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De la Batalla de Montjuic al Asedio de Tarragona.

 


A comienzos de mayo de 1641 una flota francesa compuesta por 32 galeones y 14 galeras bajo el mando de Henri d'Escobleau de Sordis, arzobispo de Burdeos, llegaba a las aguas de Tarragona mientras que por tierra hacía lo propio el ejército del mariscal Philippe de La Mothe-Hondacourt. El objetivo no era otro que tomar la ciudad y desde ahí penetrar en Valencia poniendo en jaque a España. 

Con el levantamiento en Cataluña producido tras el Corpus de Sangre, los líderes políticos catalanes capitalizaron aquellos sucesos y firmaron el 7 de septiembre de 1640 el Tratado de Ceret con Francia. Por este acuerdo Cataluña se ponía bajo la protección de Luis XIII a cambio de protección y apoyo. El objetivo de Richelieu de desestabilizar la Monarquía Española desde el interior del reino se estaba logrando, y desde Madrid se organizó un ejército que restableciera el control del principado ante el temor de que los franceses se internasen allí y dificultasen las operaciones militares y políticas. 

El ejército realista, bajo el mando del marqués de los Vélez, nuevo virrey de Cataluña, se componía de 25.000 hombres y a comienzos de noviembre recuperó el control sobre la plaza de Tortosa y prosiguió su avance retomando Villafranca del Penedés y posteriormente Martorell. El objetivo principal, Barcelona, se encontraba a tiro y el pánico se apoderó de los líderes de la revuelta, sobre todo de Frances Tamarit y de Pau Clarís, quien convocó a la Junta de Brazos el 16 de enero de 1641 y la convenció de entregarse por completo a los franceses. Tanto la Junta como el Consejo del Ciento acordaron jurar a Luis XIII como nuevo conde de Barcelona. Esto supuso, al contrario de las pretensiones de Clarís y sus allegados, dejar Cataluña como vasalla de Francia, y pronto los franceses así lo demostraron. 

El 26 de enero el ejército realista del marqués de los Vélez estaba en posición a las afueras de Montjuic. El marqués de Torrecuso, maestre de campo general, estaba en vanguardia con el regimiento de Guardias del Rey, con 1.500 hombres bajo mando del coronel Fernando de Rivera; el regimiento del marqués de los Vélez, bajo el mando del coronel Gonzalo Fajardo, el regimiento de Martín de los Arcos, comandado por su sargento mayor, Diego de Cárdenas, los tercios de infantería española de Castilla y Guipúzcoa y el de irlandeses de conde de Tyrconell, acompañados por 500 caballos al mando del duque de San Giorgio. 

En la batalla, gobernada por Vélez, iban los tercios españoles de Pedro de la Saca, Alonso de Calatayud y Pedro de Toledo; los regimientos del duque del Infantado, del duque de Medinaceli, del marqués de Mortara, del gran Prior de Castilla, del duque de Pastrana y del duque de Sesa, acompañados de la los trozos de caballería de Álvaro de Quiñones y de Filangieri, y la compañía de lanzas del propio marqués. Finalmente, en la retaguardia, estaban los tercios de Tomás Mesía de Acevedo, de Simón Mascarenhas, el tercio de Presidios de Portugal, el tercio español de Fernando de Tejada y el valón de Isighien, más 500 caballos a las órdenes de Rodrigo de Herrera, comisario general, y 24 piezas de artillería. 

Por su parte, las fuerzas francesas y rebeldes se componían de diversas compañías del tercio de Santa Eulalia, 9 compañías de milicianos catalanes, 200 miqueletes y varias compañías francesas con 8 pedreros. Además, en la cima del Montjuic, se desplegó la infantería francesa de D'Aubigny, junto con la caballería gala de Henri Robert de Serignan, concentrándose en la defensa de las puertas de la villa y la media de del portal de San Antonio. En el interior de Barcelona se hallaba Miquel Torrelles con las coronelía de la ciudad y una reserva de más de mil caballos y dos mil peones, mientras que en la ermita de Santa Madrona se situaron las fuerzas de Gallert y Valencia. 

