El 8 de diciembre de 1585 se producía la milagrosa salvación de los Tercios españoles en la isla de Bommel que se encontraban asediados por las tropas holandesas, gracias a la "mediación" de la Virgen de la Inmaculada Concepción.
Inmersos en la Guerra de los Ochenta años, y tras tomar Amberes, las tropas españolas del conde Pedro Ernesto de Mansfeld se dirigieron hacia el norte de la región de Brabante, por orden de Alejandro Farnesio, para socorrer a las poblaciones católicas que estaban siendo atacadas por los protestantes y enfrentarse a los ejércitos enemigos que allí se encontraban. El ejército realista disponía en esos moamentos de seis tercios, cuatro de ellos españoles; el de Mondragón, que era el de Lombardía y, por tanto, el más antiguo, el de Juan del Águila, que se había formado con gente del de Sicilia, el de Agustín Íñiguez, y el de Francisco Arias de Bobadilla, a los que se unían los italianos de Gastón Spínola y de Capuzucca.
Para finales de noviembre de 1585, Mansfeld había llegado ya al río Mosa y se disponía a instalar a su ejército en Alost. Desde allí ordenó a los Tercios de Francisco de Bobadilla, Agustín Íñiguez y Cristóbal de Mondragón, a los que se uniría la compañía de arcabuceros a caballo del capitán Juan García de Toledo, que ocuparan la isla de Bommel, situada entre los ríos Mosa y Waal. La isla contaba con apenas 25 kilómetros de longitud y unos 9 de anchura máxima, un espacio bastante pequeño. En total, la fuerza de Bobadilla la constituían unos 5.000 hombres repartidos en 61 banderas, más un estandarte de caballos, mientras que Mansfeld se quedaba en Bolduque con el Tercio de Juan del Águila.
La empresa se consideraba más que temeraria, dada la facilidad con la que la isla se podía inundar rompiendo los diques que existían en ambos ríos, y dejando atrapados a sus ocupantes. A pesar de ello, se procedió a su ocupación siguiendo las órdenes establecidas por Mansfeld. Tras haber sido ocupada la isla completamente el 2 de diciembre, las fuerzas que se hallaban bajo el mando de Francisco de Bobadilla, incluyendo su tercio, quedaron en ella para guarecerla mientras que Mansfeld partía con el resto del ejército hacia Harpen. La máxima preocupación del maestre de campo español era la seguridad de sus tropas y combatir el frío propio de aquella época. Bobadilla había dispuesto bien a sus hombres, mandando varias patrullas a proteger los diques y fortificando varias posiciones clave por si los holandeses trataban de atacar. El almirante de la flota holandesa, el teniente general Felipe de Hohenlohe-Neuenstein, conocido por los españoles como Holac, llegó a las inmediaciones de la zona, y se situó entre los diques de Empel y Bolduque-Hertogenboch con una flota de 10 navíos y más de un centenar de barcos menores con numerosa tropa.
Holac se dispuso a rodear a los españoles que se encontraban en Bommel. Ahora los tercios estaban completamente bloqueados y expuestos al fuego de la artillería de los buques protestantes, que también iban repletos de arcabuceros y mosqueteros. El general holandés no escatimó en recursos, sabiendo que si acababa con la fuerza española de Bommel complicaría sobremanera la situación del ejército de Mansfeld. De esta manera, mandó varias compañías de infantes holandeses a hacerse con los diques e inundar las posiciones españolas. Muchos fueron los intentos holandeses para romper los diques, pero los españoles resistieron como buenamente pudieron diversas acometidas durante toda la noche, pero toda resistencia tiene un límite, y más aún cuando la superioridad numérica y logística de la fuerza de Holac era abrumadora. De este modo los holandeses consiguieron abrir varios diques. Era la mañana del día 4 de diciembre.
La situación de los hombres de Bobadilla era desesperada; mientras que algunas tropas, acantonadas en las cercanas poblaciones de Dril, Rosan o Hurwenen, pudieron refugiarse a tiempo, el agua empezó a anegar gran parte de la isla y el maestre de campo mandó abandonar su posición fortificada para dirigirse a la zona más elevada de la isla: el monte de Empel, en el que se encontraban los restos de un antiguo castillo y una pequeña capilla. Sería el lugar elegido para resistir. Desde allí, completamente rodeados por el agua, los sufridos infantes españoles se conjuraron para aguantar hasta ser socorridos o hasta perder la vida. Por su parte los holandeses dispusieron su flota y comenzaron a abrir fuego a placer contra los tercios a primera hora de la tarde. La artillería de los buques enemigos descargaba toda su furia, mientras que los barcos de menor calado eran capaces de acercarse hasta tener a los hombres de Bobadilla al alcance de sus arcabuceros y mosqueteros embarcados. Sin duda aquella situación debió ser un auténtico infierno.
