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Bloqueo de Cádiz (1797-1799)


El 2 de abril de 1797 los británicos completaban el bloqueo del puerto de Cádiz, el cual duraría más de 2 años, y que terminaría con una incontestable victoria española dirigida brillantemente por el almirante José de Mazarredo.

Tras vencer a la escuadra española del almirante Córdoba, en febrero de 1797, frente al cabo de San Vicente, la escuadra británica comandada por el almirante John Jervis, conde de Saint Vincent, se dirigió a Cádiz para tratar de tomarla al asalto. Para ello Jervis contaba con nada menos que 23 navíos, varios de ellos de 3 puentes, 5 fragatas, diversas bombarderas y multitud de otros buques menores, con los que consiguió bloquear en un primer momento la bahía de Cádiz, apresando varios mercantes que no pudieron ser avisados a tiempo de la llegada del enemigo.

A comienzos de abril, ante la gravedad de los acontecimientos, el teniente general José de Córdoba y Ramos fue destituido, y José de Mazarredo Salazar, general de la armada, fue puesto al frente de las fuerzas encargadas de la defensa de la ciudad. Éste se acompañó de marinos muy dotados y expertos, como Cosme Damián Churruca, Federico Carlos Gravina o Antonio de Escaño, e ideó una defensa mediante el uso combinado de lanchas cañoneras, pequeños botes artillados con cañones de 24 libras principalmente, capaces de causar graves daños ofreciendo un blanco muy pequeño, y el refuerzo de las baterías de costa.

Nacido en Bilbao en 1745, José de Mazarredo un hombre muy capaz, que había demostrado su valía desde sus primeros tiempos en la armada como guardiamarina con solo 14 años, a bordo del chambequín Andaluz, bajo las órdenes del capitán de fragata Francisco de Vera. Tras 20 años de servicio fue ascendido a mayor general, y un año después, en 1780, obtuvo su mayor victoria hasta la fecha, cuando el 9 de agosto, tras una arriesgada maniobra, apresó un convoy británico que transportaba una gran cantidad de materiales, suministros y munición para sostener las guerras inglesas en América y la India. 

El resultado de la cacería fue impresionante, 52 buques capturados, entre ellos 36 fragatas que pasaron a constituir una nueva división de fragatas en España. Más de 3.000 hombres capturados, entre marineros, soldados, oficiales y civiles; 80.000 mosquetes y munición y pertrechos para proveer a 12 regimientos ingleses. Solo el valor de la carga ascendía a 1.600.000 libras de la época. La estrella de Mazarredo brillaba en todo lo alto, por lo que en 1783 ascendió a jefe de escuadra y en 1789 a teniente general. 

El 8 de abril llegaba Mazarredo a Cádiz en medio de un clima de optimismo y confianza, ya que el veterano general era toda una inspiración para los hombres. Mazarredo reorganizó convenientemente la escuadra teniendo, a comienzos de mayo, 16 navíos listos para el combate, y en junio ya 20, lo que da muestra de su talento para la logística y la organización. Sus dotes de mando y liderazgo se hacía sentir en todo. Sustituyó a una tripulación compuesta esencialmente de mendigos y delincuentes, por una profesional con soldados del ejército y delegó convenientemente en sus subalternos para convertir la ciudad en un fortín inexpugnable.

Como ya se ha señalado, Mazarredo basó la defensa de Cádiz en el uso combinado de la artillería de costa y las lanchas cañoneras, ordenando a Gravina formar una armadilla con este tipo de embarcaciones. Escaño le ayudó en dicha tarea y el plan tuvo un efecto inmediato, ya que los ingleses se veían incapaces de tomar tierra y asaltar la ciudad, al igual que lograba proteger la bahía y el comercio de la ciudad. Así se atestiguó el 4 de mayo, cuando Jervis ordenó lanzar un asalto sobre Cádiz, que fue rechazado de manera magistral por los defensores españoles con sus cañoneras y el apoyo de la batería de costa de Rota, que había sido especialmente reforzada los días previos.

Lancha cañonera española

Jervis, consciente de la dificultad de la empresa, y los problemas que presentaba la defensa planteada por Mazarredo, rápidamente armó sus botes a semejanza de los españoles, aunque con menos calibre, y los mandó atacar de noche, con el fin de coger desprevenidos a los defensores y poder doblegar la ciudad. Pero Mazarredo y sus hombres eran perros viejos y contrarrestaron el ataque inglés, usando una nueva táctica, situando sus cañoneras en línea y reforzándolas con numerosa infantería de marina. El resultado fue evidente y la estrategia española se mostró muy superior a la británica, consiguiendo de esta forma rechazar una y otra vez los ataques enemigos y causándole además cuantiosas bajas, para desesperación del almirante inglés.