El marqués de los Vélez formó dos escuadrones de 1.000 infantes cada uno para asaltar la cima del Montjuic. A las 9 de la mañana el maestre Francisco de Rivera cargó con un escuadrón por la izquierda mientras que el conde de Tyrconell hizo lo propio por la derecha, pegado a los muros de la ciudad. El fuego de la cima era intenso y las posiciones fortificada muy fuertes, tal es así que el poco de lanzar el ataque Tyrconell fue alcanzado por un mosquetazo en el pecho muriendo en el acto, por lo que le tocó a Mascarenhas ocupar su lugar y reforzar el escuadrón con los hombres de su tercio. Por la izquierda, Rivera logró llegar a la cima sin ser advertido, lo que provocó la huida de los defensores. A su vez, un ataque de los infantes del marqués de Mortara logró tomar las posiciones rebeldes en la ermita de Santa Madrona. 

Todo parecía marchar bien, pero entonces Serignan lanzó un demoledor ataque con sus caballos y varias compañías de mosquetes sobre la caballería de San Giorgio, un poco desordenada al estar reagrupándose en la cima del Montjuic. El joven duque, superado en número y sin infantes, solicitó refuerzos a pie, pero le fueron denegados, por lo que se lanzó a la carga contra el enemigo creyendo que Quiñones había recibido su solicitud de apoyo. Tan solo le acompañó su escuadrón de corazas y el de Filangieri, un poco más retrasado, y el error fue aprovechado por el señor de La Halle y el señor de Guidane, que se lanzaron con su caballería contra el flanco de San Giorgio, produciéndose una serie de combates cada vez más cercanos a los muros de la ciudad, por lo que pronto comenzó a caer sobre la caballería hispánica una terrible lluvia de fuego de mosquete, alcanzando el duque hasta en cinco ocasiones. 

Cuando el marqués de Torrecuso vio a su hijo, el duque, cargar contra los franceses exclamó: "Ea, Carlo María, morir o vencer; Dios y tu honra". Lo que no sabía el marqués era que su hijo había fallecido junto a los capitanes Mucio, Cavanillas y Spatafora. Mientras, bajo los muros de la ciudad, Torrecuso solicitaba escalas para salvar la altura, escalas que los hispánicos no llevaban, como tampoco otros elementos de expugnación, tan solo los cañones que no hacían prácticamente mella en los sólidos muros de Barcelona. A eso de las tres de la tarde, y en vista de la inutilidad de poder entrar en la ciudad, el marqués de los Vélez daba la orden de retirarse al tiempo que Torrecuso se enteraba de la muerte de su hijo. La caballería cubrió la retirada de la agotada infantería que se replegó a Sants, y desde ahí a Tarragona, habiendo perdido el ejército realista 11 de las 19 banderas que ese día llevaba. 

Batalla de Montjuic, por Pandolfo Reschi

La planificación de la conquista de Barcelona había resultado un desastre inapelable. La absoluta falta de previsión, dejando a la improvisación y al azar la expugnación de una plaza tan vital como la ciudad condal, no pasó inadvertida en la Corte, incapaz de encajar aquella dolorosa derrota, tomando la decisión de destituir de manera inmediata al marqués de los Vélez, colocando al príncipe de Butera, virrey de Valencia, en su lugar. Los Vélez creía que la ciudad se entregaría sin oposición ante la presencia del ejército realista, pero es obvio que no calculó bien el alcance de la rebelión. El ejército que llegó a Tarragona lo formaban 17.000 infantes y 2.500 caballos, ya que se habían producido muchas deserciones durante la retirada, que duró una semana. Los tarraconenses, fieles a Felipe IV, proporcionaron a los soldados cuanto necesitaron y se organizaron para mejorar las defensas de la ciudad, conscientes de que ahora los franceses y los rebeldes irían contra ella. 

