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Guerreros: Alfonso de Ávalos, II marqués del Vasto

 


El 25 de mayo de 1502 nacía en el castillo de Ischia, Nápoles, Alfonso de Ávalos Aquino y Sanseverino, llamado a ser uno de los más brillantes militares de la historia de España, y uno de los capitanes de mayor confianza del emperador Carlos V. 

Alfonso había nacido en el seno de una de las familias más importantes de españoles afincados en Italia. Los Ávalos, llegados a Nápoles de la mano de Íñigo Dávalos y Tovar, quien se encontraba sirviendo al rey de Aragón Alfonso V, conocido como "el Magnánimo", se convirtieron con el paso del tiempo en la familia más poderosa a través del marquesado del Vasto, y sobre todo del de Pescara. Fue su primo, Fernando de Ávalos, V marqués de Pescara, quien alcanzó mayor fama y gloria y situó a los Ávalos a la cabeza de las familias españolas en Italia. 

Su padre, Íñigo de Ávalos, I marqués del Vasto, título otorgado por el emperador Carlos V, había muerto teniendo Alfonso apenas 18 años, heredando así el título de II marqués del Vasto. Su madre, Laura Sanseverino, le dejó al cuidado de su primo Fernando, trece años mayor que él, y de su mujer, la poetisa Vittoria Colonna, una de las grandes figuras de las artes femeninas italianas. Sin duda alguna estas dos grandes personalidades tuvieron que contribuir decisivamente a la pasión del joven Alfonso por las armas y a su posterior interés por la literatura, fundamentalmente épica. El marqués del Vasto pronto seguiría el camino de su primo mayor y se enrolaría con él en las campañas de 1524. 

Sus primeros pasos en el terreno bélico vinieron con la ofensiva sobre las posiciones francesas en Milán, que culminó con la victoria en la Batalla del Sesia, donde murió el famoso caballero francés, Pierre de Terrail. Después prosiguió con el avance de los imperiales a través del Piamonte, para posteriormente cruzar los Alpes por el paso de Tenda y adentrarse en la Provenza. Es en esta campaña donde empieza a destacarse como el líder y brillante estratega que más tarde sería, aunque la campaña, conducida por Carlos de Borbón y su primo, acabaría en fracaso al no poder tomarse la ciudad de Marsella, objetivo principal de aquella empresa. 

Tras internarse nuevamente en Milán, el marqués de Pescara abandonó a finales de octubre de 1524 la capital milanesa y se dirigió a Lodi, quedando en el castillo de Milán el duque Francesco II Sforza al mando de 300 hombres, y Antonio de Leyva en la ciudad de Pavía con algo menos de 6.000 hombres, de los que más de 1.000 eran españoles. El poderoso ejército francés, conducido por el propio rey Francisco I, tenía unos 30.000 infantes, 4.000 caballos, de los que 2.200 eran gendarmes, y 53 piezas de artillería. El 31 de octubre los franceses completaron el cerco sobre Pavía, comenzando de esta forma uno de los más duros asedios de las Guerras Italianas. 

Para comienzos de 1525 los imperiales se habían repuesto del susto inicial y el emperador Carlos V había logrado levantar un nuevo ejército con 12.000 lansquenetes que traía desde Alemania el mítico Georg von Frundsberg, y una fuerza reclutada en Italia de casi 10.000 hombres, incluyendo el nervio del ejército, 6.000 escogidos infantes españoles, y unos 1.200 caballos. Pronto se iba a destacar Alfonso de Ávalos siendo el hombre de confianza de su primo, el marqués de Pescara, y planificando con él los pormenores del asalto al campamento francés en Pavía. 

