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El Socorro de Thionville

 


El 7 de junio de 1639 una fuerza hispánica imperial, bajo el mando de Octavio Piccolomini, lograba derrotar al ejército francés de Isaac Manasses de Pas, marqués de Feuquières, que había entrado en Luxemburgo y había puesto bajo asedio la plaza de Thionville. 

Francia había entrado en la Guerra de los Treinta Años en 1635, tras asistir a la derrota de los ejércitos protestantes en Alemania. La Batalla de Nördlingen había supuesto el derrumbe de las fuerzas germano-suecas de Gustav Horn y Bernardo de Weimar; el ejército hispánico que había marchado desde Italia para conducir al infante cardenal, don Fernando de Austria, a los Países Bajos, de los que había sido nombrado gobernador, había auxiliado a las fuerzas imperiales y de la Liga Católica en Nördlingen, dando una lección de poderío y eficacia, y había acabado con el mito de la invencibilidad sueca. 

Francia tenía miedo de que la Casa de Austria se acabara imponiendo a los protestantes, y con ello, quedar atrapada entre los dominios de la Monarquía Española y del emperador. De este modo, y esgrimiendo el peregrino argumento de que España preparaba la detención del elector de Tréveris, declaró la guerra a España como método preventivo. Francia iba a entrar en la guerra en favor de las fuerzas protestantes, a pesar de ser un país con un rey católico, sustituyendo a Suecia como potencia dominante. La alianza entre Suecia, Holanda, Hesse y Francia no era nueva, ya que los franceses habían aportado grandes sumas de dinero a la causa protestante, pero ahora entraba de lleno en la guerra y ponían en circulación una fuerza imponente compuesta por 70.000 infantes y 10.000 caballos, aunque la mayoría de ellas eran fuerzas bisoñas. 

El cardenal infante había comenzado la campaña de 1639 a comienzos de marzo, con un ejército compuesto por 18.000 infantes y 8.000 caballos, dividiendo sus fuerzas en dos cuerpos. El Consejo de Guerra había planificado una campaña esencialmente defensiva, pero don Fernando de Austria no desaprovechó la ocasión de reconquistar diversos castillos perdidos el año anterior en Güeldres, así como para tomar Cateau-Cambrésis. De esta forma el rey de Francia, Luis XIII, movilizó dos ejércitos con 18.000 hombres cada uno; el gobernado por el señor de Bresse y el señor de Chatillon, que habría de poner sitio a Hesdin, en Artois, y el que estaba bajo las órdenes del marqués de Feuquiéres, gobernador de Metz y gran privado del cardenal Richelieu, que debía penetrar en Luxemburgo y tomar cuantas plazas pudiera. 

De esta manera las fuerzas del infante cardenal se ocuparon del ejército francés que campaba por Artois, mientras que el ejército francés del marqués de Feuquières, entrando en Luxemburgo el 1 de junio, ponía sitio a una de las plazas fuertes de aquel país, Thionville, conocida por los alemanes como Diedenhofen, aprovechando que don Fernando se hallaba ocupado con Hesdin. Las fuerzas con las que el mariscal francés había sitiado la plaza eran el Regimiento de Picardía, al mando del marqués de Breauté, el Regimiento de Navrra, del marqués de Fors, los regimientos de Rambures, del conde D'Onzain, del conde de Granzey, del conde Bussy-Rabutin, del marqués de Saint-Luc, del marqués d'Effiat, y el regimiento del propio Feuquières, además de diversas compañías sueltas y del regimiento de alemanes de Adam von Kolhass. En total, aquellas fuerzas ascendían a unos 13.000 infantes y casi 5.000 caballos.

Octavio Piccolomini, que se había puesto en marcha desde Bruselas a finales de mayo, alertado por el avance de las fuerzas francesas sobre Luxemburgo, reunió sus tropas en este condado a la mayor brevedad posible. Había mandado despacho al emperador para advertirle del peligro que suponía el avance del ejército francés en aquel país. Thionville era una plaza muy bien fortificada, situada en la margen izquierda del río Mosela, por lo que ofrecía una buena capacidad defensiva al poderse abastecer por el río, pero los franceses habían establecido su cuartel general en la margen derecha del Mosela, cortando así las comunicaciones fluviales. Al norte de la ciudad había unos pantanos que ofrecían una buena protección natural, y al noroeste se extendían los bosques de Thionville. Piccolomini marchó con gran celeridad pero sin descuidar la cautela y el orden, pues la provincia de Luxemburgo estaba repleta de montes y valles, con angostos pasos donde resulta fácil ser emboscado.