Pau Clarís moriría el 27 de febrero, y Luis XIII y Richelieu colocaron a sus hombres al frente de las instituciones catalanas, convirtiendo el principado, de facto, en una provincia más de Francia. Mientras, en el plano militar, el siguiente movimiento, previsible por otra parte, fue enviar a su armada para bloquear por mar Tarragona a la vez que el ejército avanzaba hacia el sur desde Barcelona. A comienzos de mayo el arzobispo de Burdeos llegaba con 32 galeones y 14 galeras y el mariscal La Mothe-Houdancourt lo hacía con la infantería y la caballería. El 4 de mayo los franceses comenzaron con los trabajos de asedio sobre Tarragona, mientras que desde el mar Sourdis bombardeaba la ciudad desde sus buques. 

Los franceses se habían desplegado alrededor de la ciudad ocupando posiciones al norte y al sur de la misma y para el 9 de mayo se habían apoderado de la fortaleza de Salou, a unos 15 kilómetros al sur de Tarragona, cortando de esta forma las comunicaciones con Tortosa, la última plaza de armas realista en Cataluña. El día 13 de mayo La Mothe-Houdancourt completaba el cerco sobre Tarragona tras tomar el fuerte de Constantí, al noroeste de la ciudad. Durante más de tres horas el fuego continuado de la artillería francesa terminó por convencer a los defensores del fuerte de la posibilidad de resistir, debiendo huir a ponerse a salvo en Tarragona. Completamente aislada, la ciudad contaba con unos 5.000 hombres para su defensa y debería resistir hasta la llegada de un socorro que en la Corte se estaba organizando. Durante todo el mes de mayo y los primeros días de junio los franceses trataron sin éxito de aproximarse a la ciudad, pero la resistencia de los españoles fue muy fuerte. 

El 10 de junio una partida de caballos españoles salió de la ciudad a forrajear fuera de la protección de las murallas cuando fue sorprendida por una fuerza franco catalana muy numerosa, al mando de Josep Margarit, en las inmediaciones de El Catllar, a orillas del río Gayá. La rápida intervención de la infantería de la ciudad, que salió a cubrir la retirada de la caballería, evitó un desastre y permitió salvar la situación, pero esto supuso que los defensores no pudieran ya salir de la plaza en lo que restaba de asedio. Para mediados de junio la situación empezaba a ser preocupante debido a la falta de alimentos y provisiones, pero la moral de los defensores y los habitantes de la ciudad se mantenía alta confiando en la llegada de un pronto auxilio. 

No habría de tardar este. García Álvarez de Toledo y Osorio, VI marqués de Villafranca, era el encargado de mandarlo. El punto de reunión de la flota sería Peñíscola, donde debían llegar las galeras napolitanas del comendador de Aliaga, Melchor de Borja y Velasco, las galeras del Reino de Sicilia, bajo el mando de Francisco Mejía, las galeras de Génova y las de España. En total la flota se componía de 41 galeras y 5 bergantines. La misión del marqués de Villafranca era romper el bloqueo por mar al que los franceses sometían Tarragona, y poderles suministrar los tan necesarios víveres. A finales de junio la flota hispánica partía de Peñíscola rumbo norte y pegada a la línea de costa, llegando a las aguas de Salou para el día 29, donde se reagrupó y se organizó para la batalla. 

Villafranca dividió su flota en tres columnas; las dos primeras serían las encargadas de lanzarse contra la armada del arzobispo de Burdeos mientras que la suya, aprovechando la confusión, entraría en el puerto de Tarragona y aprovisionaría la ciudad. El 30 de junio, siguiendo el plan previsto, las dos escuadras hispánicas se lanzaron a un combate desigual contra los galeones franceses, más grandes y con mayor armamento. Aunque en un primer momento la falta de viento proporcionó cierta ventaja a las galeras hispánicas, los franceses reaccionaron bien y remolcaron sus galeones para situarlos adecuadamente en batalla, lo que provocó que una tormenta de fuego cayera sobre las desdichadas galeras, no obstante, el marqués de Villafranca logró su objetivo principal: abastecer la ciudad. 

