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Combates navales de Cabañas
A primeras horas de la mañana del día 31 de agosto de 1638, una flota española bajo el mando de Carlos de Ibarra plantaba cara a su enemigo: al menos 17 buques corsarios holandeses que acechaban en las aguas de Pan de Cabañas, próximas a La Habana.
La actividad corsaria y pirata había estado presente desde los principios del comercio español con América. Primero fueron los franceses, a los que más tarde se unieron ingleses y holandeses. La Corona española ideó un sistema de convoyes y de suministro de información al objeto de proteger el comercio, el cual resultaría como uno de los más notables éxitos logísticos de la historia.
Desde tiempos de Felipe II dos flotas componían los convoyes que partían desde España en dirección a América: la de "Nueva España", cuyo destino final era Verazcruz, y la de "Tierra Firme", que llegaba hasta Valparaíso. El punto de reunión de las flotas solía ser las aguas de La Habana, donde recalaban antes de regresar a España con el preciado cargamento. Los holandeses lo sabían y, desde sus nuevas bases en Pernambuco, armaron una flota de 24 buques comandada por Corneille Joll, un veterano almirante al que le faltaba una pierna y que recibía el apodo de "Pie de palo".
Desde su base brasileña partió Joll con su flota en busca de la preciada presa. Una vez en aguas del Caribe los holandeses se toparon con una serie de violentos temporales que dispersaron su formación. Varios buques se perdieron y alguno dio con sus maderas en las costas cubanas, por lo que los españoles se percataron del peligro que corrían. La suerte iba a sonreír una vez más a los españoles: un patache, al mando de Francisco Poveda, divisó los restos de la escuadra holandesa y, tras burlar a varios buques enemigos, logró llevar la información a Veracruz, evitando así que la flota de "Nueva España" se hiciera a la mar.
Pero la fortuna no siempre iba a estar de parte española. El aviso del peligro no llegó a tiempo a Cartagena de Indias, por lo que la flota de "Tierra Firme" recibió las órdenes de partir para España. Al mando de ésta se encontraba el general Carlos de Ibarra. Era un notable marino, natural de Éibar, que desde 1616 comandaba flotas, y que ya se había distinguido en 1621 en los combates contra los holandeses en el estrecho de Gibraltar, bajo las órdenes de Fadrique de Toledo, o expulsando a los piratas de Isla Tortuga, en el Caribe.
La flota de "Tierra Firme" estaba compuesta por 7 galeones y un patache, a los que debían unirse en La Habana 5 buques más. A la altura del cabo Corrientes Ibarra recibió correo indicando que las aguas se encontraban despejadas y que no había que temer enemigos de entidad. Este correo había zarpado antes de conocer que la escuadra de Joll se encontraba en aguas próximas a La Habana, por lo que la flota española siguió su curso sin mayores preocupaciones.
A pesar de no ser conscientes del peligro que les acechaba, Ibarra tuvo a bien preparar sus naves ante cualquier eventualidad que pudiese surgir. Junto al almirante Pedro de Ursúa, su segundo al mando, dispuso agua, pólvora, municiones y armas, y mantuvo alerta a la tripulación, algo escasa. Con todo preparado siguieron su rumbo y al anochecer del día 30 de agosto, en las aguas de Pan de Cabañas, el vigía del galeón "Regla", bajo el mando de Pablo de Contreras, divisaba al menos 17 velas enemigas por barlovento. Ibarra y Ursúa se preparaban para el combate.
Joll, confiado en su abrumadora superioridad, lanzó su nave capitana, de 54 cañones, junto a 3 buques más sobre la capitana de Ibarra. Otros 3 buques holandeses se fueron hacia la almiranta de Pedro de Ursúa, el galeón "San Marcos", bajo el mando del capitán Bartolomé de Riva. Otros dos buques holandeses cargaron contra el "Carmen", capitaneado por Sancho de Urdanivia. Los holandeses nunca abordaban los buques españoles, conscientes de la maestría de éstos en tales tácticas, pero el disponer de semejante superioridad hizo confiarse en exceso a "Pie de Palo".
Ibarra había ordenado a sus capitanes guardar el fuego hasta que él lo ordenase, así que cuando la capitana holandesa cayó sobre la española, a eso de las 7 de la mañana, el de Éibar dio la orden y la descarga de artillería y mosquetería fue brutal, barriendo la cubierta del buque de Joll, que se vio obligado a cortar las cuerdas y desistir del abordaje. Hizo lo propio la almiranta de Ursúa y el resto de galeones españoles, por lo que los holandeses juzgaron más prudente disparar a distancia durante el resto de la jornada.
