Páginas de interés

Los Tercios: El Tercio de Cerdeña



Los orígenes del Tercio de Cerdeña son bastante confusos, pudiendo utilizarse al principio el nombre de Tercio de Córcega o de Bracamonte, debido a que sabemos que fue Córcega su primer destino, bajo poder de la República de Génova, aliada de España, donde se estaban produciendo una serie de revueltas pagadas con dinero de Francia, que había tenido que renunciar a sus pretensiones sobre la isla tras los acuerdos de Cateau-Cambresis, en 1559. 

El líder de estas revueltas era un tal Sampietro Corso que, como se ha dicho, con la ayuda francesa había logrado levantar un pequeño ejército que amenazaba el control genovés sobre la isla. En sus pretensiones de poder, no había dudado en contactar con el Turco prometiéndole puertos en el territorio desde donde amenazar las posesiones españoles a cambio de una flota de galeras, pero las negociaciones fracasaron. Sin embargo, desconociendo el alcance de las intenciones de Corso, los españoles se tomaron muy en serio la amenaza que representaba, por lo que Felipe II se decidió a levantar una fuerza en Italia y enviarla a Córcega. 

Las revueltas de 1564 en Córcega suponían una clara amenaza al equilibrio de poderes por lo que, tras finalizar la recuperación del Peñón de Vélez de la Gomera el 6 de septiembre de 1564 por García Álvarez de Toledo, marqués de Villafranca y virrey de Cataluña, quien contaba con unas 150 embarcaciones, incluyendo más de 90 galeras, el rey ordenó el envió de parte de la tropa que había sido usada en aquella empresa, para poner en buen orden Córcega. Mientras esto sucedía, una fuerza de 1.500 infantes lombardos se había levantado en Cremona bajo el mando del capitán Lorenzo Suárez de Figueroa, quien acudió a Córcega para auxiliar a los aliados genoveses contra los rebeldes. 

En vista del cariz que tomaba la revuelta, y los éxitos de Corso, se aceleró la llegada de los hombres procedentes de Vélez de la Gomera, a quien se le puso bajo el mando del maestre de campo Gonzalo de Bracamonte, a finales de 1564, llegando a Córcega poco después. A su llegada el panorama no era muy halgüeño, estando la tropa en malas condiciones y muy mermada debido a las bajas por las emboscadas y las enfermedades. La táctica de Corso era muy simple, esconderse en las montañas y acechar cuando las condiciones se lo permitían, de tal forma que resultaba muy escurridizo de combatir. Además, la llegada del invierno había hecho que muchos soldados italianos volviesen a Lombardía, por lo que la situación era aún más crítica. 

Por si no fueran pocos los problemas, se tenían noticias ciertas de que el Turco planeaba un gran ataque en el Mediterráneo, siendo muy posible el objeto de éste la isla de Malta. El rey le había prometido a Bracamonte el envío de 2.000 infantes españoles y otros 2.000 del estado de Milán, que serían reemplazados por españoles que habrían de llegar a Génova en marzo de 1565. Pero la amenaza del Turco era muy grande y, con la llegada de toda la fuerza de lombardos de Lorenzo Suárez de Figueroa, se puso en previsión a Bracamonte para que estuviera preparado con sus hombres, unos 1.200 españoles, para embarcarse en las galeras que habrían de llevarles a Sicilia para combatir a los otomanos, que aún no quedaba claro si se dirigían contra Malta o contra La Goleta, en Túnez. 

Finalmente el objetivo elegido por el Turco fue Malta. El 18 de mayo asomaban a la isla más de 200 naves otomanas que llevaban unos 29.000 soldados, por lo que las tropas de Gonzalo de Bracamonte fueron recogidas por las galeras de Génova para reunirse con el resto del ejército español, compuesto por más de 9.000 hombres, debiendo permanecer Lorenzo de Figueroa con sus lombardos en Córcega conteniendo el avance de Corso y los rebeldes. Por tanto, no se había puesto fin a la amenaza en aquella isla, cuando el contingente de Bracamonte hubo de abandonarla a toda prisa para encargarse de una empresa de mayor envergadura e importancia. 

