Un 22 de agosto del año 1553, moría en Hernani Juan de Urbieta Berastegui y Lezo, soldado de los tercios españoles que alcanzó gran fama tras capturar, junto a 2 compañeros de armas, al rey francés Francisco I en la batalla de Pavía.
Natural de Hernani, su destino parecía estar ya marcado por el contexto en el que nació, ya que su llegada a este mundo se produjo cuando los Reyes Católicos acababan de dar las primeras Ordenanzas Municipales con las que, a partir de entonces, debía regirse su villa natal. La entrada del ejército francés en Guipúzcoa para apoyar a Navarra contra las tropas de Fernando el Católico, provocó enfrentamientos que, en el caso de Hernani, supusieron un incendio que destruyó el lugar echando por tierra todos los planes previstos para su desarrollo económico, social y político.
Tras servir como criado en la Casa de los Artola, durante su estancia en San Sebastián consideró que la mejor forma de defender a su patria era comenzar con la carrera militar. Llegó a Italia como arcabucero, combatiendo en Bicoca y posteriormente en Pavía, donde las tropas francesas sufrieron un durísimo golpe y vieron, al menos durante un tiempo, imposibles sus pretensiones sobre Italia.
Es en Pavía, al sur de Lombardía, donde Juan de Urbieta adquiriría la merecida fama.
Juan de Oznayo, paje del Marqués del Vasto y uno de los testigos de la batalla, relataba los acontecimientos de tal forma: «Francisco Iba casi solo cuando un arcabucero le mató el caballo, y yendo a caer con él, llegó un hombre de armas de la Compañía de don Diego de Mendoza, llamado Juanes de Urbieta, natural de la provincia de Guipúzcoa, y poniéndole el estoque a un costado por la escotadura del arnés, le dijo que se rindiese».
Aún hoy los historiadores no se ponen de acuerdo sobre la realidad de los hechos. La mayoría aceptan la versión dada por Juan de Oznayo, aunque otros advierten que Urbieta se encontraba en el mismo instante de la captura acompañado por otros dos soldados; Diego Dávila, natural de Granada, y por el gallego Alonso Pita da Veiga. Juan de Oznayo detalla cómo, tras verse capturado y temiendo por su vida, el rey francés, al que Urbieta no reconoció en primer momento, gritó: "La vida, que soy el Rey", a lo que Urbieta, en mal francés le ordenó que se rindiese, contestando Francisco "que solo se rendiría al emperador".
Continúa Oznayo en su relato: "Juan de Urbieta observó que a pocos metros de distancia unos franceses habían cercado al alférez de su compañía con ánimo de arrebatarle la bandera y no estando dispuesto a dejar que tal cosa ocurriera se dirigió al preso diciéndole: «Si de verdad sois el rey, hacedme una merced»; obtenida la promesa, se alzó la visera del almete que protegía su cabeza y mostrándole sus dientes mellados, le dijo al monarca: «En esto me reconoceréis», y dejándole en el suelo con una pierna aprisionada debajo del caballo se alejó en defensa del pendón y de su oficial."
En este momento, y siempre según la versión de Oznayo, llegaron Ávila, Pita y un tercer soldado llamado Aldama, quienes viendo al rey caído creyeron poderle detener aún cuando de él mismo salieron las palabras de «Ya he sido hecho preso». Estos hechos vienen a confirmarse en gran parte gracias a la carta que Francisco le escribió a Urbieta con fecha 4 de marzo del año siguiente, demostrando su gratitud por lo bien que le había defendido, ayudándole con todo su poder a salvar la vida.
Por estos y otros méritos, fue ascendido a capitán de caballería y nombrado caballero de las órdenes de Santiago y Contino. Además, el 20 de marzo de 1530, en Bolonia, Carlos V le concedió el escudo de armas. Dicho escudo representa un campo verde junto a un río, un medio caballo blanco en cuyo pecho hay una flor de lis con corona, y la rienda caída al suelo, más un brazo armado con su estoque alzado. La significación de este emblema no es dudosa. El campo verde es el sitio donde ocurrió la prisión, el río representado es el Tesino, el medio caballo con la rienda caída, el que montaba el rey Francisco y cayó, la flor de lis y corona las armas de este monarca, el brazo armado alzado es Urbieta, que le rindió.
En su testamento dispuso ser enterrado al pie del presbiterio de la iglesia parroquial de San Juan Bautista, en Hernani, y así se hizo. Tres siglos después, tras la invasión francesa de la península, los franceses profanaron la tumba de Urbieta y, por orden directa de Napoleón, robaron la espada de Francisco I, ganada justamente en la batalla, que adornaba las galerías de la Armería Real Española.
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