El 20 de agosto de 1648 se producía en Lens la última gran batalla de la Guerra de los Treinta Años en la que combatiría el Ejército de Flandes, al mando del archiduque Leopoldo, y el ejército francés del duque de Enghien. La derrota hispánica, al igual que ocurriese en Rocroi, sería hábilmente explotada por la propaganda francesa.
En el contexto de los últimos coletazos del conflicto que había sumido a Europa en el caos durante los últimos treinta años, el cardenal Mazarino, primer ministro francés del joven rey Luis XIV, buscaba obtener una mejor posición en las negociaciones que se estaban llevando a cabo en Westfalia con el objetivo de lograr la paz. El desastre anterior de las fuerzas francesas en Cataluña y la firma de la Paz de Münster el 30 de enero de 1648 entre España y las Provincias Unidas, habían complicado la posición de Mazarino al frente del gobierno. El cardenal había tratado sin éxito de torpedear las conversaciones de paz, ofreciendo cuantiosas sumas de dinero al nuevo estatúder, Guillermo II de Orange, y a los gobernadores de varias ciudades importantes de Holanda y Zelanda para que continuasen con la guerra, pero finalmente la paz se impuso para satisfacción de los intereses mayoritarios de holandeses y españoles.
La campaña de 1648 contra España centraría toda la atención de Mazarino, reanudando las operaciones contra Lombardía, aunque sin éxito alguno, y movilizando un nuevo ejército para atacar los Países Bajos al mando del duque de Enghien, el Gran Condé. El primer objetivo que se fijó Condé fue la toma de la plaza de Ypres, en el Flandes Occidental; la campaña se inició con bastante retraso debido al mal tiempo y a las lluvias, no pudiendo llegar hasta mediados de mayo. La ciudad se rindió tras ofrecer una débil resistencia, lo que provocó el enfado del archiduque, a la sazón gobernador de los Países Bajos, que replicó tomando la plaza de Courtrique, a unos 30 kilómetros al este de Ypres. En este intercambio de golpes, Condé se internó en Flandes y se encaminó hacia la costa con la idea de tomar nada menos que la ciudad de Ostende, la que había dado fama y gloria a Ambrosio Spínola en 1604.
El asedio sobre Ostende acabó resultando un completo fracaso que obligó a Mazarino a enviar más recursos y hombres al duque de Enghien debido al serio riesgo que tenía su ejército de colapsar y desaparecer. Leopoldo respondió a este envite llevando al Ejército de Flandes hasta Veurne, una de las plazas avanzadas que los franceses tenían al norte de Dunkerque. Tras tomar esta villa, el archiduque se dirigió a Courtrai, haciéndose con ella casi sin oposición. Era obvio que Enghien quedaba en una situación muy comprometida, y lo mismo ocurría con Mazarino, cuya posición negociadora perdía fuerza mientras la opinión pública francesa clamaba hastiada a favor del final de la guerra.
Desde comienzos de año, en Francia había estallado una velada rebelión cuando la regente Ana de Austria, madre de Luis XIV e hija de Felipe III, acudió al parlamento para lograr la aprobación de nuevos impuestos con los que sufragar el coste de la guerra. Al mismo tiempo que Condé ponía bajo asedio la ciudad de Ypres, las cortes de Francia se reunían en la Cámara de San Luis del Palacio de Justicia, donde se redactaron una serie de medidas, siendo las más importantes la exigencia de la abolición en las cortes de los últimos impuestos decretados, y la garantía real de las libertades individuales de los súbditos, muy mermadas desde los tiempos del cardenal Richelieu. La regente, temiendo que estallase una revolución abierta, accedió a todo lo propuesto, sobre todo cuando llegaron las noticias del descalabro del ejército de Enghien en Flandes.
