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Batalla de Nördlingen. Análisis de la victoria de los Fernandos.



Entre el 5 y el 6 de septiembre de 1634 los ejércitos hispano imperiales obtenían una contundente victoria en las cercanías de la ciudad alemana de Nördlingen frente al temible ejército sueco y sus aliados alemanes protestantes. Una victoria que supuso, o al menos así se ha vendido, el final del mito de la maquinaria bélica puesta en marcha por Gustavo Adolfo de Suecia, y una inyección de moral en las maltrechas fuerzas del Emperador, que encadenaban una serie de fatídicas derrotas en Breitenfeld, Lech o Lützen. 

En primer lugar hay que analizar el estado del ejército sueco y sus aliados alemanes a finales del verano de 1634. El rey Gustavo Adolfo había muerto apenas dos años antes, en noviembre de 1632, y las tropas suecas habían extendido sus líneas sobremanera, aunque seguían teniendo la iniciativa operacional y el control estratégico. Los protestantes desplegaban en Alemania varios poderosos ejércitos. Por un lado el del mariscal Gustaf Horn, el brillante político y mariscal sueco que se encontraba operando en la región de Suabia. Guillermo, duque de Sajonia-Weimar, se hallaba con sus fuerzas en Turingia, mientras que su hermano Bernardo estaba en Franconia. Estas tres eran las principales fuerzas protestantes en Alemania, pero no las únicas.  

Cristhian I, conde Palatino de Birkenfeld, mantenía un ejército desplegado en las cercanías del Rin, en la región de Renania, mientras que Jorge de Brunswick-Luneburg ocupaba la región de Westfalia. Por su parte, el agrio Arnim se encontraba con sus hombres en Sajonia. Las rivalidades existentes entre los protestantes alemanes y el cada vez más poderoso imperio sueco iban en aumento, a pesar de los incontables esfuerzos del canciller Axel Oxenstierna por mantener la alianza lo más unida posible. Esta dispersión de fuerzas, entre las que hay que contar una cadena de innumerables plazas fuertes guarnicionadas desde Suiza hasta el Báltico, ejercía un control ilusorio sobre Alemania, control que, tras la caída de Wallenstein, general imperial, se pondría en duda por las fuerzas católicas. 

En cuanto a las fuerzas católicas, éstas, como se acaba de señalar, ya no estaban bajo el control del todopoderoso general, que había sido asesinado en Eger tras su más que posible intento de cambio de bando tras perder el favor imperial por sus fracasos militares. El ejército imperial ahora pasaba a estar comandado por el brillante general austriaco Matthias Gallas, asistido por el hijo del propio emperador. Esta fuerza se encontraba en Pilsen y estaba compuesta, según muestra tomada antes del verano de 1634, por 15.000 infantes, 9.000 caballos y 1.500 dragones, más cinco regimientos de jinetes croatas. Por su parte, en Baviera se encontraban por un lado las fuerzas propias de Baviera, y por otro un cuerpo de ejército imperial bajo el mando del general Aldringer, más los restos del ejército hispánico de Alsacia del duque de Feria.

Pero el más importante de los ejércitos del bando católico, no tanto por el número sino por la calidad de sus tropas, estaba aproximándose a Alemania desde Milán. Lo mandaba el cardenal-infante Fernando, y en su camino hacia Flandes, había sido puesto al servicio del emperador tras las negociaciones del conde de Oñate, enviado por el conde duque de Olivares, con los principales consejeros imperiales y bávaros. Este ejército se componía de algo más de 9.200 infantes, entre los que destacaban dos tercios de infantería vieja española, dos tercios de veteranos napolitanos y otros dos de veteranos lombardos. Acompañaban a los infantes una fuerza de 2.000 caballos y 500 dragones y habían salido en junio de Italia para reunirse con las fuerzas imperiales de Gallas. 

- El camino a Nördlingen

Las aspiraciones de Olivares de restaurar la hegemonía española en el Rin pasaban por expulsar del sur de Alemania a las fuerzas protestantes, y que el emperador pudiera así enviar hombres para nutrir las fuerzas hispánicas en Flandes. El plan, negociado por Oñate, pasaba por fijar a las fuerzas protestantes en Sajonia, conservar las regiones de Bohemia y Silesia, controlada por el ejército imperial de Rodolfo de Colloredo y el de su hermano Jerónimo, y pasar a la ofensiva en Franconia y Suabia contra las fuerzas de Bernardo y Horn. El objetivo era destruir las dos principales fuerzas protestantes que habían invadido Baviera el año anterior, y acabar con sus principales generales, así que antes de verano las fuerzas imperiales y bávaras se pusieron en marcha unas semanas antes de que el cardenal-infante partiera de Milán, con Diego Mexía Felipe de Guzmán, marqués de Leganés, como segundo al mando. 

El ejército del cardenal-infante cruzó La Valtelina por las nevadas cumbres del paso del Stelvio, y se unió a los restos del Ejército de Alsacia del difunto duque de Feria a comienzos de agosto, contando ahora con unos15.000 infantes y casi 4.000 caballos. Desde Munich deberían cruzar sin ser advertidos por los protestantes de la región. Este hecho es importante remarcarlo ya que los espías venecianos, siempre atentos a cualquier movimiento español, habían informado puntualmente a los franceses de la salida del ejército del cardenal-infante y el marqués de Leganés. Francia, aunque oficialmente no se encontraba en guerra, llevaba años maniobrando contra el poder de los Habsburgo y, por supuesto, contra los intereses de la Corona Española. 

Por todos era conocida su colaboración indirecta con lo rebeldes holandeses y los protestantes alemanes, a los que proporcionaba grandes sumas de dinero. El siempre hábil y sagaz cardenal Richelieu, enviaba puntualmente los fondos tan necesarios para que la Liga de Heilbronn, encabezada por Suecia, pudiera levantar ejércitos de manera continua. Merece especial atención este hecho, puesto que Francia, a pesar de ser un país católico, llevaba más de un siglo maniobrando contra la Iglesia Católica y su principal valedor, España, lo que le llevó en numerosas ocasiones a aliarse con otomanos y protestantes sin problema alguno. Richelieu no sería una excepción en la tradicional política de anteponer los intereses políticos a los religiosos, a pesar de ser calificado como traidor a la Iglesia. 

Vista de Heilbronn, ciudad libre.

En cambio, España, "luz de Trento, espada de Roma", tal y como la definiría Menéndez Pelayo, no entendía la política sin la religión, quedando todos los aspectos de ésta supeditados a la fe. El conde duque no vaciló a la hora de apoyar a la Francia de Richelieu en su lucha contra los hugonotes, de tal modo que en 1627, y aún habiendo constancia del envío de dinero francés a los protestantes, envió una flota de casi 40 buques a bloquear el puerto de La Rochelle, bastión de los hugonotes franceses. Hasta ese punto llegaba la "ingenuidad" española. Nada se había aprendido en más de un siglo de conflictos casi constantes con el vecino del norte. 