Los españoles tuvieron que esperar al abrigo de la noche para poder devolver el golpe y ahuyentar temporalmente a los holandeses. Con unos pocos cañones que habían logrado salvar, y amparados en la oscuridad reinante, colocaron las piezas artilleras en unos diques y lanzaron toda su potencia contra los holandeses, y consiguiendo mantenerlos a raya mientras Bobadilla aprovechaba el respiro que le ofrecía el repliegue momentáneo de éstos para enviar en barca al capitán Bartolomé de Torralva junto a Pedro de Luque, acompañados de un soldado flamenco, para avisar de lo que estaba ocurriendo al conde de Mansfeld, al maestre de campo Juan del Águila, y al propio duque de Parma, solicitando urgente auxilio. Esa noche mandó fortificar la iglesia quedando de guarnición 6 banderas y puso 200 soldados procedentes de las compañías de los capitanes Álvaro de Barragán y Esteban de Peñalosa para controlar el paso del Mosa hacia la isla.
De igual manera, ordenó al resto de hombres que se atrincherasen y fortificasen, mandando hacer cestones y encargó a Hernán Gómez, soldado particular muy instruido en artillería, colocar las 6 piezas de las que disponía de la manera más eficaz posible. También había ordenado la ocupación de dos pequeñas isletas, que quedaron a cargo de los capitanes Pedro de Luna y Juan de Mendoza. Con las primeras luces, volvieron los ataques de los hombres del almirante Holac. Mientras los hombres de Bobadilla resistían como buenamente podían, Mansfeld, que había vuelto sobre sus pasos enterado de las terribles noticias que recibía desde Bommel, envió al alférez Francisco de Zambrana para comunicar a Bobadilla que se disponía a buscar algunos barcos con los que pelear contra los holandeses, llegando a la orillas del río Mosa junto al Tercio de Juan del Águila. Desde allí podía ver al Tercio de Bobadilla mas no podía enlazar de ninguna manera con sus hombres, desesperando al verlos expuestos a tan funesto destino.
El 5 de diciembre Bobadilla ordenó que se repartiesen tres barcas para cada uno de los tres tercios y que se embarcasen en cada una 10 piqueros, 10 mosqueteros y 15 arcabuceros, todos ellos prevenidos por si había que combatir con los barcos enemigos. De igual modo, envió a Melchor Martínez, capitán del Tercio de Mondragón, junto con tres de sus hombres, a reconocer la zona anegada y la armada rebelde, debiendo llevar también cartas para Mansfeld. Sucedió que el capitán no quiso llevar con él a un soldado flamenco que se había ofrecido para hacerles de guía, por lo que tras partir con su barca y llegar al dique de Rosman, acabó siendo descubierto por los holandeses que empezaron a perseguirle. Su barca quedó enredada en unas ramas y los cuatro ocupantes saltaron al agua, siendo el capitán alcanzado por un balazo que lo dejó herido de muerte, dándole tiempo a entregar las cartas a sus hombres que consiguieron huir y llegar hasta la posición donde se hallaba el conde de Mansfeld.
Ante aquel contratiempo, Bobadilla envió a los capitanes Juan de Valencia y Juan Ruiz de Villaoslada para que tomasen una isleta que se encontraba próxima a donde había partido el capitán Melchor Martínez, y a la que se llegaba tras atravesar un canal de unos 15 metros de ancho. Los capitanes y sus hombres ganaron la isla y rápidamente se fortificaron en ella cavando trincheras y colocando los cestones que llevaban con ellos, así como dos piezas de artillería para contrarrestar el fuego de los buques holandeses. Mientras, desde la posición de Mansfeld, Juan del Águila ordenó a Pedro de Luque plantar un medio cañón y dos piezas de artillería sacadas de Bolduque, comenzando de inmediato a disparar sobre la armada rebelde. Durante esas horas, los españoles consiguieron ocupar las islas más próximas a la posición fortificada en Empel, de tal forma que pudieran ayudarse los defensores unos a otros en caso de un ataque del enemigo.