Viendo peligrar seriamente sus intereses y hasta su posición y su propia vida, Mazarino suplicó al antiguo general bernardino Johann Ludwig von Erlach, que acudiese con su cuerpo de ejército desde Alemania para apoyar a Condé. El militar suizo y sus hombres, que llevaban años al servicio de Francia, acudieron de manera inmediata desde su cuartel general en Alsacia. Erlach había sido informado de que Leopoldo se dirigía con parte del Ejército de Flandes a recuperar Lens, que había sido tomada por los franceses el año anterior tras un asedio en el que murió su mariscal, Jean de Gassion. Sin duda, Mazarino debió pensar que una victoria contra los españoles en el crucial teatro de operaciones de Flandes el daría no solo una ventaja en las negociaciones de paz que se sucedían con el emperador Fernando III y con Felipe IV, sino que le permitiría reforzar su poder ante Ana de Austria y ante la nobleza, que cuestionaba cada vez más su capacidad de decisión y su enconada animadversión hacia España.
El cuerpo de ejército de von Erlach, con más de 4.000 hombres, conectó con las fuerzas del duque de Enghien a los dos días de que el archiduque Leopoldo retomara Lens, para decepción del general suizo, que había forzado la marcha con el objetivo de evitar la pérdida de la ciudad. Inmediatamente se puso a disposición del joven duque, quien estaba a punto de cumplir 27 años, y que con la suma de esta fuerza pudo movilizar un ejército bastante respetable, compuesto por 10.000 infantes agrupados en 12 regimientos de infantería, y 45 escuadrones de caballería que sumaban 6.000 caballos en total. Condé, con su habitual saber hacer, dispuso sus hombres en una llanura que se extendía a las afueras de la ciudad de Lens, donde observó la fuerte posición defensiva que había adoptado el archiduque y sus 18.000 hombres, situados en un terreno elevado y con un buen sistema de fortificaciones y trincheras.
El ejército hispánico no solo estaba mejor posicionado, sino que tenía una ligera superioridad numérica en infantería, ya que contaba con unos 12.000 hombres, y también en cañones, disponiendo de 38 piezas, mientras que en lo que respecta a la caballería, las fuerzas estaban igualadas. Leopoldo había formado sus fuerzas con Jean de Beck comandando el centro, donde se situaban los tercios valones del conde de La Mottiere, el del barón de Crevacoeur, el del conde de Bruay, y el del señor de Hellem, antiguo tercio del barón de Grobbendonck. Con ellos estaban los regimientos alemanes del barón de Berlo, de Fernando Arias de Saavedra, de Juan de Monroy, el del barón de Wangen y el del propio Beck. También se encontraba un regimiento inglés al mando del coronel William Alselme, los tercios italianos de Ippolito Bentivoglio, marqués de Magliano, y el de Guiseppe María Guasco, que había sido levantado ese mismo año.
Por último, los tercios de veteranos españoles de Gaspar Bonifaz de Escobedo, antiguo tercio del marqués de Rivas, el de Gabriel Toledo de Zúñiga, antiguo de Esteban Gamarra, el de Bernabé de Vargas-Machuca, levado en 1639 por Jerónimo de Aragón, el de Fernando Solís y Vargas, antiguo tercio de Luis de Velasco, y que databa de 1591, y el de Francisco Deza, cuyos orígenes se remontaban al Tercio de Sicilia que condujo Julián Romero a Flandes en 1567. Acompañando a la infantería del ejército hispánico se encontraban en retaguardia las fuerzas del duque de Lorena, que se componían de 8 regimientos loreneses; 3 irlandeses y 2 alemanes, bajo el mando del barón de Clinchamp, y para completar la formación en el centro, Leopoldo dispuso 13 escuadrones de caballería y todas sus piezas de artillería, que estaban bajo el mando del conde de Saint-Amour, general de la artillería de Flandes. El ala derecha estaba a cargo del príncipe de Ligne, general de la caballería hispánica, y de Charles Albert de Longueval, conde de Bucquoy, hijo del mítico general al servicio, primero de España y después del emperador en la Guerra de los Treinta Años. Estaba compuesta por 27 compañías, en su mayoría valonas, formadas en dos escalones. Y para finalizar, en el ala izquierda estaban situadas 20 compañías de caballos loreneses bajo el mando del conde de Ligneville.
