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La Guerra de Devolución (Parte II)

 


El ejército español de Flandes había conseguido levantar el asedio de Terramunda, donde los franceses sufrieron su primera derrota en la Guerra de Devolución, contando unas 5.000 bajas, y derrotar a los caballos del marqués de Marines en las cercanías de Charleroi, pero Luis XIV aún contaba con un potente y numeroso ejército de maniobra en los Países Bajos. 

Castel-Rodrigo también se atrevió a lanzar un pequeño ataque desde Cambrai sobre la plaza de Ribemont, muy próxima a San Quintín, donde las tropas españolas se apoderaron de bastante munición, pólvora, vituallas e incluso se apresó a varios personajes de relativa importancia. Los franceses entendieron que el ejército de Flandes no era el de comienzos de siglo, pero aún era capaz de plantar cara en plazas con buenas defensas y lanzar ofensivas localizadas para debilitar al enemigo. 

Luis XIV no se podía permitir que los sucesos de primeros de agosto se repitieran por lo que ordenó a Turenne volver hacia el sur y tomar la plaza de Lille, debiendo unírsele el cuerpo del marqués de Marines. Ahora todo el ejército francés se empeñaría en una única empresa. Luis XIV no quería sorpresas y encontrarse con otro Terramunda que pudiera mermar más los recursos disponibles y minar la moral de su ejército. 

-El asedio de Lille y la pérdida y recuperación de Alost.

Lille era una importante ciudad del sur de Flandes fronteriza con el territorio francés. Tenía una población numerosa y una guarnición aceptable, aunque no suficiente, y estaba situada en la margen izquierda del río Deûle, La ciudad no contaba con las fortificaciones adecuadas para resistir un largo e intenso fuego de artillería, algo que los franceses conocían bien, por lo que las opciones de resistencia pasaban por aguantar hasta que un ejército de socorro pudiera llegar. 

Los franceses llegaron a las afueras de Lille el 10 de agosto en un goteo incesante de hombres y materiales que se completó alrededor del día 14 de ese mes. La plaza estaba gobernada por Felipe Carlos Federico de Spínola, conde de Brouay, perteneciente a la célebre casa italiana, quien había enviado ya emisarios a Castel-Rodrigo solicitando socorro urgente, pues todo el ejército francés se había empeñado en la toma de Lille. De momento, y para retrasar lo máximo posible el avance enemigo, la táctica usada por el gobernador sería la de ordenar salidas puntuales, principalmente de noche, y entorpecer al máximo los trabajos de sitio. 

La noche del 15 al 16 de agosto, por ejemplo, se lograron destruir varias líneas de las obras de circunvalación con las que los franceses pretendían aislar la plaza. Así mismo entre ésta y la siguiente noche los españoles pusieron fuera de combate varias compañías de caballos franceses, incluyendo la de Guardas del Rey, causando centenares de muertos entre ellas y apresando a unos 200 enemigos, como así se atestigua en la correspondencia enviada desde Bruselas. 

Pero los franceses seguían a lo suyo y continuaban con paso firme con las obras de asedio. Para el 20 de agosto ya tenían listas cuatro baterías artilleras y las trincheras de aproximación a los muros de Lille estaban casi completadas. Por su parte los españoles apenas pudieron enviar medio centenar de granaderos desde Cambrai, a la espera de poder reunir el tan ansiado ejército de socorro. Esta entrada de tropas solo pudo lograrse gracias a un formidable ataque de diversión realizado por los españoles sobre el cuartel del príncipe de Mónaco, en el que causaron algunos cientos de bajas entre muertos y heridos. 

El rey empezaba a impacientarse y Turenne ordenó avanzar a toda prisa sobre los muros de la ciudad mientras la artillería seguía haciendo su trabajo. Como resultado de esto los franceses llegaron a las murallas de Lille a primera hora del día 24 de agosto. Exhaustos y desorganizados fueron presa fácil de una salida de las tropas defensoras que les causaron casi un millar de bajas. Pero el ejército invasor contaba con una cantidad ingente de hombres por lo que podía remplazar las bajas sin problemas, mientras que los españoles padecían cada vez más penurias y dependían exclusivamente de un socorro exterior. 

