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Los Tercios: Soldados y Empleos


Entre los soldados de los tercios de los ejércitos hispánicos podíamos encontrar desde primogénitos de grandes de España, pasando por segundones de casas nobles, caballeros, hidalgos, célebres escritores y por supuesto hombres humildes de toda condición y profesión. Fernando Martínez Laínez calcula que el veinticinco por ciento de los soldados de los tercios tenían derecho al "don", es decir, eran bachilleres o nobles. Esto, por supuesto, no tenía parangón con ningún otro ejército de cuantos campaban por Europa, donde era inconcebible que un noble combatiese a pie como infante, algo muy común entre los españoles. 

El proceso para entrar a formar parte de los tercios era bastante simple. Cuando se necesitaban soldados el rey mandaba designar capitanes que levantasen bandera, esto es, reclutasen gente. Los capitanes se escogían de entre los soldados veteranos que se habían ganado a pulso y por méritos propios la posibilidad de mandar una compañía. Para ello debían presentar ante el Consejo de Guerra sus papeles; éstos eran las cartas y certificados que sus mandos habían firmado y donde se les atribuían méritos, logros y acciones, y que todo soldado llevaba siempre encima. Una vez examinados los papeles por el Consejo, y si era merecedor del cargo, era nombrado capitán y el propio rey firmaba la patente. Este documento lo nombraba capitán, le asignaba un sueldo a él y a sus futuros hombres y le autorizaba a levantar bandera. 

El capitán se presentaba en una población y reclutaba gente de todo tipo; desde veteranos soldados que aspiraban al cargo de sargentos o cabos, así como hombres que tan solo buscaban un salario, o que aspiraban a alcanzar fama, gloria o fortuna. La única condición era que no fuesen ancianos, impedidos o menores de 20 años, aunque esto último muchas veces se incumplía. En la España del siglo XVI resultaba todo un espectáculo ver entrar a los capitanes en los pueblos, acompañados de sus ayudantes, tambor y pífanos lo que unido a las historias que circulaban sobre aventuras y riquezas, lo hacía especialmente atractivo a los ojos de los jóvenes de la población. Al nuevo soldado se le entregaba algo de dinero por adelantado, y vestido y calzado, así como el arma, que se le descontaba de su futura paga.

Como unidad militar que era, los tercios tenían una estructura jerárquica que garantizaba la disciplina, el orden, y la organización tanto en tiempos de paz como en la guerra. De esta manera vamos a ver los distintos escalones jerárquicos que existían en cualquier tercio de los ejércitos hispánicos.

-Soldado

"Todo español que asentare su plaza de soldado, para servir a su Magestad en los libros y listas de su Real sueldo, es su criado desde aquella hora y punto, promete toda fidelidad y lealtad, hasta ser licenciado de su superior, y ser borrado de tal lista, sin que haga ningún otro juramento". Así comienza el alférez Martín de Eguiluz su obra Discurso y regla militar. Describiendo las cualidades que debe tener, Eguiluz continua afirmando que "lo primero y principal ha de ser buen cristiano, devoto y temeroso a Dios [...] también ha de ser muy obediente a sus oficiales, del mayor hasta el menor".

A todo soldado que se incorporaba a una compañía de los tercios se le conocía como soldado bisoño. La palabra "Bisoño" procedía de la expresión italiana fa bisogno, que traducido al castellano venía a decir "hay necesidad", es decir, se necesitaba reclutar nuevos hombres. Estos soldados por norma general se incorporaban como Picas Secas o, lo que es lo mismo, combatían armados solo con una pica, sin ningún tipo de coraza o de yelmo o cualquier otra clase de protección, salvo que demostrase conocer el manejo de las armas de fuego, que en ese caso entraría como arcabucero o mosquetero.

El soldado era instruido en el manejo del arma que se le había otorgado. La plaza más importante en cuanto a enseñanza del arte militar era Milán, donde los reclutas que llegaban se entrenaban a la espera de partir a combatir a Flandes, África, o cualquier otro teatro donde hiciese falta. "El soldado no ha de ser perezoso, ni dormilón, que es de hombre de poco cuidado, y que se estiman en menos, sino vigilante, y ejercitarse en nadar, y jugar a las armas, que es virtud, y así pica, como alabarda, espada, daga y rodela, que para infante estas armas acompañadas son muy buenas, y ejercitarse de arcabuz", concluía Eguiluz.

