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Batalla de Alcántara


A las 3 de la mañana del 25 de agosto de 1580, el duque de Alba se despertaba y escuchaba misa. Tan solo unas horas después había logrado una aplastante victoria sobre las tropas portuguesas del prior de Crato, despejando el camino hacia Lisboa y dándole otra corona a Felipe II.

La muerte sin descendencia de Enrique I, rey de Portugal, en enero de 1580, había abierto la sucesión al trono del país vecino. Felipe II, como hijo de Isabel de Portugal y por tanto, nieto del rey Manuel I, reclamaba para sí el trono. A su vez, Antonio, prior de Crato, era hijo ilegítimo del infante Luis de Avís, y por tanto, nieto del rey Manuel I también.

En este orden de acontecimientos, Antonio fue el primero en dar un golpe de efecto autoproclamándose rey de Portugal el 20 de junio de 1580. Felipe no podía aceptar tal afrenta, así que se preparó para invadir el territorio luso. Para ello no dudó en sacar del ostracismo a su mejor general, el duque de Alba, que llevaba un año desterrado en Uceda por la tensa relación que en los últimos años tenía con el rey a causa del comportamiento de su hijo Fadrique.


El duque cruzó la frontera por Elvas a finales de junio de ese año. Ya en territorio portugués, formó un ejército con 18.000 infantes, 1.500 jinetes y unas 20 piezas de artillería. Además, Álvaro de Bazán partió desde Cádiz para llegar al Tajo con 64 galeras y más de una veintena de embarcaciones menores, trasportando los tercios de Rodrigo de Zapata y Martín de Argote. El prior, por su parte, solo pudo reunir 10.000 infantes, muchos con poca o ninguna experiencia en combate, y más de 2.500 jinetes y 30 cañones. Todo ello bajo las órdenes del conde de Vimioso, notable general portugués.

El lugar elegido para la contienda era el arroyo de Alcántara, prácticamente sin agua en aquellas fechas estivales, y que iba a desembocar a las aguas del río Tajo. Se encontraba apenas a 10 kilómetros al oeste de Lisboa. Los portugueses habían levantado una serie de fortificaciones en el margen en el que estaban situados, lo que unido a los pronunciados taludes del arroyo, vadearlo suponía una gran complicación. La única forma era cruzando el puente que lo salvaba, o eso era lo que pensaba el prior.

Vimioso colocó el grueso de sus tropas de infantería en el centro de la formación, junto a los jinetes, y apoyados por la artillería, con la misión de impedir el paso español por el puente. En su flanco derecho situó al resto de su infantería, parapetada fuertemente tras las trincheras levantadas y cubierta por una pequeña formación boscosa que mantenía a salvo a los portugueses. En su flanco izquierdo, junto al Tajo, colocó varias compañías de arcabuceros.

Por su parte el duque de Alba dio el puesto de maestre de campo general a Sancho Dávila, y situó sus ejércitos lo más extendidos posible, con la esperanza de poder flanquear al enemigo. En su ala izquierda situó a su hijo Fernando al frente de la caballería, mientras que el centro fue ocupado por el propio duque junto a varios tercios, entre ellos los Tercios Viejos de Nápoles y Lombardía. El flanco derecho fue ocupado por los soldados italianos de los tercios de Colonna y de Spinelli con buena parte de la artillería española, bajo el mando de Francés de Álava.

La batalla dio comienzo a primeras horas de la mañana con el fuego de la artillería portuguesa extendiéndose durante casi una hora sin que los españoles respondieran. En este momento Vimioso comete su primer error y descubre a su infantería, a la que dio orden de abandonar el refugio boscoso. La artillería española aprovechó esto y comenzó a martillear sobre las posiciones enemigas. Antonio de Escobar, cronista de la batalla, afirma que el primero en cargar fue el tercio italiano de Colonna, repartiendo arcabuzazos a diestro y siniestro para ganar la posición del puente.

Los portugueses no se amilanaron y salieron a su encuentro, por lo que pronto se convirtió en una lucha a espada, pica y escudo. Pero la mayor experiencia y disciplina de los italianos pronto hicieron flaquear al enemigo. Solo la aparición del prior animando a sus hombres a cargar evitó que se hicieran con el puente en ese instante, y no solo eso, la aparición de los arcabuceros portugueses desde la orilla del Tajo desarboló a los italianos que se vieron superados ampliamente. Ante esto el duque mandó en su ayuda al regimiento alemán de Jerónimo Lodrón.

Con el flanco izquierdo portugués desprotegido, ya que sus arcabuceros se encontraban conteniendo el avance en el puente de italianos y alemanes, el duque ordenó al Tercio de Antonio Moreno vadear el arroyo por ese lado. Logrado esto y asegurada la posición, el duque mandó cruzar dos tercios más y desbaratar la defensa lusa sobre el puente. Vimioso comete su segundo error mandando reforzar el puente con tropas de su flanco derecho, dejándolo claramente desprotegido. Esto lo aprovechó brillantemente Sancho Dávila, que se lanzó a cruzar el Alcántara por el norte con casi 2.000 piqueros y arcabuceros.

La suerte ya estaba echada y los portugueses flaqueaban en todos los frentes. Como golpe de gracia en ese momento arremetió por el flanco derecho portugués, por donde había entrado Dávila, la caballería del hijo del duque. Las tropas del prior empezaron a retroceder desorganizadamente, cebándose con ellas los jinetes españoles. La batalla había llegado a su fin, y Lisboa se rendiría tan solo dos días después.

Las bajas portuguesas fueron de casi 2.000 muertos y otros tantos heridos o prisioneros. Del bando español hubo que enterrar a medio millar de hombres. Felipe II sería reconocido por las Cortes de Tomar como rey de Portugal en la primavera de 1581. Portugal no pasaba a ser un territorio anexionado, sino un reino unido a España por lazos dinásticos. Además se respetaron las instituciones lusas y se mantuvo en los puestos de poder a los portugueses, de igual forma que en los asentamientos comerciales claves.

Felipe nombró al duque, en agradecimiento a los servicios prestados, virrey y condestable de Portugal, cargo que ocuparía hasta su muerte en diciembre de 1582, viendo recompensados tantos años al servicio de la Corona y restituyendo así su fama y reputación. Con los territorios portugueses, la corona española se expandía a lo largo y ancho del mundo conocido, y Felipe asumiría el lema "Non Sufficit Orbis" (el mundo no es suficiente), en alusión a la extensión de sus dominios.

Batalla de Alcántara

Croquis de la batalla

Duque de Alba

Sancho Dávila

Antonio, prior de Crato

Felipe II






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