Las principales fuerzas protestantes, las comandadas por Bernardo y por Horn, se reunieron en Ulm a mediados de agosto, con la vista puesta en cazar al ejército bávaro imperial del archiduque Fernando, pero habían calculado mal los tiempos y las intenciones católicas. Tras rendir la ciudad bávara de Donauwörth, el 16 de agosto, Gallas avanzó hacia el oeste cayendo sobre Nördlingen la noche del 17 al 18, comenzando con el asedio de la plaza de manera inmediata a pesar de que su ejército no se hallaba al completo. Las fuerzas protestantes avanzaban hacia el este para interceptar a los católicos, por lo que los comandantes protestantes se asentaron en Bopfingen, una pequeña población a unos 15 kilómetros al oeste de Nördlingen, mientras debatían si atacar las posiciones católicas al otro lado del río Eger. 

Finalmente decidieron esperar, librando pequeñas escaramuzas principalmente con la caballería ligera croata que inspeccionaba constantemente las praderas cercanas. Esta decisión de no plantar batalla de manera inmediata se antojó como un colosal error ya que, si bien es cierto que los protestantes esperaban los refuerzos prometidos por Oxenstierna, era de sobra conocida la pronta llegada del ejército del cardenal-infante, una fuerza demasiado poderosa como para dejar que se uniese a las tropas bávaras e imperiales. Horn y Bernardo contaban en ese momento con algo más 16.000 hombres, mientras que el ejército bávaro-imperial sumaba entre 18.000 y 20.000 hombres. Esta pequeña diferencia de hombres se vería reducida al sumarse el 28 de agosto 1.000 infantes procedentes de guarniciones cercanas bajo el mando del coronel Schaffelitzky, más unos 6.000 milicianos de Wurtemberg comandados por el coronel Liebenstein. 

Durante aproximadamente una semana, lo que tardó en llegar el ejército hispánico, los protestantes gozaron de superioridad numérica y pudieron haber plantado batalla contra las fuerzas del archiduque Fernando y Matthias Gallas, pero no lo hicieron, limitándose, como se ha dicho, a librar pequeñas escaramuzas con las fuerzas de reconocimiento católicas, como los combates del día 24, en que pusieron en fuga a los jinetes croatas y lograron meter un socorro en la plaza de casi 300 mosqueteros. La decisión de no atacar a las fuerzas de asedio antes de la llegada de los hispánicos es, sin duda alguna, muy controvertida. Al igual que hiciera Francisco de Melo casi una década después en Rocroi, permitir que el enemigo se asentase completamente en el campo de batalla se mostraría como un error decisivo. 

Entre tanto, el ejército hispánico hizo su aparición en el campamento bávaro-imperial el día 3 de septiembre, ante el júbilo de los soldados por la llegada de tan inestimable ayuda. Desde el campo protestante se pudieron escuchar las celebraciones católicas. El encuentro de los dos primos, los dos Fernandos, ocurrido un día antes, fue inmortalizado por el famoso pintor de la escuela flamenca Rubens. Desde ese día ambos trabaron una gran amistad y eso contribuyó a mantener los egos y las desavenencias de los principales comandantes católicos a buen recaudo y, de esta manera, dirigir las tropas en batalla de la manera más óptima y con los mejores resultados posibles. 

- El campo protestante y las discrepancias entre sus generales

Y es que Horn y Bernardo diferían en muchos aspectos tanto militares como personales. Horn era un general con grandes aptitudes operacionales, muy consciente de todo cuanto era necesario en una guerra como la que se estaba librando. Había sido mano derecha de Gustavo Adolfo, y a su muerte asumió el mando de las tropas suecas en territorio alemán. Reflexivo y cauteloso, pocas veces acometía batallas que no pudiera ganar de manera clara. Sus recelos hacia Bernardo habían ido en aumento desde la muerte del rey sueco, ya que estaba convencido de que el príncipe alemán solo cuidaba sus intereses y se aprovechaba de la alianza con Suecia para poder erigirse como amo y señor de Alemania. En la época de la batalla de Nördlingen, se podía afirmar que el recelo que sentía se había convertido en odio y desprecio, como así lo confesaría en más de una ocasión a los suyos. 

Por su parte Bernardo de Sajonia-Weimar era de carácter impulsivo y fanfarrón. Creía profundamente en sus capacidades militares, bastante elevadas en comparación con la mayoría de comandantes protestantes, y tenía una actitud agresiva que le había llevado a cosechar éxitos como los obtenidos en Lutzen. Sus desavenencias con Horn eran más que notorias, no dudando en menospreciarle cuando tenía ocasión, sobre todo desde que en 1633 fuera ascendido a comandante en jefe de las fuerzas protestantes. Su desmedida ambición y arrogancia le hizo creer erróneamente que podría vencer en cualquier situación, y sus discrepancias con Horn en los días previos y durante el transcurso de la batalla de Nördlingen, se antojarían decisivos en el resultado final de la misma.

Bernardo de Sajonia-Weimar, por van Mierevelt

Horn, mostrando su habitual cautela, quería esperar la llegada del conde Johann Cratz, que había servido en los ejércitos católicos hasta que, su ambición y falta de escrúpulos le llevó a ofrecer sus servicios a Bernardo. Éste llegaba con 3.400 hombres pero, lo que era más importante, el principal refuerzo llegaba en cinco o seis días y lo conducía el Rhinegrave Otto Louis de Salm, y lo formaba una fuerza de más de 6.000 hombres. Horn pensaba que si habían desaprovechado la oportunidad de atacar a los católicos antes de que el ejército hispánico se le uniera, ahora no pasaba nada si esperaban un refuerzo tan importante para recuperar la ventaja numérica, incluso aunque Nördlingen no resistiese, pues era preferible sacrificar una plaza que perder un ejército. 

De la misma opinión era el segundo de Horn, el conde Johann von Vitzthum, de familia sajona con una larga tradición militar. Se hizo a las armas del lado protestante por motivos puramente económicos, siendo nombrado coronel de las fuerzas de Cristian de Dinamarca durante la Fase Danesa de la Guerra de los Treinta Años. En Breitenfeld comandó una de las temibles y míticas Brigadas Suecas, la Blanca. Su fama de hombre de trato complicado y carácter irascible estaba bien merecida, pues no perdía la ocasión nunca en demostrar su lado más cruel. Aunque era un oficial bastante competente, tendía a desoír las órdenes que se le daban y a actuar por libre. 