El soldado, a medida que iba pasando el tiempo, podía ascender si demostraba valor y hacía méritos para ello. También podía acumular ventajas, soldado aventajado, que eran los complementos de sueldos que se les entregaba cuando pasaban a usar armas de fuego, ya que debían comprar pólvora y munición, o si pasaban a entrar en la caballería. Los soldados siempre aspiraban a llevar las mejores vestimentas y armas posibles, sobre todo si regresaban a casa. Eguiluz indica la importancia de "traer su persona muy bien armada, que es lo que más honra y vale, y que mejor parece delante de los ministros superiores, y de vestidos conforme tuviere la paga".

No convenía que los soldados estuvieran casados, ya que su principal misión era "seguir las banderas", como señala Sancho de Londoño. Para evitar los inconvenientes que suponía la falta de satisfacción de las necesidades más primarias de los soldados y los incidentes que ello podía acarrear, se debía permitir en cada compañía que hubiese al menos 8 mujeres por cada 100 soldados. Todas ellas debían ser inspeccionadas a menudo, procurando tener buena salud a fin de no "infectar" a los soldados y extender entre ellos la temida sífilis.

Soldados españoles en Maastricht

-Furriel

Dependientes de los sargentos, eran los encargados de aposentar a los hombres de la compañía, esto es, les buscaba alojamiento y acomodo. Para ello repartían las boletas entre los soldados, algo que hacían por escuadras para facilitar el trabajo. De este modo el furriel debía saber en todo momento el paradero y la identidad de los soldados de la compañía, algo que lograban gracias a unas listas que portaban consigo. En esas listas también se anotaban las pagas que recibían los soldados, los bastimentos, armas y cuanto le era entrega a los hombres de la compañía, de esta forma podían dar cuenta a sus capitanes o sus superiores, en el caso de que éstos se lo solicitaran. El cargo de furriel mayor tenía las mismas funciones pero al nivel del tercio, y también se encargaba de los almacenes y la logística. 

-Atambores y Pífanos 

Van a ser elementos muy necesarios en la compañía. Su misión principal era la de transmitir las órdenes del capitán mediante el sonido de sus instrumentos, era por ello absolutamente necesario que supieran tocar todas las instrucciones necesarias tales como recoger, caminar, dar arma, llamar, responder, adelantar, volver las caras, parar, echar bandos, etc. De igual forma, levantaban el ánimo de los hombres. 

En un principio eran 3, y estaban bajo la responsabilidad directa del alférez que, tras la bandera, debía estar especialmente pendiente de ellos. Su otra importante función era levantar la moral y los ánimos de los hombres, de tal forma que estuviesen prestos para el combate en cualquier ocasión.

Atambor y pífano

-Tambor General o Mayor

Al igual que los tambores de compañía, éstos debían conocer las diferentes órdenes y reproducirlas con las cajas. La importancia de éstos era tal que, como señalaba Londoño "si ellos faltasen podría perderse la victoria". Dependían directamente del maestre de campo de cada tercio. Era conveniente que cada maestre, además de los tambores generales, llevasen una trompeta, porque puede "acaecer que con el rumor de los otros atambores de las armas y de la gente, no se oiga la caja del atamabor principal, y se oiga la trompeta por la diversidad del sonido, pero todos los atambores del tercio han de entender cuantas diferencias el principal y la trompeta hicieren".

-Cabo

El cargo de cabo era ocupado normalmente por soldados veteranos que gozaban de la confianza de sus superiores, existiendo en ocasiones cabos bisoños. Estaba al mando de escuadras de 25 hombres y su misión principal era mantener el buen orden de sus hombres, adiestrarlos y alojarlos en lugar conveniente, así como encargarse de los enfermos y heridos. No disponía de poderes para castigar a sus hombres; en caso de desórdenes o indisciplina debía informar al capitán. Eguiluz difieren en esto y afirma que "hay opiniones de algunos soldados que el Cabo de escuadra no ha de castigar al soldado, pero a ninguno he oído la razón por qué [...] es necesario los castiguen en cosas que conviene al servicio del Rey, como el Cabo de escuadra esté en cuerpo de guardia separado, o en parte que a su cargo esté aquella gente, no saliendo de la orden que tiene de su mayor ha de mandar resolutamente". De igual manera apuntaba que "en el cuerpo de guardia que esté a su cargo, es lugar del capitán, pero donde estén otros oficiales superiores no ha de castigar".

