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Los Tercios: Tercios Embarcados. Orígenes


Antecedentes históricos.

Los soldados en la marina ya existían en la Edad Media en Castilla y Aragón; pero esto ni mucho menos era una novedad, ya que tanto egipcios, como griegos, persas o romanos, por poner algunos ejemplos, venían empleando este tipo de unidades militares y construyendo las embarcaciones más idóneas para transportarlas. Estos hombres eran contratados de forma temporal para alguna jornada o empresa concreta y se les licenciaba al finalizar esta.

En España el antecedente histórico más lejano se atestigua en Las Partidas del rey castellano Alfonso X: "et sobresalientes llaman otrosi a los hombres que son puestos además en los navíos, así como los ballesteros y otros hombres de armas... no han de facer otros oficios sino defender a los que fueren en su navío lidiando con sus enemigos". Es decir, los sobresalientes eran soldados embarcados cuya única función era el combate, pero no se constituían como un ejército permanente, sino que eran reclutados individualmente cuando las circunstancias lo reclamaban.

Además debían ser "esforzados, recios et ligeros lo más que ellos pudiesen, et cuanto más usados fuesen de la mar, tanto será mejor", es decir, hombres que tenían relación con las armas, experiencias en combate, sobre todo pequeñas incursiones en costas enemigas y defensa y ataque de buques. En la costa del Cantábrico se podían reclutar algunos de los mejores hombres para este tipo de misiones, gentes curtidas en el mar y sus inclemencias.

Naves cántabras, en la batalla de la Rochelle

La Batalla de Ruvo


El 23 de febrero de 1503 las tropas españolas de Gonzalo Fernández de Córdoba, El Gran Capitán , tomaban al asalto la plaza de Ruvo, defendida por una guarnición francesa bajo el mando de Jaques de Chabannes, señor de La Palisse.

En el marco de las Guerras Italianas, el Tratado de Granada entre los Reyes Católicos y el monarca francés había hecho repartirse el centro y sur de Italia; Nápoles quedó bajo el dominio francés, mientras que Sicilia quedaba en manos de España. Pero pronto surgieron las discrepancias en la interpretación de los términos del acuerdo y el monarca francés, Luis XII, no dudó en invadir las posesiones italianas españolas para colmar sus ambiciones expansionistas a mediados de 1502.

Los franceses, aprovechando la sorpresa y su gran superioridad numérica, avanzaron hacia el sur de la península itálica y cercaron a las tropas españolas del Gran Capitán en la villa de Barletta. Allí se atrincheró el brillante militar español durante el invierno de 1502-1503, permitiendo tan solo un singular combate, para guardar el honor de los españoles, entre 11 de sus jinetes y 11 franceses, en lo que se conoció como el Desafío de Barletta. 

La Guerra de la Valtelina: La batalla de Tirano


En septiembre de 1620 se produjo la batalla de Tirano, que enfrentó a los calvinistas grisones y a las fuerzas españolas del Tercio de Saboya, que prestaban apoyo a los católicos de la zona alpina de Lombardía, y supuso recuperar el control de la Valtelina y por tanto, el aseguramiento de la nueva ruta del Camino Español.

La Guerra del Monferrato había concluido en 1617 pero las tensiones entre el ducado de Saboya, apoyado por Francia, habían hecho peligrar el antiguo Camino Español, por lo que los soldados de Felipe III hubieron de buscar una alternativa, y la encontraron atravesando la región de la Valtelina, una zona montañosa del norte del Milanesado pegada al cantón de los grisones. Esta región se había mantenido bajo autoridad del ducado de Milán desde el siglo XIV, pero a partir del siglo XVI surgieron tensiones tras la llegada del calvinismo al cantón grisón.

Los grisones, llamados así según parece por sus ropajes grises, invadieron parte de la Valtelina y persiguieron sin tregua a los católicos de la región. Los grisones no dudaron en torturar y asesinar al arcipreste de Sondrio, Nicola Rusca, en septiembre de 1618. Los católicos estallaron ante tal provocación y se rebelaron contra los calvinistas. A mediados de julio de 1620 los católicos, liderados por Robustelli di Grosotto, lograron hacerse nuevamente con el control de la Valtelina y deshacerse del poder grisón en la región.

