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El Saco de Roma


El 6 de mayo de 1527 las tropas de Carlos I invadían Roma y saqueaban la ciudad para cobrarse el adeudo de sus pagas y poner fin a la traición del papa Clemente VII. 

En el marco de las Guerras con Francia sostenidas entre los dos principales monarcas de la época, Carlos I de España y Francisco I de Francia, y que ya provenían de los tiempos de los Reyes Católicos y su pugna por los territorios italianos, Carlos, como rey de España y Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, había logrado situarse como el hombre más poderoso de Europa, tras su brillante victoria en Pavía en 1525.

Esto fue acogido con recelo por el papa Clemente VII y por otras ciudades estado italianas. Nada más ser liberado de su cautiverio en Madrid, bajo promesa de no volver a alzarse en armas contra España y a los territorios del Milanesado, Nápoles, Flandes, Borgoña y Artois, el rey francés incumplió su palabra, algo muy dado en él, y acudió presto al pacto propuesto por el papa.

De este modo se formó la Liga Clementina o Liga del Cognac en 1526, que agrupaba a los reinos de Francia e Inglaterra, las repúblicas de Venecia y Florencia, el ducado de Milán y los Estados Pontificios, con la misión de quebrar la hegemonía en Europa de España y el Sacro Imperio.


Esto debió ser toda una sorpresa para Carlos, que acababa de ver cómo los turcos habían vencido en Mohács, Hungría, y donde había fallecido tras combatir hasta el final junto a sus hombres el rey Luis II de Hungría. Pocos cristianos podían entender cómo el propio papa se alzaban en armas contra el máximo defensor de la cristiandad en esos momentos, ignorando la amenaza otomana y preocupándose únicamente por su posición de poder en Europa.

Tanto Carlos como su hermano, Fernando de Habsburgo, archiduque de Austria, trataron por todos los medios de hacer cambiar de actitud al papa, tratando de hacerle ver el peligro que suponía para toda la cristiandad la presencia del turco tan cerca del corazón de Europa. No hubo éxito.

Los franceses aportaron un ejército de 10.000 infantes y 2.000 lanzas, mientras que los italianos sumaron un total de unos 12.000 infantes y jinetes. A esto se sumaron multitud de mercenarios suizos. La Liga golpeó primero invadiendo Lodi, en el norte de Italia, pero las fuerzas imperiales contraatacaron, tras reforzarse con 12.000 lansquenetes enviados por Fernando de Habsburgo, y lograron tomar la ciudadela de Milán.

Carlos ordenó al virrey de Nápoles, Carlos de Lannoy, apoyar al cardenal Pompeo Colonna, cuya familia tenía varios pleitos pendientes con Clemente VII. De esta manera el virrey puso a disposición de Colonna 3.000 soldados españoles bajo el mando de Hugo de Moncada, que con un golpe de mano sorprendente lograron penetrar en las murallas de Roma, obligando al papa a refugiarse en el castillo de San Ángelo.

Moncada y Colonna obtuvieron la promesa papal de aceptar una tregua de 4 meses, por lo que las tropas españolas abandonaron la ciudad. Pero al igual que Francisco, incumplió su palabra y, tras reforzar las defensas de Roma, ordenó el ataque del reino de Nápoles. El emperador, cansado de las falsas promesas de sus enemigos, ordenó el ataque sobre el rival más débil de la Liga: Roma.

Carlos de Borbón dirigiría la fuerza que se encargaría de tal empresa. Dejó al mando de la defensa de Milán a Antonio de Leyva, y partió desde allí hacia Roma con una fuerza de 6.000 soldados españoles, 8.000 italianos y 13.000 lansquenetes alemanes comandados por Georg von Frundsberg.

Las fuerzas imperiales se plantaron en Florencia, cuyos dirigentes accedieron al pago de una importante suma para evitar el asalto a la ciudad. A pesar de dicho pago, que consiguió acallar las protestas momentáneamente, las tropas imperiales seguían sin cobrar muchas de sus pagas, por lo que el ambiente mientras se avanzaba hacia la Ciudad Eterna era bastante caldeado, a pesar de que las órdenes de Carlos eran muy claras: no invadir Roma.

Las tropas imperiales se plantaron ante las murallas papales. No llevaban consigo artillería, pero eso no supuso un problema para aquellas aguerridos hombres. Tampoco lo sería el fuego de los cañones de Roma, ni la tenaz resistencia de los defensores, unos 3.000 soldados italianos comandados por Renzo da Ceri, 7.000 voluntarios y 189 miembros de la Guardia Suiza, ni tampoco la muerte de su comandante, Carlos de Borbón, por un arcabuzazo en la puerta del Santo Espíritu. El escultor Benvenuto Cellini se atribuyó el disparo en su autobiografía.

Lejos de arredrarse, las tropas cargaron con más fuerza y lograron penetrar en la ciudad, y tomando al asalto la basílica de San Pedro tras una heroica resistencia de la Guardia Suiza, que vio como solo sobrevivían 42 de los 189 componentes que la formaban, y permitían al papa escapar de la capilla donde estaba rezando, a través de un pasadizo secreto conocido como el Pasetto, y refugiarse en el castillo de San Ángelo.

Sin la autoridad de Carlos de Borbón, los imperiales se lanzaron al saqueo de la ciudad. Los alemanes protagonizaron los episodios más violentos y crueles, mientras que los españoles se limitaron a saquear las posesiones papales y de los cardenales afines a Clemente. Filiberto de Chalons, príncipe de Orange, se reveló como la nueva autoridad del ejército imperial y logró detener poco a poco los saqueos.

El 6 de junio Clemente, que aún seguía retenido en el castillo, se vio obligado a firmar la paz con Carlos, que se dice que vistió de luto y envió misivas a los monarcas europeos disculpándose por el comportamiento de los alemanes. Clemente pagó 400.000 ducados y cedió las plazas de Módena, Civitavecchia, Parma y Piacenza.

El sometimiento del papa a Carlos fue total, no volviendo a hacer nada que pudiera importunar al rey español. Negó la nulidad matrimonial a Enrique VIII cuando quiso separarse de Catalina de Aragón, tía de Carlos, y le coronó emperador el 24 de febrero de 1530 en la ciudad de Bolonia.

Saqueo de Roma. Cuadro de Francisco Javier Amérigo

Saqueo de Roma. Grabado de Cornelis Boel



Clemente VII. Cuadro de Sebastiano del Piombo

Carlos de Borbón. Grabado de Thomas de Lau






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