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El Socorro español de Irlanda. La campaña de Kinsale (Parte II)

 


El 18 de septiembre de 1601 zarpaba la flota hispana, bajo el mando del almirante general Diego Brochero, desde el puerto de Lisboa con dirección a Irlanda. Como ya se ha indicado, la elección del punto de desembarco sería un tema a tratar durante la propia travesía marítima, lo cual da una idea de cierta improvisación y falta de preparación. De esta manera la responsabilidad del lugar más idóneo donde desembarcar las tropas quedaría a voluntad del maestre de campo Juan del Águila.

Las instrucciones del socorro dadas el 8 de agosto de 1601 en Valladolid por el valido de Felipe III, el duque de Lerma, a Esteban Ibarra reflejan esta falta de organización: "y porque de aquí no se puede dar regla ni orden cierta de la parte y puerto donde sea mejor desembarcar la gente, manda Su Magestad que se remita esto a don Juan del Águila y a don Diego Brochero, dando al primero el principal lugar de elegir, pues lleva a su cargo el efecto que se ha de hazer, y a entrambos tan claras y preçisas órdenes de lo que cada uno toca, que no les quede ningun lugar de competençia por el impedimento y daño que estas cosas suelen causar en semejantes ocassiones". 

La cuestión de la zona de desembarco no era, pues, un tema baladí. Mucho se discutió durante la travesía cuál era el lugar más idóneo. Galway, al oeste de la isla, o Donegal, al noroeste, eran los lugares a priori más interesantes para desembarcar las tropas, pues era donde estaban concentrados los ejércitos irlandeses, sobre todo en Donegal, en el Ulster, donde las tropas de Hugh O´Neill estaban concentradas, lejos del peligro de los ingleses. Se produjeron discusiones entre el maestre del Águila y fray Mateo de Oviedo, que era de la opinión de desembarcar en el Ulster. Sin embargo, las costas del norte de Irlanda no eran del todo conocidas, además de ser difícilmente accesibles. También estaba el problema de que un desembarco en esa región, podría suponer serios problemas a la hora de mover la artillería, dada la orografía del terreno. 

Pero ese no era el único problema que tendrían los españoles. A la altura de la isla de Ouessant, a poco más de 20 kilómetros al oeste de la costa de la Bretaña francesa, un fuerte temporal se cebó con la flota hispánica. 2 galeones, la almirante San Felipe del segundo al mando de la flota, Pedro de Zubiaur, y el San Pedro, el buque de mayor tonelaje, junto con 7 urcas, se separaban del grupo, lo que provocaría que casi 1.100 soldados del maestre Antonio Centeno no pudieran desembarcar en Irlanda, lo que suponía aproximadamente el veinte por ciento de las fuerzas del socorro español. Tras este varapalo la elección de un puerto en el sur era la más lógica, descartando de este modo el Ulster y Connaught. 

Así, cuando el 1 de octubre la flota se encontraba ya frente a las costas de Cork, en el sur de Irlanda, Juan del Águila decidió desembarcar en el puerto de Kinsale, por encontrarse éste pobremente protegido por una pequeña guarnición inglesa. Ésta huyó de manera inmediata en cuanto las tropas españolas comenzaron el desembarco el 2 de octubre, refugiándose en Cork. El maestre de campo no optó por un desembarco directo en Cork ya que representaba problemas importantes. Los españoles deberían enfrentarse a la artillería que cubría la entrada al puerto desde el este, en Roches Point, y el oeste, en Crosshaven, y además a las defensas que se encontraban en Great Island, la isla que cerraba el paso al río Douglas. 

