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Defensa de Cádiz


El 7 de septiembre del año 1625 la flota anglo-holandesa abandonaba la bahía de Cádiz, tras ser rechazada por las fuerzas españolas bajo el mando de Fernando Girón de Salcedo y de Manuel Pérez de Guzmán y Silva, duque de Medina Sidonia.

Tras reiniciarse las hostilidades con los holandeses al expirar la Tregua de los 12 años, Inglaterra, quien tenía importantes pactos con las Provincias Unidas, mostraba una cada vez mayor hostilidad hacia España. La Guerra del Palatinado, dentro del marco de la Guerra de los 30 años, precipitaría los acontecimientos y la declaración de guerra en marzo de 1624 por parte del rey inglés, Jacobo I, cuya hija estaba casada con Federico el Palatino.

Jacobo moriría apenas un año después, pero el proyecto sería continuado por su hijo, Carlos I de Inglaterra. Los espías del monarca español, Felipe IV, le habían informado de las intenciones de los ingleses de atacar Cádiz, epicentro del comercio con América en la península. Carlos había mandado hacer leva general de marinería, preparar más de un centenar de naves, traer de Holanda más de 2.000 soldados veteranos que se unirían a los 8.000 soldados que estaban preparados en Inglaterra.


Con semejante potenial pretendía el monarca inglés batir las escuadras españolas que operaban en la ruta con América. El mando de aquella fuerza recayó en Edward Cecil, vizconde de Wimbledon, con Robert Deveraux, conde de Essex, como vicealmirante, el conde de Denbigh como contraalmirante, y con lord Delaware y lord Cromwell como generales de ejército. Se encargaba de tener todo a punto el duque de Buckingham, quien se precipitó en los preparativos, algo que se resolvería decisivo para el fracaso de la misión.

El 3 de octubre empezaron a abandonar las naves los puertos de Falmouth y Plymouth. El buque capitán de Cecil sería el "Ann Royal", mientras que el del conde de Essex sería el "Swiftsure" y el del conde de Denbigh, el "St. Andrewe". Partieron con vientos favorables, algo que cambió el día 12 del mismo mes, sorprendiéndoles un fuerte temporal que llevó al fondo del mar a varios barcos e hizo peligrar el encuentro previsto con la flota holandesa para el día 15.

Guillermo de Orange se unía a la flota británica aportando 15 buques y cientos de expertos marinos. Para el día 20 Cecil convocó en su barco a su Consejo para determinar cuáles serían los objetivos a atacar. Este error de planificación, se unía a la precaria preparación de instrucción, víveres y provisiones. Finalmente, y tras largas deliberaciones, se decidieron a atacar la bahía de Cádiz y desembarcar en el Puerto de Santa María.

Cádiz, cuyo gobernador era Francisco Girón de Salcedo, veterano de las guerras de Flandes, estaba bien reforzada. Los ataques ocurridos en el siglo anterior habían hecho que los españoles levantasen el castillo de Santa Catalina y la torre del castillo de San Sebastián. Contaba además con presidio permanente y una guarnición de 300 hombres, bastante escasa debido a que se habían dispersado muchos soldados en otros puntos de Andalucía ante el aviso de ataque inglés.

El duque de Medina Sidonia, capitán general de los ejércitos en Andalucía, no perdió un segundo y se decidió a reforzar los puertos por donde podía llegar el golpe inglés. En Cádiz se encontraban por aquel entonces 7 galeras del duque de Fernandina y 14 galeones del marqués de Cropani, llegados de Brasil. El 1 de noviembre se avistaron las banderas inglesas y de las Provincias Unidas, corriendo a ponerse a salvo los buques españoles, mientras las galeras de Fernandina se batían con la vanguardia enemiga.

La noche del día 1 el duque de Fernandina envió 4.000 hombres de la armada a Cádiz. Los ingleses dudaron sobre cómo proceder; las aguas del puerto de Santa María no eran lo profundas que aconsejaba un desembarco de tal magnitud, por lo que decidieron enviar 25 buques para batir el fuerte del Puntal, defendido por el capitán Francisco Bustamante, que contaba con poco más de 100 hombres y 8 piezas de artillería. El día 2 perdieron los holandeses 2 buques, pero al tercer día los ingleses habían batido todos los muros y ofrecieron una honrosa capitulación al capitán español, quien se pudo retirar con las armas, banderas y varias decenas de los soldados que quedaban.

Los ingleses desembarcaron un contingente de 9.000 soldados, quedando el conde de Denbigh al mando de la flota. Luis Portocarrero, que era corregidor de Jerez, salió desde allí al encuentro de las fuerzas inglesas con poco más de 2.000 hombres y 7 piezas de artillería. Ahora Cecil corría el riesgo de quedar rodeado por las fuerzas de Portocarrero, y a sus espaldas, por las de Cádiz. La mala planificación de las operaciones se hacía notar: el desembarco en un lugar inapropiado y la ausencia de víveres provocaron el agotamiento de los soldados, quienes solo encontraron vino en una hacienda cercana.

Lejos de mejorar la situación, este hecho solo empeoró los acontecimientos. Los soldados, completamente ebrios, se amotinaron a sus mandos, los cuales aún no tenían claros sus objetivos ni la forma de ejecutarlos. La situación inglesas empeoraba por momentos. Sin poder entrar en la zona de la Carraca, ya que los españoles habían hundido varias urcas para impedir la entrada del enemigo, los ingleses veían cómo los defensores recibían suministros desde Sanlúcar. Así mismo, el cansancio, el hambre y la resaca habían mermado las condiciones de los asaltantes hasta convertirlos en un objetivo relativamente fácil, a pesar de la superioridad numérica con la que contaban, por lo que Cecil y su Consejo, resolvieron retirarse.

La retirada sería penosa. Hostigados por las tropas de Portocarrero y de Fernando de Girón, quien tenía que ser llevado en silla a causa de la gota, los ingleses perdieron cientos de hombres hasta llegar a la seguridad de sus buques. El día 6 estaban ya casi todas sus fuerzas embarcadas, recibiendo fuego continuo de las baterías de costa españolas. El día 7, ante la imposibilidad de tomar la ciudad y tras haber prendido fuego a varias naves que estaban inservibles, la flota anglo-holandesa marchó de la bahía de Cádiz.

17 días más aguardaron los ingleses la llegada de la flota española de las Indias, codiciada en extremo por lo abundante de las riquezas que traería. Pero los holandeses ya se habían marchado, indignados por el negligente mando de las operaciones, y el tiempo empeoraba peligrosamente, y las enfermedades mermaban la tripulación. El día 25 pusieron rumbo a Inglaterra en un largo y penoso viaje. Más de 1.000 hombres habían perdido en aquella misión, así como 31 naves. A su regreso, los mandos se culparon mutuamente de su nefasta actuación, aunque no se materializaron penas contra ellos.

Fernando Girón defiende Cádiz. Zurbarán

Edward Cecil, vizconde de Wimbledon

Robert Deveraux, III conde de Essex




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