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Guerreros: Pedro Téllez-Girón, III duque de Osuna


Nacido el 17 de diciembre del año 1574 en Osuna, villa española de la provincia de Sevilla, Pedro Téllez-Girón y Velasco Guzmán y Tovar, dio desde bien joven muestras de grandes dotes militares y políticas, cualidades que le valdrían para llegar a ser uno de los más destacados españoles de su tiempo.

Provenía de una destacada familia, ya que sus padres eran Juan Téllez-Girón y Guzmán, II Duque de Osuna, y su madre, Ana María de Velasco y Tovar, era nada más y nada menos que la hija del Condestable de Castilla, Íñigo Fernández de Velasco, duque de Frías, y una de las mujeres más influyentes y destacadas de su época, de la que se cuenta que tenía el valor de 100 hombres.

Al historiador italiano Gregorio Leti le debemos la primera obra biográfica sobre el duque de Osuna, publicada en Ámsterdam en tres tomos en el año 1699. Gracias a ella sabemos que su abuelo, el primer duque de Osuna, fue nombrado en 1582 virrey de Nápoles, llevándose a su nieto con él, que sería educado bajo el atento cuidado de la mujer de su abuelo, supliendo en cierta medida la muerte de su madre.

En Nápoles se le dio la mejor educación posible a cargo de Andrea Savone, un humanista e historiador brillante, pero además se le instruyó en el arte de las armas, recibiendo formación por parte de alguno de los mejores maestros españoles destacados en los tercios acantonados en Italia. Leti afirmaba en su obra que su abuelo decía  que "no había de criarse solamente en letras, porque no se hiciera flojo y descuidado en su particular proyecto". De esta manera el futuro duque se curtió en el manejo de las armas tanto como en el de la pluma.


De vuelta a España fue enviado a la Universidad de Salamanca, aunque con apenas 14 años de edad acompañó ya a Íñigo de Mendoza a sofocar las revueltas de algunos nobles aragoneses ocurridas en 1588. Este hecho ya dejó claro la auténtica pasión de Pedro Téllez-Girón, que enseguida se enroló en la aventura francesa, siguiendo al duque de Feria en las negociaciones en las Guerras de Religión de Francia.

Se sabe que el 7 de febrero de 1594 contrajo matrimonio en Sevilla con Catalina Enríquez de Ribera, hija del II duque de Alcalá y nieta del mismísimo Hernán Cortés. Nombrado ya II marqués de Peñafiel, viajó a Portugal y nuevamente a Francia, donde participó en las negociaciones de la Paz de Vervins, entre Felipe II  y Enrique IV. Poco después fallecía su padre, casi a la vez que el propio rey Felipe, heredando de esta manera el título y convirtiéndose en uno de los hombres más ricos de España. En 1598 tendría a su primer hijo, Juan, quien heredaría sus títulos a su muerte.

Impulsivo y con ganas de acción, no dudaba en batirse en duelos o desafiar a quien le ofendiese. También destacaba por sus múltiples amoríos, lo cual le procuró no pocos disgustos. En esta época trabó amistad con Francisco de Quevedo, quien se acabaría convirtiendo más adelante en su secretario personal. Era evidente que su vida no estaba hecha para ocuparse de las responsabilidades que conllevaba ser un Grande de España, así que marchó para Flandes tras el verano de 1602.

Allí fue recibido, no sin gran asombro y admiración, por el archiduque Alberto e Isabel Clara Eugenia, soberanos de los Países Bajos. Todo un duque de una de las casas más importantes de España se presentaba ante ellos para solicitar combatir como simple soldado. En su hoja de servicios figura que sentó plaza como soldado de la compañía del capitán Diego Rodríguez, perteneciente al Tercio del maestre Simón Antúnez, con una paga de 4 escudos al mes.

En Flandes sirvió 6 años destacando por su gran valor y su destreza en la guerra. Participó en los combates de la Esclusa donde se destacó grandemente durante el intento de aliviar la presión que sufrían los ejército de Ambrosio de Spínola en Ostende. En esta acción murió el hermano del general español quien, junto al propio archiduque, felicitaron públicamente al duque de Osuna por su comportamiento.

Ya a cargo de dos compañías de caballería se destacó en Grave y nuevamente en Ostende, finalizando con éxito el sitio de la ciudad. Tras esto, viajó a Londres de la mano de su tío, el condestable de Castilla, para celebrar los acuerdos de paz entre Felipe III e Inglaterra, donde fue recibido en persona por el rey Jacobo I. Allí tomó buena nota de la floreciente economía y el auge de la industria naval inglesa.

