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Batalla de Cerisoles

 


El 11 de abril de 1544 el ejército francés del conde de Enghien se enfrentó a las tropas imperiales conducidas por el marqués del Vasto en la localidad italiana de Ceresole Alba. Los franceses obtuvieron una victoria táctica, pero los imperiales lograron mantener Milán, objetivo principal francés. 

En el marco de las Guerras Italianas, la última contienda había terminado mediante el Tratado de Niza, que pretendía frenar durante diez años la guerra en Italia entre Carlos V y Francisco I. El emperador, cansado ya de tanta guerra y hastiado por los incumplimientos del rey francés, quiso buscar una solución definitiva al enfrentamiento que desde décadas atrás se venía produciendo entre España y Francia por los territorios italianos. Propuso casar a su hija María de Austria con el hijo de Francisco, heredando el matrimonio los Países Bajos, Charolais y el condado de Borgoña a la muerte del emperador. 

No fructificaron las negociaciones por las enormes ambiciones del rey francés, que ansiaba más que nada en el mundo el ducado de Milán. Francisco quería romper el acuerdo y buscó como pretexto la muerte de dos de sus embajadores ante el Imperio Otomano, acusando falsamente a España de ser la responsable. Las hostilidades se rompieron el 12 de julio. De este modo Francisco tenía al fin su nueva guerra y un nuevo intento para hacerse con el Milanesado. Su primer movimiento fue en el norte, en el frente de Flandes; pero el ejército imperial, con el príncipe de Orange a la cabeza, rechazó a los franceses con la ayuda de las tropas inglesas que habían desembarcado en Normandía tras los acuerdos firmados entre Enrique VIII y el emperador en febrero de 1543.

Carlos no solo rechazó el ataque francés, sino que condujo sus fuerzas contra el ducado de Cléves, aliado francés. El 24 de agosto de 1543, tras batir sus muros, los tercios entraron en la plaza de Düren, considerada inexpugnable, y la tomaron al asalto. Esta imponente muestra de fuerza hizo que el resto de plazas fuerte de Cléves, como Jülich, Sittard, Güeldres, sobre la que Carlos tenía derechos reconocidos por antiguos tratados, Erckelens o Roermond, se rindieran al emperador, quien se mostró magnánimo con el duque, a pesar de su traición, y le permitió conservar el título y el cargo, perdiendo tan solo el condado de Zutphen y Güeldres, que fueron incorporados a los Países Bajos.  

El siguiente frente en el que Francisco se empeñó fue en Cataluña. Pero ahí se encontraba el Gran Duque de Alba, recientemente nombrado capitán general de España y considerado como el militar más capaz en España. Los franceses sometieron a asedio a la plaza de Perpiñán con una enorme fuerza de 40.000 infantes y 4.000 caballos bajo el mando de Claude d'Anneboult, mariscal de Francia, a quien acompañaba el mismo Delfín. Pero tras 40 días de sitio tuvieron que levantarlo por la amenaza del socorro del duque y las salidas que se realizaban desde la propia plaza, que causaron ingentes pérdidas en las fuerzas francesas. 

 Y faltaba el frente de Italia, el verdadero origen de las hostilidades y el principal objetivo de Francisco. Para ello el rey francés firmó una nueva alianza con el Turco poniendo la flota otomana al servicio de Francia. En abril de 1543 los otomanos se reunieron con la flota de Francisco de Borbón, conde de Enghien, con la intención de atacar las costas españolas. Pero el duque de Alba se había procurado de aprovisionar y reforzar plazas como Barcelona, Perpiñan, Elna o Castellón, en la costa levantina, y también, aunque en menor medida, desde Peñíscola a Gibraltar. La flota franco-otomana desistió de cualquier ataque sobre la costa de la Península Ibérica y centró sus esfuerzos en la ciudad de Niza, perteneciente al ducado de Saboya, aliado español en ese momento. 

El 6 de agosto sitiaron la ciudad y el 22 acabó rindiéndose a las tropas francesas, aunque la ciudadela resistió con una guarnición al mando de Simeón de Cavorreto, caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén. Las tropas franco-otomanas levantaron el sitio en septiembre al tener conocimiento de que una fuerza imperial bajo el mando del marqués del Vasto se dirigía a socorrer la plaza. Poco después la alianza entre turcos y franceses se rompió ante la negativa de Francisco I a prestar ayuda a Barbarroja para reconquistar Túnez, ya que el rey francés no podía permitirse perder efectivos ante la inminente campaña que preparaba en Italia. 