Grabado de época. Disposición de ejércitos |
En contra de la habitual impulsividad de la que solía hacer gala el joven Enghien, analizó con detenimiento el terreno y las fuerzas de su rival, y entendió que no era posible asaltar el emplazamiento hispánico con las fuerzas de las que disponía, por lo que simuló una retirada formal con la esperanza de que el archiduque mordiese el anzuelo y saliese a perseguirle. ¡Y vaya si lo mordió! Leopoldo, de manera incomprensible, ordenó a Beck marchar con parte de la caballería croata y lorenesa para hostigar la retaguardia francesa, mientras él avanzaba abandonando su posición. Con una maniobra tácticamente brillante, Enghien hizo virar todo su ejército y formó a toda prisa para la batalla. En el centro, gobernado por el mariscal Châtillon, se distribuyeron en dos escalones los 10.000 infantes, agrupados en 12 batallones de infantería, 7 delante y 5 detrás, acompañados de 6 escuadrones de caballería y de los 18 cañones disponibles. La derecha, mandada por el propio Condé, la ocupaban 17 escuadrones de caballería divididos igualmente en dos escalones, mientras que en el ala izquierda, a cargo del mariscal Gramont, se situaron los otros 16 escuadrones de caballos restantes.
La sorpresa para los hispánicos fue total. Leopoldo había caído en la trampa que le había tendido Enghien y había salido a combatir a campo abierto. A pesar de perder la ventaja del terreno, el ejército del archiduque seguía teniendo todas las papeletas para obtener la victoria, pues contaba con una infantería superior en número y muy experimentada. El centro hispánico cargó contra la infantería francesa aplastando rápidamente su vanguardia, 4 batallones de veteranos, con un potente ataque ejecutado por los tercios españoles e italianos, quienes también arrollaron con su empuje a los regimientos de la Guardia francés y escocés. Especialmente dura fue la carga del tercio de Bonifaz y del de Bentivoglio, que querían cobrarse la venganza por los compañeros caídos en Rocroi en 1643.
Pero si en el centro las cosas iban sobre ruedas y parecía auspiciar una pronta victoria para los hispánicos, en las alas la situación era bien distinta. El mariscal Gramont estaba vapuleando a la caballería valona de Bucquoy, incapaz de presentar una organizada resistencia ante el ataque galo, mientras que Condé se las veía a cara de perro con la fuerza de Ligneville, que conseguía detener con muchos apuros el avance de los franceses en ese sector. Pero mientras Condé sujetaba el ala izquierda hispánica, el general bernardino von Erlach aprovechó para colarse por el flanco abierto y llegar hasta la retaguardia de Leopoldo. Fue en ese momento cuando se produjo el completo descalabro de la caballería hispánica, colapsando el ala izquierda al igual que había hecho antes la derecha ante el avance de Gramont. La caballería acabó emprendiendo la huida y abandonando a su suerte a los infantes que tan cerca habían tenido la victoria, al igual que en Rocroi, pero a diferencia de lo sucedido cinco años antes, esta vez la infantería hispánica no se iba a sacrificar en una resistencia numantina y optaría por capitular. Nuevamente Condé se había impuesto gracias a su superior manejo de la caballería.
El número de bajas sigue suscitando bastante controversia, ya que, de la misma manera que ocurrió tras Rocroi, Francia, en otra notable campaña propagandística, exageró las cifras de bajas enemigas para tratar de aumentar la minada moral del pueblo francés y de buena parte de la nobleza, descontenta y hastiada por la asfixiante presión fiscal y los rigores de una guerra prolongada en el tiempo. Se sabe que los franceses perdieron más de 1.500 hombres, la mayor parte muertos a manos de la infantería hispánica en los combates acaecidos en el centro de la batalla, mientras que el ejército del archiduque Leopoldo sufrió, según la propaganda francesa, 3.000 bajas entre muertos y heridos, además de la captura de cerca de 5.000 soldados más.
