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Batalla de San Quintín


El día 10 de agosto, festividad de San Lorenzo, del año 1557, los ejércitos de Felipe II se enfrentaban con la Francia de Enrique II en la localidad francesa de San Quintín, dando comienzo a una serie de victorias españolas que obligarían al monarca francés a firmar la paz de Cateau-Cambrésis apenas dos años después.

Felipe II había subido al trono de España en el año 1556. En Francia reinaba Enrique II, hijo del belicoso rey Francisco I, que tantas veces había sido derrotado por el rey español Carlos I. Enrique ansiaba las posesiones españolas en Italia, y el papa Paulo IV, consciente de ello y haciendo gala de un odio inusitado hacia los españoles, buscó la alianza con los franceses y posibilitó la entrada de las tropas galas, comandadas por el duque de Guisa, en el Milanesado, viéndose el reino de Nápoles amenazado.

Para infortunio de los franceses, allí se encontraba el duque de Alba con sus tropas españolas y rechazó con firmeza al enemigo. No se detuvo el duque ahí. También contraatacó sobre las fuerzas papales sitiándolas, hecho que le valió la excomunión al rey español. Éste, por su parte, no había perdido el tiempo. Como estaba casado con María Tudor, reina de Inglaterra, consiguió de ella una fuerza de 7.000 soldados bajo las órdenes de lord Pembroke. Además el duque de Éboli, el portugués Rui Gómez de Sylva, había conseguido otros 8.000 soldados más y cuantiosos fondos.

Todas estas tropas se concentraron en Flandes. Un total de 30.000 soldados y 12.000 jinetes. Entre ellos algo más de 6.000 españoles: los tercios de Alonso Navarrete y de Alonso de Cáceres. Al mando de todas las fuerzas imperiales estaba el duque de Saboya, Manuel Filiberto, de tan solo 29 años de edad, pero con mucho ingenio y sobre todo, con muchas ganas de vengarse de los franceses que habían invadido Saboya. Estaba asistido por Carlos de Berlaymont, como su segundo, por el conde de Egmont, como jefe de la caballería, y por el flamenco Glageon a cargo de la artillería imperial.

Para julio de 1557 las tropas de Felipe estaban listas y el monarca dio la orden a su primo Manuel Filiberto de invadir el norte de Francia. El propio rey se pondrá la armadura por última vez, al mando de otros 18.000 soldados en la reserva. El duque de Saboya entró en Francia por la Champaña y de inmediato fue seguido de cerca por un ejército francés bajo el mando del condestable Anne de Montmorency, veterano general que cayó preso en Pavía. Montmorency despreciaba a Manuel Filiberto por considerar que carecía de experiencia en la batalla y del valor y el conocimiento necesario para dirigir un ejército.

Pero el de Saboya se reveló como un astuto estratega; simuló un falso movimiento sobre Rocroi, luego sobre Gisa, que fue aprovisionada y donde el condestable dejó gran cantidad de hombres, para finalmente lanzar sus tropas sobre San Quintín. Situada en la región de Picardía, ofrecía una excelente posición entre París y Flandes, contaba con buenas murallas y defensas naturales, como el río Somme al sur y una zona de  pantanos y bosques al oeste. Entre la zona de bosque y el río tan solo había una pequeña lengua de tierra que servía de paso, con un estrecho puente sobre el Somme para complicar aún más el avance.

Allí se plantaron las tropas imperiales el 1 de agosto y cogieron completamente desprevenidos a los franceses. Apenas contaban en la ciudad con unos pocos cientos de hombres, insuficientes para defenderla de lo que se venía encima. El 2 de agosto la compañía de caballería de Julián Romero ya había tomado el paso sin que la guarnición pudiese moverse. El almirante Gaspar de Colligny, advertido de la situación, mandó un contingente de 500 hombres que consiguieron entrar en la ciudad aprovechando la noche y reforzar las posiciones de los defensores. Era el 3 de agosto y el ejército de Montmorency corría a toda prisa para llegar antes de que los españoles tomasen la ciudad.

Los españoles comenzaron a batir las murallas de la villa el día 4, conscientes de la proximidad del ejército francés. A su vez, al otro lado del río existía una pequeña isla fortificada que se unía a la ciudad por un puente. Era de vital importancia tomarla, por lo que dicha tarea corrió a cargo de los tercios. Ni que decir tiene que consiguieron tomarla en un tiempo sorprendente, aunque hubieron de sufrir mucho para ello. Ahora podían batir los muros desde otra posición antes de que los 22.000 soldados y 8.000 jinetes franceses llegasen.