Alfonso comandó una fuerza de vanguardia de 3.000 arcabuceros españoles e italianos que, tras abrir brecha en los muros del parque de Mirabello, avanzaron a toda prisa deshaciendo la defensa de los genoveses al servicio de Francia, y tomaron el castillo de Mirabello, tal y como había planificado, separando las fuerzas francesas las cuales se encontraban completamente sorprendidas por el rápido y furioso avance imperial. El ganar este castillo, más bien una especie de palacete, le proporcionó al marqués del Vasto una posición elevada y dominante sobre todo el recinto del parque de Mirabello, emplazando de esta forma dos piezas de artillería con las que martillear los emplazamientos del enemigo.

El marqués del Vasto conduce a sus hombres en Mirabello. Ruprecht Heller

Llegado el choque de fuerzas, el marqués del Vasto realizó un hábil y rápido movimiento para reforzar el flanco izquierdo imperial. Lo que siguió después fue una brillante victoria en la Batalla de Pavía, que aupó a la excelencia militar a los dos Ávalos que en ella participaron. Fernando de Ávalos, enfermo e intuyendo que su hora estaba cerca, dejó el gobierno del estado de Milán en manos de su primo Alfonso y de Antonio de Leyva, dos personas en las que el marqués de Pescara confiaba completamente. Tras la muerte de Fernando, el título de VI marqués de Pescara recayó en Alfonso, quien se prometió honrarlo como su fama debía. 

Un par de años después, el 6 de mayo de 1527, estuvo presente en el famoso Saco de Roma, dirigido por Carlos de Borbón, como castigo a las intrigas y traiciones del papa Clemente VII, que se había unido a la Liga del Cognac, creada en 1526 y en la que participaban junto a Francia el papado, las repúblicas de Venecia y Florencia, el duque de Milán, e Inglaterra. En enero de 1528 el Reino de Nápoles se veía nuevamente amenazado por las ambiciones de la Liga. El mariscal Odet de Foix, vizconde de Lautrec, que se hallaba en Bolonia al frente de un potente ejército de 40.000 hombres que había entrado por Génova en octubre del año anterior con el apoyo de Andrea Doria, se puso en marcha a mediados de mes. 

El ejército imperial se hallaba concentrado al sur de Roma bajo el mando de, Filiberto de Chalôns, príncipe de Orange. Apenas contaba con 12.000 infantes, de los que 4.000 eran españoles, y 1.500 caballos, fuerza claramente insuficiente en comparación con la que contaba la Liga. Pero Filiberto no lo veía así, y estaba convencido de que debía plantar batalla a campo abierto al enemigo. En ese momento tuvo que intervenir el marqués del Vasto, quien ya era uno de los más reputados y experimentados militares a pesar de contar con tan solo 26 años. Alfonso acertó al realizar una retirada a posiciones mucho más defendibles a la espera de los refuerzos que debían llegar enviados por Hugo de Moncada, nuevo virrey de Nápoles tras la muerte de Carlos de Lannoy. 

De esta forma en abril de ese año el ejército de la Liga se plantó ante los muros de Nápoles, donde el ejército imperial se había atrincherado. La primera acción de las fuerzas de la Liga fue el asedio a la fortaleza de la Gaeta, defendida por el cardenal Colonna al frente de unos pocos cientos de españoles e italianos. Todos los intentos de tomarla fracasaron. Mientras tanto, en el golfo de Génova, el sobrino de Andrea Doria, Filippino, dirigía la flota franco-genovesa que atacaba las costas napolitanas, por lo que Hugo de Moncada decidió poner fin a esa amenaza y el 28 de mayo partió con su escuadra, mucho más pequeña que la del enemigo, confiado en que sus arcabuceros compensarían la diferencia numérica. El marqués del Vasto iba en aquella escuadra, y la batalla acabó en derrota, muriendo Moncada y quedando preso el propio Alfonso. 