El marqués del Vasto había invadido el Piamonte y tenía sus ojos puestos en Turín, ciudad que estaba en manos de los franceses desde 1538. El ejército francés en el Piamonte estaba mandado por Guigues de Guiffrey, señor de Boutiéres. Durante el invierno de 1543 se sucedieron una serie de acciones menores, como la toma de la plaza de Mondovi, que resistió durante dos meses esperando socorro, o la de la de Carignano, ciudad fortificada a tan solo 20 kilómetros al sur de Turín, por parte del marqués del Vasto, o la de San Germano Vercellese por parte de las fuerzas de Boutiéres. 

Marqués del Vasto, por Tiziano

Pero lo franceses, libres ya del compromiso con los otomanos, pudieron enviar refuerzos al Piamonte. Francisco de Borbón, conde de Enghien, llegó con una fuerza de más de 9.000 infantes, incluyendo infantería del Delfinado y de Languedoc, y piqueros suizos del conde de Gruyères, así como unos 500 gendarmes. Nada más llegar, relevó en el mando a Boutiéres, y emprendió su primera operación a comienzos de 1544, tomando la villa de Crescentino, en la margen norte del río Po, a unos 30 kilómetros al suroeste de Vercelli, y poco después Palazzolo Vercellese, a unos 10 kilómetros al este de Crescentino. 

Los franceses habían penetrado en el Monferrato como una punta de lanza, pero aún les quedaba asegurar su punto más expuesto en el Piamonte, el cual amenazaba directamente a Turín, por lo que Enghien no se lo pensó dos veces y puso sitio a Carignano. La plaza había sido reforzada desde su conquista en noviembre del año anterior, sus fortificaciones se habían mejorado en extremo y se había dejado una guarnición de 4.000 hombres bajo el mando del condotiero italiano Pirro Colonna, un veterano comandante que ya se había destacado en los ejércitos de Carlos V durante la Guerra de la Liga de Cognac. 

Carignano se encontraba en la margen occidental del Po, al sur de Turín, por lo que Enghien montó su campamento principal en Villastellone, a poco más de 5 kilómetros al este de su objetivo. Para poder realizar un asedio con garantías los franceses debieron construir un puente para cruzar el Po por Carignano, algo que terminaron a comienzos de febrero. Temiendo que el marqués del Vasto enviase un socorro, lo que le obligaría a presentar batalla, envió un emisario, Blaise de Montluc, a Francia para solicitar permiso al rey para entrar en batalla, puesto que tras años de derrotas en batallas en campo abierto, los comandantes se querían asegurar antes el beneplácito de Francisco I. 

En aquel momento Ávalos estaba concentrado en Asti a la espera de los refuerzos de lansquenetes que esperaba de Alemania. Una vez llegados éstos, el marqués del Vasto abandonó Asti y se dirigió al oeste, a Carignano, con una fuerza que oscilaba entre 13.000 y 15.000 infantes, entre los que destacaban 4.000 arcabuceros, y menos de 800 caballos, contando entre estos solo con unos 200 hombres de armas. Ávalos, por tanto, apenas disponía de caballería, aunque confiaba en sus experimentados tercios y sus arcabuces. El camino hacia Carignano se produjo en medio de unas fuertes lluvias, por lo que complicó en extremo los movimientos del ejército imperial, llegando a Ceresole Alba el 10 de abril, a tan solo 8 kilómetros de donde se encontraban las tropas francesas.

Las vanguardias de ambos ejércitos escaramuzaron esa misma tarde, aunque sin demasiados resultados y con muy pocas bajas en ambas fuerzas. De esta manera Enghien decidió elegir bien el terreno y dejó una fuerza de asedio en Carignano mientras dispuso el grueso de su ejército en formación para el combate. Antes del amanecer del día 11 de abril los franceses se pusieron en marcha desde la villa de Carmagnola avanzando hacia el oeste, encontrándose con el ejército del marqués del Vasto ya situado en lo alto de una pequeña loma en una posición situada entre dos arroyos que guardaban los flancos imperiales. 