Le llegó aviso a Bobadilla de que Mansfeld había conseguido 50 barcas y que se encontraban a unos 5 kilómetros de Bommel, subiendo en ella a los infantes del Tercio del Juan del Águila para socorrer a los españoles sitiados en la mañana del viernes 6 de diciembre. La señal convenida era el encendido de unas hogueras en la posición que ocupaba Mansfeld, pero con la llegada del amanecer no hubo ningún fuego. Por el contrario, los holandeses habían levantado durante la noche varios fuertes próximos a las isletas, por lo que Bobadilla ordenó colocar tres cañones en el dique de Grave y disparar contra ellos, a la vez que enviaba al alférez Guzmán, de la compañía del capitán Agustín Román, en una barca para entrevistarse con Mansfeld y saber qué había pasado. A eso de las 11 de la noche llegaba Francisco Zambrana con la triste noticia de que los holandeses habían quemado las barcas que estaba reuniendo el conde para socorrerles, por lo que no había manera de llegar hasta ellos.
Holac, que ya había combatido contra los infantes españoles en Steenbergen o Geertruidenberg, sabía lo complicado que iba a resultar vencerlos, de tal manera que les ofreció una honrosa capitulación. Bobadilla, como no podía ser de otra forma, se tomó aquella oferta como una ofensa; no era propio de los soldados españoles rendirse cuando aún había posibilidad de seguir peleando, por lo que la rechazó argumentando aquello de que los infantes españoles preferían la muerte a la deshonra y que podrían hablar de capitulación después de muertos. El almirante holandés podía intuir que aquello no iba a resultar nada fácil.
Descubrimiento de la Virgen Inmaculada. Por Ferrer-Dalmau |
El sábado 7 de diciembre, Bobadilla ordenó a los hombres ir a la iglesia, rezar y confesarse, y mientras cavaba una trinchera para resguardarse del viento y del frío, un soldado español descubría una tabla pintada con la imagen de la "limpísima y pura Concepción de Nuestra Señora [...] tan vivos y limpios los colores y matices como si se hubiera acabado de hacer", según relató el cronista de la época Alonso Vázquez. Tal cosa sin duda alguna parecía un signo divino, por eso acudieron en masa los soldados y la imagen fue llevada en procesión a la iglesia, donde los españoles improvisaron un altar sobre una bandera con la cruz de San Andrés y colocaron la tabla en la pared. Allí se reunieron todos los hombres y rezaron juntos pidiendo un milagro que los sacase de tan angustiosa situación, haciendo fray García de Santiesteban que todos entonasen un Salve.
El cronista Vázquez relata que Bobadilla se dirigió a sus hombres lanzándoles una fabulosa arenga, pues la moral estaba muy baja y algunos capitanes hablaban incluso de suicidio. Bobadilla alzó la voz y con aire paternal exclamó: "¿Queréis que se quemen las banderas y estandartes de la compañía del capitán de caballos Juan García de Toledo, que se hunda o entierre la artillería y que con las pleitas que hay ya con los capitanes y soldados nombrados, se cierre de noche con las galeotas más gruesas de la armada rebelde, procurando ganárselas o perder todos la vida?". A todos los capitanes, oficiales y soldados les pareció bien aquello. Mientras tanto, en Bolduque, los habitantes de la villa, conmovidos por las penalidades que estaban pasando los españoles atrapados en Bommel, movilizaron a todos los mayores de 14 años para realizar los trabajos necesarios para poder socorrerlos.
Llegada la noche del día 7, un intenso e insólito frío cayó sobre la isla de Bommel. Fuertes vientos comenzaron a helar las aguas que rodeaban a los españoles sitiados. Aquello bien parecía una respuesta de la virgen a las súplicas hechas por los sufridos infantes, mas era invierno, y el hielo se adueñaba de las aguas en esa época, aunque Vázquez comenta que esto sucedía a mediados de enero por norma general, pero el tiempo cambia constantemente, por lo que no es de extrañar que se adelantase el frío glacial ese año. Ese mismo día llegaba un tambor rebelde con la noticia de la muerte del capitán Melchor Martínez, a pesar de los intentos de los holandeses por curar sus heridas, y de que Holac había dado licencia para que los españoles enviasen a alguien a recoger su cuerpo. Bobadilla le entregó 6 escudos de oro para él, otros 10 para quien le había intentado curar, y 30 más para los soldados que lo llevaron del agua al campamento holandés.