Bernardo, en cambio, tildó la actitud de Horn directamente de cobardía. A su ya habitual impulsividad se le unía la situación de extrema necesidad que Nördlingen atravesaba. Bernardo estaba convencido de que la ciudad no podría resistir una semana, y probablemente así fuera, y por ello había que plantar batalla a la mayor brevedad posible. Finalmente fue la opción de Bernardo la que se impuso. Pero ni Bernardo ni Horn tenían una idea exacta del campo católico, ya que tanto los dragones como la caballería croata habían impedido a las fuerzas protestantes las necesarias labores de reconocimiento. Esta caballería cubría la zona norte de Nördlingen, aprovechando el curso del río Eger, cuyas orillas eran un auténtico lodazal que dificultaba cualquier movimiento. 

Tampoco tenían idea de cuántos hombres traía el ejército del cardenal-infante. Se sabe que hubo noticias en el cuartel de Bernardo de que "venían en socorro del rey de Hungría cuatro o cinco mil españoles e italianos descalzos", y que ante esta información el de Weimar fanfarroneó con los suyos asegurando que se los comerían. Estas informaciones, sin duda, debieron confundir al general sajón, quien reforzó de esta forma su confianza en las posibilidades protestantes. Es muy probable que buscase una batalla en la que acabase con el ejército católico y, de paso, erradicar el mito de la imbatibilidad de los tercios. 

De esta manera, y ante la inminente llegada de Cratz, simularían un movimiento de retirada hacia el oeste, hacia la ciudad de Ulm, pero en realidad virarían sorpresivamente hacia Neresheim, a poco más de 15 kilómetros al sur de su posición, donde se le unirían las fuerzas de Cratz. Bernardo estaba convencido que con esos nuevos hombres la victoria estaba a su alcance, por lo que en Neresheim los protestantes, para moverse más rápido, dejarían su bagaje custodiado por parte de las fuerzas de Wurtemberg, unos 2.000 milicianos, y desde ahí marcharían a toda prisa en dirección noreste, atravesando el bosque de Jura de Suabia, para entrar en el campo católico desde el suroeste. 

- El campo católico

Como ya se ha dicho, las fuerzas bávaras de la Liga Católica y las imperiales habían caído sobre Nördlingen tras su campaña de primavera y verano, donde habían tomado Ratisbona y Donauwörth. El 3 de septiembre se unía a estas fuerzas el ejército hispánico que, en su camino de Milán a Flandes, se había desviado para socorrer la causa imperial. Antes, el día 25 de agosto, se había tomado muestra en Múnich de las tropas que traía Fernando de Austria. Iban 3.250 españoles en dos tercios, el de Idiáquez y el del conde de Fuenclara. Marchaban 4.500 napolitanos distribuidos en cuatro tercios, los de Gaspar de Toralto, Pedro de Cárdenas, el príncipe San Severo y el marqués de Torrecuso. También iban tres tercios de infantería lombarda, el de Paniguerola, el del marqués de Lunato y el del príncipe Doria, que sumaban 3.100 infantes en total, y 4.500 alemanes de los regimientos de Salm y Wurmser. 

A los algo más de 15.300 infantes había que sumarles 1.080 caballos divididos en 23 compañías napolitanas y borgoñonas a las órdenes de Gerardo Gambacorta, y otras 26 compañías de caballos lombardos, napolitanos y borgoñones. A esto había que sumarle diez piezas de artillería. Esta fuerza, de por sí, constituía un temible ejército cuyo mando nominal recaía en el marqués de Leganés, un más que competente general procedente del duro teatro de operaciones de Flandes, donde se desempeñó como uno de los mejores oficiales del archiduque Alberto de Austria durante más de veinte años. Primo de Olivares, gozaba de un gran talento y visión, lo que se pudo apreciar en su prolífica carrera militar, tanto en Flandes como en Castilla, Italia o Cataluña. 

El ejército del cardenal-infante se constituía ahora como el principal cuerpo en la que iba a ser la batalla de Nördlingen. Le acompañaba el ejército bávaro de la Liga, comandado por el duque Carlos de Lorena tras la muerte de Aldringen. Era un general ciertamente capacitado pero carente de prudencia y de audacia, lo que le llevó a sufrir severas derrotas ante los protestantes y los franceses. Para la batalla contaba bajo su mando con unos 3.000 infantes, destacando el Regimiento de infantería Pappenheim, y cerca de 3.000 caballos, incluyendo coraceros, dragones y los arcabuceros a caballo de Johann von Werth, uno de los oficiales más competentes del bando católico, que había destacado previamente en el ejército hispánico.  

Retrato del marqués de Leganés, por Gaspar Crayer

Por último, las fuerzas imperiales estaban comandadas por Fernando de Hungría, quien contaba con 26 años de edad y poca experiencia militar, por lo que el mando nominal del ejército recaía en Matthias Gallas. Natural de Trento, en esa época región austriaca, comenzó su carrera militar al servicio de la Corona Española en el escenario de Flandes para, posteriormente, servir a las órdenes del conde de Tilly primero, y después de Wallenstein, demostrando gran capacidad. Tras la muerte de este último, asumió el mando del ejército imperial, lo que le llevó a aflorar sus inseguridades como jefe de ejército, debiendo sobrellevar el peso de la presión abusando del alcohol, lo que le llevaría a cosechar estrepitosas derrotas, principalmente en Pomerania contra las fuerzas suecas de Johan Baner. 

El ejército imperial se constituía de unos 5.000 infantes y 7.000 caballos. La caballería imperial, una poderosa fuerza que se antojaría decisiva en la batalla, estaba mandada por Octavio Piccolomini, duque de Amalfi, probablemente el mejor de los oficiales imperiales. Había empezado en el oficio militar con apenas 16 años, sirviendo de piquero en una compañía española. Para la batalla de la Montaña Blanca ya mandaba una compañía de caballos bajo las órdenes del conde de Bucquoy y, a partir de ahí, su carrera fue en ascenso dadas sus magníficas dotes para el arte de la guerra. Su papel en la batalla de Lützen fue crucial para mantener a flote el ejército imperial. 

Con todos los ejércitos católicos juntos en Nördlingen, no se perdió un minuto en batir las murallas de la plaza. Así, el 3 de septiembre, se empezó a batir con cuatro medios cañones y ocho culebrinas por tres partes de los muros hasta la noche, momento en se comprobó que se estaba batiendo demasiado elevado y se necesitarían escalas de al menos 20 pies de alto para salvar la falsa braga. Al día siguiente se tiró contra la falsa braga con nuevos cañones y se ofreció a la ciudad una rendición honrosa, pero ésta comenzó a hacer señales de humo para advertir lo delicado de su situación a las tropas protestantes, respondiendo los suecos con dos disparos, señal de que tardarían dos días en llegar hasta ellos y que debían resistir el máximo posible. 

