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Guerreros: Guillén Ramón de Moncada, IV marqués de Aytona



Guillén Ramón de Moncada nació en Barcelona en el año 1615, desconociendo la fecha exacta, en el seno de una de las familias más reputadas de España. Su padre era Francisco de Moncada y Moncada, III marqués de Aytona, y su madre Margarita de Castro y Alagón, de la nobleza zaragozana. Su abuelo paterno, Gastón de Moncada, II marqués de Aytona, había sido caballero de la Orden de Calatrava, consejero de estado del rey Felipe II y virrey de Valencia. 

El marquesado de Aytona alcanzó gran esplendor de la mano de su padre, Francisco de Moncada, además conde de Osona, gracias a sus dotes para las humanidades y la diplomacia, lo que le valió llevar a cabo algunas de las misiones diplomáticas más importantes para el rey Felipe IV y el conde duque de Olivares, de quienes gozaba de la máxima confianza. Desde los Países Bajos hasta Viena, pasando por Cataluña o el Milanesado, ninguna misión diplomática era complicada para él. En Flandes, preparó el terreno para la llegada del Cardenal Infante, y posteriormente ejerció el cargo de gobernador de armas y de mayordomo mayor del propio Fernando de Austria. 

Sin duda la muerte del III marqués de Aytona en 1635, tras lograr los españoles tomar la vital fortaleza de Schenkenschans, fue un duro golpe para la Monarquía Española, ya que era un hombre de vital importancia para los intereses de ésta. La educación del joven Guillén Ramón se desarrolló en Palacio, tal y como le prometió el conde duque al marqués, lo que nos da una idea la notoriedad de la familia Moncada. El 26 de febrero de 1626 Guillén Ramón, que apenas contaba diez años de edad, recibió nada menos que el hábito de la Orden de Calatrava y las encomiendas de Fresneda y Rafales, pertenecientes a la orden, heredando igualmente el título de conde de Osona. 

Con tan solo quince años de edad marchó con su padre a Flandes. Si hasta ahora su infancia había transcurrido entre libros, iba a pasar de golpe al oficio de las armas, enrolándose en la milicia bajo el cargo de alférez, algo normal en la época debido a su condición. Para 1635, año de la muerte de su padre, ya era capitán de caballos ligeros, como se atestigua en los pagos realizados el 8 de abril de ese año. La caballería iba a ser la gran pasión militar de Guillén Ramón, ya IV marqués de Mocada, y se desempeñó de manera brillante al frente de su unidad durante los años que sirvió como capitán. 

De vuelta en Madrid, tuvo un desafortunado incidente con el marqués de Cuéllar, que desembocó en un duelo de aceros, y les costó a ambos un arresto domiciliario que, por fortuna, no tuvo repercusiones para su futura carrera política. De esta forma, a finales de marzo de 1638 entró al servicio del rey Felipe IV, siendo Gentilhombre de la Cámara del Rey, y desempeñando diversas labores militares de relevancia ya que la entrada de Francia en la Guerra de los Treinta Años, requirió de todos los esfuerzos bélicos posibles. El marqués levantó un tercio de algo más de mil hombres junto al duque de Cardona, combatiendo en Salces, Gerona, en octubre y noviembre de 1639, logrando derrotar a las tropas del Príncipe de Condé. 

El 6 de enero de 1640, en agradecimiento a los servicios prestados, Felipe IV le concedió la grandeza de España junto a otros nobles que se habían destacado en la campaña del Rosellón, como el marqués de Camarasa, el de Carpio, los condes de Fuensalida, Aguilar y Oñate, o el duque de Tarsis. Poco después Guillén Ramón vería cómo Cataluña se rebelaba contra la Unión de Armas diseñada por el conde duque y, instigada por los franceses, se levantaba contra la Corona. El marqués de Aytona fue uno de los hombres clave del rey en las negociaciones anteriores a los sucesos del Corpus Christi, pero éstas no fructificaron debido a la posición cada vez más radical de los catalanes, encabezados diplomáticamente por el padre Manlleu, fraile capuchino de Barcelona.