De esta forma los hombres de Juan del Águila desembarcaron en Kinsale y, tras poner en fuga a la guarnición inglesa, Diego Brochero regresó a España con la intención de embarcar más hombres para reforzar el socorro, ya que la posición de Kinsale era muy delicada, alejada de las fuerzas irlandesas y a merced de ser rodeada por los ingleses. Inmediatamente el maestre de campo español hizo un llamamiento a la población irlandesa para que se uniera a ellos y se rebelara contra la tiranía inglesa, consciente de que con el reducido número de soldados que conducía no podría plantar cara a los soldados de Isabel I. A pesar de las arengas del maestre apenas se despertó el entusiasmo entre la población, dada la precaria situación de los españoles y el poco número de hombres que componía el tan ansiado socorro.

Debido a esto, Del Águila decidió hacerse fuerte en Kinsale, a la espera de que los refuerzos que la flota de Brochero había ido a buscar llegasen pronto, al igual que las tropas de O´Neill y de O´Donnell, que ya estaban puestas sobre aviso. Pero lo cierto es que Kinsale no era una posición buena desde el punto de vista defensivo. Kinsale se situaba en la desembocadura del río Bandon, pero carecía de obstáculos naturales y construcciones que sirvieran de protección en caso de un hipotético asalto sobre la posición. A esto había que sumarle, tal y como señala Oscar Recio Morales, que la tropa que llevaba Del Águila no era precisamente la mejor; muchos de los infantes eran bisoños, debiendo ejercitarse diariamente en el manejo de las armas dada su inexperiencia. 

El maestre español ordenó construir dos fuertes en ambos márgenes del río: Ringcurram y Castle Park, con la esperanza de frenar lo suficiente al enemigo hasta que llegaran refuerzos. Las semanas pasaban y los ejércitos irlandeses no llegaban, lo que unido al cerco que los ingleses iban estableciendo sobre Kinsale, y la escasez de víveres y las enfermedades que se extendían, desmoralizaba a las tropas sobremanera. El campamento enemigo se hallaba a poco más de un kilómetro al noreste de la posición española. A los 4.000 ingleses bajo el mando del conde de Toutnes que llegaron en los primeros días desde el desembarco de las fuerzas de socorro, se le unieron algo más de 6.000 infantes y 500 caballos bajo el mando del del barón de Mountjoy. 

Plano de época de Kinsale

Poco tiempo tardaron los ingleses en probar las defensas españolas que habían construido en Kinsale. El capitán inglés Richard Smyth, al mando de 2.000 soldados, se lanzó contra el baluarte exterior de Ringcurram, pudiendo tomarlo al asalto y haciendo replegarse a los españoles. Pero los asediados resistirían a pesar de los constantes ataques enemigos y la escasez de provisiones. Fue tal la tenacidad de los defensores españoles, que el propio barón de Mountjoy les ofreció una honrosa capitulación para tratar de convencer a Del Águila y los suyos de que depusieran las armas y abandonaran la lucha. Ni que decir tiene que ni siquiera se tuvo en consideración tal propuesta. 

Por si fuera poco el invierno entraba con dureza y la situación tornaba cada vez más desesperada; el frío, las intensas lluvias y la cada vez más preocupantes escasez de alimentos mermaban las fuerzas hispánicas. Mientras esto ocurría, desde España se preparaban los refuerzos que se habrían de enviar a Del Águila. El 7 de diciembre partía desde el puerto de La Coruña una escuadra con 10 buques al mando de Pedro de Zubiaur. El general español llevaba consigo algo menos de 1.000 soldados bajo el mando del capitán Ocampo. Al igual que ocurriese con la primera flota, el temporal provocó que tan solo llegaran a Irlanda seis de las diez naves y, para colmo, una flota inglesa al mando de Richard Levinson bloqueaba la entrada al puerto de Kinsale. 

Las naves de Zubiaur además se perdieron entre la espesa niebla reinante en esos momentos, por lo que finalmente el desembarco se produjo el 11 de diciembre en Castlehaven, a algo más de 70 kilómetros al oeste de Kinsale, por lo que el contacto con las tropas de Del Águila era ciertamente improbable, como así se lo comunicó Dermice O´Driscoll, señor de Castlehaven, quien les entregó el castillo de Baltimore y el de Berehaven, donde rápidamente se instalaron un centenar de hombres y varias piezas de artillería. No tardaron los ingleses, sabedores de la llegada de una nueva escuadra, en enviar barios buques para asediar el nuevo punto de desembarco español. 

