Corría el verano del año 1621 y la Tregua de los Doce Años había llegado a su fin. Los holandeses buscaban reanudar la guerra, a pesar que el rey reconocía la soberanía de las Provincias Unidas con dicho tratado, y el conde-duque de Olivares se la puso en bandeja convenciendo de ello al nuevo rey Felipe IV. En su favor hay que destacar que los holandeses no respetaron la paz en el mar ni en las posesiones españolas en América o en el Extremo Oriente.
De tal forma que en España se buscó un golpe severo contra los intereses holandeses. El blanco elegido sería el comercio marítimo de las Provincias Unidas en el mar Mediterráneo. Había llegado información de los espías españoles en Venecia de que allí se concentraba una flota de más de una treintena de buques que estaban cargando valiosos productos y riquezas que habían llegado desde oriente. Venecia era abiertamente anti española y, aunque no se atrevía a una declaración de guerra, no dudaba en apoyar cuantos frente pudieran abrirse contras la Monarquía Hispánica, y aquel convoy era de vital importancia para sufragar los gastos a los que se enfrentaban los holandeses en la reanudación de la guerra contra España.