Esa misma tarde los sitiadores lanzaron un ataque por tres sitios distintos, dos de ellos llevados a cabo por las fuerzas españolas y borgoñonas del ejército del cardenal-infante, y la otra por los infantes del duque de Lorena. El ataque duró unas tres horas y murieron casi 500 asaltantes, no prosperando por la falta de gente de refuerzo, pues se llegó a tomar una de las torres a la altura de la batería. El día 5 se celebró consejo temprano y se decidió llenar el foso de fajinas para facilitar el asalto en el que debían participar 100 infantes del Tercio de Idiáquez, otros 100 del conde de Fuenclara, otros tantos del príncipe San Severino, del marqués de Torrecuso, y otros 600 alemanes de los regimientos de Wurmser y Salm. Los trabajos comenzaron al tiempo que la artillería proseguía su castigo contra la muralla, pero a las 11 de la mañana llegó aviso de que el enemigo se aproximaba hacia el campo católico. 

- El encuentro de las fuerzas

Las fuerzas católicas se hallaban a poco más de medio kilómetro al sur de la ciudad de Nördlingen. El río Eger la bordeaba por el norte y el oeste, al este se extendía la llanura de Reis y al suroeste de ésta se hallaba una extensión boscosa conocida como Arnsberg, dentro de la denominada Jura de Suabia. Entre el Arnsberg y la llanura de Reis proliferaban los arroyos y se elevaban una serie de colinas que se extendían de sur a norte en forma de arco hasta Nördlingen. La primera de las cimas, la más meridional, era la colina del Albuch y, pegada a ella, se hallaba la de Heselberg. Desde ahí la cadena montañosa se abría paso hacia el noroeste, pasando por las cimas de Lachberg y Ländle, hasta llegar a la colina de Himmelreich, a cuyos pies se hallaba la villa de Utzmemmingen. A partir de ahí la formación se extendía suavemente hacia el sureste, hasta las inmediaciones de la ciudad. 

Los protestantes aparecieron por el suroeste con la intención de tomar las colinas y ganar así la posición elevada, y cortar las comunicaciones católicas con el río Danubio. El problema, y aquí está otro de los grandes errores cometidos por Horn y Bernardo, era que nunca tuvieron información precisa del campo de batalla, ya que sus partidas de reconocimiento salieron de noche y apenas pudieron observar una de las varias cimas existentes. Además, alrededor de las 11 de la mañana fueron sorprendidos por la caballería croata, por lo que los católicos quedaron prevenidos de la llegada del enemigo. En un primer momento Gallas, que había formado el ejército, pensó que los protestantes se habían retirado, y ordenó romper la formación para almorzar. El marqués de Leganés, haciendo gala de su extraordinaria previsión, dejó varias partidas de dragones, jinetes croatas y arcabuceros a caballo al sur de Utzmemmingen.

De esta forma, pasadas las tres de la tarde, la caballería católica descubrió a la vanguardia enemiga, que marchaba en columna en perfecto orden con los suecos a la cabeza. Los aproximadamente 500 caballos católicos combatieron con una fiereza inusitada, retrasando durante más de tres horas el avance protestante hasta que, pasadas las seis de la tarde, éstos se adueñaron del bosque de Arnsberg, y las colinas más septentrionales de Himmelreich, Lachberg y Ländle. Bernardo prosiguió con su avance, por lo que el conde Juan de Cervellón, a cargo de la artillería, reforzó a sus caballos enviando 500 mosqueteros y ocupando la cima de Heselberg. Una débil lluvia dificultaba en extremo el avance sueco, que debía mover la artillería, por lo que Horn no llegó a la colina hasta pasadas las diez de la noche, con más de seis horas de retraso con respecto a Bernardo. Ahora la batalla se decidía en las cimas del Heselberg y del Albuch. 

Llegada de las tropas protestantes al campo de batalla


El siempre atento marqués de Leganés había enviado a los regimientos de Wurmser y Salm para ocupar el Albuch a primera hora de la tarde, y levantar una serie de fortificaciones ya que sabía que la contienda se decidiría en ese punto. Horn, mientras tanto, envió unos 3.000 hombres para expulsar a los mosqueteros españoles del Heselberg, quienes, después de varias de combate, cedieron su posición y se replegaron en perfecto orden tras causar numerosas bajas en las filas suecas. Los mosqueteros españoles se adueñaron de un pequeño bosquecillo existente a los pies del Albuch. Era una fuerza de 200 mosquetes del conde de Fuenclara, y poco después otros 200 de Toralto, y 200 borgoñones, todos ellos bajo las órdenes de Francisco de Escobar, sargento mayor del Tercio de Fuenclara, a los que se unieron algunas compañías de dragones. Horn cargó contra ellos con no menos de 2.000 hombres. 

Los españoles aprovecharon la noche para resistir el máximo tiempo posible, y no fue hasta pasadas las dos de la madrugada cuando se retirarían al Albuch, tras haber plantado los suecos 10 piezas de artillería con las que machacar el bosque que se hallaban defendiendo. Escobar y algunos de sus hombres cayeron presos de los protestantes, siendo llevado al parecer al campamento de Bernardo, que le interrogó sobre el número de hombres que traía el ejército católico, respondiendo el capitán español que eran 15.000 infantes y 3.500 caballos, ante la incrédula mirada del comandante sajón, que no acababa de dar crédito a lo que escuchaba, pues pensaba que eran muchos menos los católicos que allí se hallaban. 

Cuando las españoles llegaron a la cima del Albuch, los alemanes de Wurmser y Salm, con ayuda de algunos hombres del regimiento de Leslie, habían levantado dos trincheras con forma de trébol de tres pies de altura, situando el padre Gamassa, de la Compañía de Jesús, 10 piezas de artillería para su mejor defensa.  En plena madrugada ambos ejércitos celebraron consejo; en el campo católico el marqués de Leganés advirtió la debilidad de las fuerzas alemanas en el Albuch, ya que muchos eran soldados bisoños y ante una carga de la experimentada infantería sueca podrían deshacerse, por lo que el cardenal-infante autorizó el envió a la retaguardia del Tercio de Idiáquez. Por su parte, los protestantes seguían divididos entre los que apoyaban a Horn y su idea de no plantear batalla hasta la llegada del Rhinegrave, que estaba a menos de dos días de distancia y traía con él 4.000 infantes y 2.000 caballos, y los que apoyaban a Bernardo, que quería seguir combatiendo. 