De esta manera siete buques ingleses sitiaron a las tropas españolas de Castlehaven por mar el día 16 de diciembre. Poco después se entabló combate entre los dos pequeños buques españoles, de 200 toneladas cada uno, y las naves inglesas, la mayoría de 600 toneladas, con un resultado agridulce para el bando hispánico pues, a pesar de que lograron impedir la entrada de la escuadra enemiga en el puerto, ésta hundió uno de sus buques. Una vez repelido el ataque naval, era necesario contactar con las fuerzas sitiadas en Kinsale por cerca de 12.000 ingleses, asentados en una docena de campamentos fortificados que rodeaban la posición española. 

El capitán Pedro López de Soto, junto a 200 infantes, trató de entrar en Kinsale, mientras que desde el norte, los 5.500 hombres que componían el ejército de O´Neill y O´Donnell caminaba a marchas forzadas para, irónicamente, socorrer al socorro enviado desde España. La desesperada situación de Kinsale era de sobra conocida en España; el 10 de diciembre el Adelantado de Castilla escribía al rey sobre los acontecimientos de Irlanda: "me lastima ver que respecto de no haçer gastos se emprenden jornadas con tam poca fuerça que sirbe mas de yritar los enemigos que de castigarlos". Paralelamente a esto, en Kinsale se produjeron una serie de salidas por parte de los sitiados que causaron serios daños al enemigo, como durante la noche del 17 de diciembre, en que una salida de infantes españoles causó cerca de 700 bajas al enemigo, así como la pérdida de diversas piezas de artillería.

A finales de diciembre las tropas irlandesas lograban llegar hasta las posiciones de sitio de los ingleses. Habían recorrido casi 500 kilómetros superando las lluvias y el frío invernal a través de caminos impracticables. Los infantes de Castlehaven y el ejército irlandés se reunieron en Bandon, a unos 20 kilómetros al noreste de Kinsale, y muy cerca del campamento inglés de Coolcarron. Allí permanecieron hasta el jueves 3 de enero de 1602. Durante esos días se estuvo decidiendo la estrategia a seguir, quedando de acuerdo los irlandeses con Juan del Águila en que éstos se pondrían en marcha la noche del 3 al 4 de enero, cayendo sobre el campo enemigo, mientras que los españoles atrapados en Kinsale saldrían a romper el cerco y contactar con sus aliados. 

Esa noche, y según lo pactado, los irlandeses se pusieron en marcha dividiendo sus fuerzas en tres columnas; una bajo el mando de Richard Tyrell, otra bajo el mando de Hugh O´Neill, y la tercera bajo el mando de O´Donnell. La marcha fue un tanto caótica y desorganizada, no pudiendo llegar los irlandeses a la hora prevista, siendo advertidos sus movimientos por los ingleses que rápidamente salieron a su encuentro. Mountjoy marchó con el grueso del ejército mientras dejó suficientes fuerzas para mantener el cerco sobre Kinsale. Al alba, una fuerza de unos 600 infantes y 400 caballos ingleses se lanzó contra la posición de O´Neill, que se encontraba situado sobre una pequeña elevación de terreno, comenzando así los combates por romper el cerco sobre Kinsale. 

La fortuna no iba a sonreír a las fuerzas hispano irlandesas esta vez. O´Neill no podía mantener por sí solo la posición; sus hombres no estaban acostumbrados a dar batalla en campo abierto. La estrategia que habían adoptado durante la Guerra de los Nueve Años era más bien una guerra de guerrillas; atacando a los ingleses solo cuando tenían superioridad numérica sobre ellos, emboscándoles de tal manera que pudieran causar un daño rápido y sorpresivo, para posteriormente retirarse a sus zonas de control, lejos del alcance del enemigo. Además, el haber dividido las fuerzas en tres columnas restaba capacidad de choque a los irlandeses, que iban a necesitar de toda su gente para responder al ataque de un ejército profesional como el inglés que encima era mayor en número. 