El asesinato del virrey Dalmau de Queralt, conde de Santa Coloma, precipitó los acontecimientos en Cataluña. El marqués de Aytona se quedó a cargo de la protección del hijo del virrey, acogiéndole en su casa, y se sumergió de lleno en la Guerra de Cataluña, que le afectaba de una manera muy directa. Por ejemplo, la localidad de Illa, de su propiedad por herencia materna, sufrió las consecuencias del conflicto cuando fue atacada por los soldados españoles en respuesta a un ataque lanzado desde la misma a finales de julio de 1640. El conflicto adquirió tintes de una auténtica guerra civil entre catalanes, destacándose Aytona en atraer a numerosos nobles y destacados catalanes a la causa del rey. 

Estas dotes diplomáticas le valieron, más aún, el favor real. Un buen ejemplo de ello fue la intercesión de Felipe IV ante el marqués de Orani, para que diese a Aytona a su hija en matrimonio. Sucedía que durante los años anteriores a esto, Guillén Ramón había estado cortejando a Ana de Silva y Mendoza, hija, como se ha dicho, del marqués de Orani, pero el conde duque se había opuesto fervientemente al enlace entre ambos, teniendo que ceder Aytona a las pretensiones del todopoderoso valido. En mayo de 1642 el acuerdo matrimonial se convirtió en realidad, junto con una renta de 9.000 ducados procedentes de Cerdeña, para consternación del conde duque, que por aquellas fechas ya veía su poder seriamente mermado. 

Batalla de Lérida, 1642. Grabado francés

Pese a la estrella ascendente del marqués, éste no descuidaba sus labores militares, levantando tropas de aquí y de allá para el frente catalán, como en julio de 1642, que logró levantar varias compañías de infantes en el condado de Ribagorza, a los que se unieron más fuerzas, marchando con ellas a las cercanías de Monzón, que había sido tomada en mayo por los franceses. En Fraga coincidió con el rey, que se había desplazado al frente para infundir ánimos entre sus tropas, y para supervisar las operaciones llevadas a cabo por el marqués de Leganés. Éste había designado Lérida como objetivo principal de la ofensiva, ya que constituía un punto vital como base de operaciones para ataques contra las posiciones franceses. Desde Lérida, junto con Tarragona y Tortosa, los españoles podrían lanzar ofensivas que expulsasen al enemigo de Cataluña. 

La batalla se produjo el 7 de octubre de 1642, y el resultado fue negativo para las armas españolas, que se vieron superadas por el ejército francés y los rebeldes catalanes, al mando de Philippe de la Motte, mariscal de Francia. La derrota sirvió para acelerar la caída del conde duque, caída a la que contribuyó decisivamente el marqués de Aytona. A partir de ese momento el marqués se iba a convertir en la figura clave del frente catalán, actuando como consejero de guerra de Felipe IV en la campaña que se iba a iniciar al año siguiente, y que tenía por objeto recuperar la iniciativa perdida en ese frente, expulsando a los franceses y a los catalanes rebeldes, de una serie de plazas de estratégica importancia. 

De este modo las tropas realistas tomaron Villanoveta, y algunos puntos neurálgicos más, justo antes de acometer el sitio de Monzón, recuperando la plaza en diciembre de 1643. El capitán general, Felipe de Silva, y el maestre de campo general, marqués de Mortara, siguieron cuidadosamente las instrucciones que Aytona había dado. Para la campaña de 1644 el objetivo se había fijado en la recuperación de Lérida. Se tomó muestra en mayo del ejército real, el cual contaba con 9.554 infantes y 4.436 caballos, y se puso sitio a Lérida sin dilación, tomándose la ciudad el 31 de julio, y contándose unas 7.000 bajas enemigas entre muertos, heridos y prisioneros. El rey entró en la ciudad el 7 de agosto, permaneciendo en ella hasta el día 23 del mismo mes.

