Páginas de interés

Defensa de Castelnuovo


El 7 de agosto del año 1539, se producía la toma de la fortaleza de Castelnuovo por la fuerzas otomanas, tras la heroica resistencia de los españoles que la defendieron durante varias semanas.

Tras conseguir parar el avance turco sobre Austria en Viena en 1529, y las conquistas de la Jornada de Túnez, Barbarroja fue puesto al frente de la nueva flota de Solimán que debía asolar las tierras bañadas por el mar Jónico y por el Egeo. Tanto Venecia como el papa estaban claramente alarmados, y emprendieron una campaña diplomática para crear la Liga Santa, que acabó compuesta por el Papado, Venecia, España, la Orden de Malta y el archiducado de Austria. Esta liga se lanzó a acabar con el dominio otomano en el Mediterráneo, combatiendo contra Barbarroja en el golfo de Arta, pero las diferencias entre sus miembros precipitaron su disolución tras la derrota sufrida a manos otomanas. Como resultado de estos, Barbarroja pudo escapar y los españoles se quedaron solos junto a los venecianos en la toma de Castelnuovo, fortaleza clave en la costa dálmata de Montenegro.

Para la toma de esta fortaleza se había constituido por parte de los españoles un fuerte contingente bajo el mando de Sancho de Alarcón, y compuesto por diversas compañías sacadas de los presidios de Puglia, y cuyo número se acercaba a los 3.000 hombres. Tras la toma de la fortaleza por los españoles, el emperador Carlos V, a la sazón rey de España, decidió que Castelnuovo quedase bajo su mando, por lo que Venecia, que reclamaba su propiedad, interrumpió su apoyo y se retiró. Las compañías que habían tomado Castelnuovo regresaron a sus lugares de origen mientras que el maestre de campo Alarcón se le puso al frente del nuevo tercio de Nápoles que se había de levantar tras la disolución del antiguo por corrupción, junto a los de Sicilia y Lombardía.

La plaza quedó completamente aislada y para su defensa se ordenó levantar un nuevo tercio que nació de la unión de los tercios de Málaga, también llamado de Niza, y de Florencia, que se había levantado en España bajo el mando de Francisco de Sarmiento para su posterior traslado a Florencia en 1537 para la campaña que allí se estaba desarrollando. Este nuevo tercio, compuesto de doce compañías, quedó al mando del propio Sarmiento, quien estaba al tanto de los planes del turco, por lo que se empleó tenazmente en reforzar los murallas y las fortificaciones de la plaza. Solimán quería recuperar la plaza de Castelnuovo a toda costa y para ello proyectó una poderosa flota de 200 naves y 50.000 hombres bajo el mando de Barbarroja, la cual se lanzó contra la fortaleza en julio de 1539.

Sarmiento ordenó al capitán Alcocer que partiese hacia España, al capitán Sotomayor que fuera a Sicilia y al capitán Zambrana que marchase a Brindisi. Todos ellos tenían la misión de pedir ayuda y el envío de un rápido socorro pero lo cierto es que de nada sirvió: los antiguos aliados españoles no estaban interesados en ayudar a aquellos desafortunados soldados, y España estaba demasiado lejos como para mandar refuerzos a tiempo. Pero los defensores de Castelnuovo no lo sabían y se conjuraron para defender la fortaleza a espada y fuego hasta vencer o morir en ello.

A principios de julio llegaban los primeros otomanos con la misión de reconocer el terreno. Los españoles no esperaron y cargaron contra el enemigo consiguiendo una rotunda victoria a manos de los capitanes Machín de Munguía, Álvaro de Mendoza y Juan Vizcaíno. La alegría no duraría mucho ya que Barbarroja llegaba por mar el 18 de julio con algo más de 200 embarcaciones y 20.000 hombres, entre los cuales se encontraban 5.000 jenízaros, las tropas de élite otomanas, mientras que el gobernador de Bosnia, Ulamen, tomaba posiciones en tierra con más de 30.000 hombres tan solo unos días después. Andrea Doria, que se encontraba en la región de Apulia con unas 50 galeras, desistió de enfrentarse a los turcos, juzgando una temeridad tal acción y abandonando a los españoles a su suerte.

Ante semejante poderío militar, los españoles se resguardaron en la fortaleza, confiando en que antes o después debía llegar algún tipo de socorro, algo que nunca llegaría a suceder. Barbarroja, ya ducho en estas lides, comenzó con las labores de ingeniería, construyendo túneles para poner minas y elevando rampas para instalar las baterías. Una vez que estuvieron listas, desplegó su artillería y mandó batir los muros de la fortaleza a la vez que ordenaba realizar incursiones constantes sobre las posiciones españolas. Los ánimos de los soldados decaían ante semejante muestra de poderío por parte del enemigo, pero el obispo de Castelnuovo, antiguo capellán de Andrea Doria, permaneció en primera línea para intentar animar a los soldados del tercio.