Irlandeses luchando contra caballero inglés. Klaus Petrow

Tal y como señala Sebastián de Oleaga en su Relaçion de los subcedido al general Pedro de Çubiaur en Yrlanda y al canpo de los condes, "no es la horden de pelear que no la tienen ninguna los yrlandeses por no ser gente disçiplinada y que an hecho asta aqui la guerra por enboscadas en tierras asperas, como gente suelta sin tener otra horden de pelear ni saver que es ponerse en escuadron. En esta forma an sustentado en mas de 8 años la guerra con que dieron esperanças para grandes empresas". Efectivamente, los irlandeses carecían de la disciplina y la formación necesaria para plantear batalla escuadronados y, en consonancia, ante la dura carga de la caballería enemiga, no tardaron en deshacerse, todo esto a pesar de que algunos de ellos habían combatido en el Ejército de Flandes.

Lo cierto es que la fuerza inglesa cargó con fuerza sobre la posición de O´Neill, quien no recibió ayuda de ninguna de las otras dos columnas irlandesas. Tan solo los 200 españoles de Pedro López de Soto corrieron en auxilio de sus aliados, conteniendo a los ingleses e infligiéndoles graves pérdidas. Pero los irlandeses, como se ha dicho, no tenían ni la disciplina ni la disposición de combatir en esas condiciones, y no tardaron más que unos pocos minutos en volver la espalda al enemigo, algo que fue aprovechado eficazmente por la caballería inglesa. Por su parte, Juan del Águila, en vista de los acontecimientos y la penosa organización irlandesa, decidió quedarse en Kinsale y no tratar de romper el cerco inglés y atacar la retaguardia de las formaciones de Mountjoy. 

López de Soto escribía al rey el 6 de enero de 1602 "500 enemigos que los causaron su fuga, que aun no puede dezirse que los desbarataron, sino que se desbarataron solo con verlos". Esto da una muestra de la poca resistencia de la que los irlandeses hicieron gala. Los irlandeses contaron cerca de 1.200 bajas, entre muertos, heridos y prisioneros, mientras que los españoles tuvieron 90 bajas y medio centenar de prisioneros, entre ellos los capitanes Roche Pereyra y Alonso del Campo, y el alférez Saya, perdiendo además tres banderas en los combates. Por parte de los ingleses las pérdidas fueron mucho mayores, entre 4.000 y 6.000 hombres entre muertos y heridos, según diversas fuentes, aunque estas bajas fueron producidas desde la llegada de los ingleses a Kinsale. 

Los supervivientes irlandeses, conducidos por Hugh O´Neill, se trasladaron al norte de la isla, al Ulster, donde encontraron la protección de la población y donde además podían recomponer sus maltrechas fuerzas. Por su parte, Hugh O´Donnell se retiró a Castlehaven con varios de sus oficiales y sacerdotes, donde la escuadra de Pedro de Zubiaur estaba anclada, huyendo de manera apresurada el 6 de enero con dirección a España, llegando el día 13 al puerto asturiano de Luarca. También los supervivientes españoles de la batalla de Kinsale pudieron encontrar refugio en Castlehaven, mientras que Juan del Águila seguía cercada junto a unos 2.700 hombres, muchos de ellos enfermos o heridos. 