Debía ser soltero para estar pendiente de sus hombres el máximo tiempo posible y además debía llevar una vida intachable y modélica, para así dar ejemplo. Debía procurar el buen ambiente entre sus soldados y que estuvieran bien en sus aposentos. Por tanto, el trato con sus hombres era muy estrecho, debiendo conocer las costumbres de éstos, sus problemas y diferencias, y procurar su solución. 

-Sargento

Era un elemento indispensable en las compañías y mano derecha del capitán. Su principal cometido era el mantenimiento del buen orden y la disciplina, así como el cuidado del cumplimiento de las órdenes dadas. Había uno por compañía y se elegía para el cargo a soldados veteranos con mucha experiencia en combate o cabos que habían acreditado méritos suficientes. Podían llevar alabarda, aunque era más extendido el uso de partesana dado su menor peso y mejor manejo. 

Para Eguiluz "el oficio y cargo de Sargento es el más necesario, trabajoso y vigilante de una compañía de infantería, y de quien depende todo el cuidado de ella, y ha sido criado a pedimento de los capitanes, por ser muy necesario, para la solicitud y servicio de la compañía, y descanso de su Capitán". Los sargentos debían estar siempre pendientes de todo lo que ocurrían en su cuartel, estando al tanto de todo y acudiendo de vez en cuando a "casa del Maestro de Campo y al Sargento Mayo, por si ofreciere algo, por tenerlos gratos".

Londoño señala que los sargentos "especialmente han de tener cuidado, que cada soldado sirva con las armas que el Capitán le hubiere señalado, sin faltarle pieza alguna. Que todos vayan donde fuere la bandera en orden". También indica que "han de poner las guardias y centinelas en los lugares que el Sargento Mayor, el Capitán o Gobernador, si dentro en algún presidio fuere les señalare". Los sargentos tendrán que visitar a los centinelas "para ver si están con la vigilancia necesaria, y al que no lo estuviere, pueden castigar conforme al lugar". Si conviniere "castigar infraganti, hágalo con la alabarda, o gineta sin cólera, porque no exceda los límites, que a ningún Sargento ha de ser lícito matar, ni mancar soldado alguno".

El sargento también había de conocer todo lo tocante al alojamiento de los soldados, si bien esta era tarea del furriel, "porque el furriel no ha de hacer más de lo que toca del alojamiento, y el sargento repartirlo". Era normal que el sargento pasase sin previo aviso por los alojamientos de los soldados a su cargo para comprobar el estado de estos, procurando anticiparse a cualquier desorden o motín que pudiera surgir. Debía ser duro pero no vengativo, es decir, debía hacerse respetar, e incluso temer, pero sin que llegasen a odiarle. 

El sargento cumplía a rajatabla las órdenes dadas por sus superiores y se esmeraba en procurar que los soldados manejasen correctamente el arma adjudicada, enseñándoles e instruyéndoles para ello. Eguiluz indicaba que "las armas que un sargento debe servir, y que le están muy bien, son un buen morrión galano, y un coleto bueno de ante, y unas buenas mangas de malla, y un ginetón, o corcesca algo grande de hierro, que es mejor que alabarda, que es más ágil y fuerte del asta, porque ha de ser de coscoja o de fresno bien labrada, y más larga que la del alabarda".

Sargento veterano, por Ferrer-Dalmau

-Alférez

Sancho de Londoño, en su Discurso sobre la forma de reducir la disciplina militar a su mejor y antiguo estado, señala que el alférez, "en ausencia de sus capitanes o sus tenientes, han de gobernar como los capitanes: pero en su presencia ni han de recibir soldados, ni darles licencia, ni castigarlos, ni quitarles posadas, ni señalar, o quitar ventajas de arcabuceros, porque como Alféreces solo han de tener cargo de sus banderas, y procurar que los soldados los amen, para que con más voluntad los sigan".

