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Batalla de Tuttlingen

 

El 24 de noviembre de 1643 las fuerzas imperiales de Melchior von Hatzfeldt, junto a las bávaras de Franz von Mercy, y las fuerzas españolas del duque de Lorena, derrotaban al ejército Franco-Weimariano del mariscal Josias Rantzau en la batalla de Tuttlingen.  

En el marco de la Guerra de los Treinta Años, Francia se erigía como la nueva potencia europea tras su intervención en la contienda en 1635 ante el desmoronamiento sueco acaecido en Nördlingen. Si bien es cierto que sus primeras acciones contra España habían resultado infructuosas, poco a poco los mandos franceses iban ganando experiencia en el combate y se estaban convirtiendo en un poderoso enemigo, no obstante, su capacidad para reclutar y movilizar ejércitos resultaba asombrosa. El cardenal Richelieu había fallecido y Luis XIII lo haría tan solo cinco meses después, tomando el cardenal Mazarino las riendas del gobierno en nombre de Luis XIV. 

Gracias a su numerosa población y a una política fiscal centralizada y asfixiante, los franceses podían levantar ejércitos sin demasiados problemas, por lo que pudieron reponerse de derrotas tan notables y sonadas como la de Honnecourt, en mayo de 1642, y derrotar un año después al ejército hispánico de Francisco de Melo en Rocroi, aunque quedando sus fuerzas virtualmente inservibles por el alto número de bajas sufridas en esa jornada. Desde ese momento, los franceses se afanaron en movilizar dos poderosas fuerzas; una trataría de consolidar su posición en el río Rin con el ejército del mariscal Jean Baptiste Budes, conde de Guébriant, compuesto por unos 18.000 franceses y weimarianos y diversas piezas de artillería. Mientras que la otra, comandada por el duque de Enghien, seguiría presionando en la frontera con los Países Bajos y se haría con las fortalezas sobre el Mosela de Thionville y Sierck-les-Baines. 

España en la Guerra de los 30 Años (Parte X. Francia asienta su poder 1640-1641)

 


El final de 1639 no hacía presagiar buenas perspectivas para los intereses españoles. Si bien la victoria en Thionville y la incapacidad de Federico Enrique para movilizar sus tropas indicaban lo contrario, lo cierto es que la derrota en Las Dunas y las nuevas levas en Francia cambiaron el equilibrio de fuerzas. 

Durante el verano de 1639 en Francia se extendieron una serie de revueltas cuyo origen era el cobro de un nuevo impuesto. En las regiones agrícolas pronto se generó un profundo descontento que germinó en una especie de revolución llevada a cabo por los llamados pies descalzos. Para comienzos del invierno la revuelta estaba controlada y sus cabecillas ejecutados, por lo que Luis XIII y el cardenal Richelieu tenían las manos libres para actuar contra España. 

Es por ello que se decidieron enérgicamente a emprender una nueva campaña para la primavera de 1640 levantando tres poderosos ejércitos bajo el mando de los mariscales Châtillon, La Meilleraye y de Chaunes. En total las tres fuerzas sumaban casi 25.000 infantes, 8.000 caballos y 50 piezas de artillería que se concentraron en el noreste del país, en Soissons, y cuya misión era penetrar en el condado de Artois y, mediante un movimiento en pinza junto a las fuerzas holandesas de Federico Enrique, atrapar a las fuerzas españolas del Cardenal-Infante.

La Guerra de Devolución (Parte II)

 


El ejército español de Flandes había conseguido levantar el asedio de Terramunda, donde los franceses sufrieron su primera derrota en la Guerra de Devolución, contando unas 5.000 bajas, y derrotar a los caballos del marqués de Marines en las cercanías de Charleroi, pero Luis XIV aún contaba con un potente y numeroso ejército de maniobra en los Países Bajos. 

Castel-Rodrigo también se atrevió a lanzar un pequeño ataque desde Cambrai sobre la plaza de Ribemont, muy próxima a San Quintín, donde las tropas españolas se apoderaron de bastante munición, pólvora, vituallas e incluso se apresó a varios personajes de relativa importancia. Los franceses entendieron que el ejército de Flandes no era el de comienzos de siglo, pero aún era capaz de plantar cara en plazas con buenas defensas y lanzar ofensivas localizadas para debilitar al enemigo. 

Luis XIV no se podía permitir que los sucesos de primeros de agosto se repitieran por lo que ordenó a Turenne volver hacia el sur y tomar la plaza de Lille, debiendo unírsele el cuerpo del marqués de Marines. Ahora todo el ejército francés se empeñaría en una única empresa. Luis XIV no quería sorpresas y encontrarse con otro Terramunda que pudiera mermar más los recursos disponibles y minar la moral de su ejército.