De esta forma el ejército de Enghien se desplegó de norte a sur, con sus extremos situados en posiciones más elevadas que su centro. El flanco izquierdo francés, comandado por el mariscal Dampierre, lo ocupó la caballería ligera, que incluía un cuerpo de 400 arqueros a caballo en su extremo, y siguiendo hacia el sur, los 3.000 mercenarios suizos del conde de Gruyères, que no estaba en el campo de batalla, junto a 2.000 infantes italianos, todos ellos mandados por el señor de Descroz. El centro fue ocupado por el grueso de la infantería, formada por más de 4.000 mercenarios suizos, distribuidos en 13 compañías, bajo el mando conjunto del capitán suizo Wilhem Frölich de Soleura y del capitán Saint Julian. 

El centro iba escoltado a su lado izquierdo por unos 500 hombres de caballería pesada del propio Enghien, más algunos gendarmes que habían llegado desde París, mientras que a su lado derecho le escoltaba una compañía de unos 100 gendarmes bajo el mando del señor de Boutiéres. Por último, el flanco derecho de los franceses fue ocupado en su extremo por tres compañías de caballería ligera bajo el mando del capitán Des Thermes, con unos 500 caballos, y formando junto al cuerpo central, estaba la infantería francesa del capitán De Tais, con algo más de 4.000 hombres. En total los franceses desplegaron en Ceresole algo más de 13.000 infantes, cerca de 1.500 caballos y 20 piezas de artillería. 

Mientras tanto, el ejército imperial se desplegó de idéntica manera, con su flanco derecho, opuesto al izquierdo francés, ocupado en su extremo por 300 caballos ligeros al mando del príncipe de Sulmona, Felipe de Lannoy, y más al sur por 2.000 infantes españoles y 2.000 alemanes del barón de Seissneck, todos ellos bajo el mando del duque de Soma, Ramón Folch de Cardona. El centro imperial lo ocuparon 6.000 lansquenetes alemanes, formando en dos grandes cuadros, bajo el mando del condotiero italiano Eriprando Madruzzo, hermano del obispo de Trento. Entre esta fuerza y la del flanco derecho imperial se encontraba el marqués del Vasto, junto a una fuerza de 200 hombres de armas comandada por Carlo Gonzaga. 

Por último, en el ala izquierda imperial se desplegaron 5.000 infantes italianos dirigidos por el príncipe de Salerno, Ferrante Sanseverino, y en su extremo la caballería ligera florentina comandada el condotiero italiano Rodolfo Baglioni. La infantería española era más numerosa que la francesa, sumando aproximadamente 15.000 hombres, aunque su caballería era aproximadamente la mitad que la de Enghien, contando con tan solo 600 caballos ligeros y unos 200 hombres de armas. En cuanto a la artillería, aquí también estaban en inferioridad los imperiales, que apenas contaban con 16 piezas. 

Disposición y movimientos de los ejércitos en Cerisoles

Ambos ejércitos estaban enfrentados de norte a sur, aunque sin verse completamente, por lo que desconocían el número total de efectivos que tenían sus rivales. Para localizar los flancos franceses y hacerse una idea de la extensión de la formación enemiga, Ávalos mandó unas partidas de experimentados arcabuceros españoles para dicha tarea, mientras que Enghien hacía lo propio ordenando a Blaise de Monluc, al frente de 800 arcabuceros franceses, que frenase el avance de la vanguardia enemiga. Cuando ambas fuerzas se encontraron comenzó una encarnizada lucha que duró unas 4 horas y que, en palabras de Martín du Bellay fue "un hermoso espectáculo para quien quiera que estuviera en lugar seguro", como señala Charles Oman en su Arte de la Guerra. 

Aún se encontraban los ejércitos a gran distancia entre sí, pero las fuerzas habían salido a la luz, de tal forma que Enghien ordenó martillear las posiciones imperiales con su superior artillería, respondiendo el marqués del Vasto de igual forma. Al duro e ineficaz bombardeo de posiciones le siguió el ataque de la caballería imperial sobre las alas francesas. El primer choque se produjo en el flanco derecho imperial, cuando la caballería ligera florentina de Baglioni se enzarzó con la de Des Thermes. Pronto iba a comprobar Ávalos el error de enviar a sus caballos sin apoyo de la infantería contra una fuerza superior en número, que se vieron forzados a retroceder. Y es que los franceses contaban con tres caballos por cada dos españoles en ese flanco. 