Finalmente se impuso Bernardo, en otro error fruto de imprudencia y arrogancia, pues los católicos dominaban el Albuch y, por tanto, el campo de batalla, y la llegada de refuerzos podría haber suplido este inconveniente. De este modo las tropas descansaron apenas dos o tres horas y al amanecer del día 6 de septiembre, los ejércitos ya estaban formados. Horn se encontraba desplegado en el ala derecha del ejército protestantes, ocupando el terreno desde el Heselberg hasta el arroyo de Rezenbach. Había formado su infantería en cinco brigadas, la de Horn, Rantzau, Pfhul, la escocesa y la de Wurtemberg, que sumaban un total de 9.000 infantes, y disponía de casi 5.000 caballos distribuidos en 19 escuadrones. Todo ello se dispuso en 4 escalones que mezclaban infantería, llevando cada brigada 6 cañones, y caballos.

En el ala izquierda protestante se encontraba Bernardo, cuya fuerza se extendía desde el Heselberg en el sur, hasta el Ländle al norte. Había dividido su infantería, compuesta de unos 8.000 hombres, en tres brigadas, la Amarilla, la de Thurn y la de Bernardo, que contaba con 18 cañones ligeros y la totalidad de los cañones pesados que llevaban. La caballería, casi 5.500 jinetes, estaba compuesta por 21 escuadrones, divididos en tres agrupaciones, más 4 de dragones. Su flanco izquierdo estaba cubierto por éstas últimas unidades y 7 escuadrones a las órdenes del brillante coronel Taupadel. Mientras que los otro 14 escuadrones estaban desplegados en el centro y sur de su formación, en segunda línea, bajo las órdenes de Carberg y Cratz respectivamente. 

Mientras tanto, el campo católico estaba formado de la siguiente manera: el ala izquierda, al sur, estaba ocupada por las tropas que defendían el Albuch, bajo el mando directo del conde de Cervellón. En la cima del monte estaban desplegados en la vanguardia los alemanes de los regimientos de Wurmser y Salm, en total unos 1.500 hombres, en recompensa por los más de 30 años de servicio al rey de España que habían prestado los coroneles. Se encontraban apoyados por los regimientos de Leslie y Fugger, y por el tercio de Gaspar de Toralto, con unos 750 hombres, en sus extremos. En la retaguardia, como ya se ha dicho, se situó el Tercio de Idiáquez por si el enemigo lograba romper las líneas alemanas. La caballería, bajo el mando de La Tour y Arberg, ocupaba el extremo izquierdo, mientras que se situaron 14 piezas de artillería ligera delante de la infantería. Entre la izquierda y el centro se situaron los tercios lombardos de Paniguerola, con 800 hombres, y el de Guasco, con algo menos de 1.000 efectivos. 

En el centro católico se situaron en vanguardia, justo detrás de la artillería, los tercios del conde de Fuenclara, con 1.450 infantes bisoños españoles, el de Lunato, con 1.300 infantes lombardos, y los tercios del marqués de Torrecuso y de Cárdenas, con 950 infantes italianos cada uno. Detrás de ellos se encontraban 24 compañías de infantería italiana y alemana del príncipe San Severo. Entre el Albuch y el centro de la formación se encontraba la caballería de Gerardo Gambacorta y la de Octavio Piccolomini, llevando el mando de toda la fuerza el marqués de Leganés. 

En cuanto al ala derecha, ahí se concentraban las fuerzas imperiales en vanguardia, destacando el Regimiento Leib del rey de Hungría y el Regimiento Pappenheim, y por detrás algunos escuadrones de caballería. También se hallaban las fuerzas bávaras del duque de Lorena, con la infantería en vanguardia y las brigadas de caballería de Johann von Werth y Gonzaga en retaguardia, mientras que cubriendo el flanco derecho, la parte más septentrional del ejército católico, se encontraba la caballería croata. Gallas había dispuesto una batería de artillería de distintos tamaños en una elevación conocida como Stoffelberg, desde donde podía batir a las fuerzas de Bernardo. 


Despliegue de ejércitos en Nördlingen

- La batalla de Nördlingen

Sobre las 5 de la mañana la artillería sueca comenzó con el bombardeo, bajo el grito "¡Dios con nosotros!", sobre el punto donde se habría de decidir la batalla. Por su parte, la artillería católica respondió inmediatamente al fuego tras la arenga "¡Viva la Casa de Austria!". La infantería de Horn avanzó en buen orden, paso a paso sobre las posiciones de las fuerzas de Cervellón, cuyos cañones ligeros no paraban de escupir fuego. El asalto sueco fue tan fuerte que desarboló a los inexpertos alemanes de los regimientos de Wurmser y Salm, debiendo Cervellón ordenar adelantarse a la caballería de Gambacorta para evitar el desastre, que se coló por el flanco izquierdo sueco causando muchas bajas y haciendo retroceder al enemigo.

Mientras tanto, la caballería sueca, con el Leib Horn de Witzleben a la cabeza, trató de asaltar el ala izquierda hispánica adelantándose a su infantería, pero fue detenido por el fuego de mosquetería de los napolitanos de Toralto. Por si fuera poco, la caballería de La Tour y Arberg penetró por el flanco derecho enemigo y cortó su comunicación con la infantería que traía Johann von Vitzthum, compuesta por las brigadas de Pfuhl y de escoceses. Este error de Witzleben de adelantarse en extremo y acudir a la pelea sin el apoyo de los infantes fue determinante en el extremo sur del campo de batalla, y solo la aparición de la caballería de Wrangel le salvó del completo desastre. Recompuestos los caballos suecos, se unieron a los infantes de Vitzthum para arremeter contra las recientemente restablecidas posiciones de Wurmser y Salm. 

En la carga que siguió los bisoños alemanes se deshicieron ante el experimentado ejército sueco, a pesar de la heroica resistencia mostrada por los coroneles Wurmser y Salm, que murieron en sus puestos tal y como correspondía a militares de su talla. Cervellón, viendo la desbandada y el serio peligro que corrían los hombres de Toralto, ordenó el avance del Tercio de Idiáquez, el cual vio seriamente dificultados sus movimientos por la estampida de los alemanes. Uno de los aprovisionamientos de pólvora que los alemanes tenían en el Albuch estalló, dando tiempo así a que los españoles pudieran llegar a la cima y batirse con las fuerzas suecas. Los españoles demostraron el por qué de su dominio militar en los campos de Europa, expulsando sin demasiadas complicaciones a los suecos. 

Reorganizadas las fuerzas italianas y españolas sobre el Albuch, aguantaron sin muchos problemas el contraataque sueco. Eran poco más de las 6 de la mañana y Horn decidió atacar las posiciones donde se encontraban los hombres de Toralto, por lo que Leganés y Cervellón enviaron dos mangas de mosqueteros de los tercios de Cárdenas y de Torrecuso, así como 1.000 caballos bajo las órdenes de Piccolomini. Al mismo tiempo los suecos habían plantado abundante artillería en un bosquecillo a las faldas del Hesselberg con la que causaban no poco daño. Horn ordenó un nuevo ataque, esta vez con las brigadas de Horn y de Ranztau, mientras reforzaba las maltrechas brigadas de Pfuhl y de escoceses para lanzar un ataque sostenido. 