Es por tanto, el segundo del capitán en ausencia de teniente nombrado. Podía dirigir la compañía si así lo ordenaba el capitán en su ausencia. Su principal misión era defender la bandera de la compañía en el combate. Se dieron casos de alféreces que llegaron a perder ambos brazos antes de perder la bandera. Cuando no se combatía el alférez contaba con un ayudante, llamado abanderado, que era quien portaba la bandera siempre, excepto "si no es para pelear con ellas, o cuando van sus capitanes delante de con las compañías a las guardias, o a pasar delante del Rey o del Capitán General". El abanderado debía ser "conocido y de mucha confianza y español", como apuntaba Eguiluz, aunque "en esta era, no se busca esta curiosidad, como lo usaban nuestros antecesores".

El alférez debía ser "plático y cursado", ya que no eran pocas las ocasiones en que debía hacerse cargo de la compañía por ausencia del capitán o el teniente. Estando de presidio y con ocasión de entrar su compañía de guardia, el alférez tenía que colocar la bandera en la ventana más visible de sus aposentos, de tal forma que los soldados supieran que estaban de guardia. También tenía que mostrarse especialmente amable con los tambores y pífanos, procurando que no se les fueran. 

Según Eguiluz el alférez debía servir con "un buen coselete con todas sus piezas, sin que le falte hebilleta. Un venablo galán belveder, como se usa, para guiar con él, que para pelear en la guerra ofreciéndose, les dan picas; pero les sirven los venablos para después de entrado en una tierra por fuerza, o para un revuelta o casos urgentes".



Alférez del siglo XVII

-Capitán

Como ya se ha dicho el capitán era nombrado por el rey para mandar la compañía, debían recibir y escoger a sus soldados, pues éstos pelarían por él y era necesario que estableciera un vínculo con sus hombres. Era el ejemplo a seguir de todos ellos y por tanto debía ser honrado, de moral intachable y de valor y arrojo mayúsculo.

Londoño indica que son ellos los que "han de señalar las armas con que han de servir los soldados, pero no les han de despedir sin causa legítima, ni les han de herir, ni maltratar, sino en casos que no hubiese lugar de prenderlos, y conviniese castigarlos en la flagrancia del delito, los cual han de hacer con la espada, de manera que no maten, ni manquen de los miembros necesarios para el manejo de las armas".

Los capitanes podían solicitar al maestre de campo que otorgara la licencia necesaria a sus hombres para que, si así lo deseaban o se consideraban agraviados, cambiasen de compañía, pero siempre dentro del mismo tercio, pues el salirse de éste solo se podía hacer con el permiso del capitán general o el propio rey, lo mismo que para abandonar el ejército. 

En cuanto a las armas que debía portar Eguiluz decía que un capitán de compañía de picas debía portar "un buen coselete, con todas sus piezas, y su rodela acerada galana, y una cumplida pica de veintisiete palmos, a los menos con su galana manga o funda. Un gineta pequeña, de pulido hierro [...] una rodela y celada fuerte, y peto, también es bueno pero es mucho peso". En cuanto al capitán de compañía de arcabuceros, este debía servir también "con las armas fuertes, y con la rodela acerada, pero no con coselete, sino con arcabuz y frascos, como arcabucero".

Capitán de compañía, por Ferrer-Dalmau

-Sanitarios

Si bien no existían un cuerpo sanitario como el que nos podemos encontrar actualmente, en España, desde los tiempos de los Reyes Católicos se tenía bien presente el cuidado de la salud de los soldados de los ejércitos de España. Es a Isabel la Católica a quien debemos la creación de los hospitales de campaña, en la batalla de Toro de 1476, cien años antes que en cualquier otro reino de Europa. Su presencia permanente en el campo de batalla le llevó a rodearse de médicos y cuidadores para atender a los heridos.