Luis XIV en el asedio de Lille

La enconada defensa por parte de la guarnición y de los ciudadanos que formaron la milicia local, hicieron creer a Castel-Rodrigo que Lille podía aguantar hasta la llegada del ejército de socorro que había organizado y puesto bajo las órdenes del conde de Marsin. Pero era una misión casi imposible, puesto que la artillería francesa estaba causando estragos en las murallas y la propia ciudad, provocando incendios, destrozos y multitud de bajas. La situación era desesperada para los defensores que no podían resistir más. 

De esta manera el 28 de agosto los franceses se habían hecho con diversas medias lunas y se plantaron ante una de las puertas de acceso a la ciudad, la cual tomaron tras una encarnizada lucha contra los defensores. La suerte ya estaba echada para Lille, por lo que el consejo de la ciudad pidió al conde de Brouay rendir la ciudad antes de que el enemigo la tomara por asalto. Tras reunirse con sus capitanes, el gobernador de Lille negoció la rendición de la ciudad siempre y cuando permitiese salir a sus tropas sin daño alguno y con sus banderas desplegadas. 

De esta manera ese día salían las tropas españolas de la ciudad de Lille y los franceses la ocupaban. El rey ordenó al marqués de Vauban que reconstruyera sus defensas y proyectara una ciudadela. El genial ingeniero militar proyectó una ciudadela en forma de estrella de cinco puntas de unas 1.700 hectáreas en el noroeste de la ciudad. Aprovechando las marismas del río Deûle la ciudadela se rodeó por canales de agua, lo cual le ofrecía una protección formidable. Los trabajos de construcción de la ciudadela se prolongaron hasta el año 1670. 

La rendición de Lille cayó como un jarro de agua fría en el gobierno de Bruselas. El propio Castel-Rodrigo, que se enteró días después de la toma de la ciudad por los franceses, acusó al conde de Brouay de falta de valor y de determinación en la defensa de tan importante plaza, pero la opinión de la Corte de Madrid era bien distinta, ya que se le concedió el Toisón de Oro por aquella defensa que causó numerosas bajas en el ejército francés y retrasó durante dos semanas su avance. 

El 31 de agosto, llegaba el conde de Marsin con el ejército de socorro español. Más de 10.000 hombres llegaban a las inmediaciones de Lille sin saber que sus compañeros de armas habían rendido la ciudad apenas tres días después. Por desgracia para los españoles Turenne había situado un ejército de protección del asedio a cargo del marqués de Marines y éstos no pudieron llegar a la ciudad. El cerco que habían desplegado los franceses era demasiado fuerte y Marsin no pudo romperlo y hubo de retirarse hacia sus cuarteles en Gante. 

Pero el infortunio aún debía cebarse más con las maltrechas fuerzas españolas cuando fueron sorprendidas en su retirada a Gante. Una fuerza de 6.000 caballos franceses emboscó a la caballería hispana que cubría la retirada del grueso de sus fuerzas y que estaba formada por unos 3.500 jinetes. La victoria francesa fue amplia, causando cerca de 700 u 800 bajas entre muertos, heridos y prisioneros. En esta batalla destacaron los coraceros alemanes de Baden y Ringrave, y un regimiento de caballos españoles, que pelearon hasta la extenuación a pesar de la huida de parte de la caballería valona, posibilitando que la infantería pudiera retirarse a Gante. 

La propaganda francesa explotó, como era costumbre en ella, convenientemente la victoria, exagerándola y abultando las cifras de bajas españolas. Además la captura del teniente general de caballería Antonio de Córdoba, el sargento mayor Bernardo de Salinas o el coronel alemán Ringrave, contribuyeron a acrecentar la leyenda de una contundente victoria. El desánimo se apoderó de las distintas poblaciones de Flandes y de las propias tropas hispanas, que aún esperaban recibir refuerzos desde España. 

Victoria de la caballería francesa sobre Marsin. Tapiz de Le Brun

-La guerra de guerrillas y la campaña de invierno.

Con todas las fuerzas francesas disponibles empeñadas en la toma de Lille, los españoles habían recuperado la villa de Alost mediante un asalto llevado a cabo por la compañía de caballos del capitán Francisco Arizavala. Pero Turenne no iba a perder aquella plaza, situada estratégicamente entre las ciudades de Gante, Amberes y Bruselas, por lo que organizó rápidamente un ejército y ordenó que partiera inmediatamente a recuperar Alost. 