La situación parecía insostenible por parte de los imperiales, pero la deserción de Andrea Doria, quien se unió a la causa de Carlos merced a las conversaciones mantenidas con el marqués del Vasto, el eficiente mando de Filiberto, y la aparición de la peste en el campamento francés, dieron un giro de 180 grados a los acontecimientos. Doria bloqueó por mar a los franceses, y el 15 de mayo murió el vizconde Lautrec, lo que provocó la capitulación de los galos en agosto. Un año después, un nuevo ejército enviado desde Francia y comandado por el conde de Saint-Pol, también fue derrotado el 21 de junio en Landriano, al norte de Pavía, tras ser interceptado por el ejército imperial bajo el mando de Leyva, lo que puso punto y final a la aventura francesa en Lombardía y a la firma de la Paz de Cambrai, en agosto de 1529.

Ávalos fue uno de los numerosos nobles que acudieron a la llamada de socorro de Austria cuando las fuerzas otomanas de Solimán el Magnífico amenazaban Belgrado en 1532. Junto a Leyva, reunió un potente contingente que partió desde Italia a finales de julio, reuniéndose con el emperador en Innsbruck. El choque entre el Turco y las fuerzas de Ávalos nunca llegó a producirse, ya que Solimán tuvo que abandonar sus pretensiones en octubre del mismo año. La conquista de Túnez por parte de Barbarroja, siervo de Solimán, deponiendo de esta forma a Muley Hassan, vasallo de España, hizo que Carlos planificase la invasión de Túnez, comenzando con los preparativos de la misma a principios de 1535. 

El marqués del Vasto organizó las tropas que desde Italia se debían reunir en Cerdeña con el emperador, que partió desde el puerto de Barcelona. El marqués reunió 18.000 hombres, entre españoles, italianos y alemanes, en el puerto de Génova, donde embarcaron en la flota genovesa de Andrea Doria, y desde ahí zarpó hacia el sur para recoger las doce galeras capitaneadas por Virginio Usorio, que habían sido aportadas por la Santa Sede en Civitavecchia, y en Nápoles recogió las galeras aportadas por el virrey y que irían bajo el mando de García Álvarez de Toledo y Osorio, IV marqués de Villafranca. Siguiendo lo planeado, el marqués del Vasto llegó a Cagliari, en Cerdeña, sin mayores contratiempos, donde se unió a la flota que traía el emperador, capitaneada por Álvaro de Bazán, y también con la flota portuguesa de Luis de Avis, hermano de la emperatriz. 

La flota, de casi 400 naves, partió de Cerdeña el 14 de junio y llegó a las costas de La Goleta, desembarcando rápidamente los hombres, conducidos por el propio Carlos, auxiliado por el Gran Duque de Alba, tomando la plaza el 14 de julio de 1535, tras 28 días de combates. Con las tropas españolas en vanguardia, casi todos veteranos de las Guerras de Italia, el emperador conquistó Túnez, entrando en ella el 21 de ese mismo mes, tras la sublevación de unos 5.000 cautivos cristianos que se encontraban en el interior de la ciudad. Barbarroja, quien había dirigido la defensa otomana de las plazas, huía a toda prisa y se perdía en el Mediterráneo.

Ataque y desembarco en La Goleta


Alfonso de Ávalos se distinguió notablemente en aquella famosa Jornada de Túnez, lo que le valió que a su regreso a Nápoles se le rindieran todo tipo de honores, entrando en la ciudad por la Puerta Capuana. Casi sin descanso, Ávalos se unió a la nueva expedición contras la Provenza que el emperador había organizado contra su rival francés Francisco I, no sin haber presentado antes sus dudas, pues consideraba que era mejor un ataque sobre Turín, antes que adentrarse en territorio enemigo y volver a repetir el mismo error de 1524. El mariscal francés encargado de la defensa de Provenza era Montmorency, un hombre competente y cauteloso. Se limitó a fortificar Marsella y Arlés, y a esperar con el grueso de su ejército en Avignon. 