De vuelta a Flandes participó en múltiples combates, destacándose el asedio y toma de Groenlo por parte de los ejércitos de Spínola, donde perdió el pulgar de la mano derecha, viéndose obligado a usar su mano izquierda. Por sus notables servicios a la Corona, y su férrea oposición a negociar con los protestantes, se le envió de vuelta a Madrid, imponiéndole el codiciado Toisón de Oro y un puesto en el Consejo Personal del rey sobre los asuntos de Flandes.

En febrero de 1610 se disponía a elegir virrey de Sicilia el Consejo. No estaba decidido quién ocuparía tan importante puesto, pero un singular y brillante discurso pronunciado por el duque de Osuna denunciando el peligro que padecían aquellas tierras y exhortando al rey estas palabras:  "¿irá a ser testigo de la miseria y las ruinas que cada día causan los piratas en aquel reino infeliz y de la grita con que encadenan y embarcan en las galeras los esclavos?", haría finalmente recaer el nombramiento en su persona. Ese mismo año nacía su hija, Antonia, que se acabaría casando con el conde de Lemos.

El 18 de septiembre de aquel año le fue entregado el título oficial de virrey, tomando posesión del cargo el 9 de marzo de 1611 en Milazzo, Messina. El duque se encontró un reino en bancarrota, sumido en el caos, la delincuencia y la pobreza, y bajo el constante ataque de los piratas berberiscos y turcos. Con su energía habitual se puso manos a la obra y en menos de un año ya había pacificado la región y la economía se recuperaba de manera lenta pero inexorable.

Con estos pleitos resueltos se encargó del principal quebradero de cabeza del reino: la piratería. Contaba con apenas 9 galeras, todas ellas en bastante mal estado y con una preocupante falta de remeros. Puso remedio a esto con un singular concurso de saltos de altura. Un premio de un doblón para el que superase el primer obstáculo, y un escudo de oro para el que lograse vencer el segundo. Al concurso se presentaron toda clase de "antiguos" ciegos, cojos, mancos o tullidos, y los que lograron superar las pruebas obtuvieron su premio y también 10 años de condena a galeras por embusteros y tramposos.

Durante los siguientes 5 años el duque se encargó de reforzar su flota de galeras, otorgando patentes de corso con permiso del rey, quien recibía para su maltrecha Hacienda un quinto de lo obtenido. Fomentó la disciplina e introdujo innovaciones tácticas en el combate y técnicas en el desarrollo de sus buques. Expulsó a los turcos del Peloponeso y llegó incluso a mandar una flota a Túnez y otra posterior a La Goleta, que lograron destruir casi por completo las flotas turcas que operaban en esa zona del Mediterráneo.

En recompensa a la extraordinaria labor realizada en Sicilia fue nombrado virrey de Nápoles, tomando posesión del cargo en junio de 1616. La situación de Nápoles no era muy distinta a la que padecía Sicilia antes de la llegada del duque, por lo que tuvo que empeñarse con celo nuevamente. Para suplir la falta de hombres, mandó que un carruaje recorriese las calles de la capital arrojando monedas, levantándose a toda prisa toda suerte de falsos impedidos, a los que inmediatamente se arrestaba y mandaba a galeras. Solventado el problema de los hombres, metió en cintura a las tropas allí acantonadas, las cuales se desmadraban ante la falta de disciplina y pagas.

Pero lo que de verdad acuciaba era la necesidad de reforzar la flota, al igual que en Sicilia. Una de sus primeras medidas fue la paulatina sustitución de galeras por galeones. Si bien al principio se limitó a reforzar las escuadras de galeras con galeones, creó algunas escuadras exclusivas de galeones, como la puesta bajo el mando del capitán Francisco de Rivera, natural de Toledo, compuesta por 5 galeones y un patache, con la misión de zarpar hacia el Mediterráneo oriental y hostigar a los piratas berberiscos y los territorios otomanos.

De esta forma, entre los días 14 y 16 de julio de 1616, la escuadra de Rivera infligió  una severa derrota a una flota otomana formada por 55 galeras y con 12.000 hombres en las aguas del cabo de Celidonia. La flota napolitana impondría su dominio en el Mediterráneo y el Adriático en los siguientes años gracias a las innovaciones y la inteligencia del duque, quien sería bautizado por el Turco como el "virrey temerario". En poco tiempo levantó una flota de casi 100 embarcaciones, incluyendo una veintena de galeones y otras tantas galeras.