La tarde del 11 de septiembre apareció la fuerza francesa. La apabullante superioridad numérica del enemigo no amilanó al capitán Arizavala que, junto a apenas un centenar de hombres, defendió la plaza durante un día entero hasta que, a petición de los propios ciudadanos, las tropas españolas abandonaron en mitad de la noche Alost. Los franceses, temiendo que se pudiera volver a repetir tal situación, decidieron demoler las murallas de la plaza. 

El otoño se echaba encima y las tropas francesas empezaban a sufrir deserciones y bajas por enfermedad. Además la población local no les era muy afecta, sobre todo en el campo, por lo que muchos soldados franceses fueron atacados por partidas de caballos del ejército español y milicias locales e incluso campesinos, que veían cómo sus campos eran arrasados por la rapiña de las tropas de Luis XIV. Además debían guarnicionar las plazas conquistadas por lo que las fuerzas francesas de maniobra mermaban diariamente. 

De este modo Turenne, necesitado de obtener suministros, organizó un breve saqueo de pequeñas villas en el norte, desatando el pánico entre muchas poblaciones de la zona. El gobernador Castel-Rodrigo, consciente de la complicada posición para muchas villas que carecían de guarnición para su defensa, consintió la declaración de neutralidad de muchas de ellas. Tras esa breve campaña de saqueo de finales de septiembre Turenne ordenó dirigirse al sur del Henao y plantar allí sus cuarteles de invierno, si bien un cuerpo de ejército se dirigió a Luxemburgo a invernar.

Mientras todo esto ocurría, en España se había tratado de organizar un ejército de socorro desde junio. Para dirigirlo se había confiado en Juan José de Austria, el más valioso general español del momento, pero éste, que ya había sufrido varias derrotas en la campaña de Portugal, no quería ver más comprometida su reputación, considerando que aquella era una misión imposible de realizar. De esta manera se retrasó sine die la fecha de partida hacia Flandes. Por otra parte los esfuerzos diplomáticos de España se centraron en Inglaterra y Holanda, las cuales recelaban del aumento de poder de Francia. Ambas naciones no se decidían a prestar apoyo directo a España, por lo que los franceses pudieron seguir teniendo las manos libres para actuar en Flandes. 

Las escaramuzas a pequeña escala se sucedieron durante el final del otoño y el invierno. La caballería francesa hacía salidas rutinarias controlando el terreno y saqueando cuanto pudiera. En una de estas partidas más de 3.000 jinetes galos sorprendieron al marqués de Conflans, quien se dirigía con una fuerza de algo más de 1.000 infantes españoles y valones y unos 400 caballos alemanes a Cambrai, a invernar en sus cuarteles. Desbaratada la caballería alemana los infantes españoles y valones se quedaron solo ante los franceses, aguantando brillantemente una y otra vez cada carga de los jinetes enemigos hasta tal punto que éstos se tuvieron que retirar tras padecer más de 500 bajas. Se distinguió el propio Conflans, que fue herido en los combates. 

Los franceses siguieron con su campaña de saqueos y de exigencia de contribuciones a su causa, ordenando el propio rey la incautación de todos los bienes de aquellos sospechosos de apoyar la causa española. La rapiña francesa llegó a tal punto que muchos pueblos, agotados económica y materialmente, no pudieron contribuir más y en represalia los franceses los saquearon e incendiaron. No distinguían las tropas de Luis XIV entre pueblos, ciudades, granjas o iglesias; nada se escapaba de su codicia y su salvajismo. 

En su intento por obtener el máximo dinero posible los franceses se internaron más al noroeste, en tierras controladas por los españoles, y tomaron el fuerte de Kenoque, que controlaba el paso de los canales por los que discurría el tráfico fluvial de Ypres a Nieuwpoort. De igual forma trataron de tomar Givet y la fortaleza de Charlemont, en la margen izquierda del río Mosa, pero la escasa guarnición y la población local se defendieron con uñas y dientes y los franceses tuvieron que desistir. 