En la muestra tomada en Siracusa el Tercio de Gonzalo de Bracamonte se componía de cuatro compañías de las que traía de Córcega, que eran a la sazón la del capitán Lope de Figueroa, con 162 hombres a su cargo, la del capitán Juan Osorio de Ulloa, con 147, la de Isidro Pacheco, con 141, y la de Pedro González, con 165 infantes. A esta fuerza de 615 hombres había que sumarle nueve compañías llegadas desde España bajo el mando de los capitanes Pedro Ramírez de Arellano, Pedro de Cabrero, Juan de Alagón, Rui Franco de Buitrón, Toribio Zimbrón, Juan Maldonado, Carrillo de Melo, Francisco Hernández de Ávila y Diego de Mendoza, que traían un total de 1.840 hombres, muy cerca de los 2.000 españoles prometidos por el rey. Tres compañías más se unieron desde Mesina, la de Osorio de Angulo, Marcos de Toledo y Beltrán de la Peña, aportando otros 500 soldados más. 

De esta manera Gonzalo de Bracamonte contaba con un total de algo más de 3.100 hombres encuadrados en 16 banderas. Tras varios intentos de la flota de acudir al socorro del Gran Sitio de Malta, finalmente se pudo desembarcar el 7 de septiembre en el norte de la isla, en la zona del Freo. Tras dejar a las tropas, incluidas las de Bracamonte, que quedaron con alimentos y municiones para más de un mes, García de Toledo volvió a Sicilia para recoger a las tropas del duque del duque de Urbino, llegando el día 14 de septiembre, cuando el Turco se había retirado ya a sus naves el día 10 por la presencia de los españoles, que no dejaron de hostigarles durante toda la huida, matando a muchos de ellos, y alejándose a toda vela el 11 por la mañana. 

Después de esto sabemos que Gonzalo de Bracamonte es enviado con su tercio a Cerdeña por la carta que escribe García de Toledo a Felipe II en la que le indica que envía a "D. Gonzalo de Bracamonte con su tercio en Cerdeña en las galeras del duque de Florencia y va pagado hasta el día que parte y avituallado hasta Cerdeña". Hay que destacar que en esta misiva se referiría al Tercio de Bracamonte como Tercio de Córcega, pues era realmente donde se había formado dicha fuerza para auxiliar a las fuerzas lombardas de Lorenzo Suárez de Figueroa. En Cerdeña invernaría el tercio y descansaría, como era habitual en esa época.

Llegada del socorro a Malta

Para el año 1566 la previsión de nuevos ataques del Turco obligaban a reorganizar la distribución de fuerzas en el Mediterráneo. De este modo en Cerdeña quedarían nuevamente soldados italianos, en un número entre 1.400 y 1.800. Mientras que a La Goleta era enviado el Tercio de Nápoles con varias compañías más de españoles, el Tercio de Cerdeña volvía a Malta, al menos diez compañías de éste, que se unían a cinco compañías del Tercio de Sicilia bajo el mando de Pedro de Padilla, y otras diez compañías del Tercio de Lombardía de Sancho de Londoño, que sumaban una fuerza entre todas de más de 4.500 soldados. 

Pero 1566 no iba a ser el año del Turco, sino el año de las revueltas iconoclastas en Flandes, que a la postre supusieron el origen de la Guerra de los Ochenta Años. La situación se había vuelto preocupante en la Corte y Felipe II no estaba dispuesto a tolerar una revuelta así en sus dominios. Así que ordenó que se sacasen las tropas que estaban en Malta y en La Goleta y se repartiesen entre Nápoles y Lombardía, incluyendo, por supuesto, el Tercio de Gonzalo de Bracamonte. Aquí hay que detenerse porque el rey pretendía que, con las unidades que se encontraban en Malta, se formasen solo dos tercios, el de Lombardía de Sancho de Londoño y otro tercio con las diez compañías del Tercio de Cerdeña más las cuatro del de Sicilia de Pedro de Padilla, cosa que nunca llegó a hacerse, desconociéndose los motivos. 