Esa misma noche envió un correo a Manslfed indicándole que al amanecer del día 8 dispararía con sus cuatro cañones desde su posición en el dique de Rosman, y que necesitaba que los hombres de Juan del Águila ocupasen algunas isletas desde la que plantar varias baterías y poder disparar a la armada rebelde. Del Águila envió a su capitán Bartolomé de Torralba con 300 hombres para hacer dos cortaduras sobre el dique y ganar posiciones. De esta manera, Mansfeld y el maestre español vieron la ocasión de cambiar la suerte de lado y pudieron mover su artillería sobre aquellas aguas heladas hasta tener a tiro a los buques holandeses. Antes de que amaneciese, el conde ordenó abrir fuego sobre los buques holandeses, causándoles grandes daños, por lo que hubieron de resguardarse tras unas isletas. A su vez, Bobadilla ordenaba a su sargento mayor, Cristóbal Lechuga, uno de los soldados más reputados de los tercios y en cierto modo padre de la artillería española, que llevase a los capitanes Jusepe Cerdany, Álvaro Suárez y Martínez de Prado, junto a unos 200 hombres, a tomar algunas isletas donde emplazar su artillería y poder disparar mejor sobre el enemigo.
Subidos en las barcas, los soldados llevaban las mechas tapadas y guardaban un riguroso silencio, pero a uno de ellos se le prendió el frasco y los holandeses advirtieron las intenciones de los hombres de Lechuga y emprendieron la huida presas del pánico, embarcando en sus buques ante el riesgo de quedarse atrapados en el hielo a merced de los españoles. En esta acción se distinguió notablemente un soldado catalán, llamado Felipe de Valgornera, de la compañía del capitán Cerdany, que cerró él solo con varios soldados holandeses, haciéndoles caer al agua a algunos de ellos. Así, los españoles tomaron la isleta y emplazaron los cañones, comenzando a disparar contra los barcos enemigos. A los holandeses no les quedaba más opción que retornar hacia el Mosa, tras perder varios buques y más de 300 hombres por el fuego de la artillería y mosquetería española, y el miedo a quedar atrapados por el hielo.
Subidos en las barcas, los soldados llevaban las mechas tapadas y guardaban un riguroso silencio, pero a uno de ellos se le prendió el frasco y los holandeses advirtieron las intenciones de los hombres de Lechuga y emprendieron la huida presas del pánico, embarcando en sus buques ante el riesgo de quedarse atrapados en el hielo a merced de los españoles. En esta acción se distinguió notablemente un soldado catalán, llamado Felipe de Valgornera, de la compañía del capitán Cerdany, que cerró él solo con varios soldados holandeses, haciéndoles caer al agua a algunos de ellos. Así, los españoles tomaron la isleta y emplazaron los cañones, comenzando a disparar contra los barcos enemigos. A los holandeses no les quedaba más opción que retornar hacia el Mosa, tras perder varios buques y más de 300 hombres por el fuego de la artillería y mosquetería española, y el miedo a quedar atrapados por el hielo.
Al pasar los barcos holandeses cerca de los cuarteles en Empel, los marineros les gritaban a los infantes españoles en su lengua que "no era posible sino que Dios era español, pues había usado con ellos un tan gran milagro, y que nadie en el mundo sino él fuera bastante a librarles de aquel peligro y de sus manos". Aún quedaba unos fuertes donde se apostaban 6 navíos holandeses y numerosa tropa, por lo que Bobadilla se dispuso a acabar con esa amenaza, aunque algunos de sus oficiales cuestionaban la posibilidad de hacerlo, por lo que el capitán Juan Valencia se ofreció para hacerlo. Con varias barcas se apresuraron los españoles a tomar los últimos reductos rebeldes, yendo en vanguardia la barca de los capitanes Juan de Valencia y Pedro Ramírez de Arellano, y la de los capitanes Hernán Tello y Gabriel Ortiz. A ellos les siguieron otras tres embarcaciones bajo el mando del capitán Antonio de Pazos, mientras algunos barcos rebeldes volvían por estar el hielo más blando durante la mañana.
La barca de Juan de Valencia se debía abrir paso entre el hielo, el cual rompían los hombres con los remos, y el llegar hasta los fuertes holandeses se convirtió en una tarea agotadora, hasta el punto de que muchos soldados le pidieron volverse, a lo que los capitanes españoles contestaron que "lo que se les ordenó, y a lo que habían salido, era a ganar los fuertes, y que por ningún caso podían dejar la empresa aunque pereciesen todos por el camino". Los rebeldes, al ver llegar las barcas con los infantes españoles, y sin poder determinar el número de ellas, decidieron que lo más prudente era abandonar los fuertes, siendo éstos ocupados por los sufridos soldados, y quedando de esta manera el paso libre para poder abandonar la isla. Desde su posición, Mansfeld envió varias barcas y una goleta para recoger a los más de 300 heridos que Bobadilla había ido aglutinando en el campamento fortificado, debiendo romper el hielo que los separaba con una culebrina desde la que dispararon sin cesar hasta hacerlo pedacitos pequeños que posibilitaban la navegación.