Si bien la situación de los españoles en Kinsale era muy delicada, tampoco era especialmente buena la de los ingleses, que habían tenido muchas bajas y sus líneas de suministros estaba bastante comprometida. De este modo, cuando Juan del Águila comenzó las conversaciones de capitulación con los comandantes ingleses, éstos se mostraron muy por la labor de que los contactos llegaran a buen puerto. Los términos de la rendición pactada por Del Águila incluían la entrega de los castillos guarnecidos por los infantes españoles y la entrega de Kinsale, siempre y cuando éstos pudieran abandonar Irlanda con sus banderas y armas, y fuesen repatriados a España por buques ingleses. Mountjoy aceptó la oferta, consciente de que era muy probable que Felipe III ya estuviera preparando, si no lo había enviado ya, un nuevo socorro a la isla. No le faltaba razón al barón inglés, ya que en Galicia se estaba haciendo acopio de armas y víveres desde comienzos de enero con la intención de mandarlos a Kinsale lo antes posible. 

Los castillos de Castlehaven y Baltimore fueron entregados a los ingleses sin mayores contratiempos, pero no ocurrió lo mismo con el de Berehaven, ya que uno de los líderes irlandeses, Daniel O´Sullivan Bearen, se opuso a entregarlo sin combatir, agrupando junto a él a todas las fuerzas irlandesas disponibles en los alrededores, y solicitando nuevamente ayuda a Felipe III. Pero el fracaso del socorro español era una realidad, y poco después, cuando los españoles en la isla sean devueltos a España, la idea de enviar una nueva fuerza para auxiliar a los católicos irlandeses, será descartada por imposible, más aún cuando un año después, con la muerte de Isabel I, España e Inglaterra empezarán negociaciones que fructificarán con la paz alcanzada con la firma del Tratado de Londres, en 1604.

Así, tras la capitulación acordada, unos 850 infantes españoles partieron primeramente desde Irlanda en buques ingleses, llegando a las costas de La Coruña el 10 de marzo de 1602, dejando a todos sorprendidos, incluido el rey, ya que no tenían noticias de tal capitulación. De hecho allí se encontraba el maestre de campo Esteban de Legorreta, que había recibido instrucciones de comandar la infantería que habría de enviarse para el socorro de los españoles de Kinsale, y que sería llevada a la isla nuevamente por las naves de Zubiaur. Legorreta escribió al rey informándole sobre la llegada de los soldados españoles repatriados desde Kinsale: "todos los mas desnudos y tan faltos de salud que sera menester asistirlos con cuidado para que no se acaven segun la miseria con que viven". 

Apenas dos semanas después, el 26 de marzo, llegaba Juan del Águila junto al resto de sus hombres y los casi 60.000 escudos que llevaba con él para entregárselos a los señores irlandeses, y que usó finalmente para la atención de los soldados que habían estado con él en Kinsale. El maestre de campo español debía informar al rey de lo acontecido en tierras irlandesas; el estrepitoso fracaso del socorro suscitaba todo tipo de suspicacias en la Corte. En su informe, el militar abulense excusaba su salida de Kinsale en apoyo de los irlandeses debido a la mala coordinación de éstos, el retraso en llegar al campo inglés y la poca disposición, cuando no cobardía, de algunos capitanes irlandeses que dieron la espalda al enemigo. 

Batalla de Kinsale

Pedro López de Soto también se sumó a las críticas contra los señores irlandeses, y contra la población local. En una carta dirigida a Felipe III el 20 de marzo de 1602, el militar español se quejaba de que en Cork "ni un solo cassar se entrego a los condes ni en nombre de V. Magestad", llegando a pedir que " "hazer advertidas para adelante a las demas tierras, que pareze todas estan a al viba de quien venze, sería provision muy çertada prohivir con todo extremo de rigor el trato y comerçio de irlandeses con los estados de V. Magestad, con pena de la vida y perdimiento de bienes, mandando que en todos los puertos se execute, y que en Irlanda se publique desde luego, para que tengan tiempo de enmendarse si quisieren y vieren occasion, como podra ser que la tengan". 