Los suecos volvieron a estrellarse contra el sólido muro de picas españolas y Horn, convencido de que antes o después los infantes de Idiáquez cederían, ordenó un nuevo ataque de las brigadas escocesa y de Pfuhl, acompañadas por la de Wurtemberg, y la caballería de Cratz y de Witzleben. El ataque fue nuevamente rechazado, quedando herido Gambacorta, cuyos hombres consiguieron arrebatar al enemigo tres estandartes. El marqués de Leganés, viendo que la obstinación de Horn no llegaba a su fin, envió otros 1.000 mosqueteros más al Albuch, y ordenó a los tercios lombardos de Paniguerola y Guasco que ocupasen la falda norte de la colina. 

Un nuevo ataque lanzaron los suecos, esta vez con lo mejor que tenían entre sus filas, escogidos hombres de los famosos regimientos Negro y Azul, con toda la caballería disponible. Los hombres de Idiáquez y de Toralto volvieron a rechazar la embestida, muriendo el sargento mayor Diego de Bustos y cayendo heridos los capitanes Losada y Negrete. A eso de las 7:30 de la mañana los combates seguían en el Albuch mientras que en el extremo norte las fuerzas imperiales y de Bernardo se dedicaban a intercambiar fuego de artillería. Alguna escaramuza sin demasiada importancia se vio cuando la caballería croata se adelantó tratando de desordenar el flanco izquierdo del de Weimar, saltando inmediatamente los dragones de Taupadel a su encuentro.

En el sur del campo de batalla, donde se jugaban los cuartos de verdad, Horn insistía, esta vez obviando la posición de Idiáquez, que era un muro insalvable, y centrando sus esfuerzos en los napolitanos de Toralto. Pero los refuerzos enviados por el marqués de Leganés habían llegado y el ataque obtuvo el mismo el resultado que en las anteriores ocasiones. Horn, desesperado, había enviado mensaje urgente a Bernardo para que este moviera sus fuerzas en su ayuda. Bernardo envió a Thurn al frente de su brigada y la Brigada Amarilla, que llevaban unos 3.400 hombres que se pusieron en marcha desde el Lachberg pasadas las 8 de la mañana. 

La táctica de Thurn consistió en lanzarse contra el flanco derecho de las fuerzas en el Albuch, creyendo que los regimientos de Leslie y Fugger se desharían como habían hecho los de Wurmser y Salm. A pesar de la abrumadora superioridad numérica protestante en el ataque, los alemanes aguantaron de manera brillante bajo las arengas del coronel irlandés Leslie. Thurn pecó de exceso de confianza, atacando sin esperar a la caballería, y el resultado fue desastroso para él; en apenas unos minutos se vio atrapado entre el fuego de los alemanes y el acoso de la caballería de Gambacorta y Piccolomini. Horn, temiendo que la infantería de Thurn fuera aplastada y su flanco quedase expuesto, mandó los 4.000 caballos que tenía disponibles para parar a la caballería católica. Los famosos jinetes suecos sufrieron una derrota sin paliativos, todo ello a pesar de contar con más de 1.000 caballos más que sus homólogos católicos. 

Nördlingen. Caballería en combate

Cuatro horas de combates se llevaban cuando Bernardo se decidió a actuar; envió a su caballería, unos 2.000 jinetes mandados por Cratz y Carberg, contra el hueco entre las posiciones de Gallas y del duque de Lorena. Sin apoyo de la infantería, la caballería weimariana, a pesar de ser una de las mejores del mundo, poco podía hacer ante las bien organizadas líneas de infantería imperial, cuyo fuego de mosquetería resultó demoledor. Por si no fuera suficiente, la caballería imperial de Werth y Gonzaga pasó a la acción, lanzándose entre las desordenadas filas de caballos protestantes, que además fueron emboscados por unas mangas de mosqueteros que se habían situado en una pequeña arboleda situada a la izquierda de la caballería weimariana. Cratz trató de recomponerse pero el impetuoso Werth, y la aparición de la caballería croata evitó que continuase en batalla. 

Eran casi las 10 de la mañana y en el Albuch Horn seguía enviando oleadas de infantes y jinetes para tratar de tomar la cima, pero los tercios lombardos de Paniguerola y Guasco habían llegado formando un único batallón, y Toralto había llevado junto a varios de sus hombres diversas piezas de artillería. La cima del Albuch era un fortín inexpugnable y los ataques suecos resultaban inútiles. En los combates siguientes falleció el conde de Paniguerola y quedó herido Guasco, mandando la formación el saregnto mayor de éste último, Juan de Orozco. El duque de Lorena movilizó el resto de su infantería organizada en dos batallones, casi toda su caballería y 2 cañones, para envolver la posición de Thurn, que llevaba hora y media combatiendo y sufriendo terribles bajas. Ante la flojedad de los ataques enemigos, el sargento mayor Orozco, que dirigía a los infantes lombardos, bajó con varias mangas de mosqueteros al bosque a los pies del Heselberg para acabar con la amenaza que constituía la artillería sueca emplazada en él. 

Los defensores del Albuch perdieron la cuenta de los ataques que debieron soportar. Algunos cronistas hablan de hasta quince. Sea como sea, el cardenal-infante ordenó a Cervellón que los tercios descendieran la colina y acabaran con lo que quedaba del ejército protestante. Dicho y hecho. Los tercios de Idiáquez y Toralto desplegaron sus banderas y empezaron la marcha al son de sus tambores poco antes del mediodía. Horn, que había dejado su puesto para informar a Bernardo del desastre, insistía en retirarse en el mejor orden posible, pero el de Weimar se decantaba por mantener sus posiciones en el Lachberg y el Heselberg, algo del todo improbable, más aún cuando Gallas envió su caballería contra las maltrechas fuerzas Cratz. Los dos regimientos imperiales, junto con 4 compañías de caballos y 400 mosquetes del Tercio de Fuenclara rodearon el bosque que acababa de tomar el sargento mayor Orozco.

Las fuerzas de Cratz fueron diezmadas, cayendo el propio comandante preso, mientras que el duque de Lorena tomó el estandarte de Bernardo de Weimar. La derecha protestante trataba de cruzar el Retzenbach por la villa de Ederheim, con Pfuhl a la cabeza y Horn tratando de salvar la artillería. Pero Cervellón no se lo iba poner fácil, y envió varias compañías de coraceros bávaros junto con algunos croatas y los caballos de Gambacorta, a hostigar al enemigo. Las brigadas de Thurn, Rantzau, Wurtemberg y la amarilla, se llevaron el peor castigo, perdiendo entre el 70 y el 80 por ciento de sus fuerzas. Horn cayó prisionero y los católicos se apoderaron del tren de artillería sueco. No obstante, no se detuvo ahí la persecución, sino que continuó toda la tarde, la noche, y el día siguiente, convirtiéndose en una matanza en toda regla. 