En el aspecto personal el enlace entre el marqués de Aytona y Ana de Silva se celebró el 13 de enero de 1644, y los reyes fueron los padrinos. Tras los buenos sucesos en el frente catalán se produjo la muerte de la reina Isabel de Borbón, un durísimo golpe para el monarca, pero también para Aytona y su mujer, quienes contaban con el cariño de la reina. Pero de nuevo marcharía de la Corte el marqués, esta vez tras ser nombrado gobernador y capitán general de Galicia, región que estaba cobrando una gran importancia debido a las constantes incursiones portuguesas tras la rebelión de 1640. No perdió ni un segundo y se puso manos a la obra para reorganizar las escasas y desmotivadas fuerzas con las que contaba. 

De este modo pidió a las villas que aportasen la suma de 16.000 hombres, no obteniendo más que 6.000, cifra muy inferior a la que el marqués creía necesario contar para poder no solo defender el territorio, sino iniciar una ofensiva a gran escala contra los rebeldes. Inspeccionó la frontera y realizó mejoras en las fortificaciones existentes y levantó algunas nuevas. La más importante era la de Santiago de Aytona, construida por su maestre de campo general, Juan Ruiz de Queredo, a escasa distancia de Salvaterra de Miño, villa que los portugueses habían tomado gracias al cambio de bando del gobernador de la plaza en 1642. Este era un punto clave de la frontera, ya que los portugueses tenían un enclave al otro lado del río Miño, lo cual representaba un peligro constante para las poblaciones españolas de la zona. 

Sus éxitos militares en Galicia le hicieron ganarse el cariño de la población y de sus representantes, pero no iba a durar mucho en el cargo el marqués, ya que su persona era requerida en la Corte para una misión de vital importancia. De esta manera en marzo de 1647 Aytona partió para Madrid, donde recibió el encargo de ser el nuevo capitán general del ejército real y virrey de Cataluña. Al poco de llegar tuvo que afrontar el ataque por parte de las tropas francesas del príncipe de Condé contra Lérida. Ya un año antes, los franceses habían intentado tomarla sin éxito, gracias a la formidable defensa llevada a cabo por Gregorio de Brito, portugués leal a la Corona y encargado de la defensa de la plaza junto con unos cientos de españoles, y a la llegada de un socorro conducido por el marqués de Leganés. 

El poderoso ejército francés poco pudo hacer ante la enconada defensa planificada por Aytona y llevada a cabo por Brito y sus hombres, por lo que Condé levantó el sitio 18 de junio de 1647, antes de que éste desapareciera por completo. La retirada fue providencial ya que apenas dos días después llegaba a Lérida un ejército de 6.000 hombres conducido por el marqués de Mortara para reforzar las defensas españolas. En septiembre ambos ejércitos llevaron a cabo escaramuzas de poca importancia, retirándose a sus cuarteles con la llegada del invierno. En esa época el prestigio del marqués estaba en entredicho ante la tibia actuación durante el verano y el otoño, a pesar de contar con el refuerzo de Mortara. Además, el rey, se había indignado sobremanera por la falta de coraje de los catalanes realistas, que no se habían levantado contra el francés a pesar de la cercana presencia del ejército real. 

Vista de Lérida durante el sitio de 1647

Por si no fueran suficientes los problemas del marqués, el auditor y proveedor general del ejército, Antonio de la Torre, se le insubordinó hasta en tres ocasiones negándole la petición de alimentos hecha por Aytona para las monjas del monasterio de San Hilario. El desagravio llegó a tal extremo que el marqués, ya en presencia del proveedor, fue amenazado por éste con su espada. Antonio de la Torre fue arrestado de inmediato y, tras informar el virrey de lo ocurrido a Madrid y no recibir respuesta, ordenó su decapitación para que sirviera de escarmiento a todos los que osaran cuestionar su autoridad. Al conocerse estos sucesos Felipe IV creó una junta para debatir dicha cuestión, resolviéndose la destitución del marqués, quien debía abandonar Zaragoza en 24 horas. 

Aytona fue apresado en Guadalajara y se le llevó inicialmente a Burgos, para posteriormente trasladarle a Madrid, cumpliendo arresto en el palacio de la Alameda de Osuna, y embargándosele sus bienes. Este castigo se debió al incumplimiento del procedimiento habitual de dar parte al Consejo de Guerra en los casos de insubordinación. Aprovechando su reclusión, el marqués de Aytona se entregó a la escritura, redactando Memorial al rey nuestro señor, del marqués de Aytona, gentilhombre de su Cámara, virrey y capitán general que fue de Cataluña, publicado en 1649, junto a otros memoriales en los que defendía su inocencia. De este modo, en agosto de 1649, un tribunal le halló libre de toda culpa por los hechos acaecidos con Antonio de la Torre. 