Octavio Piccolomini era un reputado general al servicio del emperador, aunque había comenzado su carrera militar como piquero en una compañía de infantería española asentada en Milán. Al estallar la Guerra de los Treinta Años levantó una compañía de coraceros junto con su hermano y partió hacia Viena bajo las órdenes del conde de Bucquoy, que había sido enviado por el rey de España, Felipe III, para el auxilio de los Habsburgo vieneses. Se distinguió notablemente en la defensa de Viena y posteriormente en la Batalla de la Montaña Blanca. Pasó al servicio del emperador como capitán de caballos, y comandó un regimiento en apoyo español para el Sitio de Breda. Estuvo en Italia como coronel, enfrentándose a las tropas del duque de Saboya, y se destacó nuevamente en la Batalla de Lutzen, donde fue herido hasta en cinco ocasiones, pero capturó multitud de banderas y estandartes enemigos. Desde 1635 fue enviado como general de las tropas imperiales en los Países Bajos, en apoyo de España.

El futuro duque de Amalfi estableció su plaza de armas en Bastangue, al norte de la asediada ciudad, y su ejército, a la espera de la llegada de 3.000 infantes del duque de Lorena y otros 2.000 que habrían de sacarse de los presidios de Luxemburgo, se componía de 11.000 infantes y 4.500 caballos. Además contaba con 33 piezas gruesas y 2 morteros que se habían sacado de la ciudad de Namur. El día 6 de junio, a última hora de la noche, el ejército de Piccolomini estaba reunido y dispuesto, ordenando el general imperial que sus hombres cenasen y descansasen un rato, pues a las dos de la mañana se habría de hacer frente de banderas para, tras escuchar misa, ponerse en marcha para acometer al enemigo a eso de las 4 de la mañana. De este modo el día 7 de junio, con las primeras luces, el ejército de Piccolomini avanzó hacia Thionville, en buen orden y sin tocar las cajas, para no dar aviso a los franceses de su llegada. 

La vanguardia de la fuerza hispano-imperial la mandaba el sargento mayor Jean de Beck, que se había distinguido en los comienzos de la Guerra de los Treinta Años en el ejército imperial que combatía en Hungría y Bohemia. El grueso de la fuerza era conducido por Francesco Antonio del Caretto, marqués de Grana, sargento general de batalla del ejército y por el conde de Suys, Ernesto Roland. De este modo el ejército se componía de los regimientos del duque de Savelli, de Florencia, Cercaro y del barón de Saya, así como los regimientos imperiales de La Fosse, de Johann Cristoph von Aldenshofen, de Balthasar de Mora, del margrave de Baden, del barón de Fernemont, el de Gallas, y el Regimiento imperial de Luxemburgo, al mando del coronel Gerardini. La caballería, bajo el mando del barón Jean de Beck, estaba formada por los regimientos Viejo y Nuevo de Octavio Piccolomini, el regimiento de caballos del conde de Rittberg, el de Niccolo de Larcari, el de Ludovico Gonzaga y el de Jakob Bruck. En total Piccolomini disponía de más de 16.000 infantes y 4.500 caballos.

Avance del ejército de Piccolomini

A poca distancia de Thionville, los franceses habían ocupado un castillo donde situaron más de 50 mosqueteros y 30 caballos. Estaba situado en los alto de una montaña que dominaba el campo de batalla, y justo debajo se extendía una granja, que fue rápidamente ocupada por una partida de dragones, y luego el llano donde se hallaba el campo francés. Fueron los hombres del Regimiento de Florencia los que se ocupar de ganar el castillo, tras la rendición de sus defensores sin apenas resistencia. Eran las 8 de la mañana y la vanguardia del ejército, unos 1.200 hombres, observaron a la fuerza enemiga, escaramuzando para ocupar algunos puestos avanzados. Estaban los franceses bien atrincherados y fortificados. La mayor parte de sus fuerzas se hallaban al otro lado del Mosela, mientras que al oeste y al sur de la ciudad habían construido todo un sistema de trincheras, por lo que la empresa se antojaba difícil.