Pero la vanguardia del ejército francés, con Andelot de Montmorency, hermano del condestable, al frente, llegó a la ciudad. Eran 4.500 soldados dispuestos a entrar a cualquier precio. Pero allí se encontraba el conde de Mansfeld para interceptarlos e impedir el socorro. El fracaso de Andelot fue total, por lo que el condestable ordenó avanzar a toda marcha a otros 6.000 hombres para que tomasen contacto con San Quintín. Una vez llegados los franceses, el duque siguió a lo suyo con la única idea en la cabeza de tumbar aquellos muros.

El 10 de agosto, Montmorency ordenó cargar tras un intenso fuego de su artillería sobre el campamento imperial. Éste despreciaba al duque de Saboya y creía que las fuerzas españolas eran menores, así que ordenó que se cruzase en barca el Somme. El cruce fue un desastre, ya que mucho botes volcaban y los pocos hombres que iban llegando a la orilla eran acribillados por los arcabuceros españoles. Tan solo 200 hombres lograrían entrar en la ciudad. Con el grueso del ejército francés aún bajo la protección del bosque en el que se encontraba y su fuego de artillería, Montmorency cometió un error fatal: mandó abandonar la posición y desplegó sus hombres en paralelo al río.

Esto propició que los españoles pudieran cruzar también el Somme por el estrecho puente de Rouvroy, algo que el comandante francés consideraba imposible. Montmorency, aún confiado en la victoria fruto de su arrogancia, mandó cargar contra el grueso de la infantería imperial que se aprestaba a cruzar el puente. Nuevo error. Río arriba la caballería imperial al cargo del conde de Egmont había logrado cruzar el río sin ser detectada y ahora se lanzaba contra la desprevenida retaguardia francesa.

Montmorency no tenía más remedio que formar a sus hombres y prepararse para el combate mientras todo el ejército del duque de Saboya cruzaba el Somme. Una vez cruzada la vanguardia imperial formó inmediatamente: en el flanco derecho, y bajo el mando de Alonso de Cáceres, estaban españoles y alemanes. En el centro, más españoles junto a ingleses y valones a las órdenes de Julián Romero. El flanco izquierdo era para Alonso de Navarrete y el Tercio de Saboya. Y en la retaguardia la ya mencionada caballería de Egmont. El destino de los franceses estaba sellado.

A la potente carga de los jinetes de Egmont le siguió el fuego de los arcabuceros españoles, que descompusieron por completo las líneas francesas. Ni siquiera un valeroso contrataque de la caballería del duque de Nevers pudo cambiar las cosas. El resto de las tropas imperiales, una vez cruzado el río, y con el duque en el centro y Mansfeld y Brunswick en las alas, cayó a plomo sobre el agotado y sobrepasado ejército francés. Los mercenarios alemanes al servicio de Francia se rindieron. Contaban unos 5.000. Mientras tanto el centro francés, lo único que ya quedaba del ejército de Montmorency, trataba de aguantar buscando quizás una muerte honrosa.

Ni eso pudo conseguir el condestable que cayó prisionero de un tal Pedro Merino "El Sedano", el cual recibió una recompensa de 10.000 ducados. La victoria era total. Las bajas francesas fueron escalofriantes: casi 14.000 muertos, 2.000 heridos y 6.000 prisioneros, cayendo 10 coroneles y 30 capitanes. Se apresaron 50 banderas y toda la artillería francesa, además de un ingente botín de oros, joyas, paños y dinero. Gran parte de la nobleza francesa murió o fue capturada aquel día, lo que supuso un golpe mayúsculo para Enrique II.

Por el bando español apenas hubo que lamentar 900 muertos o heridos. Felipe estaba eufórico con el triunfo y partió con las reservas de su ejército el día 11, llegando a San Quintín el 13, desde donde escribió a su padre, retirado en el monasterio de Yuste, informándole de la gran victoria obtenida con estas palabras: "Y pues yo no me hallé allí, de que me pesa lo que VM pueda pensar, no puedo dar relación de lo que pasó sino de oídas". El monarca español decidió conmemorar ese día con la construcción del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, por ser día el 10 el de San Lorenzo.



Manuel Filiberto, duque de Saboya

Anne de Montmorency

Monasterio de El Escorial

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