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La Recuperación de la Isla de San Martín


El 1 de julio de 1633 los defensores de la fortaleza holandesa de la isla de San Martín, en las Antillas, izaban la bandera blanca rindiéndose a las tropas españolas del almirante Lope de Hoces tras un asedio de 8 días.

Tras la pérdida de la Armada de Nueva España, rendida por el almirante Benavides en 1628, las flotas inglesas y holandesas comenzaron a apoderarse de pequeñas islas en las Antillas, sumándose poco después los franceses, que empezaban a tener una presencia naval no desdeñable. Para primeros de agosto de 1629 la Armada de Tierra Firme estaba lista para zarpar y su protección le fue encargada a la Armada del Océano, compuesta de 11 galeones y cuyo mando lo ostentaba Fadrique de Toledo. Para septiembre la flota española recalaba en la isla de las Nieves, en las Antillas, recuperándola para poco después hacer lo mismo con la isla de San Cristóbal, un poco más al norte. De esta forma los españoles arrebataban las islas a los corsarios ingleses y franceses que las ocupaban. 

Continuaron de este modo las Flotas de Indias haciendo sus viajes sin mayores contratiempos salvo en el año 1632. La falta de fondos hizo que solo zarpase una reducida flota de Tierra Firme y de Honduras, con poco más de 14 galeones y algunos buques de menor calado. Pero en España los planes pasaban por recuperar el control de las Antillas y la ruta de las Indias, cuya principal amenaza radicaba en la isla de San Martín, que albergaba una flota de corsarios holandeses que estaban causando serios daños a los intereses españoles. De esta manera en Cádiz se reunieron las armadas que iban para Tierra Firme, Nueva España y Honduras para poner solución a tal problema. 

La Armada de Tierra Firme tenía como capitán general a Lope Díaz de Armendáriz, marqués de Cadereyta, quien tenía por almirante a Carlos Ibarra, como general de flota a Luis Fernández de Córdoba, y como maestre del Tercio de Galeones a Luis de Rojas y Borgia. La Armada de Nueva España tenía por capitán general a Lope de Hoces y Córdoba. Su almirante era Francisco Díaz Pimienta; Juan de Vega Bazán su general de flota y el maestre de la Infantería de Armada era Lope de Rozas y Córdoba. Por último la Armada del Mar Océano y de Honduras estaba comandada por el general Nicolás de Masibradi, quien estaba asistido por el almirante Luis de Aguilar y Manuel. El mando de la impresionante fuerza naval compuesta por 55 navíos, de los cuales 24 eran de guerra, lo ostentaba el capitán general López Díaz de Armendáriz, teniendo por segundo a Lope de Hoces.

Para desembarcar en la isla de San Martín la flota española contaba con una fuerza de 1.700 hombres del Tercio de Galeones, así como 500 hombres distribuidos en 4 compañías del Tercio del Mar Océano. A comienzos de mayo los preparativos estaban listos y en Cádiz se agrupaban soldados y marinos dispuestos a partir a la mayor brevedad, haciéndose a la vela el 12 de mayo de 1633. La travesía atlántica discurrió sin contratiempos, llegando a la isla de San Bartolomé, a algo más de 30 kilómetros al sudeste de San Martín, el día 22 de junio. La isla se encontraba prácticamente desierta aunque en ese momento en su puerto se hallaban 6 corsarios holandeses de los cuales tan solo pudo ser apresado uno, debiendo poner el resto en sobre aviso a la población corsaria holandeses que se encontraba en el punto de mira español.

De esta forma el 24 de junio, cuando la flota española llegó a las aguas de San Martín, los holandeses tenían una magnífica posición defensiva, dominada por la fortaleza, construida en 1630, cercana al puerto de la bahía sur de la isla, que había sido reforzada por 22 piezas de artillería. Un ataque en ese punto constituía un desgaste muy elevado para las tropas españolas, al margen del peligro que podían correr los buques, expuestos al fuego enemigo. Los españoles, siguiendo los usos y costumbres de la época, enviaron una delegación con Benito Arias Montano al frente, para negociar una rendición de la isla. El gobernador holandés, Jan Claeszoon van Campel, les recibió de manera exquisita, rindiéndoles todo tipo de honores y colmándoles con cuantos agasajos se podían disponer en aquellos parajes. 

A la oportuna recepción le siguieron las conversaciones, muy cordiales, que incluso tuvieron un brindis por el rey Felipe IV. Pero el gobernador holandés se mostró dispuesto a cumplir con sus obligaciones militares hasta el final, por lo que la delegación española, tras despedirse cortésmente, volvió a sus buques a informar al capitán general del resultado de la negociación y, como no podía ser de otra forma, de las defensas de que disponía el enemigo. De esta forma los general españoles supieron que la fortaleza estaba defendida por unos 150 holandeses y algo más de 50 antillanos. Tras celebrar consejo se tanteó de forma tímida el cañoneo de la fortaleza por parte de los buques de guerra españoles, respondiendo los holandeses con sus 22 piezas al abrigo de los fuertes muros de la fortaleza, y contando los españoles 7 bajas. 

A la vista de la imposibilidad de obtener una rápida victoria por ese método, Lope de Hoces propuso desembarcar hombres en una costa cercana a la bahía de San Martín, y lejos del alcance de los cañones enemigos. De esta forma se logró desembarcar en poco tiempo 1.300 soldados y 2 cañones en el lugar escogido. La fuerza la mandaba el propio Hoces, quien tenía como segundo al maestre de campo del Tercio de Galeones Luis de Rojas. Una vez en tierra, Hoces decidió dar un rodeo, protegidos por una espesa jungla que ocultaba sus movimientos, para caer sobre la fortaleza por su retaguardia. Si bien es cierto que el camino era arduo y casi impracticable, prueba de ellos fueron las 16 bajas que tuvieron las tropas españolas en estos avances, era la única opción de tomar la posición holandesa con toda garantía. 

