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España en la Guerra de los 30 Años (Parte VII. Fase Sueca 1632-1633)


Tras la derrota católica en Lech Gustavo se dirigió a Ingolstadt, plaza fuerte bávara a las orillas del Danubio. La idea era tomar esta ciudad y Ratisbona, asegurando así Baviera, pero Maximiliano, siguiendo los consejos de Tilly, había reforzado las defensas de ambas ciudades y las había guarnecido con abundantes y buenas tropas de forma que, cuando los suecos se plantaron ante ellas, no pudieron tomarlas. 

Al León del Norte solo le quedaba saquear Baviera, cosa que hizo durante el mes de mayo. Especialmente violento fue el saqueo de Múnich, ocurrido a mediados de mes. Por su parte Wallenstein, que había sido llamado nuevamente por el emperador en diciembre de 1631, logró reunir para mayo un ejército de unos 50.000 soldados. Su propósito era dividir el ejército protestante para lo cual marchó contra Bohemia con unos 30.000 hombres tomando Praga a finales de mayo. Controlada Bohemia y Silesia, Wallenstein se dirigió al norte invadiendo Sajonia, mientras que Pappenheim avanzaba por Westfalia, haciendo que Jorge Juan solicitase ayuda urgente a Gustavo ante la posibilidad de quedarse atrapado entre los dos ejércitos católicos.

Gustavo llegó a Nuremberg al frente de 10.000 infantes, 9.000 caballos y 70 cañones a finales de junio, y apenas una semana después Wallenstein se plantaba ante los muros de la ciudad con 27.000 infantes y 13.000 caballos más un tren de artillería de 80 piezas. Allí, a las puertas de la ciudad se libró una guerra de desgaste durante todo el verano, sin que ambos ejércitos chocasen frontalmente, tan solo escaramuzas de menor relevancia. Pero la inmovilización de las fuerzas de Wallenstein en Nuremberg hizo que Juan Jorge y Arnim invadiesen Silesia. Baltasar de Marradas plantó cara a la avalancha sajona pero la superioridad de los enemigos era demasiado grande, por lo que tuvo que ceder Breslau a primeros de septiembre y adoptar una guerra de guerrillas con la que ir mermando poco a poco a las fuerzas de Arnim.

-Las acciones españolas en la frontera y el ejército católico de Westfalia en el verano de 1632

1632 había comenzado con un ejército francés de 23.000 hombres avanzando hacia Tréveris para cooperar con los suecos en la toma de la fortaleza de Ehrenbreitstein, en la margen derecha al este de Coblenza. A su vez en junio Federico Enrique de Nassau lanzó una ofensiva con la esperanza de provocar el levantamiento de las provincias del sur. Con 24.000 infantes y 5.000 caballos siguió el curso del Mosa y tomó Venlo, Sittard y Roermond, para después sitiar la ciudad de Maastricht. Este ataque violaba la neutralidad del Obispado de Lieja, lo que podía implicar la incursión holandesa en una guerra contra el emperador, algo que Federico Enrique quería evitar a toda costa. Isabel Clara Eugenia requirió la presencia de Fernández de Córdoba para detener el avance holandés. Córdoba envió a Carlos Coloma, su maestre de campo general, a buscar a Pappenheim. 

Pappenheim había sido nombrado general del ejército católico en Westfalia. En realidad más que un ejército eran un puñado de tropas dispersas bastante desmoralizadas y faltas de paga. Pappenheim se estableció en Hameln, en el río Weser, y se encontraba amenazado al sureste por Guillermo de Hesse-Cassel, al norte por el duque Jorge de Brunswick-Laneburg, y al este por el general Baner. No gozaba por tanto el general alemán de una buena posición. España había enviado varias fuerzas en apoyo de los católicos que incluían el regimiento de infantería española de Silva, el regimiento hispano-alemán de Stechenberg, y diversos regimientos valones, como el de Gil de Haas, el de Hatzfeld, el de Moriame o el de Pallant. Con estos refuerzos pudo reunir un contingente de unos 8.000 hombres y cruzar el Rin para ayudar a los españoles, cuyos subsidios eran imprescindibles para que el emperador siguiera con la guerra. 