Pero el éxito del duque pronto iba a despertar el recelo de muchos de los nobles, no solo en Italia, sino también en España. La caída del duque de Lerma, valido del rey, y la renovación de puestos en el círculo personal del rey, hizo que los veteranos cargos del imperio fueran vistos con recelo. Pronto iba a estar en el disparadero el duque debido a su supuesta participación en la llamada "Conjuración Veneciana".

Éste fue sin duda uno de los episodios más turbios y oscuros de la España del siglo XVII. La república de Venecia siempre había sido un quebradero de cabeza para la Corona. Únicamente debida al dinero, Venecia había conspirado mucho tiempo contra los dominios españoles en Italia. Los gobernantes venecianos se inventaron un complot español para hacerse con el control de la república italiana.

Según éstos, tanto el duque de Osuna como el marqués de Bedmar, embajador español en Venecia, y el marqués de Villafranca, gobernador de Milán, habían contratado a un grupo de mercenarios hugonotes franceses, afincados en Venecia, para generar una situación de tal inestabilidad que hubiera que procurar la intervención militar de los tercios españoles. Aquello acabó desencadenando tumultos por la capital, que alcanzaron su cénit la noche del 19 de mayo de 1618, cuando la población se lanzó a una frenética cacería de todo extranjero que allí se encontrase. El propio Francisco de Quevedo tuvo que salir huyendo de allí disfrazado de mendigo, poniendo su vida a salvo gracias a su perfecto dominio del idioma.

Este incidente no sentó nada bien en la Corte, que veía comprometidas sus relaciones con Venecia justo cuando se desencadenaba la Guerra de los 30 años, y la necesidad de mover los tercios desde Italia hasta Alemania por el camino español, se hacía imprescindible. Por si no hubiera quedado ya suficientemente comprometida la posición del duque, varios nobles napolitanos le acusaron injustamente de buscar la independencia de Nápoles de la corona española.

El 28 de marzo de 1620 se veía obligado a dejar el cargo de virrey de Nápoles, partiendo rumbo a España para defenderse de los cargos presentados contra él ante Felipe III. Pero de nuevo la mala suerte le alcanzaría. El rey, quien le apreciaba y admiraba, fallecía el 31 de marzo de 1621 en Madrid, pasando la corona a su hijo, Felipe IV. Éste se rodeó de Baltasar de Zúñiga, comendador mayor de la Orden de Santiago, que ya había servido como consejero de estado durante el anterior reinado, y sobre todo del sobrino de Zúñiga, Gaspar de Guzmán y Pimentel, III conde-duque de Olivares.

A nadie se le escapaba la animadversión del duque de Osuna por la nueva camarilla que ocupaba ahora el poder, por lo que pronto se vio encarcelado sin poder siquiera ser oído ante la justicia. El 24 de septiembre de 1624 fallecía el duque, preso en una de las mazmorras del Castillo de la Alameda, en Madrid.

Francisco de Quevedo, amigo personal de éste, no escatimó elogios sobre el duque:

"Diez galeras tomó, treinta bajeles,
ochenta bergantines, dos mahonas,
aprisionole al turco dos coronas
y a los corsarios suyos más cueles.

Sacó del remo más de dos mil fieles,
y turcos puso al remo mil personas;
y tú, bella Parténope, aprisionas
la frente que agotaba los laureles.

Sus llamas vio en su puerto la Goleta;
Chicheri y la Calivia saqueados,
lloraron su bastón y su jineta.

Pálido vio el Danubio sus soldados,
y a la Mosa y al Rhin dio su trompeta
ley, y murió temido de los hados."

"De la Asia fue terror, de Europa
espanto,
y de la África rayo fulminante;
los golfos y los puertos de Levante
con su sangre calentó, creció con llanto.

Su nombre solo fue victoria en cuanto
reina la luna en el mayor turbante;
pacificó motines en Brabante
que su grandeza sola pudo tanto.

Divorcio fue del mar y de Venecia,
su desposorio dirimiendo el peso
de naves, que temblaron Chipre y
Grecia.

¡Y a tanto vencedor venció un proceso!
De su desdicha su valor se precia:
¡murió en prisión, y muerto estuvo
preso!"

Pedro Téllez-Girón. III duque de Osuna.

Francisco de Quevedo.
Batalla del cabo de Celidonia.

Felipe III



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