El sitio de Empel había finalizado y Mansfeld había podido enlazar con sus hombres. Los habitantes de Bolduque habían fabricado pontones que se unieron a las barcas para poder sacar a la gente de Bommel. Bobadilla ordenó que primero embarcasen las banderas, llevando el capitán Gaspar de Holaso las del Tercio de Mondragón, el capitán Pedro de Luna las del Tercio de Íñiguez, y el capitán Diego Coloma las del Tercio de Bobadilla. A la vez que los ya liberados soldados cumplían con diligencia las órdenes, Mansfeld llegó a Bommel cargado de abundante pan, y acompañó después las banderas hasta Bolduque. Los trabajos de extracción no finalizaron hasta el martes 10 de diciembre, debido a la falta de marineros para llevar las embarcaciones, ya que el temor a la vuelta de los rebeldes se había adueñado de los habitantes de Bolduque y de las poblaciones cercanas. Tuvieron que ser los capitanes Manuel de Vega y Diego de la Peñuela los encargados de hacerlo, logrando hallar los marinos necesarios para ello.
El último hombre en embarcar y abandonar aquella isla fue el maestre Francisco Arias de Bobadilla, que en todo momento quiso dar ejemplo. Nueve días habían estado allí, incomunicados, a merced del frío, la lluvia y el fuego de los holandeses, sin comida que echarse a la boca la mayor parte del tiempo. A las valerosas acciones de los capitanes, sargentos mayores y del propio Bobadilla, es necesario destacar las de algunos soldados que se distinguieron notablemente, como el caso de los soldados particulares Alonso Jorge y Juan de Ribera, Alonso Mesaludeña, que llegó a ser capitán de infantería en Flandes. También Juan Íñiguez, que era hijo del maestre de campo, o los alféreces Juancho Duarte, Diego de Recha, Simón Antuñez, Gaspar de Biedma, Juan Herrera y Francisco de Escámez.
Alejandro Farnesio, que se dirigía a toda prisa a Bolduque, se enteró por el señor de Bisogni de la liberación de sus hombres, y cuentan que fue tal su alegría que se abrazó al portador de tan buenas nuevas y le nombró, a la postre, gobernador de Bolduque. El 16 de diciembre escribió a Bobadilla una sentida carta: "...y así, para cumplir con el mío y con la obligación que tengo a la nación y persona de vuestra merced, juzgando por lo menor de todo aventurar la mía, mi sangre y el resto en general para acudir a esta necesidad, y en particular a la del más mínimo soldado de ellos, partí de aquí el mismo día en extrema diligencia, y llegando a Arentales supe con sumo contentamiento mío cómo se había salido del trabajo, y que vuestra merced y la gente con los demás quedaban en salvo sin pérdida de ninguna cosa, de que doy infinitas gracias a nuestro Señor y a vuestra merced las que se deben por haberse gobernado con prudencia, valor y destreza que se esperaban en esta parte, dando las que les toca de esto a los capitanes, oficiales y soldados, a los que de la mía dirá vuestra merced la satisfacción con quedo de esta acción".
Recuperados los heridos y enfermos, el conde los alojó en un puesto cerca de la villa de Grave, preparándose para el asedio sobre esta villa que Alejandro quería ganar. Desde ese momento algunas cofradías y hermandades que formaban los tercios, cambiaron la virgen del Rosario por la Virgen de la Inmaculada Concepción. El propio Alonso Vázquez se encargó de fundar algunas en el obispado de Jaén, donde se hallaba sirviendo como sargento mayor de las compañías del distrito años después. Aunque no sería hasta 3 siglos más tarde, el 12 de noviembre de 1892, mediante una Real Orden de la reina María Cristina, cuando la virgen se convertiría en la patrona de la infantería española. En la iglesia de Empel sigue existiendo una copia de la imagen de la virgen y en las escaleras del altar mayor el párroco, en tales fechas, coloca un yelmo de infantería sobre la bandera española en recuerdo de aquella milagrosa gesta.
Bibliografía:
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ResponderEliminarViva la infantería española.
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