Durante todo el invierno los franceses trataron sin éxito de cortar la comunicación entre Bruselas y el resto del país, sin obtener éxito alguno. Uno de los intentos más sonados fue el del asedio de Genappe, en el centro del triángulo formado por Bruselas, Mons y Namur. Francia empeñó en aquella tarea casi 10.000 soldados y varias piezas de artillería, y desde principios de febrero se puso con el sitio de la plaza. Todos los intentos de asalto eran desbaratados por la experimentada guarnición española, pero la inminencia de un acuerdo de paz y el refuerzo de tropas y artillería por parte del enemigo, que bombardeó sin descanso durante 8 días la ciudad, hicieron que la guarnición se rindiera finalmente a mediados de marzo. Esta toma fue considerada ilegal, puesto que las negociaciones ya se habían establecido formalmente, por lo que Francia devolvió la plaza a España un mes después. 

-La campaña del Franco Condado.

Luis XIV quería sacar el máximo rédito posible a su invasión; conquistar el mayor número de plazas y territorios supondría tener una mejor posición negociadora en los futuros acuerdos de paz. De esta manera Francia organizó una campaña sobre el Franco Condado. Este territorio español, adquirido por la herencia borgoñona, lindaba con la Baja Borgoña francesa y estaba rodeado por Alsacia, Lorena y Suiza. Estaba vinculado a los Países Bajos pero separado geográficamente por el ducado de Lorena. 

El Franco Condado apenas contaba con tropas para su protección, ya que había existido siempre un pacto tácito de no agresión con Francia por el cual se respetaba ese territorio, incluso en las guerras que ésta había lidiado con España. Además pocos, o más bien ninguno, dentro del Consejo de Guerra español podía esperar un ataque francés en pleno invierno, de tal modo que el Franco Condado se encontraba aislado y desprotegido. 

El ejército que debía entrar en el Franco Condado estaba compuesto por algo más de 14.000 soldados y diversas piezas de artillería, y estaba dirigido por el príncipe Condé. Éste había sido condenado a muerte y sus posesiones fueron confiscadas por su oposición al rey en la Guerra de la Fronda, aunque con el Tratado de los Pirineos se ganó el perdón real. Ahora, nueve años después de la última vez que dirigía un ejército, se le confiaba el mando para tomar el Franco Condado. Luis XIV le dio instrucciones precisas e incluso organizó otra fuerza encabezada por él mismo para unirse a Condé.

Mapa de la invasión del Franco Condado


Luis XIV fue informado de una alianza entre Inglaterra, Suecia y las Provincias Unidas para detener su invasión de los Países Bajos. No le prestó atención el rey francés y el 2 de febrero marchó con su ejército desde Saint-Germain para unirse a las fuerzas de Condé que se concentraban en el norte de Dijon, al noroeste de la ciudad de Gray. Los espías franceses se habían internado a principios de año en el Franco Condado para hacerse una composición de las defensas y los hombres. De esta forma comprobaron que entre las cuatro grandes fortalezas, la de Besançon, Gray, Dole y Toux, apenas disponían de 700 soldados, a la que había que sumarle una fuerza de 1.000 hombres levantada por las propias ciudades del condado.

El 4 de febrero las fuerzas franceses penetraron en el Franco Condado lanzándose contra la plaza más oriental, la de Besançon. Inmediatamente la provincia ordenó levas y reclutó a marchas forzadas casi 7.000 milicianos, pobremente armados y con poca o ninguna preparación militar. Condé tomó el 7 de febrero la plaza de Besançon sin tener que usar su artillería. La ciudad abrió sus puertas ante el temor de un asedio y posterior saqueo por parte de los franceses. Paralelamente a esto un cuerpo de ejército a cargo del general François Henri de Montmorency prosiguió su avance hacia el suroeste de la provincia y tomó Salin. 

Después de esto los franceses se concentraron en conquistar Dole. Esta ciudad se negó en un principio a capitular, dada su firme adhesión a la corona española. Los franceses comenzaron con el asedio, en el que el mismo rey se presentó para dar ánimos y moral a sus tropas. Las fuerzas defensoras resistieron durante 5 días en los que las bajas francesas ascendieron a más de 500 soldados muertos. Pero la defensa era inútil y, ante la amenaza de asalto y saqueo, la ciudad se rindió el 14 de febrero. La ocupación de Dole supuso la confiscación por parte de los franceses del dinero del impuesto a la sal, cifrada en unos 100.000 escudos que Luis XIV repartió entre sus exultantes soldados. 