Para cuando se juntaron los ejércitos español y alemán, Maastricht estaba plenamente rodeada. Además pronto se vio que Pappenheim iba por libre y no hacía caso de las órdenes de Córdoba, quien en teoría ostentaba el mando, lanzando un ataque irracional contra las fortificadas posiciones holandesas. La artillería de Federico Enrique barrió el ataque de los católicos sin que éstos pudieran siquiera alcanzar las líneas exteriores protestantes. El 17 de agosto se tenían que retirar; el 20 los holandeses volaban los muros de Maastricht, y el 23 tomaban la ciudad. Para el 5 de septiembre había caído también Limburgo, quedando de esta forma aisladas las posiciones españoles en el Bajo Rin y Westfalia. 

Ante la ausencia de Pappenheim el duque Jorge de Brunswick-Luneburg lanzó un ataque con 18.000 hombres sobre Calenburg y Duderstadt, para caer más tarde sobre Wolfenbuttel, a la que puso sitio. Pero Geleen, un competente general católico, había organizado bien sus defensas allí, y para cuando llegaron los protestantes a mediados de julio el asalto sobre la plaza era prácticamente imposible. A su vez el general protestante Baudissin avanzó hacia Paderborn, sitiándola el 11 de agosto. El conde Jobst von Gronsfeld, general alemán instruido por Tilly, acudió raudo a levantar el asedio con unos 3.000 hombres. La sola cercanía de un contingente así hizo que Baudissin se retirase ante la falta de los refuerzos prometidos por el duque Jorge, acuartelándose en Hoxter el 2 de septiembre.

-El contraataque católico. La Batalla del Alte Veste

Wallenstein no quedó satisfecho con la estrategia del gobernador español Baltasar de Marradas en su defensa de Bohemia y envió una fuerza de 8.000 hombres al mando de Holk, un comandante danés de su confianza para rechazar el avance sajón. Por su parte Gustavo Adolfo logró reunir nada menos que 28.000 infantes, 17.000 caballos y 180 cañones que habían ido aportando a lo largo del verano los hermanos Sajonia-Weimar, Baner y Oxenstierna. Con estas fuerzas el rey sueco quería asaltar la posición fortificada de Wallenstein. Ésta se encontraba sobre una loma a unos 6 kilómetros al suroeste de Nuremberg y su lado oriental era el que ofrecía más posibilidades de un asalto, así que Gustavo se lanzó contra esa posición el 31 de agosto, cruzando el río Rednick el 1 de septiembre. En ese momento comenzó un duelo artillero que, como era de esperar, ganaron los suecos.

Éstos aprovecharon la noche para avanzar posiciones ocupando los alrededores del bosque del Alte Veste, una fortaleza en ruinas en lo alto de una colina, donde estaban concentradas las tropas católicas, y desplegándose para el combate. Sobre las 9 de la mañana del día 3 de septiembre los suecos avanzaron recibiendo una feroz lluvia de fuego desde las posiciones católicas. Gustavo, confiado en exceso, había dejado atrás la prudencia y la planificación y se había lanzado frontalmente contra la posición elevada que defendía Aldringer con los regimientos de infantería de Beck y del español Contreras, reforzados con varios regimientos más enviados por Wallenstein. La artillería católica causó estragos entre los asaltantes, que apenas podían subir la colina sin refugiarse en los recodos del terreno, árboles o rocas existentes, perdiendo de esta manera la formación. Aldringer lo vio y mandó a la caballería de Billehe y de Cronberg cargar contra la infantería del rey.