La Guerra del Monferrato. Parte II (1616-1617)


Con el comienzo de 1616 las maltrechas arcas del duque de Saboya se vieron aliviadas con lustrosas cantidades de dinero veneciano que sirvieron para reclutar un nuevo ejército y romper el tratado firmado en Asti con el marqués de Hinojosa tan solo unos meses atrás. De esta forma Carlos Manuel volvió a reanudar la guerra en el Monferrato, invadiendo el territorio a través del Langhe y a lo largo del río Tanaro.

En el Monferrato los españoles contaban con unos 10.000 infantes y 20 compañías de caballos, algo a todas luces insuficiente ya que el de Saboya había logrado reunir un ejército de casi 35.000 hombres, entre los que se encuentran 14.000 infantes saboyanos, 4.000 alemanes, 4.000 suizos, 10.000 franceses y casi 3.000 jinetes. El nuevo gobernador del Milanesado, el marqués de Villafranca del Bierzo, Pedro Álvarez de Toledo, emprende una rápida campaña de reclutamiento de hombres en Alemania, Borgoña y Suiza.

Así para mediados de agosto de 1616 los españoles contaban ya con un ejército de casi 34.000 soldados de los cuales 5.500 era españoles, 6.000 alemanes, 8.000 lombardos, 4.000 borgoñones, 3.500 italianos, 4.000 suizos y 3.000 jinetes. De estas fuerzas habrá que descontar las que se queden en labores defensivas en el Milanesado, pudiendo movilizar el marqués para la guerra con Saboya a unos 22.000 soldados y 2.500 jinetes.

La Guerra del Monferrato. Parte I (1613-1615)


El 18 de febrero de 1612 moría en Mantua Vincezo I Gonzaga y su hijo, Francesco Gonzaga se convertía en el IV duque de Mantua y II Marqués del Monferrato, poniendo fin, momentáneamente, a las aspiraciones del duque de Saboya, Carlos Manuel I, quien ambicionaba el marquesado espoleado por sus nuevos aliados franceses con quienes había firmado en 1610 el Tratado de Bruzolo.

La Pax Hispanica de Felipe III, con Francisco de Sandoval y Rojas, I duque de Lerma, a la cabeza del gobierno, se había impuesto en el continente y la idea de acabar con los conflictos en Europa parecía vislumbrarse, aunque las disputas religiosas en Francia y el Sacro Imperio amenazaban con romper el frágil equilibrio promovido por España, quien necesitaba con urgencia reducir sus teatros de operaciones bélicas si querían sanear y poner en orden sus cuentas.

Esta necesidad había llevado a España a firmar importantes acuerdos de paz; primero la Paz de Vervins, donde los españoles se comprometieron a concluir su participación en las guerras de religión francesas. Posteriormente el Tratado de Londres, en 1604, por el cual se ponía fin a la Guerra anglo-española que desde 1585 tenía lugar. Y por último la Tregua de los doce años, que suponía un parón importante en el agotador y sangrante conflicto bélico en Flandes, que tantos quebraderos de cabeza había costado ya a la monarquía española desde los tiempos de Felipe II. 

En este panorama internacional la repentina muerte de Francisco Gonzaga el 22 de diciembre de 1612 ponía en jaque el delgado equilibrio de la zona del noreste de Italia que se lograba mantener gracias a los esfuerzos de la monarquía española. El duque de Saboya, antiguo aliado español, despreciando las legítimas reclamaciones del cardenal Fernando, heredero legítimo de Mantua y del Monferrato, invadió el marquesado a comienzos de la primavera de 1613 con un ejército de 7.000 infantes y 1.000 caballos entre los que se encontraban mercenarios suizos, franceses, piamonteses y saboyanos bajo el mando del conde San Giorgio.