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Batalla de Garellano


El 28 de diciembre de 1503 las tropas españolas del Gran Capitán cargaban sobre el ejército francés en las inmediaciones del río Garellano, obteniendo una brillante victoria y poniendo fin a las pretensiones de Luis XII sobre Nápoles, quien se vería obligado a firmar la paz con España. 

Las pretensiones del rey francés Carlos VIII sobre el trono napolitano en 1494 habían dado comienzo a las llamadas Guerras Italianas. Francia fue derrotada por España y sus aliados: Venecia, Milán, el Sacro Imperio y los Estados Pontificios. Su sucesor en el trono, Luis XII, reanudó la guerra en 1499 y conquistó el Ducado de Milán, apresando al duque Ludovico Sforza, contando esta vez con el apoyo veneciano y del papa Alejandro VI y su hijo César Borgia.

Luis XII, que no quería repetir los errores de su predecesor, firmó con Fernando el Católico el Tratado de Granada mediante el cual se repartían el centro y el sur de Italia; Nápoles para Francia y Sicilia para España. Las discrepancias pronto surgieron y los franceses, a mediados de 1502, invadieron las posesiones españoles en Italia. La superioridad numérica francesa pronto dejó a los españoles en una situación crítica en la península itálica, quedando el Gran Capitán encerrado en la plaza de Barletta durante el invierno de 1502-1503.

Guerreros: Juan del Águila


El año 1545 fue testigo del nacimiento de uno de los más destacados y notables soldados de cuantos sirvieron en los ejércitos de la monarquía española; Juan del Águila nacía en Ávila y pasaría, por derecho propio, a la historia como maestre de campo de los tercios españoles.  

Era el cuarto hijo de una familia de la nobleza local y pasó su infancia en la villa abulense del Berraco. No siendo primogénito las opciones que tenía el joven Juan pasaban por los hábitos o las armas y, como se podría comprobar más adelante, tenía una especial aptitud para la guerra, por lo que decidió sentar plaza como soldado en la compañía de Gonzalo de Bracamonte cuando éste se encontraba reclutando infantes en Ávila para el ejército del rey Felipe II, allá por 1563.

Con 18 años pues, siguió la bandera de su capitán y se incorporó al Tercio Viejo de Cerdeña. No tardaría mucho Bracamonte en hacerse con los mandos del tercio. En 1564 era nombrado maestre del mismo y enviado al Peñón de Vélez de la Gomera. Era principios de septiembre y la expedición de 93 galeras y decenas de otras embarcaciones, comandada por García Álvarez de Toledo, se presentaba ante el inexpugnable refugio de piratas argelinos y otomanos y lo ocupaba, permaneciendo éste en poder español hasta nuestros días.

Los Tercios: Soldados y Empleos


Entre los soldados de los tercios de los ejércitos hispánicos podíamos encontrar desde primogénitos de grandes de España, pasando por segundones de casas nobles, caballeros, hidalgos, célebres escritores y por supuesto hombres humildes de toda condición y profesión. Fernando Martínez Laínez calcula que el veinticinco por ciento de los soldados de los tercios tenían derecho al "don", es decir, eran bachilleres o nobles. Esto, por supuesto, no tenía parangón con ningún otro ejército de cuantos campaban por Europa, donde era inconcebible que un noble combatiese a pie como infante, algo muy común entre los españoles. 

El proceso para entrar a formar parte de los tercios era bastante simple. Cuando se necesitaban soldados el rey mandaba designar capitanes que levantasen bandera, esto es, reclutasen gente. Los capitanes se escogían de entre los soldados veteranos que se habían ganado a pulso y por méritos propios la posibilidad de mandar una compañía. Para ello debían presentar ante el Consejo de Guerra sus papeles; éstos eran las cartas y certificados que sus mandos habían firmado y donde se les atribuían méritos, logros y acciones, y que todo soldado llevaba siempre encima. Una vez examinados los papeles por el Consejo, y si era merecedor del cargo, era nombrado capitán y el propio rey firmaba la patente. Este documento lo nombraba capitán, le asignaba un sueldo a él y a sus futuros hombres y le autorizaba a levantar bandera. 

El capitán se presentaba en una población y reclutaba gente de todo tipo; desde veteranos soldados que aspiraban al cargo de sargentos o cabos, así como hombres que tan solo buscaban un salario, o que aspiraban a alcanzar fama, gloria o fortuna. La única condición era que no fuesen ancianos, impedidos o menores de 20 años, aunque esto último muchas veces se incumplía. En la España del siglo XVI resultaba todo un espectáculo ver entrar a los capitanes en los pueblos, acompañados de sus ayudantes, tambor y pífanos lo que unido a las historias que circulaban sobre aventuras y riquezas, lo hacía especialmente atractivo a los ojos de los jóvenes de la población. Al nuevo soldado se le entregaba algo de dinero por adelantado, y vestido y calzado, así como el arma, que se le descontaba de su futura paga.

Guerreros: Sancho Dávila



Sancho Dávila y Daza vino al mundo un 21 de septiembre del año 1523 en la ciudad castellana de Ávila y alcanzó merecida fama por sus notables éxitos militares en las 4 décadas en las que combatió en los campos de batalla de media Europa y del norte de África.

Sancho de Ávila o Dávila era hijo del militar comunero Antonio Blázquez Dávila, veterano del asedio de la fortaleza de Fuenterrabía, y de Ana Daza, de notoria familia hidalga. Tuvo dos hermanos, Tomás y Beatriz, y quedó huérfano a la temprana edad de 15 años, por lo que se encomendó a los hábitos, como muchos otros hidalgos en España.

Inició estudios eclesiásticos esperando seguir los pasos de su tío, Pedro Daza, que era el archidiácono de la catedral de Ávila, recibiendo formación en filosofía, latín, gramática y teología, pero viajó a Italia para seguir formándose y cambiaron todos sus planes, descubriendo la pasión de las armas. Fue en Italia, concretamente en Roma, donde decidió unirse al Tercio de Hungría de Álvaro de Sande, veterano soldado de Túnez, que marchaba para Alemania para luchar en las disputas del Emperador Carlos V con la Liga de Esmalcalda.