En carta enviada por García de Toledo al rey el 2 de septiembre de 1566, y tras realizar muestra a todas las tropas procedentes de Malta y La Goleta que se habían reunido previamente en Sicilia, detallaba con pesar como había enviado al gobernador de Milán, el duque de Alburquerque cinco compañías del Tercio de Gonzalo de Bracamonte y que creía que éste las reformaría para integrarlas en el Tercio de Lombardía, como así sucedería, algo que "me pesa en el ánima porque son muy buenos capitanes y así los son los demás que quedan en el Tercio de D. Gonzalo". A mediados de septiembre los Tercios de Cerdeña y de Lombardía partían en las galeras de Florencia y de Juan Andrea Doria. 

Los planes pasaban por reunir el mayor número de tropas en Lombardía para, desde allí, pasar a Flandes escoltando al propio Felipe II, que tenía pensado acabar en persona con las revueltas que sucedían en los estados de Flandes. De este modo, las compañías del Tercio de Cerdeña que aún quedaban en la isla, fueron enviadas a Milán a la mayor brevedad, para juntarse con el resto de la fuerza de Gonzalo de Bracamonte. Hizo lo propio el virrey de Nápoles, enviando el tercio a Lombardía para unirse al resto de las tropas españolas. El Tercio de Cerdeña, por lo tanto, vuelve a juntar compañías y la amenaza de reforma desaparece, al menos por el momento. 

Desde España, concretamente desde el puerto de Cartagena, parte finalmente el Gran Duque de Alba sin el rey, que había decidido no viajar finalmente y enviar a su mejor militar con las instrucciones pertinentes a pacificar los Países Bajos y castigar a los rebeldes. No era empresa que agradara al duque, pero su carácter disciplinado y su creencia ciega en su servicio a la Corona eran más que suficiente para ponerse en marcha. Llevaba consigo en las galeras de Andrea Doria diecisiete compañías de infantería española bisoña para que guardasen los presidios italianos y se formaran como soldados. Llegado a Génova, el duque se dirigió a Milán, desde donde partió el 20 de junio de 1567 hacia Flandes inaugurando así el llamado Camino Español, llegando a su destino 56 días después, toda una proeza logística. 

El Tercio de Cerdeña, que según muestra tomada el 2 de junio en Italia contaba con 1.728 hombres repartidos en diez compañías, quedó alojado en la población de Enghien, a menos de 40 kilómetros al suroeste de Bruselas. Durante los siguientes meses el Tercio de Cerdeña estará en labores de vigilancia y de mantenimiento del orden, ante la represión por parte del duque de Alba, siguiendo las instrucciones reales, de los cabecillas de las revueltas. Guillermo de Nassau, quien tenía motivos suficientes para ser castigado por su participación en las revueltas, no dudó en huir a sus posesiones en Alemania. No así los condes de Egmont y Horn, quien en otro tiempo fueron leales servidores del rey de España, pero que se habían alineado con las ansias de poder del príncipe de Orange. 

La creación del Tribunal de los Tumultos y su apresamiento produjeron una serie de protestas que fueron en aumento con el nombramiento del duque de Alba como gobernador de los Países Bajos tras la renuncia de Margarita de Parma, según las instrucciones secretas que portaba el duque firmadas de puño y letras por Felipe II. El Tercio de Cerdeña apenas tuvo trabajo en aquellos momentos. En enero de 1568 era evidente que Guillermo preparaba algo, dada la intervención de varios barcos cargados con armas en Nimega, pero no fue hasta abril cuando se precipitaron los acontecimientos. Luis de Nassau atravesaba la frontera y se internaba en Frisia al frente de 12.000 hombres, mientras que el conde de Hoogstraaten lo hacía Maastricht con 3.000 hombres. Pero, para sorpresa de los rebeldes, las población no se les unió. 

En este punto Gonzalo de Bracamonte recibió la orden de juntar todos sus hombres, repartidos como estaban en ese momento entre Bolduque y Odenaarde, y dirigirse a Boxmeer, en el Brabante septentrional, a poco más de 30 kilómetros al sur de Nimega. Al aproximarse las tropas del Tercio de Cerdeña, los rebeldes huyen al noroeste, refugiándose en Grave, a orillas del Mosa, pero desalojan la ciudad ante la previsión de un posible asedio, siendo ocupada inmediatamente por dos banderas del tercio. Tras las victorias del Tercio de Cerdeña y la del de Lombardía en Dalen, donde se tomó como prisionera al conde de Hoogstraaten, parecía que la revuelta iba a llegar a su fin, pero Luis de Nassau tomó el castillo de Wedde, y amenazaba la provincia de Groninga. 