Los caballos de Cronberg deshicieron la Brigada Blanca por completo y causaron numerosas bajas en la Azul y la Sueca. Gustavo maniobró para no perder su infantería y envió a la caballería de Leib Hesse junto a varios cientos de mosqueteros, logrando detener el empuje de los jinetes católicos. Aldringer envió a Fugger con su fuerza de caballería pero fue rechazado por el fuego sueco, cayendo herido y prisionero de los protestantes. El ala izquierda sueca, con Guillermo de Sajonia-Weimar a la cabeza, lanzó tres poderosos ataques contra el Alte Veste, pero Aldringer logró rechazarlos uno a uno cargando al frente de sus hombres. La derecha protestante cargó entonces logrando tomar varias posiciones avanzadas, pero la lluvia que durante toda la tarde y la noche cayó les impidió seguir avanzando. 

A la mañana siguiente Gustavo se dio cuenta de la inutilidad de seguir atacando y decidió salir de allí en buen orden con su caballería protegiendo la retirada de la infantería. Los suecos habían tenido unas 2.500 bajas entre muertos y heridos mientras que los católicos apenas hubieron de lamentar 400 muertos y medio millar de heridos. Fugger acabó muriendo y Torstensson fue capturado, lo que supuso un duro golpe para el León del Norte. La suerte de Gustavo estaba cambiando y el 16 de septiembre perdió un convoy vital para su ejército. Más de 150 carros con todo tipo de suministros caía en manos católicas y en las semanas siguientes desertaron más de 10.000 hombres. 

Grabado del Alte Veste

-El camino hacia Lutzen. El final de Gustavo. 

Gustavo Adolfo había perdido muchos efectivos pero aún así su ardor guerrero seguía intacto y no dudó en presentar batalla con los 20.000 infantes y 7.000 caballos que aún le quedaban, pero Wallenstein sería quién decidiera cuándo y cómo combatir, por lo que no entró en el juego del rey sueco. Pasaron varias semanas hasta que Gustavo se marchó de Nuremberg una vez que Wallenstein había enviado a Gallas contra Juan Jorge de Sajonia. Mientras tanto Gustav Horn estaba bien situado en el Rin, conquistando a finales de verano las plazas de Trarbach y Coblenza, así que Gustavo quiso tomar Suabia. La inteligencia imperial era excelente y Wallenstein estaba enterado de los planes suecos por lo que ordenó a Pappenheim abandonar Westfalia y tomar Sajonia para de esta forma aislar al ejército real. 

Sucedía que en Westfalia los católicos habían tomado la iniciativa en el otoño. El general valón Jean de Merode lograba contactar con Geleen y juntos levantaron el asedio al que el duque Jorge tenía sometido Wolfenbuttel el 4 de octubre. Pappenheim había recibido ya las órdenes de Wallenstein de acudir en su ayuda, pero quiso tomar la ciudad de Hildesheim antes de partir. El 7 de octubre el ejército católico rodeó las murallas de la villa y comenzó a martillearlas con su fuego de mortero, rindiéndose la ciudad el día 9. Tras organizar sus fuerzas y dejar en Wesfalia a Gronsfeld y Merode para contener al duque Jorge, Pappenheim partió el 22 de octubre hacia Sajonia. Porque Wallenstein sabía que Sajonia era la clave. 

Si Gustavo perdía Sajonia quedaría aislado del norte de Alemania por lo que emprendió una larga marcha para enfrentarse a Wallenstein. Más de 600 kilómetros en apenas dos semanas hicieron que más de la mitad de su caballería se perdiera. El 15 de octubre Wallenstein atacó Sajonia. El conde Heinrich von Holk tomó Leipzig. Matthias Gallas hizo lo propio con Görlitz mientras que Wallenstein se dirigió a Dresde. Juan Jorge había pedido ayuda al rey, que se dirigía a toda prisa desde Suabia, reuniéndose el 2 de octubre con Bernardo de Sajonia-Weimar en Erfurt, al este de Sajonia. Una vez organizadas sus fuerzas, que ascendían a unos 20.000 hombres, marcharon al este internándose en territorio sajón y tomaron Naumburg donde esperarían que Juan Jorge llegase con más hombres. 