Estas cifras serían puestas en duda por el conde de Fuensaldaña, que ejercía en la batalla de Lens como ayudante del archiduque junto a Jean de Beck, y quien afirmaba que se habían perdido un total de 3.500 infantes, lo que está muy lejos de las cifras dadas por los franceses, ya que de la caballería apenas hubo de lamentar bajas pues se retiró. Lo que sí sabemos es que el número de oficiales y suboficiales capturados fue muy elevado, ya que un documento francés de 1649 proporciona una lista muy detallada de ello. El propio barón de Beck fue hecho prisionero, falleciendo días después en Arras; "murió de disgusto más que de las heridas", afirmaba Fuensaldaña en carta al rey de España. Junto a él fueron apresados el príncipe de Ligne, el conde de Saint-Amour, Francisco Albelda, teniente general de Beck, los maestres de campo Gabriel de Toledo, Bernabé de Vargas, Fernando Solís, Gaspar Bonifaz, Giuseppe María Guasco y el barón de Crevecoeur, así como los coroneles Juan de Monroy, Thomas Plunket, Verduisant y Hous.
Además de estos nombres propios, también fueron capturados más de 100 capitanes y banderas, 63 tenientes y 94 sargentos, así como muchos reformados. Los efectivos hispánicos apresados fueron trasladados a las fortalezas de Arras, La Bassé y otras plazas fronterizas. A pesar de la derrota sufrida por el Ejército de Flandes y la captura de tantos oficiales y personas de importancia, lo cierto es que la mayoría consiguieron escapar o serían liberados en intercambios de prisioneros y pagos de rescates durante los siguientes meses, por lo que las fuerzas del archiduque no se resistieron en demasía. De todas formas, no podemos olvidar que la la victoria francesa debió de escocer, y mucho, entre las tropas hispánicas, ya que no eran pocos los que habían combatido en Rocroi en 1643.
Por ejemplo, el tercio español de Bernabé de Vargas había luchado bajo el mando del maestre Antonio de Velandia, el de Fernando Solís lo había hecho a las órdenes de Bernardino de Ayala, conde de Villalba, o el de Francisco Deza había combatido a las órdenes del conde de Garciez, mientras que el tercio de Gaspar Bonifaz se encontraba aquel 19 de mayo de 1643 bajo el mando de Alonso de Ávila que, si bien no llegó a combatir, marchaba con el cuerpo de ejército que llevaba Jean de Beck para auxiliar a Melo. También estuvieron unidades de otras naciones, como el tercio italiano de Bentivoglio, que en aquella jornada estaba comandado por Luigi Visconti, o el valón del conde Bruay, que en Rocroi era mandado por el barón de Granges, y unidades de caballería como el regimiento de Garnier, de Savary o de De Brouck. Así, Beck, el príncipe de Ligne, que dirigía un tercio valón, o Saint-Amour, también estuvieron en Rocroi, por lo que no es de extrañar, que les afectara sobremanera la derrota, no obstante, Beck moriría días después.
Bibliografía:
-Batallas de la Guerra de los Treinta Años. De Wittstock a la Paz de Westfalia. 1638-1648 (William P. Guthrie)
-La Guerra de los Treinta Años. Una tragedia europea II. 1630-1648 (Peter H. Wilson)
-Con balas de plata II: 1641-1650. Y el Cid (Antonio Gómez Cayuela)
-En defensa del Imperio. Los ejércitos de Felipe IV y la guerra por la hegemonía en Europa. 1635-1659 (Davide Maffi)
Batalla de Lens. Jean-Pierre Franque |
Detalle de la disposición de los ejércitos |
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