Por su parte los señores irlandeses se defendieron de las acusaciones escribiendo al conde de Caracena, a la sazón gobernador de Galicia, culpando a los españoles de dejarlos solos ante los ingleses. Sea como fuere, el desastre de aquel socorro debía ser convenientemente investigado y para eso el Consejo de Guerra se puso manos a la obra, con Diego de Ibarra al frente. El 6 de abril de 1602 se remitió a Cristóbal de Moura, marqués de Castel-Rodrigo y virrey de Portugal, y al conde de Caracena, gobernador de Galicia, una consulta con trece puntos que el Consejo creía que eran de interés para resolver aquel asunto, desde la elección del lugar de desembarco, la rápida salida de los buques de Brochero, dejando así que los ingleses pudiesen sitiar por mar Kinsale, hasta la falta de coordinación de las fuerzas española e irlandesa. 

El Consejo de Guerra mostró sus conclusiones al rey. Se suspendió en su cargo al maestre de campo Antonio Centeno; se ordenó la detención de Pedro de Zubiaur hasta que respondiese a los cargos de regresar a La Coruña mientras que Brochero desembarcaba en Kinsale. De igual manera se detuvo al capitán Ocampo hasta que explicase el por qué no contactó con los capitanes irlandeses, y a varios capitanes españoles por desobedecer las órdenes de Juan del Águila, así como la detención inmediata del sargento Pedro de Heredia por pasarse al campo enemigo junto con unos cuantos soldados. En cuanto a la actuación de Juan del Águila, criticada por los irlandeses o por el propio Diego Brochero, que le reprochó no haber asegurado Kinsale y, de esta forma, permitir que la flota inglesa cercase la plaza, el Consejo de Guerra exculpó de todo al maestre de campo, que se encontraba retenido en La Coruña. 

De esta forma el Consejo resolvía el 12 de julio de 1603 que "cumplio muy bien don Juan del Aguila con las obligaçiones que tenia el cargo en que V. Magestad le hizo merced de emplearle y que hizo lo que deviera hazer un muy prudente y valiente capitan, y que por lo que toca al dicho subceso de Irlanda, no se le deve atribuyr ninguna culpa. Antes meresce que en las ocasiones que se ofresçieren, V. Magestad le ocupe en iguales y mayores cargos". Juan del Águila vio salvada de esta forma su reputación, aunque no viviría mucho más para disfrutar de los cargos que el Consejo recomendaba al rey que se le concedieran, pues el 5 de mayo de 1605 moría en Ávila. 

En cuanto a las consecuencias del fracaso del socorro pudiera parecer una gran victoria inglesa pero en realidad los matices son muchos. En primer lugar Inglaterra vio cómo España podía desembarcar hombres en Irlanda y amenazar su dominio de la isla e incluso de su propia tierra; además la economía inglesa no estaba muy boyante, y el gasto monumental que requirió el envío de tropas ante la amenaza de Kinsale solo pudo sufragado gracias a la venta de tierras por parte de la propia reina. Además, en el parlamento, la corriente pacifista se imponía ante el aumento de gastos de una guerra que ya se alargaba demasiado en el tiempo. En cuanto a Irlanda, el frustrado socorro supuso el fin de muchos de los señores católicos irlandeses, que hubieron de exiliarse, muchos de ellos a España, como Hugh O´Donnell. 

Sea como fuere, y a pesar de que a comienzos de 1603 se hicieron preparativos para el envío de un nuevo socorro de los católicos irlandeses, la muerte de la reina Isabel I y la subida al trono de Jacobo I, propiciaron las negociaciones de paz entre dos naciones que llevaban casi veinte años en guerra, y que concluyeron con la firma del Tratado de Londres el 28 de agosto de 1604. Esto cambió por completo la política española con Irlanda y sus implicaciones en la isla. Los católicos irlandeses ya desterraban para siempre la posibilidad de la ayuda que durante tanto tiempo ansiaron de España. 

Sello conmemorativo de la batalla de Kinsale

Monumento homenaje a la batalla de Kinsale

Bibliografía: 

- El socorro de Irlanda y la contribución del ejército a la integración social de los irlandeses en España (Óscar Recio Morales).

- La cuestión de Irlanda desde la antigüedad hasta nuestros días (Eduardo de Huertas).

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