Una vez hubo ascendido todo el ejército y la artillería, Piccolomini mandó reconocer el terreno y señalar los mejores lugares por donde embestir al enemigo. Entretanto, 500 caballos franceses se habían adelantado para tratar de romper la vanguardia, por lo que Piccolomini envió 30 jinetes ligeros croatas, 100 caballos de su guardia personal, 100 dragones, y 500 mosqueteros, bajo el mando del coronel Altier. También ordenó adelantarse al escuadrón que habían formado el Regimiento del barón de Saya, el regimiento del barón de Fernemont y unos mil infantes del de Luxemburgo. Se adelantó el barón de Saya con dos escuadrones para expulsar de sus trincheras a los franceses los cuales, tras una fuerte resistencia, hubieron de huir después de haber tenido grandes bajas.

Las fuerzas de Feuquières comenzaron a replegarse, cubiertas por los regimientos de Navarra, al mando del marqués de Fors, y del de Beauce, del conde d'Onzain, que se encontraban en uno de los principales puestos fortificados de asedio. Estos regimientos, juntos con los de Picardía y el de Rambures, eran la élite del ejército francés. Vista por Piccolomini la maniobra de repliegue, ordenó al conde de Suys cortarla con el regimiento de Rittberg y varias compañías de infantes. Mientras, la caballería del coronel Altier peleaba con la francesa mandada por Roger de Choiseul, marqués de Praslin, desbaratándola y haciéndose con sus guías. El conde de Suys logró vencer la resistencia de los hombres del regimiento de Navarra y de Beauce, descomponiéndolos y avanzando rápidamente hasta otro de los puestos fortificados, dio buena cuenta de otros dos regimientos franceses, que no tuvieron más remedio que emprender la huida.

El grueso del ejército de socorro descendió hasta alcanzar el llano y el campo enemigo, formando escuadrones para seguir combatiendo al enemigo. Piccolomini vio entonces que los restos de los regimientos franceses estaba cruzando el río Mosela con la intención de unirse al conjunto del ejército, el cual aún no había peleado y estaba fresco y formando en batallones para resistir la acometida del general imperial. Así, Piccolomini ordenó adelantar varias piezas de artillería y comenzar a tirarle al enemigo, impidiéndole de este modo organizarse, y debiendo adelantarse hasta cubrirse en un foso poco profundo que había muy cerca de la ribera este del Mosela. Entonces el barón de Saya marchó con dos escuadrones para tratar ganar la ribera oeste, el lado que había ocupado ya el ejército de socorro. Por su parte, el Regimiento de Luxemburgo acometió un fuerte donde los franceses guardaban las municiones y la pólvora. 

La resistencia francesa fue enorme, debiendo el coronel Gerardini pedir ayuda al general imperial, quien envió al Regimiento de Gallas para reforzarle. El marqués de Grana no dudó, con las fuerzas del barón de Saya, y acompañado de diversos oficiales y soldados particulares, cruzó el río protegidos sus flancos por el regimiento de Florencia, en el derecho, y por el de de Savelli a la izquierda. De esta manera se batieron a pica y espada con las fuerzas francesas que protegían la ribera este del Mosela, haciéndoles retroceder y ponerse a salvo en las posiciones más retrasadas de Feuquières. La victoria parecía más cercana viendo cómo los franceses trataban de ponerse a salvo, pero la contienda no había terminado y el mariscal francés sacó al campo a su reserva. 

Así, se adelantaron varios regimientos de caballería que estaban completamente frescos y atacaron el flanco izquierdo imperial, haciendo retroceder al regimiento de Savelli, que tuvo que multiplicarse para evitar la ruptura de su formación. El general imperial observó con preocupación la situación y envió al barón de Saya y al marqués de Grana, con los dos regimientos de Piccolomini para embestir al enemigo. La acometida de las fuerzas imperiales fue brutal y logró su propósito de hacer retroceder a la caballería francesa. Nuevamente la victoria parecía al alcance de la mano, pero Feuquières puso orden y restableció sus formaciones, pero Piccolomini no iba a dar tregua al enemigo y mandó un nuevo ataque a cargo de su regimiento viejo apoyado por el grueso de la infantería, que ocupó los cañones franceses y los volvió contra ellos.