8 horas duraron aquellos combates hasta que los holandeses, desfallecidos ante la resistencia española, se retiraron con su flota seriamente dañada. Los buques españoles no habían corrido mejor suerte. La capitana estaba acribillada, con algunos disparos bajo su línea de flotación, y había sufrido diversos incendios, por fortuna rápidamente sofocados. Contaba 25 muertos y casi 50 heridos, entre ellos el propio Ibarra, al que le estalló una granada que le provocó heridas en el brazo, la cara y la pierna, pero que no le impidió proseguir con la defensa como si nada hubiera ocurrido.
La almiranta salió igual de mal parada. Su capitán, Bartolomé de Riva, murió junto a otros 16 de sus hombres, contando 40 heridos, entre ellos el propio almirante Ursúa. Había perdido el trinquete, sufrido varios fuegos, y necesitaba urgentes reparaciones. El "Carmen" perdió el bauprés y un número elevado de hombres. El resto de buques, de igual manera, tuvieron diversos daños y bajas. Los holandeses hubieron de lamentar las muertes de su vicealmirante, Abraham Rosendal, su contralmirante, Jan Mast, y de otros 50 hombres, contando también más de 150 heridos y numerosos y graves daños en sus buques.
Joll convocó a consejo a sus capitanes y mantuvo a su flota a una prudente distancia de las escuadra española. El enfado del almirante debía ser terrible; con una superioridad de más de 2 a 1, sus buques habían sido incapaces de doblegar a los españoles. Durante los siguientes dos días los holandeses estuvieron haciendo reparaciones mientras que Joll trataba de levantar la moral de sus hombres. Al fin, al amanecer del 3 de septiembre, se decidió a entablar nuevamente combate contra la escuadra de Carlos de Ibarra, contando para la ocasión con tan solo 13 de sus 17 buques.
Esta vez Joll juzgó más prudente evitar el abordaje, por lo que se limitó a mantenerse a distancia de tiro. La mayor potencia de fuego holandesa tampoco quebró el ánimo de los españoles, quienes se defendieron con uñas y dientes. El mayor castigo de aquella jornada se lo llevó el "Carmen", cuyo dañado aparejo ralentizaba sus acciones, y al que probablemente confundieran los holandeses con la capitana española. Solo en este buque se contabilizaron la mitad de los 54 muertos de aquel día en el bando español. La gravedad de los daños en el "Carmen" llevaron a Ibarra a tomar la decisión de sacarlo de escena y mandarlo, una vez salvada su dotación, munición, artillería y carga, a Playa Honda, donde recibió las reparaciones oportunas para llegar a La Habana posteriormente.
Los holandeses contaron un número similar de bajas, entre ellas las del capitán Jan Verdist. Con la moral totalmente batida, los corsarios se negaron a entablar un tercer combate, para consternación de Joll, y todo ello a pesar de haber recibido el refuerzo de diversos buques más hasta sumar un total de 24. Ibarra, consciente de la indecisión holandesa, dejó escrito que "al día 5 de septiembre por la tarde, apareció la escuadra del enemigo con veinticuatro velas, y quedó al barlovento de esta Armada, y aquella noche se encendió farol en esta capitana y almiranta para que si el enemigo quisiera volver a pelear supiera dónde estaba esta Armada, y al día siguiente al amanecer no se vio ni se ha visto más".
Ibarra ordenó entonces partir rumbo a Veracruz, ya que su flota estaba dañada y creía demasiado temerario exponer sus buques a un enemigo que le superaba en 3 a 1, llegando al puerto mexicano el día 22 de septiembre, donde pasó el invierno junto a la flota de "Nueva España". Las buenas nuevas llegaron a España de la mano de un correo inglés, ya que en ese momento estábamos en paz con ellos, pero no por eso se dejaron de adoptar precauciones; se enviaron 8 galeones de refuerzo a Veracruz y se situó la Armada del Mar Océano en las Terceiras, para vigilar cualquier movimiento holandés o francés.
Al fin, el 15 de julio de 1639, tras partir desde Veracruz, llegaban ambas flotas a la bahía de Cádiz sin hacer escala, desatando la alegría en la población de la ciudad y haciendo que la Armada Real lanzase unas salvas en su honor. Poco le duraría el júbilo al general Ibarra, ya que recibió órdenes de embarcar en sus galeones para unirse, como almirante general, a la flota del duque de Maqueda, que tenía que socorrer a los aliados venecianos. Nunca llegaría a su destino el veterano general que, enfermo, y tras sufrir un duro temporal en aguas del Mediterráneo, desembarcó en Barcelona para morir allí.
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