De esta forma el duque envió al conde de Aremberg, Johann de Ligne, a desalojar a los rebeldes. Para ello contaba con un regimiento de alemanes bajos organizados en cinco compañías, y 6 piezas de artillería. Aremberg debía recibir a su vez el refuerzo del Tercio de Cerdeña y de las tropas del conde de Mega, quien contaba con cuatro compañías de infantes y tres de caballos ligeros españoles, italianos y albaneses, que se encontraban en las inmediaciones de Bolduque. Todos se pusieron en marcha hacia el norte llegando las diez compañías del Tercio de Bracamonte primero, uniéndose con la fuerza de Aremberg. Las primeras escaramuzas comenzaron el 22 de mayo, cuando los arcabuceros españoles se las vieron con sus homólogos rebeldes en las proximidades de Appigendam, al este de la ciudad de Groninga. 

Batalla de Dalen. Por Frans Hogenberg

Como quiera que la posición de los rebeldes no era óptima para la defensa, se desplazaron más de 25 kilómetros hacia el sur, estableciéndose definitivamente en las inmediaciones de la abadía de Heiligerlee. Éste era un buen lugar para situar una posición defensiva, pues se encontraba en una elevación del terreno, que contaba además con los muros que la protegían y lodazales y fosos que había en el lugar. La decisión de perseguir a los rebeldes sin esperar la llegada del conde de Mega ha sido objeto de todo tipo de polémicas y conjeturas. El cronista Bentivoglio afirma que los españoles "bramaban de que en descubriendo el Aremberghe los enemigos, no hubiese querido acometerlos. A que se opuso y se oponía todavía con prudente consejo, supuesto que Mega no había llegado, y también esperaba otra infantería y caballería en refuerzo de su gente, muy inferior a la de Luis de Nassau. Más poco fue oído su consejo, y poco respetada su autoridad, porque los españoles no sufriendo tardanza alguna, y despreciando sus órdenes, no quisieron esperar más".

La realidad es que Aremberg, contraviniendo las órdenes del duque de Alba, que había dejado bien claro que las tres fuerzas debían juntarse para acometer al ejército de Luis de Nassau, se lanzó en persecución de éste sin esperar la llegada del conde de Mega. El 23 de mayo los rebeldes se desplegaron en dos escuadrones de 1.600 hombres uno en su derecha, junto a la caballería que mandaba su hermano pequeño Adolfo de Nassau, y otro de casi 1.000 en su ala izquierda, donde había situada una gran manga de arcabuceros. Tenían un bosque que cubría su retaguardia y su flanco derecho, y en el izquierdo y en la frontal, una loma con una pendiente suficiente para complicar un avance. Si a esto le sumamos que el terreno, como se ha dicho, estaba lleno de fosos debido a la extracción de turba, un ataque sin caballería contra una posición así suponía un gravísimo error. 

A primera hora de la tarde, mientras los rebeldes comían, el ejército de Aremberg llegó a Heiligerlee, apostando los seis cañones que traía y comenzando a batir la loma, sumándose los arcabuceros españoles que iban en vanguardia, desalojando de sus posiciones a los arcabuceros rebeldes que buscaron refugio en los escuadrones. Aremberg ordenó dirigir el fuego de artillería sobre el escuadrón causando cierto daño al palotear las picas rebeldes, que fue interpretado por los españoles como signo de una inmediata huida, por lo que los arcabuceros españoles se lanzaron en tromba sin esperar a que el resto de la fuerza formara en escuadrón. Este gesto fue replicado por unos 200 coseletes a la deshilada, es decir, sin guardar formación alguna, siendo recibidos por una lluvia de fuego procedente de los arcabuces enemigos. 