Barbarroja, que era muy consciente de cómo se las gastaban los soldados españoles, y a sabiendas de que asaltar esos muros le iba a costar una grave pérdida de hombres a su ejército, se decantó por ofrecer una rendición honrosa a Sarmiento y sus infantes: el general del ejército otomano escribió al maestre de campo pidiéndole que se rindiese y dejase la tierra, artillería y pólvora al Turco, comprometiéndose a entregarle varios buques para pasar a Apulia con sus hombres, pudiendo llevarse con ellos todas sus pertenecías, armas y banderas, sin recibir daño alguno.

Sarmiento, consciente de que nadie les auxiliaría, se reunió con sus capitanes en consejo y, tras debatir la propuesta hecha por Barbarroja, decidieron rechazarla. Varias son las versiones sobre la respuesta que el maestre de campo dio al general de los otomanos; Martínez Laínez y Sánchez de Toca afirman en su libro «Tercios de España. La infantería legendaria»: "Los turcos ofrecieron a la guarnición una rendición honrosa, pero los sitiados les desafiaron a “venir cuando quisiesen”». Por otra parte, Francisco de Laiglesia asegura en sus "Estudios Históricos; 1515-1555", que la contestación dada por Sarmiento fue: «Quel no se pensaba rendir por cosa alguna; antes pensaba morir con toda la gente defiendo la tierra».

Sea como fuere lo que es seguro es que el tercio decidió seguir combatiendo y logró resistir durante varias semanas inexplicablemente. Tan solo el 25 de julio, día de Santiago, patrón de España, los otomanos lanzaron un poderoso asalto contra los muros de Castelnuovo con más de 10.000 hombres. El resultado fue un completo fracaso turco; los españoles, arcabuz en ristre, se cebaron con los asaltantes, que se las tuvieron que ver también con su propia artillería, lo que demuestra el desprecio de Barbarroja por sus propios hombres. Tan solo ese día los sitiadores perdieron más de 6.000 soldados. Los españoles contaron algo más de 50 muertos y unas cuantas decenas de heridos.

Durante días se sucedieron las cargas de artillería con los intentos de asalto, pero lo españoles resistían. Incluso se aprestaron a realizar una encamisada, saliendo de la plaza, con las primeras luces del alba, 600 españoles dispuestos a pasar a cuchillo a cuantos turcos se cruzasen en su camino. Fue tal el ímpetu del ataque que incluso llegaron a asaltar la tienda del propio Barbarroja, que tuvo que ser evacuado por sus hombres, junto con sus estandartes, y puesto a salvo de milagro en la galera capitana.

Los turcos no daban crédito a lo que acontecía; 50.000 hombres estaban siendo superados por apenas 3.000, y las bajas que les estaban causando los españoles empezaban ya a ser inasumibles. Tantas eran ya, que Barbarroja prohibió combatir cara a cara contra los españoles hasta nueva orden. Pero la fortuna se aliaría con los otomanos, para desgracia de las menguadas tropas españolas. A la artillería turca se uniría la lluvia, que dejó inservibles los arcabuces españoles. Apenas 600 hombres quedaban con vida en la fortaleza, por lo que el almirante otomano se decidió al asalto final, mandando todo lo que le quedaba.

Para sorpresa de los turcos, los españoles rechazaron una y otra vez las cargas enemigas, a fuerza de pica y espada, dejando en el suelo los cadáveres enemigos. Ya arrinconados contra la torre de la ciudadela, unos hombres le tiraron una cuerda a Sarmiento para que trepase los muros y poder guarecerse, pero éste la rechazó exclamando: "Nunca quiera Dios que yo me salve y mis capitanes mueran". Sarmiento y la mayoría de sus capitanes murieron en ese asalto. Los últimos 200 españoles que quedaban, malheridos la mayoría, se rindieron. Algunos fueron ejecutados allí mismo, el resto, enviados a galeras. Los turcos se hicieron así con un punto clave del Adriático, que les garantizó seguir operando con cierta impunidad en el Mediterráneo, al menos hasta su derrota en Lepanto.

La victoria supuso la destrucción total del tercio creado para la defensa de Castelnuovo. Casi 3.000 hombres, veteranos soldados, muertos. Los turcos se horrorizaron al comprobar sus bajas; las fuentes más optimistas hablaban de casi de 20.000 muertos y miles de heridos. Algunos cronistas de la época incluso llegaron a afirmar que los turcos perdieron hasta 34.000 hombres. Además, la fuerza de élite jenízara, quedó prácticamente aniquilada. La gesta española impresionó a toda Europa y el hecho heroico fue cantado por muchos poetas de aquel tiempo, dando una imagen de resistencia sobrehumana de los tercios españoles.

Castelnuovo, por José Ferre Clauzel

Defensa de Castelnuovo







No hay comentarios:

Publicar un comentario