Pero las noticias de que Wallenstein se retiraba a sus cuarteles de invierno animó a Gustavo a marchar sobre Leipzig. Pappenheim se encontraba en Halle, al noroeste de Leipzig, con unos 5.000 hombres, incluyendo el tercio español de Silva, el regimiento hispano-alemán de Stechenberg y las unidades valonas enviadas por España para apoyar a Fernando, por lo que el rey sueco se dirigió contra él para neutralizar esa amenaza. Wallenstein había sido previsor y había dejado a Rodolfo de Colloredo al frente de unos 500 hombres vigilando los pasos y en cuanto vio aparecer al ejército sueco el 15 de noviembre envió despacho urgente a Wallenstein, mientras se preparaba para contener el avance en el arroyo de Rippach. Allí fue capaz de retener durante más de dos horas a los suecos dando el tiempo necesario a que el general imperial pudiera prepararse para la batalla. 

El lugar elegido por Wallenstein fue Lutzen, enclavada entre dos arroyos, el Muhlgraben y el Flossgraben. Dispuso a Holk en el ala izquierda con 3.600 caballos, destacando los coraceros de Octavio Piccolomini, un destacamento de 150 mosqueteros y 7 cañones. El centro lo reservó para él con 6.600 infantes, 400 caballos y 31 cañones desplegados en 2 escalones, mientras que en el ala derecha se situó Colloredo con 1.850 caballos y 600 infantes. Además dejaba en reserva a unos 2.500 infantes y 1.000 caballos. El ejército sueco se desplegó como solía hacerlo, con Gustavo en el ala derecha, dividida en dos escalones que sumaban unos 3.000 caballos, 1.000 infantes y 10 cañones. El centro, dividido igualmente en dos escalones, lo mandaba Knyphaussen y contaba con 11.000 infantes de sus famosas Brigadas, 300 caballos y 48 cañones. Por último el ala izquierda era para Bernardo de Sajonia-Weimar, con otros 3.000 cañones, 1.000 infantes y 10 cañones más.

A las 11 de la mañana del 16 de noviembre los imperiales comenzaron a abrir fuego con sus cañones. La niebla de la mañana había retrasado la salido de los suecos por lo que Gustavo estaba muy impaciente y ordenó marchar a toda prisa. Los infantes protestantes se toparon con una serie de zanjas irregulares que los católicos habían cavado para entorpecer el avance del enemigo. La derecha sueca cargó contra el ala izquierda de Holk, el centro sueco, tras superar los obstáculos, logró entablar combate con los hombres de Wallenstein mientras que la izquierda sueca presentaba las mayores dificultades dado el humo que habían prendido los hombres de Colloredo y que entorpecía la visión de sus oponentes. La llegada de Pappenheim con 2.700 infantes y 2.300 caballos cambió la situación, haciéndose inmediatamente cargo del ala izquierda imperial. 

El empuje católico surtió efecto e hizo retroceder a las fuerzas de Gustavo. Piccolomini cargó duramente y con éxito sobre el flanco sueco. Las brigadas del rey cargaron contra la caballería del italiano, haciéndole retroceder en buen orden. Alrededor de las 13 horas la niebla había vuelto a copar el campo de batalla cuando una bala de cañón alcanzó a Pappenheim en el pecho; el brillante comandante católico cargaba al frente de sus jinetes cuando un certero disparo de un cañón ligero sueco le golpeó violentamente en su coraza y le provocó una fuerte hemorragia interna que lo hizo agonizar durante varios minutos hasta que se ahogó en su propia sangre. Por su parte Gustavo había ido a socorrer a su centro, el cual se encontraba en serios aprietos, cuando un disparo de pistola le hirió por la espalda haciéndole caer de su caballo. 