El siguiente choque se produjo en el norte del campo de batalla, entre los flancos que ocupaban la caballería napolitana de Felipe de Lannoy y la francesa de Dampierre. De la misma manera que en el extremo sur, la superioridad numérica de la caballería ligera francesa bastó para desbaratar el ataque imperial y pasar a la carga. Viendo el desarrollo de las operaciones en los flancos, Ávalos ordenó un ataque general, haciendo avanzar todas sus líneas, replicando de igual forma Enghien, confiado en los avances que estaba obteniendo en los flancos. 

En ese punto, la caballería florentina de Baglioni, que estaba en retroceso, se topó con el avance del centro derecha del ejército imperial, estrellándose de lleno con la infantería de Ferrante Sanseverino. Ese momento de confusión y pánico fue hábilmente aprovechado por Des Thermes, que lanzó a sus jinetes contra las desordenadas líneas de infantes italianos, que no sabían quién era quién en medio de esa avalancha de caballos en la que se encontraban. Este ataque francés inmovilizó por completo la fuerza de 5.000 infantes que tenía Sanseverino, dejando al centro del ejército imperial sola ante la infantería suiza de Fröhlich y Saint Julian, y la francesa de De Tais. 

De esta oportunidad táctica se percató Blaise de Monluc, quien ordenó avanzar a la infantería de De Tais contra el flanco izquierdo de los lansquenetes de Madruzzo, que avanzaban formando dos grandes cuadros sobre las posiciones de los mercenarios suizos. Madruzzo, ante el peligro de que su flanco fuera roto por los franceses, decidió dividir sus fuerzas y, aprovechando los dos cuadros en los que formaban, lanzó su izquierda contra De Tais y su derecha contra Fröhlich, quedando en ambos casos en inferioridad numérica frente al enemigo. Para acentuar aún más el problema en la que se encontraba aquella fuerza de lansquenetes alemanes, los gendarmes de Boutiéres pasaron a la acción acompañando a los infantes de De Tais, mientras que los mercenarios suizos quedaron en una posición más elevada, dificultando así los movimientos imperiales. 

"Pero nos encontramos con que habían sido tan ingeniosos como nosotros", escribió Monluc acerca de la decisión francesa de situar, tras su primera línea de picas, otra de arcabuces, para luego destacar que "ninguno de los dos bandos dispararon hasta que estuvieron tocándose -y entonces hubo una gran matanza: se dispararon todas las armas y la fila frontal de ambos bandos cayó abatida". Mientras esto sucedía entre los alemanes y los franceses de De Tais, los piqueros suizos de Fröhlich acometieron al cuadro alemán que trataba de dirigir el coronel Leitier, sucediéndose una serie de cargas y contracargas entre piqueros cuyo resultado no parecía decidirse hasta que la fuerza de caballos pesados de Boutiéres, se coló entre los dos cuadros de alemanes y cargó contra el flanco izquierdo de Leitier, logrando de esta forma romper su formación. 

Por su parte, en el norte, tras la derrota de la caballería napolitana de Lannoy, la infantería española y alemana de Cardona avanzó en buen orden hasta chocar contra los infantes franceses de Gruyères, que se deshicieron en pocos minutos ante el férreo empuje de la vanguardia española. Viendo la desbandada de su flanco izquierdo, Enghien se movilizó con sus 500 gendarmes y cargó contra la columna hispano-germana para evitar que ésta flanquease sus fuerzas y pudiera envolver a todo el contingente francés. Los infantes de Cardona, apoyados por el fuego de los arcabuceros españoles, lograron frenar el avance de los caballos pesados franceses, que volvieron a cargar una segunda vez con idéntico resultado, dejando tras de sí varias decenas de gendarmes muertos por el certero fuego español. 

Viendo que los intentos de Enghien de romper la formación de Cardona eran infructusos, Dampierre dio la vuelta y se lanzó con la caballería ligera contra la retaguardia hispano-germana. Tampoco consiguieron los franceses sus objetivos, siguiendo la formación de Cardona en perfecto orden. Mientras esto sucedía la caballería pesada española de Carlo Gonzaga, que trataba de apoyar a los lansquenetes de Leitier, se vino abajo y emprendió la huida, cayendo el propio Gonzaga prisionero. Sin apoyo de los caballos, los lansquenetes alemanes fueron presa fácil de los suizos, que no mostraron piedad alguna y no cejaron en su persecución contra las maltrechas fuerzas en retirada. Un poco más al sur, Sanseverino contemplaba el derrumbe del centro imperial y daba la batalla por perdida, retirándose hacia Asti en buen orden con la infantería italiana cubierta por los caballos florentinos de Baglioni. 