Los croatas y 14 compañías de Werth, en vanguardia, llegaron a Neresheim y se hicieron con todo el bagaje tras matar o poner en fuga a los 2.000 wurtemburgueses que lo custodiaban. Las bajas en el campo protestante fueron terribles; durante la batalla se contaron 8.000 muertos, a los que hay que unir los causados durante la persecución, que oscilan entre 2.000 y 9.000 muertos más, fundamentalmente por la caballería de Werth y la croata. Se capturaron 457 banderas y cornetas, reclamando 280 los imperiales, 125 los bávaros, fundamentalmente en las persecuciones posteriores a la batalla, y 52 los españoles, ganadas en la cima del Albuch. Además de Horn y Cratz, también cayeron presos el general Rosten y nueve coroneles protestantes. Bernardo escapó con lo poco que le quedaba de sus hombres hacia Alsacia. 

Las fuerzas católicas hubieron de lamentar entre 600 y 1.500 muertos, incluyendo seis coroneles, según las fuentes consultadas, y unos 2.000 heridos. Toda una proeza dada la experiencia, calidad y capacidad del ejército que tenía delante. Proeza que recayó fundamentalmente en el ejército del cardenal-infante que, como cuentan las crónicas "si no hubiera llegado a tiempo, el enemigo hubiera roto al Rey de Hungría, se hubiera perdido la Casa de Austria en Alemania y la religión católica se desterrara de ella", llegando a afirmar que "se podía decir lo de Julio César, Veni, Vidi, Vinci: llegó el sábado 2 de septiembre, el 3 y 4 vio, y el 5 y 6 venció". 

- Las claves de la victoria católica

Sin duda alguna la clave principal se encuentra en el Albuch. Esa colina fue testigo del grueso de la batalla y del destino de ambos ejércitos. Por ello es menester reseñar a las fuerzas que la guardaron de ser tomada por los protestantes. Sin el aguante sobre humano de los tercios de Idiáquez, principalmente, y de Toralto, la cima hubiera sido tomada por la poderosa infantería y caballería sueca. Pero no fue así, los infantes españoles recuperaron la cima cuando los bisoños alemanes de Wurmser y Salm cedieron tras la muerte de sus respectivos coroneles. Lograron repeler uno por uno todos los ataques durante más de seis horas, algunos de ellos terroríficos, a los que les sometieron las fuerzas protestantes, que emplearon en ellos a la élite de sus tropas, no lo olvidemos. Para ello, Idiáquez instruyó a sus hombres en la técnica de aguantar firmes hasta escuchar las detonaciones de los mosquetes enemigos para, agacharse, levantarse, y lanzar todo el fuego disponible y, una vez superado el mosquete, constituirse en un muro infranqueable de picas. 

Nördlingen. Infantes del Tercio de Idiáquez. Por Ferre Clauzel

De igual manera es necesario destacar dos claves fundamentales que tienen lugar en los días anteriores a la batalla. En primer lugar la negativa a combatir cuando los tres ejércitos católicos aún no se hallaban juntos. Este punto es muy importante porque a finales de agosto Horn y Bernardo recibieron el refuerzo de unos 7.000 hombres, con los que gozaron durante días de superioridad numérica hasta la llegada del cardenal-infante. Poco se entiende de esa decisión, tomada en conjunto por ambos comandantes, por lo que no se pueden alegar las discrepancias que posteriormente surgirían en el mando protestante. En segundo lugar hay que reseñar como otra de las claves que decidieron los acontecimientos de Nördlingen, precisamente la acción contraria a los días previos, esta vez con el voto en contra de Horn que, juzgando con prudencia y acierto, reclamaba esperar la llegada del Rhinegrave y su fuerza de más de 6.000 hombres. En cambio, la arrogancia de Bernardo se impuso y los protestantes corrieron a enfrentarse a un ejército superior en número y, sobre todo, en el que había auténticas fuerzas de élite como las hispánicas, contras las que no se habían enfrentado hasta la fecha. 

Cometidos estos dos errores, la siguiente clave responde a cuestiones puramente personales de los mandos protestantes. Las desavenencias entre Horn y Bernardo se antojaban en este punto insalvables. Horn, herido en su orgullo al ser acusado abiertamente de cobardía en pleno consejo de guerra por el de Weimar, subestimó a un rival que no conocía, y en unas condiciones que no le eran favorables. Para empezar, apenas tenía información del terreno en el que iba a combatir, ni del número y composición de las fuerzas que tenía enfrente. En esas circunstancias un hombre de la cautela de Horn jamás se habría lanzado a la batalla, pero era su honor lo que estaba en juego, y la rivalidad con Bernardo se había convertido en un ciego odio que podía llevar a cometer imprudencias que, en cualquier otra situación, nunca habría cometido. 

En este contexto, Bernardo avanzó mucho más rápido de lo que Horn podía seguirle, y la lucha por las colinas que dominaban el campo de batalla, a pesar de tener el control de varias de ellas, la acabaron ganando las fuerzas del cardenal-infante, que se esmeraron en retrasar con muy pocos hombres el avance protestante lo máximo posible, dando tiempo así a tomar la vital colina del Albuch, en la que a la postre se decidiría la batalla de Nördlingen. Nuevamente las desavenencias y falta de comunicación de los comandantes protestantes propiciaron estos hechos. 

La obcecación en tomar el Albuch, poniendo en juego lo mejor de sus fuerzas, fue otra de las claves, la cual tiene mucho que ver con la anteriormente destacadas. En realidad la única oportunidad que tuvo el mariscal sueco durante la batalla fue durante la desbandada de los alemanes donde, de haber enviado refuerzos a Vitzthum, lo mismo hubieran podido rechazar el contraataque español. Pero no sucedió así, y una vez tomada la cima por los infantes españoles, arropados por los napolitanos de Toralto, las posibilidades de vencer en el Albuch se disiparon para Horn, más aún ante la buena organización y mando empleados por los generales católicos que, bajo la atenta mirada de los Fernandos, cooperaron de manera extraordinaria. 