Los hechos fueron narrados por su fiel escudero Leubelfing, tal y como relata William P. Guthrie en Batallas de la Guerra de los Treinta Años- Éste se quedó con el rey todo el tiempo, incluso cuando los coraceros de Piccolomini se les echaron encima y le dispararon tanto a él como a Gustavo, herido en la cabeza y posteriormente apuñalado en repetidas ocasiones. El León del Norte, apenas unos minutos antes considerado invencible, yacía muerto ahora en los campos de Lutzen. La noticia se esparció como el polen entre las filas católicas, eufóricas ante la desaparición de un enemigo tan peligroso. Pero los suecos volvieron a la carga negando que su rey estuviese muerto. 

El contragolpe protestante fue brutal. El centro se salvó gracias a la aparición de Holk con refuerzos, pero el ala izquierda estaba en serios apuros ante el empuje de la caballería sueca. El ejército de Wallenstein corría el riesgo de ser envuelto cuando pasadas las dos de la tarde la vanguardia sueca descubrió el cadáver de su rey. El impacto psicológico fue tremendo. Nadie podía dar crédito a lo sucedido mientras el escudero Leubelfing relataba a duras penas lo sucedido y los soldados subían a uno de los carros el cuerpo sin vida de Gustavo Adolfo. En ese momento Piccolomini cargó hasta en siete ocasiones con su pequeña fuerza de coraceros con decisión entre la derecha y el centro sueco, hasta ponerlos en retirada, siendo herido en 6 ocasiones y perdiendo 5 caballos en aquellos lances. 

Sobre las 15.30 horas, y con Bernardo de Sajonia-Weimar al mando, los protestantes volvieron a la carga poniendo en serios apuros el ala derecha imperial. Tan solo la aparición de Piccolomini evitó el desastre. A partir de ahí se sucedieron una serie de ataques y contraataques que dejaron agotados a ambos bandos, cesando los combates alrededor de las 17 horas, una vez que la oscuridad hizo su aparición. Wallenstein, agotado mentalmente por la batalla decidió dar la orden de retirada, a pesar de las protestas de comandantes como Reinach, quien se había hecho carga del regimiento de infantería de Pappenheim. A las 22 horas la retirada hacia Leipzig se había completado en buen orden, reuniéndose en la ciudad con las tropas de Gallas. 

Muerte de Gustavo Adolfo. Por Carl Wahlbom

Ambos ejércitos reclamaron la victoria. Los católicos se jactaban de haber capturado 36 banderas, capturar gran parte del bagaje sueco y sobre todo, de haber matado al rey. Por su parte los suecos argüían haberse adueñado del campo de batalla. La realidad es que los católicos no solo conservaban la moral, sino que tras unirse a las fuerzas de Gallas sumaban un total de 22.000 hombres, mientras que los suecos apenas contaban con 15.000 hombres y su moral estaba francamente dañada. Ambos ejércitos perdieron un número similar de hombres, contando unas cinco o seis mil pérdidas, aunque aún no hay datos suficientes. 

-La guerra en 1633 tras la muerte de Gustavo

La muerte de Gustavo supuso un duro golpe para los protestantes. Francia dejó de enviar ayuda económica tras Lutzen. Ahora el canciller Oxenstierna, mano derecha del difunto rey, se encontraba ante el dilema de decidir el sucesor de éste. Bernardo de Sajonia-Weimar pidió tener todos los ejércitos protestantes bajo su mando pero el hábil canciller rechazó la propuesta y maniobró bien. En marzo de 1633 se aseguró el apoyo de los príncipes protestantes alemanes en Heilbronn, y nombró a Bernardo general de los ejércitos de Suabia y Franconia, mientras que Gustav Horn, el favorito de Oxenstierna, se uniría a él desde Alsacia, Johan Baner traería el cadáver del monarca a Suecia, el duque Jorge de Luneburg quedaría con su ejército en la Baja Sajonia y el landgrave Guillermo haría lo propio en Westfalia, mientras que en Silesia el mando de las tropas protestantes lo ostentaría el general Thurn. Por su parte, las mejores unidades suecas se emplearían en defender Pomerania y Mecklenburg. 