Pero no sería hasta el 18 de febrero de 1652 cuando el rey le otorgó la libertad, restituyéndole los bienes embargados. Aytona no desaprovechó su estancia en prisión, y no solo se centró en probar su inocencia, sino también en escribir un tratado militar. Tras su puesta en libertad tardó poco en ganarse nuevamente la confianza real, y a comienzos de 1653 fue nombrado miembro del Consejo de Estado y se la dieron las encomiendas de Bexis y Castell de Castells de la Orden de Calatrava. Ese mismo año fundó la Escuela de Cristo en Madrid, junto a 72 ilustres hombres del momento, y publicó en Valencia su Discurso militar. Propónense algunos inconvenientes de la Milicia de estos tiempos, y su reparo, dición aprobada por Jorge de Castelví e impresa por Bernardo Nogués.

Aytona siguió con la escritura y en 1655 publicó en Madrid Práctica de la Oración, obra de temática mística dividida en tres volúmenes, cada uno de ellos dedicado a la purgación, la iluminación y la unidad con Dios. Ese mismo año su nombre figuraba entre los primeros candidatos para ocupar el cargo nuevamente de virrey de Galicia, pero las condiciones no le convencieron y pronto se borró de la lista. Continuó en la corte a la espera de algún cargo importante que parecía no llegar. Ya en 1659, acompañó a Luis de Haro, VI marqués del Carpio, para la firma de la Paz de los Pirineos, en la isla de los faisanes. Un año después Felipe IV le propuso para ocupar el cargo de virrey de Cataluña, pero la falta de apoyos le hizo renunciar a tal honor. 

En enero de 1663 fue nombrado caballerizo de la reina, y cuatro años más tarde, mayordomo mayor de ésta. La guerra con Portugal proseguía y su opinión en el Consejo de Guerra, cada vez era más crucial, convirtiéndose en la voz más experimentada en asuntos militares, dado sus grandes conocimientos, sus innovadoras ideas y su experiencia en la guerra, celebrándose incluso las reuniones en su propia casa. Acompañó en su lecho de muerte al rey el 17 de septiembre de 1665. En 1667 se tuvo que enfrentar a la llamada Guerra de Devolución contra Francia, llevando el peso de la política militar de un conflicto que era imposible de ganar, dada la abrumadora superioridad del enemigo, y la ausencia de compromiso de los supuestos aliados de España. 

Concluida la Guerra de Devolución, Aytona iba a ser nombrado coronel de la nueva guardia creada para Carlos II. Este cuerpo fue propuesto por Diego de Sada, secretario del consejo de Aragón, tras la muerte de Felipe IV, y se creó por decreto de 27 de abril de 1669 bajo forma de regimiento. Contaba en un principio con unos 400 infantes, aunque posteriormente creció hasta los dos mil, veteranos todos, y sus mandos intermedios eran reputados soldados que se habían ganado los galones con creces en el frente. Aytona tenía de segundo a Rodrigo de Múgica, de sargento mayor a José Garro, y entre los capitanes de la guardia había gente tan distinguida como el marqués de Jarandilla, o los condes de Melgar o de Fuensalida. A esta unidad se la conoció como la "Chamberga", debido a las casacas que vestían, y el 29 de julio de ese año formó en el Alcázar para deleite de Carlos. 

Los últimos meses de vida del marqués se vieron marcados por un agrio enfrentamiento con Juan José de Austria, hermanastro de Carlos II, fruto de la aventura de Felipe IV con la popular actriz María Calderón. Su salud, muy resentida debido a la tensión y a una alimentación bastante mala, se quebró en los últimos meses por aquellas disputas, incluso se le acusó de tratar de envenenar a Juan José de Austria, algo que negó rotundamente el marqués, quien finalmente, y tras hacer el oportuno testamento,  falleció el 17 de marzo de 1670.