En la época de Carlos I los hospitales recibieron un gran impuso, tanto los militares como los civiles. De hecho se creó el cargo de intendente mayor que era el encargado de organizar y tener preparados los hospitales de campaña que podían acoger a más de 300 heridos. Con Felipe II se estandarizarán los cargos y los procedimientos en la obra Reglas para la cuenta y razón del Ejército, de 1584, donde se van a especificar las funciones de los médicos, cirujanos, boticarios, veterinarios, barberos y sangradores.

En Malinas, Flandes, se estableció el más importante hospital de aquella época. Creado por Francisco Umara en 1589, bajo los auspicios de Alejandro Farnesio. De esta forma en cada tercio habrá un cirujano, aunque más adelante se intentará extender a cada compañía, encargado de operaciones y heridas serias. También existían los barberos que, como señalaba Londoño "no solamente son necesarios para que los soldados no traigan más cabello, ni barba, que las armas requieren, más aún para sangrar los enfermos y atar las heridas en tiempo de necesidad". También existía un médico general por cada tercio, que era el encargado de inspeccionar las tropas y atender a los enfermos más habituales tales como el tabardillo, la sarna, el paludismo, la peste y sobre todo la sífilis.

-Capellanes

Sin duda alguna una de las figuras más importantes entre los soldados españoles. No olvidemos que ellos combatían no solo por su rey y su reino, sino también por la fe católica. Su misión principal era la de oír penitencia y administrar los sacramentos de la fe a los soldados. Cada compañía debía contar con uno, que se movía por el campo de batalla dando la extremaunción a los moribundos, lo que da una idea de lo duro del cargo, y también del peligro, pues eran un blanco habitual de la ira de los enemigos de la fe católica.

Existía también un capellán letrado "que predicase la doctrina evangélica a los soldados, y tuviese autoridad de darla a los demás capellanes del Tercio, para confesar, y administrar los Sacramentos, conforma al Decreto del Concilio Tridentino". Hacía las veces de obispo y podía dispensar a los soldados de comer huevos o lácteos en cuaresma, así como en los días de vigilia. Igualmente tenía potestad para castigar a otros capellanes si fuere necesario, y además era el encargado de redactar el testamento de los soldados.

Milagro de Empel, por Ferrer-Dalmau

-Sargento Mayor

A nivel de tercio era el cargo más importante que había tras el de maestre de campo y el teniente de maestre de campo. Era la mano derecha de estos. Si bien no tenía una compañía propia como podía tener el maestre, tenía plena potestad sobre los distintos capitanes de las compañías que formaban el tercio. Londoño afirmaba que eran "como los Tesararios principales de las legiones, que han de recibir las órdenes de sus Maestros de Campo y darlas a los Capitanes, oficiales, y soldados de los tercios".

El sargento mayor debía poner a los soldados en orden para marchar, y también formar los escuadrones para combatir. En función de dónde estuviesen destinados podían tener un teniente o ayudante que le ayudase a la hora de transmitir las órdenes a los soldados y llevar a efecto sus tareas. Eran hombres de dilatada experiencia en la guerra y con una trayectoria intachable. Tenían también la misión de castigar la desobediencia bien con las ginetas o bastones, o con las espadas si el "desorden requiere el castigo en flagrancia".

-Maestre de Campo

El maestre de campo era un capitán nombrado por el rey para hacerse cargo de un tercio el cual, con el paso de los años, se nombraba igual que el de nombre de su maestre. Era el máximo cargo y tenía autoridad para dar órdenes y administrar justicia a los capitanes, oficiales y soldados bajo su mando en el tercio. Contaba con una guardia de 8 alabarderos y de él dependía el funcionamiento del tercio y estaba supeditado exclusivamente al capitán general o al maestre de campo general en el campo de batalla.

Este cargo existía ya en 1510, pero no fue hasta 1536, con las Ordenanzas de Génova donde se van a clarificar sus funciones, nombrando a 4 maestres para estar al frente de los 4 Tercios Viejos. Para llegar a desempeñar tan preciado cargo era necesario haberse distinguido en una larga carrera militar, sobresaliendo por sus aptitudes para el mando y el combate, así como demostrar un valor, honradez y obediencia inquebrantables. Grandísimos capitanes ocuparon tan distinguido cargo: Álvaro de Sande, Gonzalo de Bracamonte, Julián Romero, Sancho de Londoño, Sancho Dávila, Francisco Sarmiento, Cristóbal de Mondragón, Juan del Águila, Francisco Verdugo, son solo un pequeño ejemplo de ello. Militares que fueron los mejores de su época.