Con la Liga de Heilbronn constituida en abril y la situación tan delicada en los Países Bajos, la gobernadora Isabel Clara Eugenia intentó alcanzar la paz con los holandeses, pero el astuto y sibilino Richelieu maniobró con sobornos y subsidios de guerra para que Federico Enrique siguiese con su ofensiva, siguiendo por el Mosa con 16.000 hombres tomando los cruces sobre el Rin en las cercanías de Rheinfeld, poniendo en fuga a las fuerzas de la Liga Católica existentes en Lingen, que se acabaron concentrando en Cleves. Por su parte en Westfalia había quedado Gronsfeld y Merode con las pocas fuerzas que les había dejado Pappenheim. Para junio tenían disponible un ejército de casi 10.000 infantes, unos 4.000 caballos y 150 cañones, dirigiéndose entonces hacia Hamelín, a orillas del río Weser, donde el duque Jorge se había lanzado a atacar. 

El 7 de julio de 1633 las tropas del duque Jorge, con 37 cañones, 6.000 caballos y unos 8.000 infantes se agruparon en Hessich-Oldendorf, a unos pocos kilómetros al norte de Hamelín. Para esa noche los ejércitos estaban frente a frente, y al amanecer del día siguiente estaban ya formados para la batalla, la mayor que tendría lugar en Westfalia durante la guerra. El ejército católico formó con Gronsfeld en el ala derecha con unos 1.300 caballos y 1.600 infantes. El centro lo ocupó Merode con el grueso de la infantería, algo más de 5.200 hombres, un escuadrón de caballos y 12 cañones. La izquierda la comandaba Geleen con más de 2.000 caballos apoyados por unos 1.300 infantes, mientras que en la reserva se situó Bonninghausen con unos 1.500 infantes y 1.400 caballos. 

Por su parte el ejército protestante formó con el duque Jorge mandando su ala derecha, que contaba con 2.000 caballos de los regimientos suecos de Gothland y Sodermanland, y 800 infantes apoyados con 5 cañones. El mando del centro recayó en el general sueco Lars Kagge, quien tenía a su disposición los veteranos regimientos Amarillo y Azul y 32 cañones. El ala izquierda estaba dirigida por el barón Knyphausen ayudado por el barón Peter Melander, quienes tenían a su disposición más de 4.000 caballos alemanes y fineses. Para finalizar los protestantes dejaron en reserva a unos 800 caballos y 1.100 infantes bajo el mando del general Uslar. Las fuerzas estaban parejas en cuanto a hombres, pero la superior artillería sueca era evidente. 

Grabado de la batalla de Oldendorf

A eso de las 8 de la mañana del día 8 de julio empezaron a rugir los cañones. Una hora después los mosqueteros de Merode se internaron en un bosquecillo para sorprender al centro sueco, pero fueron detectados por los hombres del Regimiento Amarillo. Superiores en número, los suecos los pusieron en fuga mientras avanzaban hacia la posición de Geleen. Así las cosas los cañones de ambos ejércitos seguían rugiendo, con notable ventaja para los suecos dada su superioridad numérica. El avance de los suecos sobre la derecha católica se completó con la carga de los caballos del duque Jorge, deshaciendo la resistencia católica en esa posición. A su vez Knyphausen avanzó para flanquear a Gronsfeld, mientras que Merode adoptaba una fuerte posición defensiva. La resistencia fue numantina pero nada podían hacer los católicos ya que habían sido envueltos ya por la izquierda sueca. 