Mientras los combates puntuales seguían, el general español no perdía el tiempo y seguía preparando a conciencia su flota, y no solo eso, su animosidad y carisma, algo que compartían sus subordinados, devolvieron la fe y la esperanza a una población gaditana que tan solo un par de meses antes se creía derrotada y tomada por los ingleses. Esto se tradujo en una cooperación entre militares y civiles que sería esencial en la defensa de la ciudad. Fueron numerosas las coplas y cancioncillas que los habitantes de Cádiz dedicaron a Mazarredo y sus hombres, algo que animaba la moral de las tropas y los sufridos gaditanos. 

Mientras Mazarredo y Escaño se empeñaban en poner a punto la flota, Jervis, que había decidido cambiar de estrategia, planificaba su próxima acción.  El almirante inglés estaba preparando un poderoso ataque sobre la ciudad para la noche del 3 de julio. La flotilla que debía llevarlo a cabo fue puesta bajo el mando del que más adelante sería el gran héroes de la Marina Real Británica, Horacio Nelson. El plan consistía en aproximarse a la bahía de Cádiz a la altura del Castillo de San Sebastián, en uno de los extremos de la gaditana playa de La Caleta, y atacarlo mediante la bombarda Thunder, capitaneada por el teniente John Gourley, la cual iría escoltada por una fuerza compuesta por diversas cañoneras y barcazas. 

El ataque comenzó según lo planeado, con la Thunder cañoneando el castillo con dureza, pero pronto surgieron los problemas y los cañones de la ciudad, junto al ataque de la flotilla de Gravina, la pusieron en serios apuros, teniendo que levar anclas el navío Goliath, del capitán Thomas Foley, y las fragatas Terpsichore y Fox, bajo el mando de los tenientes Richard Bowen y John Gibson respectivamente, para tratar de aproximarse a la bahía y socorrer a la bombarda. Las cañoneras españolas desmantelaron el ataque con su certero fuego, apoyadas por la potencia de los 70 cañones con los que contaba la ciudad, pero no solo se quedaron ahí, sino que pasaron a la ofensiva. 

En ese momento los españoles creyeron posible apresar o hundir a la bombarda, y se lanzaron a por ella con furia. Nelson, al frente de sus hombres, trató de impedírselo con su flotilla de barcazas. Los combates que se produjeron a continuación fueron durísimos, y a punto estuvo el propio Nelson de perder la vida en aquellos enfrentamientos. El teniente español Miguel Tyrasson, en una lancha con 26 soldados, entabló un duro combate contra la fuerza de Nelson. Los aguerridos españoles, abrumados por la superioridad numérica del enemigo, resistieron cuanto pudieron pero tuvieron que retirarse finalmente, desistiendo de la empresa de acabar con el navío inglés, y retirándose a la seguridad de las murallas de la ciudad. Nelson, gran caballero y admirador de la tenacidad de los marinos españoles, no dudó en liberar a los oficiales españoles heridos al día siguiente. 

Alentado por el momentáneo éxito y la retirada de los españoles, Jervis planificó un nuevo ataque para el 5 de julio, intentando nuevamente que sus bombarderas rindiesen Cádiz. Por su parte Mazarredo confiaba ciegamente en su estrategia de contención mediante la combinación de cañoneras y las baterías de la costa, consciente de que el tiempo jugaba a su favor. Nelson se puso al frente de una flota compuesta por tres bombarderas: la Thunder, la Terror, y la Stromboli. Para protegerlas las acompañaban el navío Teseus, bajo el mando del capitán Ralph Miller, y las fragatas Terpsichore y la Esmerald, de John Waller.

De esta manera las bombarderas, escoltadas por el navío, las dos fragatas, y más de una treintena de botes menores, comenzaron a hacer fuego con furia contra la ciudad de Cádiz, que sufrió daños considerables y diversos incendios a lo largo de toda la población. Ante aquel ataque, unas 25 cañoneras bajo el mando del capitán Antonio Miralles salieron a toda prisa del puerto para enfrentarse a la escuadra enemiga durante toda la noche, plantando cara valerosamente a los ingleses, a pesar de la abrumadora superioridad de éstos. A la mañana siguiente Jervis no podía salir de su asombro; había perdido numerosos botes, la bombardera Thunder tuvo que ser abandonada por su tripulación y remolcada por una fragata para evitar su captura por los españoles, y varios buques se encontraban demasiado dañados como para proseguir el combate.