En ese momento, y tras más de dos horas de combates, las fuerzas francesas se deshicieron por completo y emprendieron la huida hacia la protección de la ciudad de Metz, siendo perseguidos por la caballería de Piccolomini. Cuenta éste que "del modo de marchar y orden de pelea, como estaba dividida la artillería, y que cumplió el marqués de Grana todo con tanta puntualidad y prisa, que a él se le debe mucha grandiosa parte de la victoria. Y el sargento general de batalla Beck, no solamente hizo de guía y norte, sino que nos representó el sitio de la plaza y puestos del enemigo como si el mismo lo viese y llevó con gran coraje la vanguardia. Y grandísimo valor y esfuerzo de todos los oficiales y soldados del ejército".

La victoria fue total, quedando preso el propio mariscal Feuqières, que había sido herido en un brazo, y que moriría meses después en presidio por complicaciones en las heridas causadas en batallas. El número de bajas sufridas oscila en función de las fuentes; Piccolomini, en carta escrita al cardenal infante al día siguiente de la batalla, informaba que "el combate duró cosa de dos horas y ha sido de los más furiosos y reñidos que yo he visto en mi vida". Señalaba que "Hanse ganado multitud de cornetas y banderas". Lo cierto es que los franceses perdieron aquel 7 de junio todo el bagaje, así como todo su tren de artillería y, según lo detallado en la misiva, tuvieron unos 6.000 muertos.

El general, en carta al emperador el día 9 de junio, afirma que "los franceses han perdido toda la infantería y banderas, muertos de ellos cinco o seis mil, quedando presos tres mil y trescientos oficiales mayores y menores, entre ellos el general Feuquières, que queda preso en Thionville, para que cumpliese su palabra dada a su rey de entrar muy presto en esta villa". También señaló que "de nuestra parte entre muertos y heridos no ha habido más que setecientos, y entre ellos herido de dos pistoletazos el marqués de Grana, pero sin peligro de vida". Las cifras de muertos franceses se elevan si atendemos a las crónicas de José Pellicer, quien habla de 11.000 bajas francesas, algo quizás exagerado si lo comparamos con lo narrado por el propio Piccolomini. Pero es seguro que los regimientos de infantería quedaron completamente diezmados, ya que semanas después se ordenaban levas para rehacer los de Picardía, Navarra, Beauce, o el de Feuquières. 

Detalle del asalto a posiciones francesas

Las crónicas francesas apuntan cifras más bajas, entre 2.500 y 3.000 muertos, algo del todo improbable dado que a Metz no llegaron si quiera 2.000 infantes, muchos de ellos heridos, como apunta el intendente general del ejército francés, Jean de Choisy. Lo cierto es que la mayor parte de la caballería de Feuquières se salvó, dado que apenas combatió, extremo que confirma el alférez Lorenzo de Cevallos, que habla de cómo huyeron cuando el marqués de Grana arremetió con los regimientos de Piccolomini y el grueso de la infantería. 

El ejército de Feuquières dejó de existir, y las operaciones en la Champaña fracasaron estrepitosamente. Pero no todo fueron malas noticias para Luis XIII; el 29 de junio el ejército dirigido por el mariscal Châtillon lograba tomar la importante plaza de Hesdin, sin que las fuerzas del infante cardenal pudieran evitarlo. La guarnición, que resistió durante semanas el terrible asedio francés, salió de la plaza con "sus armas, caballos, bagajes y banderas, balas en boca y cuerda encendida por dos cabos, dos piezas, un trabuco, cuatro barriles de cuerda y los carros y caballos para llevarlos, y escolta para ir a Bethune, en Artois, en dos días, y ciento cincuenta carretas con tres o cuatro caballos para llevar ropa, heridos, así soldados como paisanos".

Asedio de Thionville. Peter Snayers


Octavio Piccolomini. Anselm van Hulle

Bibliografía: 

-Con balas de plata. 1631-1640 (Antonio Gómez)

-Avisos históricos (José Pellicer)

-La Guerra de los Treinta Años. Una tragedia europea (Peter H. Wilson)

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