Alrededor de las 11 de la mañana Merode cayó muerto y la resistencia católica se deshizo, comenzando una desbandada que llevó a los pocos que pudieron huir a refugiarse en Minden. Los católicos contaron unos 3.000 muertos y 1.000 heridos, perdiendo 74 banderas y los 12 cañones. Las bajas protestantes apenas llegaron a 700. Hamelín cayó en manos del duque Jorge el 18 de julio y después Osnabrück, que sería la principal base de los suecos durante una década. Mientras esto sucedía el hábil Oxenstierna buscaba la intervención holandesa en Alemania. Para ello se valió de Guillermo V de Hesse-Kassel, quien guardaba buenas relaciones con Federico Enrique, y envió un contingente de casi 4.000 hombres a finales de julio para apoyar la causa holandesa. Pero Federico Enrique no aceptó la ayuda por entender que ésta se debía a la falta de sustento de aquellas tropas en territorio de Westfalia. 

-La diplomacia y la intervención española

La guerra estaba ya siendo demasiado larga y el hastío hacía mella en todos, incluso en el beligerante Wallenstein. Éste, afectado física y psicológicamente buscaba convencer a Brandeburgo y Sajonia de que abandonase la causa sueca, llegando incluso, aunque no se sabe a ciencia cierta, a ofrecer la revisión del Edicto de Restitución y concesiones territoriales a los suecos en Pomerania, como afirma Peter H. Wilson. No fructificaron aquellos intentos y además se ganó la desconfianza del emperador. A mediados de mayo de 1633 Wallenstein se puso nuevamente en marcha con un ejército de 25.000 hombres para reunirse en la Alta Silesia con Matthias Gallas y atacar a Arnim. Éste fue capaz de retirarse a Schweidnitz y repeler el ataque del general imperial a comienzos de julio. 

España cada vez estaba más molesta con los devaneos de Wallenstein, no obstante desde mayo de 1632 el primero alférez y luego diplomático y fraile capuchino Diego de Quiroga llevaba subsidios de guerra al emperador y actuaba como enlace entre Wallenstein y la Corte. El conde duque de Olivares buscaba terminar de una vez la guerra en Alemania y que el emperador pudiera concentrarse en devolver la ayuda prestada por España. Además Olivares tenía en mente reabrir el Camino Español, cerrado al paso en 1632. Para ello envió al gobernador de Milán Gómez Suárez de Figueroa, III duque de Feria, partir en mayo de 1633 y llevar con él al Cardenal-Infante Fernando de Austria, hermano de Felipe IV, para que ocupara el gobierno de los Países Bajos. 

A comienzos de agosto partió el duque de Feria al frente de un ejército de unos 10.000 hombres: destacando el Tercio napolitano de Torrecusa, y el lombardo de Paniguerola, y lo hacía sin Fernando, que se encontraba convaleciente y marcharía en cuanto se hubiese recuperado. El duque de Feria atravesó la Valtelina sin que las conspiraciones del cardenal Richelieu pudiesen evitarlo. El sur de Alemania era el objetivo prioritario de los españoles, controlado en aquel momento por Bernardo de Sajonia y Gustav Horn, quienes amenazaban seriamente la posición de Maximiliano de Baviera. Notoria era la enemistad del bávaro con Wallenstein, hasta el punto de que incluso el general imperial se negó a enviar a Aldringer a Baviera a pesar de recibir órdenes del emperador. Si bien ante la reiteración imperial Wallenstein accedió a deshacerse de uno de sus mejores generales, se plantó ante la posterior solicitud de más ayuda. 