Para dirigir los regimientos de infantería alemanas y valonas se nombraba un coronel, el cual en la práctica era un maestre de campo más, y también era capitán de su compañía. El coronel debía nombrar un teniente coronel como su segundo al mando. No se puede olvidar que también se nombraron maestres de campo o coroneles a nobles con poca o ninguna experiencia militar, principalmente cuando éstos se encargaban de levantar un tercio o un regimiento a su costa. 

Maestre de campo, por Delfín Salas

Para realizar sus funciones el maestre contaba, obviamente, con sus oficiales pero también toda suerte de ayudantes y asesores. Así nos encontramos:

Ayudantes de campo: Solían ser unos 15 o 20 hombres, de entre soldados entretenidos (aquellos que aspiraban a ostentar algún cargo), y reformados (oficiales que carecían en ese momento de mando). Actuaban como una especie de Estado Mayor asistiendo al sargento mayor, ya que sus consejos eran considerados de gran valía al ser todos ellos soldados veteranos y expertos.

Barracheles: Era una especie de jefe de policía militar del tercio. Londoño advertía que eran "tan necesarios como lo es el terror en la gente, que ni lo tuviese haría desórdenes, sin temor de otro género de jueces". El barrachel tenía que ser diligente para "perseguir a los fugitivos, los que van sin orden a correr, o hace daño en la campaña". Debían ser rigurosos y no perdonar el castigo cuando se era merecedor de él. Debía acompañarse de ayudantes a caballo y de todos los instrumentos necesarios "para hacer rigurosa justicia".

Alguaciles, Carceleros y Verdugos: Los alguaciles era fundamentales para poder prender a los delincuentes, mientras que la misión de los carceleros era mantenerlos y custodiarlos en prisión, y la del verdugo, como no podía ser de otra forma, la de ejecutar las penas. Desde castigos corporales hasta quitar la vida. La horca estaba reservada a los traidores, los ladrones y los amotinadores. Se podía cortar la cabeza a los que cometiesen delitos dignos de muerte, e incluso se podía mandar a galeras o desterrar al soldado.

Auditores: Necesarios para determinar los casos civiles o criminales que se pueden dar en el tercio con arreglo a las leyes. Actuaban como asesores del maestre, como en España podían hacer los corregidores. Actuaban siempre por orden del maestre, nunca de oficio, ya que no olvidemos que era éste el juez de su tercio. El auditor pronunciaba la sentencia en nombre del maestre de campo y se consideraba a todos los efectos como escribano público.

-Maestre de Campo General

Se trataba del oficial de mayor graduación en la infantería española, mano derecha del capitán general. Para ostentar este cargo se debía acreditar un conocimiento muy extenso del arte de la guerra, desde las tácticas, la logística, la disciplina, así como de todas y cada una de las unidades que integraban los ejércitos de la monarquía española. Por contra, el cargo de capitán general se ostentaba más por la influencia política en la corte o su linaje, y solía ir aparejado al cargo de Gobernador. El maestre de campo general ocupaba el cargo de capitán general en ausencia de éste. Esto ocurrió, por ejemplo, tras la muerte de Alejandro Farnesio, ocupando el cargo de capitán general provisional Pedro Ernesto de Mansfeld, lo mismo que ocurriría con Ambrosio de Spínola tras la muerte del archiduque Alberto.

Como ejemplo de algunos hombres que ocuparon tan singular cargo sirvan Pedro Ernesto de Manfeld, Carlos Coloma, Ambrosio de Spínola o Sancho Dávila, nombrado maestre de campo general por el Gran Duque de Alba en la batalla de Alcántara.

Bibliografía: 

-Discurso sobre la forma de reducir la disciplina militar a mejor y antiguo estado (Sancho de Londoño)

-Discurso y regla militar (Martín de Eguiluz)

-Historia de la profesión militar (Fernando Mogaburo)

Carlos Coloma, maestre de campo general








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