Ni que decir tiene que la "ausencia" de Bernardo en la batalla fue otra de las claves, aunque quizás con menos importancia que las anteriores, pues difícilmente podría haber rebasado las líneas de Matthias Gallas y del duque de Lorena. Su inacción se sintió más en el ala sueca, donde se jugaba la partida, ya que tardó nada más y nada menos que tres horas en enviar los tan necesarios refuerzos a Horn. Por si fuera poco, Thurn en vez de apoyar las cargas suecas, se lanzó contra la cara norte del Albuch, donde estaban las tropas frescas de Leslie y Fugger, las cuales, a pesar de tener la mitad de hombres que la brigada de Thurn, se emplazaban en una posición dominante y además contaron con el apoyo de la caballería. 

A los desatinos protestantes también hay que sumarle el acierto y el buen hacer de los católicos, no obstante, la organización que demostraron fue una de las claves de la batalla. Leganés, Cervellón, Lorena y Gallas se coordinaron de manera extraordinaria, marcando a su antojo cada fase de la batalla, enviando refuerzos donde se necesitaban, y lanzando ataques en los momentos precisos. Si se ha destacado la heroica resistencia de los tercios de Idiáquez y de Toralto, no es por menos señalar la sobresaliente actuación de la caballería de Piccolomini y, sobre todo, de Gambacorta, que resultó herido en varias ocasiones y aún así siguió combatiendo. Sus hombres se destacaron desde el primer momento de los combates, y aparecieron en cualquiera de los escenarios en los que la infantería se veía en apuros. 

Cervellón y Leganés mostraron su buen hacer y sus capacidades tácticas, moviendo sus fuerzas como si de un ballet se tratase. Formidable es su entendimiento de todo lo que acontecía en el campo de batalla, cómo se adelantaron a los acontecimientos, debilitando el centro y el ala derecha para reforzar progresivamente el extremo sur, donde los suecos habían puesto toda la carne en el asador, entendiendo que Bernardo jugaba un papel residual en la contienda. Contuvieron cualquier acometida enemiga por su flanco más meridional, y evitaron la unión de las potentes fuerzas de Thurn con las brigadas suecas. Advirtieron el peligro que constituía el bosquecillo a los pies del Heselberg, donde los suecos tenían plantada su artillería, y envolvieron la retaguardia sueca adueñándose de tan vital punto. Y, por último y no menos importante, cuando percibieron la falta de energía en los últimos acometimientos del enemigo, lanzaron las fuerzas que habían estado durante más de 6 horas combatiendo, poniendo en fuga al que se tenía por el mejor ejército del momento en Europa. 

Batalla de Nördlingen. Jan van der Hoecke

- Consecuencias de la victoria de Nördlingen

La inmediata consecuencia tras la victoria católica fue, como no podía ser de otra forma, la capitulación de Nördlingen, a la que los católicos le ofrecieron una buena rendición. La ciudad no tenía ningún interés estratégico, por lo que carecía de importancia, lo que hace más inexplicable el "suicidio" protestante frente a sus muros. Bernardo y Horn apostaron sus fuerzas contra un poderoso poderoso contingente católico, que esta vez contaba nada menos que con veteranos tercios españoles e italianos entre sus filas. De poco le sirvieron sus no tan innovadoras tácticas contra la veteranía y buen hacer del todavía insuperable ejército hispánico. El resultado es de sobra conocido. Pero las consecuencias de la aplastante derrota sufrida por los protestantes no quedaron ahí. 

El poder sueco quedó completamente en entredicho, y el mito de su invencibilidad se desvaneció, con la consecuente pérdida de confianza de sus aliados alemanes. Los imperiales recuperaban la iniciativa perdida en la guerra tras la llegada a Alemania de las fuerzas de Gustavo Adolfo, y la paz parecía estar más cerca que nunca. No perdieron el tiempo los católicos: ciudades como Nuremberg, Stuttgart, Espira, Phillipsburg, Maguncia o incluso la propia Heilbronn, donde Bernardo se había reunido con Oxenstierna cuando escapó de Nördlingen, se entregaron al emperador. Las posiciones suecas se desmoronaron por completo en el sur de Alemania, debiendo improvisar una línea defensiva al norte del río Meno. El duque de Lorena se hizo con el Bajo Palatinado mientras los imperiales se expandieron hacia el oeste y el cardenal-infante completó su viaje a Bruselas no sin antes poner en orden algunas ciudades rebeldes. 

Los príncipes alemanes aliados de Suecia pronto comenzaron a abandonarla. Los miembros de la Liga de Heilbronn solicitaron, a espaldas de los suecos, la intervención de Francia, que tantos años llevaba ayudando a la causa protestante con importantes sumas de dinero. Oxenstierna convocó a la Liga en Worms el 2 de diciembre de ese año con un resultado desolador; prácticamente nadie quería seguir al lado de los suecos. Algunos, como Bernardo, se ofrecieron directamente a Francia, mientras que otros como Hesse-Darmstadt y Sajonia abogaban abiertamente por la paz con el emperador. Oxenstierna, completamente abatido, escribía a Johann Baner: "no quiero seguir luchando, sino dejarme llevar a donde me lleve la marea... somos odiados, envidiados y hostigados". 

Las concesiones en materia religiosa, política y territorial que realizó el emperador, sirvieron para atraerse a su bando a Sajonia, representada por el moderado Juan Jorge, y también a Brunswick. La coalición protestante moriría en 1635, tras los acuerdos alcanzados en la Paz de Praga, el 30 de mayo. Apenas una semana antes, el 21, Francia declaraba la guerra a España bajo el pretexto del envío de un contingente español para apresar a Phillip Christoph von Sötern, elector de Tréveris, después de que éste se echara en brazos franceses. Aunque la realidad era que Francia sentía que era la hora de ocupar el lugar que la Casa de Austria ocupaba en Europa. El emperador había recuperado momentáneamente la autoridad en Alemania, pero en realidad una nueva contienda iba a estallar y se estaban creando dos nuevas coaliciones: Baviera y Sajonia irían de la mano de España y el emperador, mientras que Hesse y Suecia se unirían a Francia y Holanda. 


Bibliografía:

- Batallas de la Guerra de los Treinta Años (William P. Guthrie)

- La Guerra de los Treinta Años. Una tragedia europea (Peter H. Wilson)

-El Memorable y Glorioso Viaje del Infante Cardenal D. Fernando de Austria (Diego de Aedo y Gallart)

- Oxenstierna in Germany (Michael Roberts)

- Con Balas de Plata I. 1631-1640 (Antonio Gómez)

- La Guerra de los Treinta Años (Geoffrey Parker)

- Gustavus Adolphus and the struggle of protestantism for existence (Charles R. L. Fletcher)

- Estudios del Reinado de Felipe IV (Antonio Cánovas del Castillo)

- El ejército español en la Guerra de los Treinta Años (Pablo Martínez Gómez)

- De Nördlingen a Honnecourt. Los tercios españoles del cardenal infante (Julio Albi)

- De Pavía a Rocroi (Julio Albi)


 








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