De igual forma Wallenstein se mostró reacio a recibir la ayuda del duque de Feria, lo que terminó de convencer al emperador de que su gran general tramaba algo. Fernando envió a Heinrich Schlick, presidente del Consejo de Guerra Imperial a mediados de agosto para recabar toda la información posible sobre los movimientos y planes de Wallenstein. Por su parte a Baviera había llegado Aldringer al frente de más de 10.000 hombres, justo cuando Bernardo de Sajonia tomaba Múnich. El avance sueco sobre los dominios de Maximiliano se frenó en seco cuando un motín estalló entre las tropas por los impagos que éstas venían sufriendo desde la batalla de Breitenfeld. La inoperancia de Wallenstein hizo que los católicos no pudieran explotar aquellas circunstancias y Horn, tras derrotar en Pfaffenhofen el 11 de agosto a las fuerzas de Carlos de Lorena, se dirigió a Constanza el 18 de agosto para ponerla sitio.

La marcha de Horn dio un respiro a los bávaros y Aldringer reaccionó recuperando Neuburg el 11 de septiembre y marchando hacia Suabia para unirse a los españoles y levantar el asedio al que estaba sometido Constanza desde el 8 de septiembre. Al fin, el día 29 se encontraron Aldringer y el duque de Feria en Ravensburg y se lanzaron contra Horn quien, advertido de la presencia de los católicos aceleró sus planes y ordenó ataques casi suicidas contra la ciudad, pero todos los intentos fueron en balde. El 3 de octubre tuvo que levantar el asedio y huir antes de ser atrapado por la pinza que preparaban Aldringer y Figueroa. Acto seguido los católicos levantaron el sitio de Breisach y forzaron la retirada de Horn. Por su parte Wallenstein capturaría a Thurn en la batalla de Steinau a comienzos de octubre. 

Mientras esto sucedía Francia invadía Lorena con un poderos ejército a las órdenes del mariscal La Force, tomando Nancy el 25 de septiembre. Los actos de depredación del ejército francés fueron atroces e innumerables. En Baviera la situación se complicaba con la llegada de Bernardo a Donauwerth en octubre. Desde allí partió hacia el este para poner sitio a Ratisbona, situada entre Múnich y Nuremberg, a comienzos de noviembre. Con una fuerza de 12.000 hombres rindió la ciudad el 14 de noviembre lo que supuso un duro golpe al prestigio imperial y sumió en la desolación la parte oriental de Baviera, a merced de los abusos protestantes. Fernando II estalló; Wallenstein se había negado a socorrer a Maximiliano una vez más y ahora quería la cabeza del gran general. 

1633 iba a finalizar con las tropas católicas debiendo de buscar unos cuarteles de invierno donde descansar su ejército, que se estaba deshaciendo por la peste. Maximiliano no permitió que entrasen en Baviera, aún iracundo por la negativa de Wallenstein a prestarle ayuda, y Fernando accedió a regañadientes a dejarles entrar en la Baja Austria y Salzburgo, aunque posteriormente el arzobispo de la ciudad les prohibió entrar a pesar del deplorable estado de aquel ejército y el padecimiento de muchos de sus hombres. A esto se le sumó el levantamiento del campesinado en muchas zonas de Alemania, hastiados de la guerra. El principal objetivo de éstos eran los suecos, aunque también descargaron su furia contra los imperiales a los que acusaban de no protegerles, incluyendo los maltrechos soldados del ejército de Aldringer y del duque de Feria, quien enfermó a finales de año. De este modo terminaba el año con los suecos aún como señores de los campos alemanes. 

Gustavo Adolfo de Suecia

Albrecht von Wallenstein

Gustavo V de Hesse Kassel


Bernardo de Sajonia-Weimar



2 comentarios:

  1. Un par de veces se citan miles de cañones, se han debido de ir un par de ceros.
    Muy buen artículo. Menuda cantidad de movimientos y ir y venir de ejércitos no me extraña que los campesinos acabaran hartos.

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    1. Tiene razón. Ya lo he corregido, en una se me había ido un cero de más y en otra escribí erróneamente cañones en lugar de caballos. Muchas gracias por avisar.

      La Guerra de los 30 Años es un conflicto apasionante y complejo, con numerosos ejércitos sobre el tablero, y el destrozo y la muerte que dejaron tras de sí fue ingente. Un saludo.

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