Mapa de las Antillas

Tras un enorme rodeo en el que atravesaron pantanos y un espeso follaje, los españoles asomaron por fin por la retaguardia holandesa, siendo inmediatamente avistados por los vigilantes enemigos, quienes dieron la voz de alarma y pronto un nutrido fuego de artillería y mosquete cayó sobre los asaltantes. El propio Lope de Hoces fue herido en un brazo, debiendo intervenirle poco después un cirujano que le amputó el brazo para salvarle la vida. Pero ni esto amedrentó un ápice al curtido general español, quien dirigió personalmente el ataque, escogiendo el lugar idóneo donde emplazar las 2 piezas de artillería que traía consigo. 

Esa misma noche una pequeña embarcación holandesa con 10 hombres fue apresada por las patrullas de vigilancia españolas. De esta manera el capitán general pudo saber que desde San Cristóbal, que había vuelto a ser ocupada por corsarios franceses y holandeses tras su conquista y posterior abandono español, se habían enviado correos a las distintas islas de las Antillas solicitando socorro para San Martín. Los apresados holandeses advirtieron a sus captores de que en esas aguas había más de 100 barcos corsarios, de los que al menos 40 eran buques de combate con una potencia de fuego aceptable. 

Aunque era improbable que los distintos buques corsarios de aquellas aguas se unieran y acudieran al socorro de San Martín, los españoles aceleraron los trabajos de asedio de la fortaleza, desembarcando y transportando hasta sus posiciones otros cuatro cañones más y abundante munición y pólvora. Las tropas españolas comenzaron a adelantar sus líneas para efectuar disparos más certeros y demoledores, en unos trabajos que duraron un par de días y que se cobraron la vida de varios de los soldados. Una vez estuvo lista la nueva batería, los seis cañones españoles empezaron a escupir fuego causando grave daño en los muros y el interior de la fortaleza. 

Se llevaban 7 días de intensos combates cuando los españoles lograron adelantar sus trincheras hasta llegar a distancia de mosquete, abriendo brecha en los muros aquella misma tarde. Reunido Lope de Hoces con sus oficiales se acordó tomar la fortaleza mediante un asalto general para el día siguiente, 1 de julio. Pero los holandeses, viendo imposible resistir y sabedores de que el único final que les esperaba si no se rendían era la muerte, en la mañana del día del asalto, y tras resistir un asedio de 8 días, enviaron un parlamentario portando bandera blanca y acompañado de un tambor. El gobernador holandés pedía que les dejasen salir con todas sus armas, pero Lope de Hoces, tras consultarlo con el capitán general Armendáriz, se negó, autorizando solo a portar sus armas al gobernador van Campel, mientras que el resto de sus hombres saldrían sin ellas. 

Los holandeses habían perdido más de la mitad de sus hombres; tan solo quedaban con vida 62 de ellos y 15 antillanos, aunque el gobernador, que se encontraba mal herido, había cumplido con su palabra de resistir cuanto pudiera. Por la parte española también se contaron varias decenas de muertes, incluyendo la de un sobrino del marqués de Santa Cruz, muerto por un certero disparo de mosquete, pero era un precio bajo en comparación con la presa que acababan de hacer. 

De vuelta a los buques, Lope de Hoces y el resto de mandos celebraron consejo de guerra para tomar decisiones con respecto a la isla de San Martín. De este modo se acordó reconstruir y reforzar la fortaleza de la bahía sur o comunicar los puertos del sur y del norte mediante un sistema de caminos que mejorasen la comunicación entre uno y otro extremo de la isla. También se acordó mejorar las defensas de la isla dejando cuatro cañones de 24 libras, cuatro medios cañones de 18 libras y cinco o seis cañones de 12 libras, que se sumarían a las 22 piezas que los holandeses dejaban en su retirada. 

Además se dejó en la isla una compañía de infantería con 250 hombres bajo el mando del capitán Cebrián de Lizarazu, quien se encargó de dirigir los trabajos de fortificación propuestos en el consejo de guerra. Por su parte las Armadas de Indias continuaron su viaje dirigiéndose a los puertos previstos. En febrero de 1634 llegó sin contratiempos la Armada y Flota de Tierra Firme, mientras que la Armada de Nueva España haría lo propio en diciembre de 1634. 

La toma de la isla de San Martín, aunque pareciera una cuestión baladí, era un logro de gran importancia estratégica, como se demostraría con la disminución de ataques corsarios en esas aguas en los siguiente años, y el empeño de los holandeses por recuperarla en diversas ocasiones. La más importante de ellas tuvo lugar en 1644 cuando el gobernador holandés de Curazao, y uno de los hombres fuertes de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, Peter Stuyvesant, trató de tomarla con una potente flota. A pesar de la enorme superioridad numérica de los holandeses, el capitán español Diego Guajardo logró mantener la isla, resultando herido el propio Stuyvesant. 

No sería hasta la firma del Tratado de Münster, en 1648, cuando los españoles abandonaron la isla cediéndola a los holandeses, que debieron pugnar en las siguientes décadas duramente con ingleses y franceses por su control. Una muestra más de la gran importancia geoestratégica que tuvo en su momento la isla. 

Ataque español a la isla de San Martín, por Juan de la Corte

Detalle del desembarco

Lope Díaz de Armendáriz

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