Su obra Discurso militar, constituye una de las obras más notables de la tratadística militar del siglo XVII, género en el que España destacaba ampliamente, principalmente desde finales del siglo XVI y principios del XVII, con autores como Sancho de Lonsoño, Cristóbal de Rojas, Cristóbal Lechuga, Juan Muñoz del Peral, Juan Arias Maldonado, el barón de Auchy, Pedro de la Puente o Diego González de Medina. El éxito fue muy amplio y al año de la primera publicación en Valencia se publicó una nueva edición también para Milán, epicentro del conocimiento militar de la Monarquía Española. La obra de Aytona aborda las reformas que son necesarias en los ejércitos hispánicos no desde un punto de vista derrotista, sino destacando el enorme potencial que la maquinaria bélica de la Corona aún tenía: "nunca más se ha experimentado el gran poder de esta Monarquía como ahora pues se ha mantenido contra tantos enemigos interiores y exteriores". 

Discurso militar del marqués de Aytona

Aytona apostaba por la búsqueda de los antiguos valores de la milicia que convirtieron a España en la primera potencia mundial en el siglo anterior, la creación de escuelas militares para educar a los futuros oficiales del reino, acabar con los asentistas militares, o la unificación de los distintos calibres de artillería. El marqués indica igualmente que es necesario que la Monarquía vuelva a tener en la estima que antiguamente tenía a sus soldados, otorgándoles el estatus y los privilegios que se merecen, solo así habrá interés en volver a la milicia, un problema que ya trataba el conde-duque de Olivares en sus Ordenanzas Militares del 28 de junio de 1632. La obra desgrana los entresijos de las fuerzas hispánicas, ya que Moncada los conoce a la perfección fruto de sus experiencias en combate. 

De esta forma toca problemas que van desde el tiempo necesario para ascender en un tercio, las cualidades que deben tener los oficiales, la importancia del arma de caballería, o la necesidad de sustituir las levas por las reclutas, ya que éstas permitían incorporar a soldados bisoños en unidades llenas de soldados veteranos, al contrario que las levas, donde se levantaba una nueva unidad de infantes sin experiencia alguna en el combate, y que además necesitaba nutrirse de nuevos oficiales lo que aumentaba el gasto demasiado. Igualmente consideraba que los oficiales reformados eran de vital importancia en el ejército, el cual debía nutrirse de un gran número de ellos. 

Como no podía ser de otra forma, ya que Aytona fue capitán de caballos ligeros, trata en profundidad el arma de caballería, advirtiendo que debía reducirse a pie regimental, con un número de caballos que oscilase entre 500 y 800, divididos en 9 o 10 compañías de las cuales 6 o 7 debían ser de corazas y el resto de arcabuceros a caballo. El mando recaería en un coronel, asistido por un teniente coronel, un sargento mayor y dos oficiales auxiliares, y arguye la necesidad de que cada compañía tenga dos tenientes, de tal forma que cada uno pueda mandar la vanguardia y la retaguardia de la misma. Igualmente apuesta decididamente por sustituir al comisario general de caballería por un general. 

Las ideas que expone el marqués de Aytona en esta obra van a resultar determinantes para los grandes militares de la segunda mitad del siglo XVII. El propio Raimondo Montecuccoli, uno de los militares más destacados de su tiempo, si no el que más, se muestra como un gran admirador de Aytona y va a recoger en su obra De la Guerra contra el Turco en Hungría multitud de referencias al militar español. En definitiva es una obra fundamental para los avances y cambios que se van a desarrollar en los ejércitos europeos durante las últimas décadas del siglo XVII y las primeras del XVIII. Una obra con un tinte claramente grecorromano, de hecho casi todas las referencias que hace Moncada son a los clásicos, reflejo de la admiración que sentía por los ejércitos macedonios y romanos. Una obra que refleja el profundo conocimiento militar del marqués y su gran capacidad para entender el arte de la guerra. 

Bibliografía:

-Discurso militar (Guillén Ramón de Moncada)

-Biografía (Eduardo de Mesa)

Marqués de Aytona, por Gaspar Crayer





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