El 19 de febrero las fuerzas francesas se hicieron con la última de las plazas fuertes, la de Gray, tras la rendición del marqués de Yennes y del gobernador de la plaza a Luis XIV. El 21 de febrero la totalidad del Franco Condado estaba ocupada, y el rey francés regresó triunfal a Saint-Germain. La campaña había durado tan solo 17 días, y las bajas en el bando francés fueron mínimas, apenas las sufridas en el asedio de Dole. Las razones de la poca resistencia podemos encontrarlas en la simpatía hacia los franceses por parte de los habitantes de la provincia, la ineptitud de Yennes, quien no usó a las milicias, ni cerró los pasos montañosos o destruyó los puentes con los que podía haber retrasado el avance francés. 

Pero la realidad era que el avance francés hubiera sido imposible de contener. La superioridad numérica y técnica de los franceses quedaba muy lejos de lo que los españoles habían aportado en la provincia en las últimas décadas. Con estos territorios y, ante la formación de esa Triple Alianza a la que se unió España, Francia se planteó la posibilidad de firmar un tratado de paz, aprovechando su ventajosa posición en la negociación. Turenne y Condé se mostraron partidarios de continuar la guerra, probablemente subestimando la capacidad de España y de sus nuevos aliados. 

Sin embargo el ministro de finanzas francés, Jean Baptiste Colbert, no era de la misma opinión. Éste, junto al canciller Hugues de Lionne, informaron al rey del peligro que suponía para las arcas del reino la continuación de una guerra contra varios enemigos. 18 millones de libras se habían gastado hasta ese momento en una campaña que, salvo alguna aislada excepción, había sido un paseo militar. Una coalición entre esos cuatro países supondría un coste inasumible para Francia, además de las escasas o nulas posibilidades de salir victoriosa, más aún cuando España había firmado el 13 de febrero del Tratado de Lisboa con Portugal, quedando libre para centrarse en una guerra con su rival del norte. 

Luis XIV se decidió finalmente a firmar la paz, consciente del peligro que suponía proseguir la guerra. Para finales de marzo se acordó un alto el fuego entre los contendientes y a mediados de abril se reunieron en Saint-Germain. Después, a finales de mes, se reunió una junta presidida por el nuncio del Papa en la ciudad de Aquisgrán, donde finalmente se firmó la paz el 2 de mayo de 1668. 

La Paz de Aix-la-Chapelle reconoció las conquistas francesas aunque obligó a éstos a devolver el Franco Condado que, antes de marcharse, destruirían las fortalezas de Dole y Gray. De igual modo los franceses hubieron de retirarse de los Países Bajos españoles, pero conservarían las ciudades de Lille, Oudenarde, Courtrai, Tournai, Douai, Furnes, Armentiers, Alost, Ath, Binche, Bergues y Charleroi. España por su parte obtendría el compromiso de Inglaterra y Holanda y de defender los Países Bajos españoles de cualquier nuevo intento francés de conquista. La Guerra de Devolución había llegado a su fin. 

Mapa tras el Tratado de Aix-la-Chapelle

El Gran Condé

Luis XIV, rey de Francia








4 comentarios:

  1. Estrategia salami. Poco a poco Luis XIV iba conquistando lo que le interesaba.

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    1. Exacto. Francia pasó a ser la potencia hegemónica desde mediados del siglo XVII. Económica y demográficamente tenía capacidad para levantar cuantos ejércitos precisase.

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  2. Me sorprende que España plantease cara finalmente de forma bastante acertada, claro está que distan bastante de los ejércitos de Felipe IV de los años 40 o 50, pero da gusto ver a España luchando como David frente a Goliath. Hay un libro muy interesante que estoy deseando leerme: los últimos tercios de Davide Maffi, en el que explica de forma muy detallada la capacidad del ejército español de hacer frente a la Francia de Luis XIV. Muy buen post me encanta este blog 😁👍

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    1. Muchas gracias. Un placer leerle, como siempre. El último libro de Maffi es muy bueno y desmonta los mitos de la flaqueza del ejército hispánico en tiempos de Carlos II. Claro está que no podíamos competir con un gigante como Francia ya en esa época, pero siempre estuvimos por encima de aliados nuestros en aquel momento, como los holandeses, ingleses o imperiales.
      Un saludo.

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