Vista la complicada situación en la que se encontraban sus compañeros, más soldados españoles corrieron a su auxilio ante la sorpresa e incredulidad de sus compañeros de armas alemanes, que no daban crédito a aquella muestra de indisciplina de la que se suponía, era la nación más disciplinada en las cosas de las armas. El resultado fue idéntico, por lo que Luis de Nassau ordenó a sus escuadrones avanzar en buen orden y acabar así con las picas españolas. Mientras que su caballería se lanzó por el flanco izquierdo de los españoles, el escuadrón más pequeño rebelde realizó un movimiento de envolvimiento por la derecha española, para así coger su retaguardia. Aremberg, que en aquel momento carecía de cualquier capacidad de controlar la situación, quiso salvar su honra y reputación con una valerosa carga al frente de los poco más de 30 caballos que tenía. 

Por su parte, las cinco compañías de alemanes del regimiento de Aremberg no entraron en combate, limitándose a observar la carnicería a la que eran sometidos los españoles. En el transcurso de los combates a caballo Adolfo de Nassau murió, según cuentan diversas crónicas, a manos del propio Aremberg, quien también resultaría muerto tras haber sido alcanzado por un disparo de arcabuz y, posteriormente, tras intentar escapar en su caballo, caerse de éste siendo rematado por un soldado rebelde que le apuñaló en el cuello. Ante tales acontecimientos, los alemanes se rindieron se presentar batalla con la promesa de no combatir para el rey de España en seis meses, por lo que el resto de la fuerza de Bracamonte emprendió la huida perseguida por los rebeldes. 

Las crónicas hablan de entre 400 y 500 españoles muertos, algunos de ellos que se habían rendido y que "fueron presos y arcabucearon vivos atados en palos, y algunos mataron con otras crueles formas de tormentos", como afirma Carnero en su crónica. La masacre no fue mayor gracias a la aparición de la vanguardia del conde de Mega, formada por tres compañías de caballos bajo el mando del capitán Andrés de Salazar, que acogió a los huidos y puso en fuga a los perseguidores, que volvieron a la seguridad de su ejército. El resto de las fuerzas fue puesto a salvo por el regimiento del conde de Mega, quien, tras hacer noche en Zuidbroek, a unos 25 kilómetros al este de Groninga, acabó llegando al día siguiente a la seguridad de los muros de esta ciudad, protegida por cuatro banderas de alemanes bajo las órdenes del coronel Schamburg.

Cerca de 1.000 hombres del Tercio de Cerdeña pudieron salvar la vida y refugiarse en Groninga. Luis de Nassau, al frente de sus tropas, puso sitio a la ciudad esperando un levantamiento en el interior de la misma, levantamiento que nunca se produjo. El duque de Alba se encaminó hacia Groninga al frente de su ejército para romper el asedio, cosa que hizo auxiliado por una salida de los hombre del Tercio de Cerdeña dirigidos por Bracamonte el 14 de julio. Esta victoria daría lugar a una persecución que acabaría con el ejército de Luis de Nassau en la Batalla de Jemmingen el 21 de julio de 1568, cuando por fin los españoles se tomarían su particular venganza por lo ocurrido en Heiligerlee. 

La disolución del Tercio de Cerdeña ocurriría a la vuelta de esta campaña. Tras obtener la victoria en Jemmingen, en la Frisia oriental, el ejército del duque se dirigía al centro de los Países Bajos, pasando por Heiligerlee. En venganza por la masacre cometida contra los españoles que se habían rendido y habían sido vilmente asesinados, algunos miembros del Tercio de Cerdeña, junto con varios mochileros que andaban en la retaguardia, decidieron prender fuego a varias casas de aldeanos sospechosos de haber colaborado con el ejército de Nassau en la matanza. Al duque de Alba no le tembló el pulso para corregir ese acto de indisciplina, y mandó ejecutar allí mismo a algunos de los autores y reformó el Tercio de Cerdeña, tanto por la desobediencia mostrada en la batalla de Heiligerlee, como por no haber podido los capitanes controlar a sus hombres en estos últimos sucesos. 