La flota hispánica perdió 12 galeras, debiendo refugiarse en el puerto de Tarragona, pero los franceses también salieron malparados, y aunque afirmaron no haber sufrido apenas daños y no se conocen datos exactos, lo cierto es que hubieron de abandonar el bloqueo de la ciudad para poder reparar muchos de sus buques, ocasión que aprovechó el marqués de Villafranca para salir del puerto y volver rumbo a Peñíscola, donde reparó y reabasteció sus buques y se reforzó con galeones y fragatas para volver a la carga unos días más tarde. Mientras tanto, los defensores de Tarragona, ya reabastecidos, siguieron combatiendo a cara de perro contra el enemigo, rechazando todos los intentos de aproximación a los muros de la ciudad. A Vinaroz arribó la Armada del Mar Océano, con una treintena de buques entre galeones y fragatas, que se unieron a los restos de la flota de Villafranca y a otros 65 barcos de transporte con infantería y caballos. Con todo listo, el marqués se puso de nuevo en marcha el día 20 de agosto. Al poco se volvió a encontrar con Sourdis, pero esta vez las cosas iban a ser muy diferentes. La flota francesa salió del puerto a enfrentarse con los buques españoles, por lo que las galeras y los barcos de transporte pudieron entrar y descargar las provisiones y los hombres sin demasiada dificultad. 

Durante todo el día los galeones y fragatas españolas se enfrentaron con los franceses, causándoles importantes daños. Al día siguiente los combates se volvieron a suceder, pero esta vez el arzobispo de Burdeos no asumiría más riesgos y decidió abandonar las aguas de Tarragona y poner rumbo a Francia, con casi todos buques dañados seriamente, donde llegó el 25 de agosto. Mientras el socorro entraba en la ciudad con las provisiones y bastimentos, Villafranca optó por aprovisionar plazas del Rosellón que se encontraban sitiados, como Collioure y Rosas, volviendo posteriormente a Tarragona. Sin el apoyo de su armada, La Mothe-Houdancourt, al igual que Sourdis, adoptó una prudente decisión, ordenando levantar el asedio para replegarse hacia el interior sobre la cuenca de Barberá, al norte de los montes de Prades. El mariscal francés juzgó inútil continuar con un asedio que no ofrecía ninguna posibilidad de éxito sin el bloqueo marítimo de Tarragona, más aún después de la llegada de refuerzos y provisiones a la ciudad. Continuar con el asedio hubiera supuesto, a la larga, perder a su ejército, puesto que el verano pronto iba a acabar y las fuerzas españolas se estaban reorganizando al sur de su posición. 

La Mothe estaba convencido de que los españoles lanzarían un ataque en pinza desde el sur y desde el oeste contra sus fuerzas, por lo que se mantuvo alerta enviando constantemente partidas de exploradores para vigilar cualquier movimiento realista. Durante las siguientes semanas las fuerzas franco catalanas se dedicaron a saquear las poblaciones leales a Felipe IV en la zona, principalmente al este de Lérida, y además consiguieron levantar el cerco español sobre la plaza rebelde de Almenar. Los españoles, por su parte, no consiguieron avanzar más al norte, fundamentalmente gracias a la presencia de la flota francesa en las aguas de Barcelona, lo que permitió a Richelieu enviar de manera continuada hombres y provisiones al principado. Lo que en un primer momento parecía una revuelta que podía ser sofocada sin demasiadas complicaciones, acabó convirtiéndose en un escenario que recordaba a lo ocurrido en los Países Bajos, solo que esta vez sucedía en el mismo interior de España, y además ofrecía a Francia una excelente plataforma desde donde atacar incluso la misma capital del Imperio. 

Vista de la ciudad de Tarragona

Bibliografía: 

-Historia de los movimientos, separación y guerra de Cataluña, en tiempo de Felipe IV  (Francisco Manuel de Melo)

-Con Balas de Plata III: 1640-1650. Cataluña y el Rosellón (Antonio Gómez Cayuela)

-Avisos históricos (José Pellicer de Ossau Salas y Tovar)


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