Nelson luchando en Cádiz, por Richard Westall

Jervis no tuvo tiempo de lamentarse por aquella derrota ya que las cañoneras españolas, crecidas por el éxito de aquella noche, volvieron a la carga con más ánimo que nunca en los siguientes días. De igual modo, el 8 de julio, Nelson intentó lanzar un nuevo ataque sobre la ciudad, pero los vientos adversos y las acciones defensivas de los españoles se lo impedirían. De hecho ese sería el último intento de Horacio Nelson de proseguir el bloqueo sobre Cádiz, días después partiría rumbo a Canarias, donde fracasaría en su intento de tomar Tenerife, donde además resultaría herido por el disparo del cañón español Tigre. 

El 12 de julio las cañoneras se lanzaron a la carga nuevamente, esta vez a por la división de fragatas encargadas de estrechar el cerco sobre la bahía. Atacando a los buques ingleses por su proa y popa, las cañoneras se convertían en un blanco casi imposible de acertar, para desesperación de Jervis. Solo la aparición de un providencial viento les salvó de un desastre aún mayor, permitiendo a los ingleses salir del alcance de las cañoneras españolas y retirarse a alta mar, desde donde pudieron continuar con el bloqueo, si bien éste no sería efectivo quedando "el comercio de las costas de Levante y Poniente tan expedito como si no hubiera bloqueo", tal y como escribiría el almirante Antonio de Escaño.

Aún así Mazarredo no perdió la oportunidad de acosar cuanto pudo a la flota británica. A finales de noviembre una cañonera española, en labores de patrulla de la bahía, apresó frente a Rota a un barco corsario inglés, el Culloden . Los soldados españoles abordaron el buque inglés y recuperaron además dos pequeñas tartanas que habían sido apresadas por los ingleses mientras se encontraban comerciando. El bloqueo no estaba siendo efectivo y además estaba consumiendo una gran cantidad de recursos humanos y económicos. 

Para comienzos del nuevo año Mazarredo y Escaño ya tenían lista la escuadra. Era el 6 de enero de 1798, y 24 navíos españoles se lanzaron sobre la escuadra más avanzada de Jervis, obligando a éste a reagruparse e incluso solicitar refuerzos. Mazarredo perseguía dos propósitos: poner a prueba a sus barcos y tripulaciones, y lograr que los barcos mercantes pudieran romper el bloqueo, algo que hicieron con el apoyo de la nueva escuadra. Ante este éxito, desde Madrid llegan instrucciones de que Gravina y Churruca se haga cargo de esta escuadra y la ocupe en misión de escolta de mercancías, caudales de retorno y además acompañe al nuevo gobernador de Caracas y recupere la isla de Trinidad.

El 26 de enero Mazarredo contestará a Madrid mostrando su disconformidad con una medida que carecía de toda lógica y sobre todo, no se ajustaba a la realidad de los hechos. Mazarredo reflexionaba en su misiva sobre la orden recibida: "he meditado sobre ella muy detenidamente ; sobre el tamaño de su importancia; y faltaría gravemente al Rey, y me haría indigno de su real concepto de General de Marina, y aun reo de los males resultantes, si me entregase al silencio y a la indiferencia, y no expusiese a S.M. lo que concibo, y no pudo dejar de concebir quien sea merecedor de que se le confíe el cargo de General del Mar". 

Siguiendo las recomendaciones de Mazarredo, Madrid dispuso finalmente que fueran tan solo dos fragatas, la Paz y la Mercedes, las que saliesen de Cádiz y llevasen al nuevo virrey electo de Nueva España, descartando de este modo la expedición militar sobre Trinidad y la escolta de mercancías hacia América. Durante todo este tiempo Mazarredo intercambió abundante correspondencia con Jervis. Como era costumbre en la época, aun siendo enemigos y estando enfrentados en tan terrible duelo, el respeto mutuo fue la tónica dominante. 

Un nuevo contratiempo recaería sobre Mazarredo. Para satisfacer las pretensiones francesas, el secretario de estado Godoy le ordenó salir de la protección del puerto y enfrentarse con los ingleses, que esperaba ya en aguas portuguesas, lejos de la acción de las cañoneras españolas. La presión francesa era enorme y Mazarredo tuvo que salir el 7 de febrero de 1798, pero finalmente evitó el combate ya que sus navíos estaban en inferioridad de condiciones, tanto en recursos artilleros como en dotación. De este modo ordenó la retirada, entrando nuevamente en el puerto de Cádiz el día 17 de ese mes. Mazarredo tanteaba así a la flota inglesa, estudiando sus puntos débiles, y fijando los objetivos que le llevarían a romper el bloqueo.

