de 1586, recibirá como herencia 500 ducados y una casa, poco pero algo típico de aquel entonces para los segundones de casas nobles. En 1588 Pedro de Tassis es nombrado veedor general del ejército de Flandes. Era familia lejana de Carlos Coloma, así que accedió a llevárselo como entretenido con una paga de 40 escudos en el ejército de Alejandro Farnesio.

Los Tercios: Las Formaciones


Los Tercios fueron sin duda alguna la mejor fuerza de combate de los siglos XVI y XVII. Esto fue posible gracias no solo a los soldados que los componían; hombres forjados para la guerra como no había otros en Europa, sino también por lo innovador y revolucionario de sus tácticas de combate, cuyo origen se remontaba a los tiempos del Gran Capitán.

Hoy en día cuesta imaginar cómo era la vida de los soldados de los tercios. Aguantar las penosas condiciones a las que estaban sometidos; el frío, el calor, el hambre, la sed, la falta de pagas... y sobre todo el miedo, algo inevitable cuando rompía el combate. Cervantes, en su inigualable Don Quijote de la Mancha, escribía: "sonaba el duro estruendo de espantosa artillería; acullá se disparaban infinitas escopetas, cerca casi sonaban las voces de los combatientes". Para hacer frente a tales adversidades sería fundamental el entrenamiento y la disciplina, de tal manera que el soldado fuese capaz de aprender y desarrollar las tácticas de combate y mantener el orden en los momentos más complicados de la batalla.

Por tanto los tercios van a desarrollar, a través de dicho entrenamiento y disciplina, una serie de tácticas que los van a convertir en perfectas máquinas de guerra. Algunas de las enseñanzas obtenidas con las tácticas que el Gran Capitán desarrolló durante las Guerras italianas serán el empleo combinado de las fuerzas por mar y tierra; la movilidad de la infantería, capaz de avanzar por cualquier terreno; el uso masivo de las armas de fuego; las formaciones en profundidad, capaces de maniobrar con gran ventaja sobre los enemigos; y la importancia de la elección del terreno. El elemento esencial desde el cual van a partir estas tácticas se encuentra en las formaciones. Los tercios van a desarrollar principalmente tres tipos de formaciones: de batalla, de marcha y de guarnición.