Sirvan como ejemplo del descontento de Alba con el Tercio dos cartas enviadas al rey. En la primera pide que se tenga en cuenta el injusto comportamiento de los hombres del Tercio de Cerdeña con el conde de Aremberg. "No puedo negar a V.M. que me ha dolido más el desorden de lo que me había de doler, lo que ello fue de la persona de Aemberghe, pero a él le hicieron no tener paciencia dos cosas: la una, que él había oído decir a los soldados que dejaba de pelear por ser una gallina, como ellos suelen decir muy bien de todos sus generales; la otra pensar tener despachado antes que llegase Meghen. Suplico a V.M. se acuerde de lo que el dicho Aremberghe ha servido, y que deja dos hijos y dos hijas, y que ha muerto en servicio de V.M. como muy buen caballero".

Batalla de Heiligerlee. Por Frans Hogenberg

La segunda explica los motivos de la reforma del Tercio. "Escribí a V.M. como había reformado al Tercio de Cerdeña. Yo lo hice por no tener aquella estatua en pie que pudiesen decir que los españoles habían huido sin orden y aguardé a tomar ocasión de ciertas granjas que tomaron en Frisia. Por cumplir al servicio de V.M. castigar un delito y el otro, hice meter los soldados entre los otros tercios. A Don Gonzalo de Bracamonte y a Don Pedro González, su hermano, que como capitán de arcabuceros estuvo con la artillería hasta la postre y peleó muy bien, y a otros oficiales les he hecho agravio, conviene que V.M. les haga merced, y se lo recompense en otra cosa, como a su tiempo lo suplicaré a V.M.".

La contestación del rey no deja lugar a dudas sobre su confianza en el buen hacer y juicio del duque: "cuanto a lo que me escribisteis de las causas porque habíais reformado el tercio de Cerdeña, yo no tengo que decir, sino que, por las mismas me parece muy bien hecho, y que, pues Don Gonzalo de Bracamonte y Don Pedro, su hermano , no tuvieron culpa, quedará acerca de mí, a la figura que merecen". De esta forma los soldados del Tercio de Cerdeña fueron repartidos por Chiappino Vitelli, siguiendo instrucciones del duque de Alba, entre los distintos tercios, cesando en su cargo el maestre y los diez capitanes, respetando tan solo la compañía del capitán Martín Díaz de Armendáriz, que contaba con 400 arcabuceros y no había viajado a Flandes, quedándose destacada en Italia. 

Para vergüenza de los soldados, sobre todo de unos tan veteranos, se partieron las astas de las armas y se quemaron las bandas rojas que llevaban los oficiales. Así mismo se rompieron las banderas de las compañías, entre las lágrimas de los presentes, heridos en su orgullo. Sin duda alguna se trataba de un trágico final para unos de los tercios primigenios pero cuya conducta no podía excusarse ni pasarse por alto. El duque de Alba, hombre que estimaba la disciplina y la lealtad por encima de todas las cosas, obró con toda la firmeza que requería la ocasión, esperando el momento oportuno y las circunstancias, toda vez que su campaña para acabar con la invasión rebelde de 1568, había llegado a su fin de manera victoriosa. En cuanto a Gonzalo de Bracamonte, se le asignó el cargo de maestre de campo del recién creado Tercio de infantería de los estados de Flandes, salvando así su reputación y excusándole de lo acontecido en Heiligerlee.  

Bibliografía: 

-Relación de la infantería para el socorro de Malta y Çaragoça de la que hizo Andrea Doria para esto.

-Relación de gente que pareció en la muestra que se tomó en Çaragoça a las cuatro compañías del tercio de don Gonzalo de Bracamonte. 

-Las guerras de Flandes desde la muerte del emperador Carlos V hasta la conclusión de la Tregua de los Doce Años (Guido Bentivoglio).

-Historia de las guerras civiles que ha habido en los estados de Flandes desde el año 1559 hasta el de 1609, y las causas de la rebelión de dichos estados (Antonio Carnero).

-Comentarios de lo sucedido en las guerras de los Países Bajos desde el año de 1567 hasta el de 1577 (Bernardino de Mendoza).

-Colección de documentos inéditos para la Historia de España. Volúmenes XXVII y XXIX.

-Los Tercios en el Mediterráneo. Los sitios de Castelnuovo y Malta (Hugo A. Cañete).

-El laberinto de Flandes (Ignacio José Notario López).


No hay comentarios:

Publicar un comentario