El fruto de estos trabajos ser vería reflejado primero el 21 de febrero, cuando la fragata Santa Brígida rompió el cerco y partió hacia Veracruz, y sobre todo en el mes de abril de ese mismo año. Éste sería un mes aciago para el bloqueo inglés. El día 10 José de Mazarredo, siguiendo los planes de Madrid para llevar al virrey de Nueva España, ordenó al navío Monarca que, junto a las dos fragatas, rompieran el bloqueo sobre la bahía de Cádiz y pusieran rumbo a Venezuela para cumplir la misión encomendada y de paso llevasen tropas y pertrechos a las provincias de ultramar; El éxito de la operación fue total, no solo consiguieron evitar el bloque de las fuerzas de Jervis sino que a su regreso a puerto lograron apresar nada menos que cuatro mercantes enemigos.

Puerto de Cádiz a finales del XVIII, por Charles Cambon

Tan solo un día después, el 11 de abril, y aprovechando la confusión creada por la partida de la flota enviada a Venezuela, las cañoneras de Mazarredo salieron de puerto y abrieron fuego sobre la fragata Boston, de 40 cañones, batiéndola y hundiéndola, no sin antes hacerse con su armamento y suministros. El día 19 hicieron lo propio con el navío Alexander, de 74 cañones, que se acercó temerariamente a la costa y resultó cañoneado de manera tan dura que perdió más de 100 hombres y a punto estuvo de acabar en el fondo del mar. Por si no fuera suficiente el día 22 del mismo mes los navíos Achilles y Teseus resultaron gravemente dañados cuando intentaban apresar a dos barcos mercantes españoles. El mes de abril se saldaba, por tanto, con el rotundo fracaso del bloqueo inglés.

La situación de las fuerzas de Jervis se estaba volviendo cada vez más precaria, y los meses siguientes transcurrieron con los ingleses cada vez más desmoralizados ante el acoso español. El 20 de septiembre, por ejemplo, el navío Powerfull a punto estuvo de irse a pique por el ataque durante más de una hora al que le sometieron las cañoneras españolas. Los ataques se unían a lo ineficaz del bloqueo, incapaz de impedir que siguieran zarpando y arribando buques a puerto, sin importar si se trataba de pequeños mercantes o incluso de grandes navíos como el San Ildefonso o el San Fulgencio, que marcharon sin problema rumbo a México el 20 de diciembre.

De igual modo partieron a comienzos de 1799 cuatro fragatas con rumbo a Surinam, y el comercio se fue abriendo cada vez más. La inutilidad del bloqueo se pudo comprobar a comienzos de mayo, cuando la escuadra francesa del almirante Eustache de Bruix, entró en la bahía de Cádiz y se reunió con la de Mazarredo. El 12 de mayo la flota hispano-francesa salía del puerto y, tras batir dos navíos y una fragata británicas, se dirigió a Menorca, con intención de recuperarla, y de ahí marcharía hasta el puerto de Brest. Mazarredo quiso entablar combate con el resto de las fuerzas de Jervis, que penas sumaban ya 15 navíos, pero el almirante francés se negó en rotundo. Sin duda Francia tenía sus propios planes y no tenían que converger necesariamente con los intereses españoles. 

Por fin, y tras más de dos años de bloqueo, los británicos se retiraban el 13 de mayo de 1799, si bien continuarían acechando en aguas del Atlántico hasta 1802, cuando la firma de la paz de Amiens puso fin a la guerra con Inglaterra. La flor y nata de la Marina Real se había empeñado en esta tarea y había sido ampliamente derrotada. Antonio de Escaño señalaba acertadamente que "el que conozca el carácter inglés, su historia naval y los sucesos de esta guerra en otras partes, se admirará de que los valientes britanos no procuraran indemnizarse de haber sido rechazado el bombardeo, de habérseles destruido dos navíos y una fragata, cañoneando a todo el que se acercaba. La flor de la primera marina, los vencedores de Abukir, estuvieron delante de Cádiz limitando sus operaciones a un bloqueo de alta mar, porque la navegación de cabotaje no se atrevieron a impedirla".

Escaño no ahorró elogios para el que fuera su jefe, ni para los mandos y sus subordinados, y atribuyó tal éxito "a las sabias providencias del almirante Mazarredo y a la vigilancia, fatiga y constancia de todos los jefes, oficiales y hombres que servían a sus órdenes". Sin duda las dotes de organización y liderazgo del general vasco fueron la clave de la victoria española en una empresa que, de antemano, parecían tener perdida. Es fundamental destacar igualmente la capacidad de Mazarredo de rodearse de los hombres más competentes y de sacar el máximo de ellos, algo que fue clave en el éxito de una operaciones que se prolongaron durante más de dos años.

Un breve poema gaditano que circuló durante años por España resumía así el bloqueo sobre Cádiz:

"De qué le sirve a los ingleses
tener fragatas ligeras,
si saben que Mazarredo
tiene lanchas cañoneras".




José de Mazarredo

John Jervis

Cosme Damián Churruca

Antonio de Escaño, por José Sánchez


Federico Carlos Gravina





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