Desarrollo final de la batalla de Cerisoles

El derrumbe del centro y el flanco derecho imperial no parecía tener eco en el norte del campo de batalla, donde la infantería hispano-alemana mantenía a raya a los franceses, que apenas contaban ya con un centenar de caballos. Enghien, que no era consciente de la victoria de su ejército, estaba perdiendo los nervios. Bert S. Hall, apunta en su obra Weapons and Warfare in Renaissance Europe, que Blaise de Montluc evitó que Enghien se apuñalase a sí mismo por lo que creía que era la derrota de sus ejército, con la lacónica frase "eso lo hacían los antiguos romanos pero no los buenos cristianos", llegando en ese momento Saint Julian con las buenas nuevas de la derrota imperial en el centro y sur. Debió ser casi al mismo tiempo cuando Cardona se enteró del desastre imperial, con la pérdida de los lansquenetes alemanes y la huida de los italianos, y ordenó la retirada para evitar un desastre aún mayor. 

La retirada fue un auténtico calvario para los imperiales, hostigados de manera constante por los restos de los gendarmes y la caballería francesa, así como varias compañías de arcabuceros a caballo que habían llegado al campo de batalla desde la cercana población de Racconigi. Los imperiales perdieron casi la mitad de su infantería, estimándose sus muertos en unos 6.000, a los que había de sumarse más de 3.000 prisioneros, entre ellos Madruzzo, Gonzaga y hasta el propio Cardona. Por la parte francesa lo más posible es que se contasen algo más de 2.000 muertos, entre ellos un importante contingente de gendarmes que perecieron en los enfretamientos con la infantería española. De sus comandantes tan solo Des Thermes fue hecho prisionero, llevado a Asti junto a las fuerzas de Sanseverino. 

La victoria francesa fue incontestable, aunque no sirvió de mucho ya que el objetivo principal de hacerse con Milán no se logró, y poco después el marqués del Vasto, el 2 de junio de ese mismo año, obtuvo una decisiva victoria contra Francia en la batalla de Serravalle, dejando a ésta en una posición insostenible en Italia, y obligando a Francisco I a firmar en septiembre la Paz de Crépy, ante el peligroso avance imperial en Normandía y la Champaña, y su derrota en Italia, volviendo así al statu quo de la Tregua de Niza de 1538, y renunciando a su alianza con el Imperio Otomano. 

Esta batalla permitió extraer interesantes conclusiones a los militares hispánicos, que serían aprovechadas en los siguientes años de manera brillante. Una de los aspectos en los que más incidieron generales como el Gran Duque de Alba, era en la importancia de una única dirección en el campo de batalla. Cerisoles demostró que un mando único y unas órdenes claras y rápidas eran fundamentales. Cardona no fue capaz de coordinar sus flancos; mientras que el izquierdo avanzó y a punto estuvo de lograr la victoria, el derecho se mantuvo en la misma posición a la espera de unas órdenes que nunca llegaron, tomando Sanseverino la decisión de retirarse por su cuenta, con toda su infantería intacta. 

También aprendieron la importancia del orden en el campo de batalla, ya que Cerisoles fue un auténtico caos en el que salió victorioso el que más decisión puso sobre el terreno. La idea de introducir filas de arcabuces por detrás las picas acabó convirtiendo el combate en una carnicería, por lo que los españoles usarían, desde ese momento, mangas de arcabuces en los flancos de las formaciones de picas, junto al uso de mangas volantes para escaramuzar con el enemigo. Sin embargo los franceses, cegados por su victoria, siguieron confiando en su cuerpo de caballos pesados, a pesar de que habían sido ampliamente derrotados y de que, como se demostró en esa ocasión y se demostraría más adelante, no tenían prácticamente ninguna opción ante unos cuadros de infantes bien entrenados. 

Batalla de Cerisoles, por Albert Robida

Francisco de Borbón, conde de Enghien, por Corneille de Lyon

Wilhelm Fröhlich, por Hans Asper

Batalla de Cerisoles













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