A pesar de sitiar Marsella, Montmorency no cayó en las provocaciones imperiales y aguantó firme en Avignon, consciente de la dificultad de tomar la ciudad y de la escasez de víveres a la que pronto se verían sometidos los imperiales. Además, un brote de peste estalló en el campamento imperial situado en Aix, muriendo Antonio de Leyva el 7 de septiembre a consecuencia de ello y de sus constantes dolencias de gota. El sitio se levantó, y al igual que hiciera su primo, el marqués de Pescara, en 1524, Alfonso condujo de manera brillante al ejército y lo puso a salvo. 

La situación económica de España era tal, que en 1538 Carlos se vio obligado a firmar la Tregua de Niza, en 1538, por la que se detenían las hostilidades entre Francia y España por un periodo de 10 años. Ese mismo año el marqués del Vasto había sido nombrado gobernador de Milán, y tuvo que dedicarse en cuerpo y alma a sofocar las revueltas y los motines debido a la crisis económica que asolaba el Imperio. Tras ese convulso año, y con la situación bajo control, pudo dedicarse el marqués al mecenazgo artístico y literario, aprovechando también para dar rienda a su faceta como escritor y poeta, creando obras como anchor che col partire, convertida posteriormente en un canto muy popular durante el Renacimiento. 

Pero poco iba a durar la paz con un enemigo como Francisco I. El rey francés aprovechó el asesinato de dos de sus embajadores ante el Imperio Otomano para culpar de ello al marqués del Vasto y lanzar una ofensiva sobre Flandes. La defensa efectuada por el príncipe de Orange resultó magnífica, pasando posteriormente al ataque, haciéndose con los territorios del ducado de Cléves, aliado de Francia. En el frente de Cataluña el encargado de la defensa era el Gran Duque de Alba, capitán general de España, y los intentos de avance francés fracasaron estrepitosamente. Tan solo le quedaba a Francisco la opción de atacar sobre Italia. 

Tras avanzar durante el otoño y el invierno de 1543 sobre el Piamonte, los franceses tomaron varias plazas en la Lombardía a comienzos de 1544, contraatacando los imperiales haciéndose con villas próximas a Turín. El 11 de abril de 1544 tuvo lugar la Batalla de Cerisoles, en la que las fuerzas francesas obtuvieron una contundente victoria sobre los imperiales, comandados por el propio Alfonso de Ávalos, que perdió unos 9.000 hombres entre muertos y prisioneros. La batalla fue un caos, desde el punto de vista táctico, lo que permitió a las fuerzas del conde de Enghien, comandante francés, aprovechar su superioridad numérica de caballería para imponerse. 

Pero Ávalos se cobró aquella derrota tan solo dos meses después. En junio interceptó al ejército levantado por el condotiero italiano al servició francés Pietro Strozzi, y por el conde de Pitigliano. Enghien se veía de esta manera sin refuerzos y debía abandonar toda idea de conquistar Milán. Los franceses se retiraban de Lombardía y Francisco I era obligado a firmar en septiembre de ese año la Paz de Crépy, ante su derrota en Italia y el avance imperial en Normandía y la Champaña. Se instauró de esta forma el statu quo de la Tregua de Niza, y Francia tuvo que renunciar a su tradicional alianza con los otomanos. 

El marqués del Vasto fue llamado a la Corte, donde se le ratificó en el cargo de gobernador del Estado de Milán, y se le reconocieron sus méritos y sus servicios a la Corona Española y al Imperio. Establecido en el castillo de Vivegano, construido por el duque de Milán Ludovico Sforza a finales del siglo XV, murió el 31 de marzo de 1546, dejando como heredero a su hijo Francisco Fernando de Ávalos Aquino y Aragón, quien se convertiría en el III marqués del Vasto. Alfonso llevó una vida digna de los nobles que sirvieron al emperador Carlos, llena de aventuras y sobre todo de éxitos y glorias militares. Se convirtió en uno de los mejores generales de su época, mantuvo con honor el apellido familiar y se hizo merecedor de la confianza que su primo, el marqués de Pescara, siempre depositó en él. 

El marqués del Vasto, por Tiziano

El marqués del Vasto alentando a sus tropas





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